Crónicas de las Tierras de la Bruma 65: La Conquista del Cielo

Y finalmente, llegamos al desenlace de nuestro peregrinaje, de nuestro viaje. Aquí mismo, donde ahora nos encontramos, tuvo también lugar el final del suyo. Estas ruinas que ahora contemplas son lo que queda de la Torre del Silencio, ese arco de ahí marcaba el lugar de la puerta de entrada. Y esta plaza a nuestro alrededor estaba llena de gente curiosa, pía, gente viva que vendía comida o reía o peleaba. Fue entre esa multitud que nuestros héroes caminaron hasta adentrarse en la puerta para comenzar su Ascensión.

Una puerta que les llevó a un espacio vacío de toda creación, el espacio que se encuentra entre lo material y lo divino, entre lo concreto y lo abstracto. Un territorio imposible de cartografiar donde el tiempo no tiene del todo sentido. Un reino que solo aquellos cuya chispa divina se encuentra en proceso de despertar pueden transitar por si mismos, creando unas escaleras entre lo específico y lo inmaterial. Escalones que salieron de su interior sobre olas de magia y poder y les acercaron a sus últimas pruebas, a las últimas dificultades que debían enfrentar.

Pues esas escaleras les llevaban al proceso de la divinización, tal y como el Aeon lo había diseñado mil años antes. Y para poder recorrerlas, debían adentrarse en sus propias Dudas, en sus propios Miedos, en sus propias Malicias. Una prueba que cada uno debía enfrentar en soledad consigo mismo, en la lucha entre las distintas voces interiores, tanto las que expresaban esos horrores como aquellas que argumentaban en su contra, con los momentos de luz y equilibrio, los momentos de certeza y valentía, los de determinación y bondad. Y fueron estos últimos, los positivos, los que vencieron y, con ello, la vía de ascenso quedó abierta.

Pero no sin coste. Con cada Horror que exorcizaban, este caía al mundo junto con un arma para enfrentarlo. Y las Brumas, de nuevo, comenzaron a esparcirse a partir de la Torre del Silencio, como hicieran mil años antes, pues el proceso volvía a comenzar y era el mismo que había divinizado a la Profeta. Una treintena de horrores cayeron al mundo, desde el temor a poder haber hecho más de lo que se había hecho, a la soberbia de saberse mejor que los otros o el deseo de conocimiento a cualquier precio. Y por ello, no fueron pocos los Ascendentes que dudaron de continuar el viaje, sopesando darse vuelta y regresar a lo mundano en vez de terminar el recorrido, pero el Aeon debía responder por lo que había hecho, debía explicarse y, para algunos, debía ser destruido.

Al final de las escaleras había un muelle, suspendido en mitad de la nada que era el espacio intermedio, anclado al cual estaba el Navío de las Almas Santas. Frente al cual, Santa Jaina aguardaba, hundimiento en su mirada. Pues, por primera y última vez en su vida, la Santa se enfrentaba a las órdenes del Aeon, negándose a transportar a los Ascendentes a los Cielos. Sus alas se tornaron negras como hiciera siglos atrás el Brezal, cuando contravino la voluntad divina, negándose a ser desechada a un lado como una herramienta obsoleta. Exigió a los Ascendentes que regresasen por las escaleras de vuelta al reino mortal y, cuando estos se le opusieron, llamó a su lado a la Hueste Divina para combatir.

Sus espada flamígera brilló cuando sus certeros tajos cortaron e hirieron, cuando encontraron carne y hueso. Pero no tanto como dolieron los golpes que recibió en respuesta. No tanto como las heridas que le inflingieron las lluvias de meteoros que arrasaron a la Hueste, los rayos eléctricos que hirieron y destruyeron, las lanzas y espadas que cortaron, las garras de los tres dragones vueltos contra ella. Y más ángeles acudieron en su auxilio, pues la Santa había sido la guardiana de lo divino y la Hueste estaba condicionada a obedecerla, pero de nada sirvió. Por cada ángel que descendía de lo alto, un nuevo eldritch blast resonaba, una nueva canción llenaba el aire, una nueva curación deshacía el daño causado. Y, al final, la Hueste y su líder quedaron derrotadas.

Arrodillada, agotada, sometida, Jaina aguardaba juicio. Fue encerrada en una joya, su alma atrapada temporalmente, hasta que todo el viaje se concluyese y se la pudiese juzgar adecuadamente, con toda la información. Y entonces abordaron el barco de lo divino, que por si mismo se desamarró del muelle, extendió las velas y desplegó los remos y, sobre aguas inexistentes y propulsado por un viento procedente de ningún sitio, se alzó de lo concreto a lo inmaterial. 

La dorada y perfecta ciudad del Aeon les esperaba en el muelle del otro lado de su viaje, sus círculos y calles llenas de las almas perfectas en vida sin dolor ni miedo, en estado de gracia plena. Greco les recibió en la entrada para tomar nota de sus almas, pero al encontrar que estaban vivos, los llevó ante Alcides pues este sabría qué era necesario hacer. Quien una vez fuese Pontífice de Nuevo Catan les recibió en la catedral ideal, aquella que la misma sede de la Isla de Alba refleja de modo imperfecto, con todas los errores y fallos que las cosas materiales tienen.

Y Alcides les habló de que era necesario que hiciesen una última misión, tal como tantas veces habían hecho para Nueva Catan. Había un espacio en lo divino que se resistía a ser entregado al Aeon, fuera de su reino, y había unas almas descarriadas y perdidas que debían ser devueltas al redil. No sabía los detalles, pero sabía que tal era la voluntad divina, pues le había sido revelada en una Anunciación. Pero los Ascendentes no estaban de acuerdo con hacer lo que se demandaba de ellos, e incluso Santo Talon y San Zarel comenzaron a abandonar la catedral. Los demás, con buenas palabras, fueron argumentando en contra de lo que estaba ocurriendo, por los males liberados y el sufrimiento causado al mundo, y Alcides los miraba confundido y extrañado, incapaz de comprender. Pues tal es la naturaleza del estado de gracia divina, y cuando se encontraba finalmente próximo a entender, las poderosas campanas divinas resonaron, su mente olvidó lo que acababa de pensar y los Ascendentes fueron dispersados para cumplir la voluntad del Aeon, quisiesen o no.

Un grupo se encontró en el linde entre el mundo divino del Aeon y el mundo de las antiguas fes. El enorme árbol de los elfos, el sol que nunca ha sido derrotado, los ancestros de enanos y faraones, todos moraban allí desde tiempos anteriores al Aeon. Santo Talon y Santa Aurora, Santo Copper, Santa Muscaria y Santo Ádriel fueron los enviados a lidiar con ellos, pero su animadversión al Aeon les hizo buscar soluciones alternativas a la destrucción de los antiguos dioses y la usurpación de su divinidad, su robo como había ocurrido durante la Ascensión del Aeon. En lugar de tomarla por la fuerza, hablaron y negociaron y encontraron otra forma, tomando su divinidad para si temporalmente, prometiendo devolverla cuando todo acabase y, con el Aeon destruido, restaurar los espacios de las otras divinidades. Un acto de fe y confianza que los dioses sabían que, como bien señaló Santo Copper, era su mejor opción antes de que otros lo intentasen por medios menos pacíficos. Así que los dioses se entregaron y cayeron al mundo, para nacer por primera vez como mortales, pues aquellos dioses antiguos habían surgido de la fe de los vivos y jamás habían pisado el mundo de lo concreto.

Los demás acabaron con las almas descarriadas, un choque frontal pues aquellas estaban íntimamente unidas a ellos: los niños asesinados por Santo Skarsnik cuando estaba bajo control de los Apotecarios, los hijos no natos de Santa Paqueret, el hermano nunca nacido de San Zarel y de Yorel, y otros niños divinos que buscaron asilo con Santa Milia y San Lúpulo, pues huérfanos eran a su manera. Pues el plano de lo divino se había tratado de defender de la invasión del Aeon creando esas almas para protegerlo, pero Santa Jaina y sus Apotecarios las habían cazado y asesinado cuando podían para evitar que nadie pudiese oponerse a la verdadera fe. Y, siendo divinas, habían acabado aquí, negándose a formar parte del Aeon pero también sin haber vivido el tiempo que les debería haber correspondido. Fue un encuentro doloroso, lleno de recuerdos y posibilidades rotas. Y, al final, las almas fueron enviadas de vuelta al mundo, a nacer, a vivir, a tener la oportunidad que el destino y la divinidad les había negado para experimentar la felicidad y el dolor, el hallazgo y la pérdida, que supone respirar, crecer y caminar como mortal.

Con ello, el plano de lo divino finalmente fue conquistado por completo por el Aeon y cada uno de los Ascendentes poseyó suficiente potencia divina para terminar de despertar. En la Sala de la Proclamación, cada uno de ellos recontó sus leyendas e historias y tomó su esencia por primera vez como Deidad misma. Krom la Brújula Errante, Skarsnik el Dios de la Restauración, Talon el Rey de los Muertos, Aurora la Señora de la Transformación, Copper el Dios de la Ciencia, Zarel el Dios de los Héroes y las Cosas Maravillosas, Muscaria del Ciclo de la Vida, Milia la Diosa de los Deseos, Ádriel el Dios del Placer y la Satisfacción, Lúpulo el Dios de la Cerveza y Paqueret la Diosa de la Negación. En pie de igualdad se alzaron y, finalmente llegaron a su destino.

Como estaba diseñado desde mil años antes, llegaron al punto donde el Aeon les recibió. Con sonrisas y afabilidad les dio la bienvenida para que juntos pudiesen completar su divinización. Pero, ante su estupor e incomprensión, encontró las lanzas y las espadas de los nuevos Dioses como respuesta. Y entre quienes debieran haberse unido, estalló la batalla. Por última vez resonaron las espadas y lanzas, las garras y llamas, los conjuros y plegarias. El Aeon desplegó contra ellos toda la violencia de la divinidad incompleta que era, mientras ellos respondieron con sus propias divinidades incompletas, forjadas en la batalla contra los Horrores y nomuertos, contra monstruosidades y aberraciones, contra gnolls y brujas. 

Y el Aeon sucumbió, cayó entre quienes lucharon unidos como un engranaje perfectamente diseñado. Y, de rodillas, su destino quedó en manos de las nuevas divinidades, que lo interrogaron intentando comprender por qué de todo lo que había ocurrido. Y el Aeon les reveló que en el proceso de Divinización siempre se producen dolores y sufrimientos, como un parto, pero ¿qué eran mil años de Brumas comparadas con una eternidad de perfecta gracia? ¿Qué eran unos miles o millones de muertos a cambio de desterrar la misma muerte y el sufrimiento? Pero para crearlo necesitaba completar su proceso de divinidad, para lo cual era necesario que ellos llegasen hasta allí y destruyesen a sus Horrores, pues ella no podía confrontarlos y le entregasen los distintos elementos de la divinidad que escapaban de su control, para que pudiese ser todo perfecto. Los nuevos dioses no estaban de acuerdo ante el precio pagado por el mundo mortal, por la visión demente de una diosa descarriada, y le señalaron cómo había defraudado a Santa Flora, cómo Santa Jaina había estado haciendo barbaridades en su nombre, cómo su mundo perfecto no era más que una prisión de oro. Y el Aeon se deshizo, su voluntad y esencia divina desapareciendo en volutas de luz, ante el peso de lo que había hecho.

Solo quedaron ellos en el espacio divino, omnipotentes, omniscientes. Pero esa revelación les mostró los Horrores que habían liberado en el mundo, las Brumas que se esparcían, la evacuación de Nuevo Catan. Y cómo ellos, al igual que el Aeon antes, jamás podrían combatir con esas cosas, deberían esperar mil años para que llegasen los siguientes héroes y el proceso se pudiese completar. No dudaron, renunciaron a la tentación de la divinidad recién obtenida y descendieron por las escaleras por las que habían ascendido antes. Con ello, los Horrores regresaron a sus interiores arañando y protestando y las Brumas con ellos. Y emergieron de la Torre del Silencio de nuevo y para siempre como mortales, mientras detrás de ellos la Torre colapsaba y se convertía en las ruinas que tenemos ante nosotros. Y durante años fueron grandes líderes y reyes, después se transformaron en recuerdos y ahora, en nuestros tiempos, en los Santos de nuestras leyendas. Aquellos que pudieron ser Dioses y lo rechazaron, los que liberaron el espacio de lo divino para que nuevos dioses surjan libres a partir de la fe de los mortales, pues nadie puede robar la divinidad sin atender a las consecuencias. Y dicen que Mordenkainen regresó a su plano en busca de la siguiente crisis, y que sus últimas palabras fueron que se había equivocado al juzgar que sellar el plano era necesario, pues más allá de nuestro mundo, en los otros que yacen en los lindes que transitan los grandes magos, nadie había rechazado la divinidad. Y esperemos que, en el nuestro, nunca nadie tenga la oportunidad de hacerlo.

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