Un Débil Amanecer 5: El Arma más Mortífera (incompleto)

V:

Los cañones de babor disparaban a toda potencia contra las naves enemigas, los escudos de estas brillando con fuerza mientras devolvían el fuego. La fragata no se encontraba sola en este asalto, sino que la cerrada formación de naves de guerra se abría paso dándose fuego de cobertura y forzando a  las naves del Califato a retroceder si querían mantener sus escudos en pie y sus cascos a salvo de posibles abordajes.

Pero lo que los herejes desconocían era que los Hazat no buscaban combatir por el espacio sobre Hira. En aquellos momentos era imposible. Lo que buscaban era tomar una posición suficientemente avanzada como para crear una cabeza de playa. Por eso los caballeros y soldados presentes en la lanzadera estaban preparados para combate pero no para la toma de una nave, sino para el combate en tierra.

Los motores se encendieron y la lanzadera se sacudió. Los salmos del capellán acompañaron el desacoplamiento de la nave madre y el comienzo de la caída. Decenas de lanzaderas como aquella abandonaban las distintas naves Hazat con rumbo a Hira, al objetivo designado como Nido de Gusanos, clave para establecer una presencia duradera imperial en el planeta. Marcush Castillo, con los emblemas blancos y azules de su Casa, miró a sus hombres con una sonrisa mientras el escudo de energía zumbaba.

El casco de la lanzadera se calentó al comenzar la reentrada, mientras en el espacio las naves seguían intercambiando cañonazos y escudando en la medida de lo posible el descenso de las lanzaderas. Aquí y allá, algunas se transformaban en terribles esferas en llamas, al ser alcanzadas por el fuego antiespacial de la superficie, o algún disparo afortunado de las naves kurganas. La vibración del casco solo fue a mayores a medida que comenzaba la deceleración previa al aterrizaje, salpicada por las sacudidas del cañón inferior asegurando la zona de la presencia de los enemigos.

Con un golpe contundente, la lanzadera dio con el suelo y sus puertas se abrieron para dar salida a los caballeros y soldados de la Casa Castillo. Espada en una mano y pistola de energía en la otra, Marcush gritó con fuerza a sus hombres para que avanzasen contra el enemigo atrincherado a poca distancia. Su escudo, zumbando con fuerza, dispersaba los proyectiles que impactaban procedentes del fuego enemigo como si de moscas se tratasen, y el caballero cargó con rapidez y violencia.

Un joven kurgano salió de la trinchera con una espada en mano, primero perdió la mano, luego la cabeza. De su derecha, un fusil automático abrió fuego pero los proyectiles impactaron impotentes contra el escudo y el caballero se dejó caer en la trinchera encima del desafortunado poseedor de esa arma. Otros bárbaros cargaron contra él, asustados y temerosos ante la furia recta de un caballero de la casa Castillo, un señor de la guerra, un dios de la muerte.

Golpe de espada tras golpe de espada, disparo a disparo, sus hombres fueron tomando la trinchera en dirección a la villa que esperaba del otro lado. A su lado, aquellos caballeros que no tenían escudo y los soldados que sin duda no lo tenían se veían enfrentados a un enemigo duro que respondía con fuego y muerte a su avance. Pero no dudaron, no cejaron en su presión, liderados por Marcush fueron sembrando el camino hasta la población de cadáveres, propios y ajenos.

Tras ellos, las posiciones de artillería recién desembarcadas de la órbita abrieron fuego contra la ciudad, cubriéndola de humo y cenizas allá donde el fuego concentrado caía. Pero Marcush no temía su propia artillería, sabía qué posiciones estaban atacando y aunque el humo llenase el lugar, él estaba a salvo. Sus enemigos directos no lo estaban, no por el bombardeo de morteros y cañones, sino por su propia ira, su espada y su pistola.

Un oficial salió a su pasó al entrar entre las casas, una muchacha valiente pero inexperta que acabó atravesada y desechada a un lado de la calle como una muñeca de trapo descartada. Otros abrieron fuego desde el fondo de la calle, en una barricada improvisada pero fueron destrozados poco después con la carga de los Castillo, imparables y cegados por la violencia y la masacre.

Los pasos de Marcush le hicieron adentrarse en una de las casas más lujosas de la villa, acaso de uno de los gobernantes locales, y empalar a los dos defensores contra una de las barricadas improvisadas que habían usado para protegerse. Tras ello, una mujer llorosa abrazaba protectoramente a una pareja de infantes, sus hijos sin duda, y suplicaba en su idioma perdón del caballero.

-Por el Pancreator- respondió Marcush mientras la pistola en su mano se encargaba de cercenar la vida de la madre.

-Por los Hazat- continuó con su letanía, mientras el arma volvía a escupir su haz de luz, atravesando la frente de la hija mayor.

-Por los Castillo- terminó apretando el gatillo por tercera vez.

Sin temblarle la mano, su visión oscurecida por la sed de sangre, Marcush Castillo abandonó la casa y se adentró en el humo. Las calles estaban cubiertas de cadáveres, los disparos y el entrechocar del acero retumbaban en las vías anchas y estrechas, el bombardeo continuado sobre civiles y soldados. La carnicería solo era el primero de los pasos de la invasión Hazat, y junto a otros, Marcush Castillo había tenido el honor de encontrarse en primera fila.


 

5: El Arma más mortífera

Un ciclo después de partir, la pequeña flota se encontraba frente a la puerta de salto. Hacía años desde que Lisandro Castillo la cruzase por última vez, en su viaje de regreso desde el frente. Ahora, su forma circular de proporciones masivas, las cuatro monstruosas faces que marcaban sus extremos, el incomprensible material que la formaba, todo ello ocupaba un espacio tan grande que empequeñecía a las naves de guerra que se reunían frente a ella. La circunferencia de la puerta, que era de mayor diámetro que la propia Haven, estaba de momento inerte, esperando instrucciones que hiciesen que se abriese.

La Espada de Lorrena, al igual que las otras dos naves imperiales, tenía la llave para abrirla pero solo en dirección a Sutek. Era la nave roja, la Libertad Duradera, la que contaba con la única llave que permitiría que se abriese en dirección a Varadim, la ruta que hasta hacía poco había sido olvidada.

-Los oculatores informan de que se detecta un incremento de energía en el portal de salto.-

Alarryc Stormfront había confirmado que iba a usar su llave instantes antes, y ver la estructura cobrar vida era lo esperable en consecuencia. Aun así, ver la oscura energía reunirse bajo los rostros deformes que aullaban a las estrellas era algo que hacía que algo primitivo en Lisandro se sacudiese. Como campesinos supersticiosos reunidos ante el fuego para intentar esconderse de los monstruos de la noche, o niños maravillados ante el infinito potencial de una historia de linternas animadas. Había maravilla y horror detrás de aquellas construcciones tan antiguas que la humanidad ni existía cuando fueron erigidas, tan incomprensibles como el sol para una hormiga.

Como si de olas se tratasen, las energías fluyeron desde los rostros hacia el centro de la circunferencia, cada vez con mayor rapidez e intensidad. Cuando la tormenta marítima amenazaba con descontrolarse, cuando las crestas de una ola chocaban contra las vecinas, entonces el mar espacial embravecido desapareció y lo que quedó en su lugar era el oscuro espejo de un portal abierto a otros mundos.

No permanecería abierto eternamente, sino que todas las naves debían coordinarse para cruzar juntas, pues solo una de ellas tenía llave. Era una maniobra que requería cierto entrenamiento, pero la habían ensayado y preparado a lo largo del ciclo que les había llevado llegar hasta allí desde la órbita de Haven. Lisandro observó las miradas de atención y concentración de los oficiales encargados de la navegación, las rápidas frases intercambiadas por los oficiales de comunicación para encajar las posiciones con las otras naves, las órdenes de ajuste de los pilotos.

Y, con tanta actividad, en medio del caos del puente, Lisandro se sintió verdaderamente en paz por primera vez en mucho tiempo.

El mascarón de proa de la Espada de Lorrena se adentró en el espejo y, con ello, dejó de haber vuelta atrás. Cuando una parte comenzaba a transitar, cualquier interrupción implicaría la destrucción de la nave o su desaparición sin rastro, como en tantas historias de navíos fantasma. A los lados, los frontales de las otras naves estaban iniciando la misma travesía a través del espejo hacia el mundo del pasado.

-Detectadas tres fragatas y dos corbetas de diseño desconocido. Y una nave que… no, disculpadme Señor, debió ser un error de los espíritus. Cinco naves confirmadas. Y una estación orbital. Todas preparadas para combate aunque presumiblemente la estación no se encuentra dentro de alcance.-

El informe del oficial de oculatores llegó nada más terminaron la travesía por el portal. Las formas de las naves, rojas y con motivos draconianos, claramente visibles a través de las vidrieras del puente. El comunicador recibió una llamada de la nave insignia de la flota de Varadim y los espectros pronto proyectaron la imagen del puente del otro buque. En el centro de mismo, sentado en el trono de mando, había un hombre grande y de gesto hosco y duro. Escamas parecían surgir en sitios inesperados de su piel y su nariz, retraída, parecía decidida a dejar ver los huesos que se suponía que debía esconder.

-Salve al ciudadano Lisandro castillo y su tripulación. Nos somos Vaernic Stormfront, Gran Almirante de los Dragones Rojos, y hemos sido informados de vuestra llegada por parte de el Comandante Alarryc Stormfront. Confiamos en las buenas relaciones entre ciudadanos y en la pronta ayuda que podáis ofrecer a nuestra población.-

Aunque las palabras de bienvenida eran cálidas, el caballero notó que el tono con el que se decían era duro e inflexible. Como si bajo la amabilidad hubiese una cierta amenaza o tensión y ningún Castillo se deja amenazar impunemente. Pero ese primer impulso debió ser controlado, cinco naves contra una, y a mayores de una tecnología más avanzada, era más de lo que podía manejar si la situación escalaba. Y sin duda complicaría cualquier investigación y provecho que se le pudiese sacar a la situación.

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