Un Débil Amanecer 4: Las Voces Perdidas del Pasado

IV:

El puente de la nave está tranquilo a aquellas horas. La superficie de Hira es visible a través de las ventanas decoradas con las filigranas de la Casa Hazat, parcialmente sumida en la noche allá donde su estrella no la ilumina. Sin naves enemigas en las cercanías, y entre el resto de las naves de la flota de la Casa Real, la tranquilidad solo era una pausa en medio de una tormenta que rugiría durante años.

-El punto central de la Doctrina Imperial es la fragata. La mayoría son antiguas, hace siglos que se ha perdido la capacidad de fabricar sus partes más sensibles como los espíritus de las máquinas o los equilibrios de los generadores de energía. Pero las que quedan en servicio son veneradas y han participado en siglos de combates y batallas. Cada una es una historia, además de una nave de guerra, es un legado, como la Corona de tu madre que identifica a la Señora de la Casa Castillo. Las distintas Casas tienen distintos tipos de fragatas, con diferentes capacidades y ventajas, pero todas son las naves capitales principales en los frentes de combate, adaptadas para una variedad de tareas y misiones y… ¿me estás escuchando, Cachorro?-

El joven Lisandro Castillo no estaba prestando atención a su maestro de armas, Baudias, puesto por su tío para entrenar en lo militar al ejército de la Casa. Frustrado y molesto, el miraba por la ventana sin prestar atención suficiente a las enseñanzas que se suponía que estaba recibiendo. Hacía meses que había abandonado Haven para alejarse del asfixiante ambiente de su hogar, buscando gloria y batalla en Hira, un lugar donde conseguir una herencia y hacerse un nombre. Pero Baudias le mantenía alejado del campo de batalla entre lecciones teóricas de ninguna importancia ni aplicación. Jamás dirigiría una flota, ni probablemente tendría una fragata bajo su mando, salvo que finalmente la Suprema Orden de Ingenieros entregase la que la Casa había solicitado.

-Si no se pueden fabricar, ¿de dónde sale la nuestra, la que vendrá?- lo preguntó sin dejar de mirar por la ventana, más hastiado que interesado.

-Será una versión modificada y actualizada de una nave que estaba dañada pero fue encontrada hace tiempo. Algunos de sus elementos supongo que los habrán reutilizado, otros serán nuevos. Pero como no se construyen, hemos desarrollado todo nuestra estrategia y doctrina militar para apropiarnos de las naves de nuestros oponentes y emplearlas nosotros o intercambiarlas como valiosos rehenes cuando no es posible. Los únicos que no atienden a razones son los bárbaros del Califato, ellos destruyeron vuestra antigua nave capital y alguna más durante esta guerra. Eso ocurre cuando las fragatas son vulnerables, porque por si mismas son formidables pero imperfectas. Una fragata debe estar apoyada por las corbetas, más ligeras, pequeñas y maniobrables, apropiadas para exploración y protección de los flancos, además de maniobras ágiles y rápidas; y también deben estar apoyadas por destructores, naves de la escala de la fragata pero centrada en sus armas con el objetivo de derribar los escudos de las naves enemigas y poder así abordarlas con los equipos de asalto como el que tu dirigirás pronto.-

-¿Pronto? ¿Cuándo es pronto? ¡No abandoné Haven para ver Hira desde la órbita, cruzado de brazos!-

-No, lo hiciste para escapar de tu madre, para labrarte un futuro, para cumplir tus sueños. Sabes que jamás vas a heredar tierras o título y tu mejor opción como Caballero es lograr gloria y honor en el campo de batalla y que el Duque al mando de la misión te reconozca y te nombre miembro de su Corte o te otorgue tierras o la mano de alguien que valga la pena. Para no morir olvidado en la luna verde de tu familia. ¿Acaso crees que no lo sé, Cachorro, por tan tonto me tomas? Yo he estado embarrado en ese planeta y otros, cubierto hasta arriba de sangre, luchando al lado de tu tío antes de que se marchase. Conozco el precio y la pérdida que conlleva la gloria, y mi tarea es asegurarme de que consigas esa gloria sin acabar tirado en una zanja, olvidado.-

Lisandro alzó brevemente la mirada, con suerte había  una historia de batallas o de gloria en ciernes. Pero solo quedó decepción por delante, cuando su maestro de armas retomó las lecciones sobre posicionamiento de flotas y tácticas de abordaje. El muchacho quería usar su espada, no escuchar esas tonterías sin importancia. Pero, como todo en su joven vida, no tenía elección ni opción, encerrado en su herencia, en su posición genealógica, en haber nacido varón.


 

4: Las Voces Perdidas del Pasado

El desayuno estaba siendo un desastre. No porque Clarra rechazase por tercera vez lo que le servían mientras se quejaba del dolor de cabeza que le había dejado la resaca por la bebida de la noche anterior. Sino porque la llegada de los republicanos mantenía alterada a la familia, especialmente ahora que el Obispo parecía ser mencionado cada pocos minutos. El hecho de que fuese a ser un ciclo completamente nocturno tampoco aligeraba la carga emocional en el ambiente, pues esos días siempre entristecían a Lidia Castillo y sus lánguidas y tristes miradas por la ventana no ayudaban a crear un espacio de conversación productivo.

-¿Quieres llevar nuestra comida a estos… herejes… en vez de venderla al Duque de Sutek que tanto la necesita? ¡A nuestro señor feudal!-

-Madre, el Duque recibe nuestros alimentos pero paga poco por ellos. Las condiciones en Sutek no le permiten pagar más y se rumorea que planea subir los impuestos a las Casas abanderadas para compensar la pérdida de productividad de los campos de su planeta- respondió Lethicya con tranquilidad, mientras cortaba el desayuno para el pequeño de sus hijos-. Estos republicanos están dispuestos a pagar con una buna cantidad de oro por esa comida, algo que nos vendría muy bien para pagar nuestras deudas con los Reeves.-

-Dinero, eso no abre las puertas al perdón de nuestros pecados, eso solo lo puede el Pancreator. Y si vendemos nuestras almas pactando y negociando con demonios y diablos con apariencia remotamente humana, entonces estamos regalando nuestro reflejo a la Oscuridad. No es cuestión de oro o de deudas, es nuestro deber: cuidar nuestras almas y las de nuestros siervos, luchar por nuestros señores…no mercadear como gremiales en un día de feria.-

-No tratamos de vender como gremiales, Madre, ese viaje puede proveernos de valiosa inteligencia que podríamos emplear a la hora de crear nuevos planes y acuerdos. Quizás podamos crear acuerdos sustanciales de comercio o tal vez encontremos otras soluciones…-

Aunque Lisandro no lo dijo, también esperaba descubrir si aquel podía ser un buen campo de batalla. Recursos valiosos, tierras, títulos. Un planeta republicano no contaba con la protección imperial ni la defensa de ninguna de las grandes Casas, los Hazat sin duda estarían encantados de que sus abanderados ganasen nuevas tierras y recursos.

-¿Qué otras soluciones valen más que la pureza de nuestras almas?-

-Las que nos permitan cumplir con nuestras responsabilidades para con nuestros Señores, Madre. Nuestras almas son responsabilidad de la Iglesia, el honor es la nuestra. La guerra en Hira está aproximándose a su final, quizá dure unos pocos años pero no más allá, y después de eso la Casa Hazat tendrá que buscar dónde expandirse. Y justo una nave de la Casa Alcázar, como sabéis aliadas de nuestro señor el Duque de Sutek, acaba de entrar en nuestro sistema. Aunque venían con otra misión, no cabe duda de que descubrir esto cambiará el equilibrio de poder. Si no nos ponemos en marcha ya, perderemos la oportunidad de hacerlo y será el Duque el que negocie y venda y maniobre en torno a Varadim, ¡haciéndonos de lado!-

-¡No tolero que me hables así, Lisandro! Soy tu madre y tu Señora, me debes respeto y obediencia.-

-Madre… no estoy desafiando tu autoridad, pero no podemos… dejar pasar esta oportunidad y no hacer nada. La Casa Castillo no sobrevivirá a algo así.-

Palabras iban y venían, hija e hijo contra madre, el futuro en combate con la fe, el cambio contra la tradición. Y en todo momento, aún en su ausencia, la sombra del Obispo y la Iglesia planeaba sobre la mesa del desayuno como una barrera insalvable.

 

 

 

Resguardado en un portal de uno de los barrios buenos de la ciudad, Ur-Tarik observaba en silencio. Hacía tiempo que había dejado de sorprenderle lo poco que la gente le prestaba atención cuando no se les obligaba, y esa invisibilidad era útil en muchas circunstancias. Desde su posición, sabía lo que estaba a punto de ocurrir dentro: el Obispo se había presentado en la casa de la muy pía esposa, sabiendo que el marido pronto tendría que salir para atender la única clínica médica que merecía tal nombre en Safe Haven. Y después, como cada quincena, el religioso procedería a reventarle la entrada trasera a la feligresa, como parte de su acercamiento al Pancreator y la salvación de su alma. Curiosos los caminos que en ocasiones se toman para librarse del pecado cuando se tiene el poder de absolverlo a voluntad.

Como esperaba, el marido salió puntual por la puerta. El alienígena no tenía que esforzarse en leer sus pensamientos para ver que ignoraba lo que iba a ocurrir en el interior de su hogar. Su paso acelerado alejándose por el estrecho y oscuro callejón, débilmente iluminado por unas antorchas demasiado distanciadas entre si, mostraba que estaba preocupado por llegar tarde a su clínica. Las razones eran irrelevantes, pero su ausencia permitía que el detective hiciese su movimiento.

Con sus ganzúas, forzó una cerradura demasiado desfasada y mal cuidada, y se adentró en el hogar familiar. Desde el dormitorio se oía el crujir de los muelles de la cama y los gemidos de absolución. Con ese coro de fondo, se abrió paso hasta la cocina de donde cogió uno de los cuchillos antes de salir por la puerta y resguardarse de nuevo bajo el portal.

Una hora más tarde, la puerta se abrió y el Obispo salió al exterior. La confianza y seguridad en sí mismo se traducía en descuido, ignorando que el peligro le aguardaba al lado, y su sonrisa de satisfacción le hacía imprudente. No vio el cuchillo en la mano del detective, casi no tuvo tiempo de sentir su mordedura en el pecho ni para darse cuenta que aquellos ojos completamente negros serían lo último que vería antes de tener que rendir cuentas al Pancreator.

Mientras su sangre se derramaba en el callejón, Ur-Tarik sabía que era una pequeña chapuza, pero la guardia de la ciudad no estaba entrenada ni preparada para lidiar con situaciones así y pronto Lisandro se encargaría de que fuese él quien se encargase de la investigación del asesinato del Obispo. Sería sencillo argumentar que el marido volvió a casa antes de tiempo, se encontró la situación y, en un ataque de celos, había acabado con su vida.

El cuerpo del Obispo, sus ojos abiertos aun en incredulidad, se deslizó hasta el suelo. El primero de las muchas vidas que se cobraría la ambición. Otros le seguirían con el tiempo, pero me estoy adelantando de nuevo.

 

 

 

Lisandro observaba la carga de las mercancías camino del astropuerto. Pronto serían alzadas hacia la Espada de Lorrena para ser transportadas a Varadim. Junto a los alimentos, el resto del personal de la nave estaba siendo transportado a la misma, incluyendo sus Licaones, reclamados de su descanso por todo el planeta. Arcadia, su mano derecha, se encontraba a su lado mientras observaban la operación, inventariando con cuidado la llegada de los distintos soldados veteranos que respondían a la llamada de su Señor.

Tras ellos, el sonido mostró el acercamiento de la delegación de los Reeves con un Seth sonriente al frente.

-He estado largo tiempo reunido con nuestros amigos republicanos, y creo que esta puede ser una muy buena oportunidad para todos, mi Señor Lisandro.-

-Maese Seth, yo también lo considero. Espero que todo esté listo para partir al anochecer, cuando las bodegas de la Espada de Lorrena estén llenas. También Ezekiel de los Charioteer se nos unirá en esta expedición, así como mi tío Marcush, el Caballero del Fénix.-

-Excelente, siempre es bueno que el Emperador esté al tanto de lo que ocurre. Los Charioteer tendrán problemas con la cuestión de las llaves… pero confío en que el piloto Ezekiel sabrá ver la oportunidad que todo esto supone para mejorar las posiciones de todos nosotros. Hay buen negocio para hacer en esta situación, quien sabe qué necesidades financieras pueden tener nuestros vecinos anticuados de Varadim, y sin duda vuestros productos encontrarán un buen mercado. Si vuestra Madre lo permite, claro está…-

Lisandro sonrió al gremial, detrás de ellos los siervos terminaban de cargar el carromato con los productos que debían ser llevados al astropuerto para su ascenso a la órbita.

-La Marquesa está al tanto de todo y ha visto la buena oportunidad que todo esto supone para todos nosotros. ¿Entiendo por vuestras palabras que nos acompañaréis también?-

-En efecto, he recibido confirmación de mi permiso desde Vera Cruz para evaluar las oportunidades que esta situación ofrece. Con la ayuda de mi equipo estoy seguro que podremos asesoraros y buscar beneficio para todos nosotros.-

El Emperador, los Charioteer, los Reeves. Demasiados sabían ya de la existencia de Varadim, cada vez sería más difícil mantener el secreto y aprovechar la ventaja que esta situación ofrecía. Y, con la nave republicana en órbita y la corbeta de la Casa Alcázar aproximándose, era cuestión de tiempo que el Duque de Sutek lo supiese también. La situación se estaba transformando en una carrera, solo viable mientras durase la ventana de oportunidad que ofrecía llegar antes que nadie. Había que aprovechar este primer viaje para conseguir todo lo posible, porque pronto habría mucha gente reaccionando por todo el Imperio y lo único que lograría evitar que se dejase de lado a los Castillo era que tuviesen una posición ganadora antes de que otras facciones fuesen llegando al planeta.

-Sin duda, trabajar juntos en algo así nos será muy beneficioso para ambos.-

Porque no podía evitarlo, sino sería mucho más beneficioso ir a solas. Sabía que todos los que participarían en la expedición eran potenciales rivales, cada uno con sus propios intereses y afiliaciones. Y nada los unía mientras que mucho podría volver a unos contra otros.

 

Desde el puente de la Gloria del Segundo Mundo, Laureana observaba todo lo que ocurría. A medida que se aproximaba a Haven, todo había ido volviéndose cada vez más extraño. Se habían seguido los procedimientos habituales y habían funcionado correctamente, pero había una segunda fragata en órbita de la luna, un navío extraño y desconocido. Los oculatores habían confirmado que se trataba de una nave de guerra avanzada de diseño que no coincidía con ninguno de los modelos de la Casa Hazat y su armada, así como de sus Casas vasallas. Pero siendo estas tierras de la Casa Castillo y no de la Casa Alcázar, a Laureana no le correspondía revisar la presencia de aquella nave salvo que supusiese una amenaza directa.

Más extraño era el comportamiento de la monja, aunque todo en ella era cuando menos poco frecuente. Se había recluido durante unas horas en su dormitorio, en absoluto silencio, y cuando salió del mismo los marinos que pasaron por el pasillo informaron de olor a inciensos y otras cosas. Y algunos, los más supersticiosos, hablaron de sentirse raros, de notar presencias y voces a su alrededor.

Y lo que finalmente carecía de sentido era que la monja no había recogido sus cosas. Los sirvientes encargados de la limpieza de los camarotes habían informado después de la primera noche a bordo, que la Eskatónica dormía en el suelo y sobre la cama había desperdigado libros y otros elementos religiosos. Ese era todo su equipaje y Laureana esperaba que lo hubiese recogido para desembarcar cuando llegasen a la luna. Y, sin embargo, no lo había hecho.

Laureana no lo entendía. Pero su misión se terminaba cuando la monja llegase a su destino, si no recogía ella haría que lo recogiesen por ella. Bastantes supersticiones e historias habían circulado entre la tripulación los días pasados como para alargarlas más de lo requerido, y por mucho que le disgustase, le esperaban de vuelta en casa. En la pantalla de su espectro proyector se encontraba una misiva del hombre que amaba, separado de ella desde que acabado su servicio en Hira hacía casi dos años. Probablemente nunca pudiesen volver a encontrarse, o al menos no como antes, cuando servía como su oficial de asalto. Si se volvían a ver, sería ella como esposa de la Casa Büren y él como Conde en sus tierras de Aragon. Eso era lo que exigía el deber, eso requería el honor. Y ambos cumplirían con él. Uno más de los muchos sacrificios a hacer en su nombre en el Imperio, ¿a quién le importaban cosas como el amor o la felicidad?

 

 

 

El monasterio principal del planeta, alojamiento del Obispo Panache hasta su reciente defunción, estaba adyacente a la catedral y compartía con ella nombre. Los miembros de la Iglesia no solían ser muy originales en estas cuestiones, y a Ur-Tarik eso no le importaba. El monje de la entrada lo había mirado con la desconfianza habitual, y más cuando le explicó que él era el encargado de investigar el asesinato del Obispo esa misma mañana. Los preparativos para disponer el lugar en un adecuado luto apenas habían empezado, pero por el gesto del monje estaba claro que le importaba más que un alienígena se encargase de algo de tal importancia como investigar el asesinato. Al detective le importaba poco su desprecio, contaba con las órdenes de Lisandro y la documentación y eso sería suficiente para abrirle las puertas que hicieran falta.  

Así que ahora se encontraba en el lujoso conjunto de habitaciones que el Obispo consideraba propias. Oro y doseles, vajillas de cerámica de otros planetas y finos vinos en botellas de cristal labrado. El lujo de la Iglesia que, por alguna razón, no se consideraba ni pecado de usura, ni ruptura de juramentos e hipocresía. Pero no era la cuestionable moralidad del cura lo que tenía a Ur-Tarik allí sino averiguar todo lo posible sobre la situación y preparar la narrativa de lo ocurrido. Las joyas no eran lo valioso allí, sino los secretos que el difunto guardaba consigo.

Encontrar el compartimento escondido en el armario no fue complicado, como tampoco lo fue descifrar el mecanismo con el que funcionaba. En su interior, objetos de valor para el Obispo, cartas, notas. Los favores que le eran debidos por otros miembros de la Iglesia, los secretos que conocía y podía usar para chantajear a otros, las deudas contraídas. El arsenal de todo político, hecho de la podredumbre de los demás, que garantizaba el ascenso en cualquier organización.

O, en este caso, el silencio cómodo. Con las cartas fue fácil reconstruir el destierro del Obispo, su nombramiento como encargado de la Iglesia en Haven como modo de silenciarle y alejarle de los numerosos escándalos sexuales con mujeres nobles en Kish. Y su llegada a Haven no había sido más que una forma de mantenerle alejado de todo lo que importase, de modo que aunque siguiese haciendo lo mismo, no molestase. Derrotado en el juego de la política eclesiástica por otros que ambicionaban su posición, lo habían descartado y deshecho como un pañuelo al que se le han descosido los bordados. Como en todo en este Imperio corrupto, o ganas o mueres, no hay término medio, y el detective no iba a sentir pena por un hombre que lo había tenido todo y lo había desperdiciado.

Aunque sus notas sobre secretos e información tenían cierto valor, la mayoría precedían a su llegada a Haven y se encontraban probablemente desfasadas con el paso de los años. Y sus informes sobre los habitantes de la luna no decían mucho que no supiese ya el detective, salvo la confirmación de que, en efecto, en el pasado había habido un romance entre la Marquesa y el Obispo, a pesar de que la dama le doblaba en edad. Pero una viuda poderosa era una víctima suculenta para un Gerard Panache recién llegado que, por aquel entonces, aún ambicionaba jugar bien sus cartas y conseguir ser enviado a un lugar más “civilizado”.

Lo verdaderamente importante se encontraba insertado en el escritorio, bajo la apariencia más cotidiana posible. El comunicador. Estaba claro que, si la tecnología era un pecado, algunos podían pecar más libremente que otros, como siempre el campesino era el penúltimo en acceder a tales ventajas, “por su propio bien”. Acceder al comunicador iba a ser extremadamente complicado, sin embargo, pues no reconocería al detective como su dueño y el espíritu de la máquina se negaría a colaborar. Y dudaba que hubiese nadie en el planeta con los conocimientos necesarios para convencer al espíritu de hacer lo contrario a lo esperado.

Pero no hacía falta acceder al comunicador, bastaba con una buena percepción. Lo que realmente importaba era confirmar si Monseñor Panache había informado a alguien de la existencia de Varadim; la fina capa de polvo presente en aquella parte de la mesa señalaba que no se había usado en cierto tiempo, probablemente más del sugerido por el mismo polvo ya que con cierta frecuencia los monjes limpiarían la habitación.

Así que la Santa Iglesia ignoraba lo ocurrido.

Recogiendo los papeles y documentos, y guardando aquellos más interesantes bajo la gabardina, Ur-Tarik se dispuso a abandonar el dormitorio del Obispo. Con las cartas de la mujer infiel sería suficiente para probar la relación prohibida entre ambos, el cuchillo bastaría para argumentar el asesinato pasional. Al fin y al cabo, él era el investigador y si se llevaba a juicio sería la Marquesa la encargada de hacer justicia en sus tierras. Y el médico, por mucho que fuese el único doctor de la luna, sin duda no podría pagar a un abogado Reeves para que lo defendiese. Sería arrojado a los lobos, un sacrificio necesario para los planes de Lisandro y la promesa de un título. O, si eso no se cumplía, al menos el pago suficiente para huir de Haven y esconderse de sus perseguidores durante una temporada.

 

 

 

-Vuesa Merced, honorable ciudadano Castillo, nos hallamos ya prestos a partir de retorno a la Libertad Duradera. Hemos excusado nuestra presencia de vuestra madre y hermana y ansiamos pronto tener ocasión de regresar a vuestras bellas tierras. Mas, de momento, el aurum de nuestras bodegas se ha descargado ya y entregado a vuesa familia a cambio de enseres y alimentos, y nos ascenderemos de nuevo a nuestro navío para prepararnos para el viaje. ¿Nos acompañaréis con vuestra fragata o procuraréis otro medio de transporte?-

-Comandante, me alegro de que tengáis todo preparado para partir. En efecto, os acompañaremos con la Espada de Lorrena y también se unirán los representantes de los gremios Reeves y Carioteer así como mi tío, el caballero imperial. Los gremiales viajarán en la nave transporte del piloto Ezekiel de Transk que también se unirá a esta comitiva, mientras que mi tío y demás personal lo harán a bordo de la Espada.-

-¡Excelente! Nos hallamos sumamente complacidos con la buena acogida que vuestra noble ciudadanía nos ha dispensado y la voluntad que mostráis a la hora de acudir en nuestro socorro en aquestos tiempos de necesidad.-

Tras el herético saludo característico de tiempos de la República, el mutante y sus compañeros abordaron de nuevo la lanzadera en la que habían descendido y, con un rugido de sus motores, se alzaron de nuevo al encuentro con su propia nave. La Gloria del Segundo Mundo, por su lado, pronto alcanzaría la órbita de la luna y habría que recibirla como era debido. Aunque siendo una nave militar en una misión de transporte, al menos no sería necesario el boato y la pluma de las recepciones diplomáticas, tan poco prácticas y que tanto tiempo y recursos consumían.

Silenciosamente, Ur-Tarik se dispuso al lado de Lisandro y Arcadia en el astropuerto, observando con sus ojos negros el ascenso de la lanzadera hacia el cielo estrellado.

-El Obispo no había informado a la Santa Iglesia de nada, así que esa monja debe venir por otros motivos, como sospechábamos. Monseñor solo quería emplear esta situación para lograr ventaja política, pero quería tener controlado todo para poder venderlo como su propio éxito ante sus superiores, o algo así, por cómo he visto en sus cartas y notas que piensa. Ya no envenenará más la mente de la Marquesa con sus palabras.-

Ninguna guerra se gana sin abajas. Si Lisandro quería un futuro, si quería realmente hacerse con el trono de su familia aunque no le correspondiese, tenía que hacer sacrificios. Quizás el honor y mancharse las manos de sangre fuese un sacrificio aceptable, todo el mundo sabe que el honor es siempre la primera baja de guerra. Y si de algo sabia el Imperio era precisamente de eso, del antiguo arte de destruir a tu oponente con los medios que hiciesen falta. Cualquier otro camino solo terminaría con uno mismo siendo destruido. Nadie regala nada, al fin y al cabo, y el poder hay que tomarlo sin dudar, cueste lo que cueste.

-Bien, ahora solo tenemos que atender a esta enviada del Duque de Sutek y su invitada y tratar de hacer que se marchen por donde han venido sin enterarse de lo que ha ocurrido. Demasiados ojos hay ya sobre Varadim. Pero debemos ser cuidadosos al respecto, lo último que necesitamos es un conflicto con la Casa Mejía del Alcázar o con nuestro señor el Duque. –

-Como quieras…- dijo el detective, dándose la vuelta para abandonar el astropuerto, dejando a Lisandro con sus pensamientos.

Laureana Mejía del Alcázar era un nombre que hacía mucho que no escuchaba. Desde que había llegado con refuerzos, la primera de las unidades Hazat en acudir a su auxilio tras la victoria desesperada del Bosque Rojo. Una aliada inesperada cuando otros le acusaron de sacrificar a demasiados hombres para conseguir una victoria, y en especial de haber asesinado a su superior al mando en un motín. Lisandro se preguntaba si, pasado el tiempo, seguiría siendo una aliada o acaso los intereses y lealtades de sus Casas entrarían en conflicto.

 

 

 

La monja miraba al frente, las manos cruzadas sobre sus piernas, mientras la lanzadera se sacudía con la violencia de la reentrada. Laureana empezaba a habituarse a su mutismo incómodo y su falta de interacción con el entorno, aunque le seguía siendo profundamente molesto.

Para cuando la lanzadera completó el atraque en el astropuerto de Haven, la monja se había puesto de pie y se preparaba para descender. Con un gesto a los dos oficiales que la acompañaban, Laureana se adelantó a la entrada y tan pronto la puerta se abrió comenzó a descender por la escalera. A los pies de la misma, el astropuerto era pequeño y pobre pero claramente estaba viendo una cantidad de actividad inusual, como habían confirmado los oculatores a bordo de la Gloria del Segundo Mundo, señalando el trasiego continuado de lanzaderas desde ambas fragatas en órbita.

Frente a ella, Lisandro Castillo le esperaba con su uniforme militar, como en los tiempos que habían compartido en Hira. Saludó agarrándose su mano, una costumbre local, pero Laureana respondió con el saludo tradicional Hazat de la mano en el pecho. Estas podían ser tierras de la Casa Castillo, pero no eran más que vasallos de la Casa Hazat y, por linaje, el de Laureana era de mayor prestigio y posición que el de los marqueses de esta luna.

-Saludos, Capitana Mejía del Alcázar, líder de los Lobos de Ptah-Seker y de la Gloria del Segundo Mundo. Sed bienvenida a Haven, donde la Casa Castillo os da bienvenida y esperamos poder colaborar con vuestra misión.-

El saludo formal de Lisandro fue acompañado de palabras tranquilas mientras Laureana descendía de la escala. El zumbido de su escudo de energía se silenció cuando lo desactivó, como mandaba la etiqueta y el protocolo entre Casas amigas. Tras ella sintió los pasos de sus dos mujeres de confianza así como los de la bruja, silenciosos pero perceptibles.

-Saludos caballero Castillo, capitán de los Licaones y de la Espada de Lorrena. Confiaba en que esta visita fuese breve, simplemente entregar a Karyn Havesti de la Orden Eskatónica a vuestro cuidado. Mas me encuentro preocupada por la extraña nave que se encuentra en órbita, no aparece en las referencias de los espíritus de mi propia nave ni parecen pertenecer a otra de las Grandes Casas. ¿Quiénes son vuestros invitados?-

La capitana observó con detalle al caballero frente a ella, que sonrió con tranquilidad, restándole importancia a la situación.

-Nada de lo que debáis preocuparos. Asuntos de la Casa Castillo que no afectan a nuestros señores de Sutek. ¿Puedo saber a qué se debe vuestra visita, excelencia?-

La pregunta de Lisandro iba destinada a la monja, una evasiva para no responder directamente a la cuestión que Laureana le había planteado. Pero lo que la Capitana sabía y el Caballero desconocía era que no iba a conseguir una respuesta de la monja, que lo miraba impasible con los brazos frente a su regazo. La incomodidad del Castillo era palpable y aún hizo unos pocos intentos más por conseguir una respuesta de la Eskatónica, solo para recibir la mirada fija de la otra.

-¿Sabéis vos cuál es su misión aquí, Capitana Mejía del Alcázar?- finalmente, el Caballero se rindió.

-La dama no habla, me temo. Por incapacidad o por voluntad propia, me es desconocido, pero su silencio es constante. Pero no habéis respondido a mi cuestión sobre la nave en órbita, y si no poseo más información supongo que deberé solicitar instrucciones a mi familia y a nuestros mutuos señores, los Duques de Sutek.-

La incomodidad del Caballero ante la monja era una ventaja para la Capitana. Y su mayor cercanía con el Duque al que ambas Casas servían era otra baza importante. Si el Castillo jugaba a dar evasivas era porque tenía algo que ocultar, y si ella podía obtener esa información quizás pudiese justificar rendir informe personalmente al duque y tareas de la corte que la mantuviesen alejada de su prometido el máximo tiempo posible.

-No creo que sea necesario molestar a nuestro Señor el Duque, el Pancreator lo ilumine, bastantes dificultades sufre Sutek como para preocuparle con lo que aquí ocurre. La nave se denomina la Libertad Duradera y procede de un sistema cercano denominado Varadim, perdido con la caída de la República. Nos preparamos para hacer una expedición acompañando a la correspondiente nave a su planeta natal para evaluar allí la situación y poder ofrecerle un informe adecuado al Duque, con toda la información que pueda necesitar.-

La incomodidad del Caballero y lo directo de la pregunta habían sacado una interesante realidad a la luz. Que fuera una nave perdida de un mundo olvidado era una de las suposiciones que tenían los oficiales de la Gloria del Segundo Mundo, pero confirmarlo abría multitud de opciones. Un mundo perdido que regresase al Imperio sería una gran noticia, de importancia para todos los que participasen en el descubrimiento.

Era una excelente razón no solo para retrasar reunirse con su prometido sino para ganar gloria y posición, poder y recursos que quizás le permitiesen tener una libertad que ahora estaba atada por el deber a su familia y a su Casa.

-Comprendo. Entonces como miembro de mayor rango de la Casa Hazat y abanderadas en el sistema, os acompañaremos en esa misión. Y así podré informar al Duque de lo que sea que se encuentre en ese sistema llamado Varadim.-

-No creo que sea necesario, mi señora Mejía del Alcázar, yo personalmente me encargaré de informar al Duque de todo lo que sea necesario, cuando hayamos completado nuestra investigación.-

-Me temo que eso no es aceptable, Caballero Castillo. Querré que me envíe un informe de todo lo que sabe de ese planeta a mi navío con la mayor prontitud y prepararemos una estrategia de cara a defender los intereses de las Casas Hazat en esta situación. ¿Alguien más está enterado de la situación?-

-Se unirán a nuestra expedición un Caballero del Fénix, un miembro del gremio Reeves y uno del gremio de los Charioteers. Desconocemos si han informado a sus superiores de lo que ocurre, pero no se puede descartar.-

Lisandro se giró para darle instrucciones a la monja Eskatónica pero para su sorpresa y la de Laureana, en silencio esta se había dado la vuelta y había regresado a la lanzadera. Sentada con las manos sobre sus piernas, su rostro era imposible de leer. Y, por un momento, como ya había ocurrido en el pasado, Laureana se preguntó si no serían sus dotes como bruja las que se encontrasen detrás de toda esta situación. Lo que estaba claro es que la eclesiasta tenía toda la intención de acompañarles en ese trayecto y, como si hubiese sabido de antemano lo que iba a ocurrir, no había recogido el dormitorio porque sabía que no sería necesario.

Laureana no pudo menos que hacer discretamente el símbolo circular con la mano, señal del Pancreator, para intentar librarse de la brujería que, cada vez más, notaba a su alrededor, asfixiándola.

 

 

 

La cena estaba siendo sombría y apagada, como corresponde a una despedida cuando se hace en malos términos. Madre no aprobaba la misión a Varadim, pero la noticia del asesinato del Obispo la había dejado desencajada y se había recluido todo el ciclo en su dormitorio. Aun ahora se la veía triste y agotada, probablemente tras haber llorado largamente, algo que sus ojos enrojecidos contaban aunque su maquillaje ocultase.

Mientras Clarra se servía otra copa de vino y lanzaba miradas indecentes a uno de los Caballeros de guardia en el salón de la familia, Lethycia continuo la conversación con su hermano, repasando los detalles de lo que estaba por venir.

-¿Confías en la Dama Mejía del Alcázar, hermano, como para que acompañe a la expedición? Nos jugamos demasiado con todo esto como para permitir que nos apuñalen por la espalda.-

-Fue una aliada después de mi duelo con mi superior en Hira, durante la batalla del Bosque Rojo. Podría no haberlo sido, pero su sentido del honor y el deber es fuerte. Creo que puedo manejarla para mantenerla centrada en la idea de objetivos compartidos en cómo lidiar con Varadim, al menos el tiempo suficiente para concretar un plan. Me llevo a Ur-Tarik conmigo, por si es preciso conseguir información de ella para garantizar su colaboración.-

O si, llegado el caso, debía sufrir el mismo destino que el Obispo. Pero eso, por motivos claros, Lisandro no pudo decirlo en voz alta, y quedaría en los susurros que comparte con su almohada a solas por la noche, cuando cree que nadie puede oírle.

-Debes tener cuidado también con Tío Marcush- la mención de su hermano hizo que la señora de la Casa prestase brevemente atención, antes de volver a sumirse en la tristeza-, su lealtad ahora es para con el Emperador y no para con nuestra Casa. Y ya sabes la enemistad antigua entre el Emperador y los Hazat.-

-Lo se Hermana, pero no se me ocurre modo alguno de evitar que venga. Los Caballeros del Fénix cuentan con privilegios de viaje por todo el Imperio para cumplir la voluntad imperial y proteger a quienes lo necesiten, de modo que poco podemos hacer al respecto. Al menos, por lo que he sabido, tío carece de su propio comunicador, de modo que podremos evitar o gestionar sus mensajes al Emperador.-

-¿Y los gremiales, están bajo control?-

-Tanto como pueden estarlo. Seth no oculta su ambición y sabe que para realizarla necesita dinero, ese es el idioma de los gremios. Esta es buena oportunidad para él tanto como para nosotros y los intereses de nuestra Casa difícilmente van a chocar con los intereses comerciales de los gremios. En cuanto a Ezekiel es posible que sea más complicado, según me ha informado Ur-Tarik no está interesado en riquezas y medrar. Y con la presencia de una factoría de llaves en Varadim, los intereses principales de los Charioteer van a estar opuestos a que esa factoría esté operativa y bajo control independiente. Habrá que tener cuidado con ellos pues su interés puede radicar en destruir Varadim o, si las leyendas son ciertas, bloquear de nuevo su puerta para que nadie pueda usarla.-

-Esas son historias para niños, Hermano, las puertas son demasiado antiguas, pecaminosas y extrañas como para que ninguno de nosotros podamos controlarlas. Son meras leyendas, para evitar que los niños duerman- la voz de Lidia se oyó con suavidad en el salón, mientras observaba a sus sobrinos.

-Historias o no, debemos tenerlas en cuenta Hermana, los gremios guardan muchos secretos sobre las antiguas tecnologías- Lethycia respondió, sopesando la situación con gravedad.

-Sea como sea, no podemos hacer nada al respecto, Hermanas. Mantendré vigilado a Ezekiel y al resto de los miembros de la delegación. Arcadia ha llamado a todos los Licaones para que regresen al servicio y se encuentran ya a bordo de la Espada de Lorrena. Si es precisa la acción drástica para acallar a los gremiales… bueno, a veces ocurren tragedias en territorios de bárbaros y herejes, ¿no?-

-Si ya han informado de la existencia de Varadim, matarlos debe ser una última opción. No queremos tener que enfrentarnos a sus gremios en una situación tan volátil.-

-Por supuesto Hermana, por supuesto. Lo que quería decir con esa reflexión es que estamos preparados para todo. Pero espero que nada de eso sea necesario, al fin y al cabo todos somos miembros del Imperio, es el interés común de los nuestros el que nos lleva allí.-

Por el gesto de Lethycia, la heredera no estaba convencida por las palabras de Lisandro. Pero el Caballero sabía que su hermana entraría en razón. Necesitaban todas las herramientas y opciones disponibles si querían salir victoriosos de esta empresa y sacar a la Casa Castillo adelante. Y, si todo iba como debía, quizás fuesen a cambiar también las cosas en Haven, una vez hubiese vuelto con gloria y prestigio de la misión.

 

 

 

La noche continuaba, como haría aún varios ciclos más, cuando la última de las lanzaderas atracó con la Espada de Lorrena en órbita. A bordo, los últimos miembros de los Licaones por ascender por el pozo gravitatorio, así como Lisandro y Ur-Tarik. Mientras las compuertas del hangar se cerraban, fuera de la nave era visible la silueta mucho más pequeña de la Luky Star, completamente eclipsada por las masivas formas de las naves de guerra.

Porque, en aquel momento, la nave mercante iba siendo escoltada por dos fragatas y un destructor. Si fuera la armada de una Casa bien podría haber sido un Casa Condal importante o incluso una Casa Ducal, pues tres navíos capitales era una fuerza de combate destacable. Pero entre aquellas cuatro naves civiles y militares no había una alianza, no había un lazo de deber ni un juramento de lealtad. Incluso sus tripulantes se encontraban divididos entre intereses partidarios y contrapuestos, ambiciones y anhelos, sueños y temores.

No era una armada, era el comienzo del incendio que devoraría al Imperio.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra