Cadenas Inmateriales

Así que quieres que te cuente mi historia con Clara, la Fantasmita como la llaman a menudo sus amigos. No por presumida, aunque de eso tiene lo suyo, sino por lo pálida que es su piel. Algo que contrasta fuertemente con su pelo caoba brillante y sus ropas, normalmente de colores fuertes. Pues contaré el comienzo de la historia, el final deberás inventarlo porque aún no ha llegado, así que lo dejaré a tu imaginación.

A Clarita la conocí nueve meses antes de que todo realmente empezase. Era la celebración de algo, ya no recuerdo el qué, y a última hora se apuntó su novio Edu. Técnicamente es Edward, pero nadie usa su nombre ni en inglés ni entero. Yo no tengo demasiada relación con él, lo veo de pascuas en ramos, pero siempre me ha parecido un buen tipo, lo que se llama un tío legal, alguien sin dobleces ni maldad. La clase de gente que, aunque veas poco, siempre te alegra el día.

No conocía a su novia, apenas había oído hablar de ella aunque ya llevaban un tiempo juntos, y verla entrar por la puerta del restaurante fue impactante. No es la mujer más alta, pero su altura la compensa con los tacones elegantes que llevaba aquella noche. Su vestido, quizás demasiado formal para el lugar y la ocasión, se ajustaba a unas curvas importantes en todos los sitios donde deben estar. Un vientre plano, un culazo que pedía un buen azote, unas tetas que marcaban un escote donde el vestido demostraba la tensión dramática sin necesidad de guión alguno. Y creedme que de eso se, no en vano trabajo como escritor para una productora de series del país, con más que considerable éxito.

Sinceramente, aquella primera noche no pasó nada destacable entre los dos, apenas tuvimos contacto pues yo pasé más tiempo con mis amigos y, como dije, Edu era un buen conocido pero nada más. Pero ocurrió algo que yo en el momento no le di importancia, pero luego diría mucho, y es que yo estuve cantando cuando luego fuimos de copas y pusieron algunos temazos noventeros de estos que te sacan a la pista a darlo todo. Su sonrisa debería haber delatado algo, pero como decía antes, yo no le interpreté doblez alguna al hecho y al final de la noche cada mochuelo fue a su nido.

Ese podría haber sido el final, quizás debió haberlo sido, de no ser porque unos meses después llegó la celebración de fin de año de toda la peña de amigos. Y Edu, que se había estado haciendo cada vez más amigo de uno de mis mejores y más fieles compañeros de locuras, vino con ella. Si el día del festejo había venido vestida de más, verla arreglada para fin de año quitaba el hipo. Un escote palabra de honor que ningún boyscout podría jurar sin tartamudear revelaba no solo los pechazos que el otro vestido insinuaba, sino un pequeño conjunto de pecas, acordes con lo pálido de su piel. Y la abertura lateral del vestido dejaba entrever con cada uno de sus pasos, con el resonar de sus tacones, esas piernas enfundadas en unas medias negras que hacían relucir unas piernas capaces de alzar más muertos que la Noche de los Muertos Vivientes. Afortunado de Edu cuando llegase esa noche a casa y pudiese disfrutar de todo lo que aquel atavío insinuaba.

Aunque en esa ocasión tampoco ocurrió nada del todo importante entre ambos, las cosas empezaron a encajar en mi cabeza. Me di cuenta de que sus miradas ocasionales y su sonrisa pícara no las dirigía a todo el mundo, y con cierta frecuencia parecía buscarme con sus ojazos celestes aunque estuviese en el otro extremo de la sala. Así que lo tomé como una invitación y, en algunos momentos, aproveché para sacarle algo de conversación, ya que ella claramente no conocía demasiado a los miembros del grupo y raramente dejaba el lado de su novio. Por sus gestos y reacción, estaba más que encantada con ese poquito de atención extra.

Estábamos hablando en una de estas ocasiones cuando sonó por los altavoces del local Deeper Underground, de Jamiroquai. Me flipa ese tío, desde cómo se mueve a cómo canta e incluso algunos de los temas que trata en sus canciones, especialmente en los discos del comienzo de su carrera. Ella debió notármelo en la cara porque se acercó a mi contoneando sus caderas y me sonrió:

-¡Vamos, cántala conmigo, que me gusta mucho como cantas!-

Y lo hicimos, claro que sí, relativamente cerca y mirándonos a los ojos mientras cantábamos. Pero ese es el detalle que antes no le había dado importancia y ocultaba su sonrisa. Aquella otra noche, meses atrás, cantaba en una discoteca: para haberme escuchado tenía que haber estado relativamente cerca y, sobretodo, haberme prestado bastante atención. Ahí fue cuando la pieza en mi cerebro me dijo que el juego había cambiado, que sus miradas y atención no eran una paja mental mía y, si ellas no lo eran… probablemente el resto de mis suposiciones tampoco.

Dicen que soy bueno entendiendo a la gente, yo también lo creo, no lo voy a negar. Supongo que es parte de mi trabajo como guionista, para crear personajes válidos, interesantes y humanos. Pero a menudo me lleva a montarme mis propias movidas en la cabeza sobre cómo es la gente, las cuales a veces están erradas. Por eso tiendo a tomar mis deducciones siempre con un toquecito de sal, para evitar asumir demasiado y acabar metiendo la pata hasta el fondo.

Pero si me había prestado tanta atención, esa pieza encajaba dentro de mi retrato de ella como un guante. Y una hora después, con el local casi ya vacío, cuando ella pasó a mi lado y me rozó con sus pechos, otra pieza lo hizo. Rozarme podría haber sido un accidente, especialmente con el tamaño que ella tiene en lo frontal, pero esas tetazas podrían haber pasado mucho más lejos ya que la mayoría de la peña se había ido marchando con el paso de las horas. Ella lo había hecho adrede, buscando llamar mi atención. Con una sonrisa que invitaba al pecado, aunque había demasiada poca gente y nada se podía hacer. Y después, en al menos dos ocasiones, se integró en la conversación que yo tenía con otros amigos, poniéndose casualmente a mi lado.

Y tuve claro que el retrato que me había hecho de ella, en que la imaginaba de rodillas encadenada para mi, no era erróneo. Pero no había ni ocasión, ni momento para hacer nada, y ella bien lo sabía. Se gustaba, le gustaba gustar, conseguía así su autoestima y su sensación de poder, de vanidad, de encajar en un grupo donde, por ser externa, se sentía insegura y vulnerable porque no compartía ni las historias ni los chistes. Y estaba habituada a usar su cuerpo para conseguir esa atención que le reportaría reconocimiento, autoestima y poder.

Debía haberle funcionado siempre, pero yo era otra clase de criatura y ella lo descubriría meses más tarde en nuestro tercer encuentro.

Era una noche de finales de primavera, de esas que el tiempo parece no tener muy claro si no es verano ya, con suficiente calor como para ir todos ligeros de ropa pero no demasiado como para ser sofocante y sudar. Una noche perfecta. ¿El motivo de la juntanza? Un clásico cumpleaños de ese otro amigo mío compañero de fatigas. Primero cena en un buen restaurante, después bailar y copas. El plan no era tremendamente original, pero funcionaría para lo que todos buscábamos que era pasar tiempo juntos, que con los trabajos de unos y otros, el primer niño de una de las fundadoras del grupo y demás, juntarnos cada vez era más complicado. La puta vida real, al fin y al cabo.

Siendo tan buen amigo del homenajeado, estaba cerca de ella cuando nos sentamos a cenar, pero en la mesa con todo el mundo no se podía hacer nada más que unas cuantas miradas de promesas veladas sobre las copas de vino a medio beber. Y conocerse un poco, que siempre es útil, descubriendo así su amor por Imagine Dragons, su afición por la pintura, su carrera frustrada como actriz. Y no, antes de que preguntes, no usé ni mi influencia ni mis contactos como guionista para conseguirle un papel en una serie y conseguir que así fuese mi puta. No cagues donde comes, porque además ese es un lazo frágil y circunstancial, una cadena de cristal que fácilmente se rompe. Esas no tienen interés para mí. Con esas conversaciones descubrimos que teníamos algunas cosas en común que dieron pie a una charla agradable y a risas y encuentros, compartidos con aquellos que se encontraban cerca, incluidos su novio y nuestro gran amigo mutuo.

Las cosas empezaron a caldearse cuando llegamos al local de copas. La idea es que fuera el primero en una ruta, pero os adelantaré el spoiler: al final pasamos allí toda la noche. Buena música, alcohol, risas… son una buena combinación para una noche fantástica entre amigos, pero también los ingredientes necesarios para las locuras. Y con cada mirada de ella mientras sorbía de la pajita de su sex on the beach había un desafío implícito dibujado en sus labios carnosos, con cada movimiento de sus caderas al ritmo de la música había una invitación al pecado. Y como yo siempre he sido ateo, añadir un pecado más a mi lista no me va a condenar a peor sitio en el Infierno de todos modos.

Cuando habían caído ya al menos un par de copas por barba… siempre me pareció una expresión absurda, teniendo en cuenta además que la mayoría de los chicos íbamos bien afeitados y presentables y las chicas obviamente no la tienen, pero bueno… como decía, cuando ya nos habíamos bebido todos un par de copas, supe que iba a jugármela. Quizás fue el alcohol que es mal consejero y ya no lo llevo tan bien como cuando era un crío, quizás fue alguna de las veces que ella enarcó su ceja izquierda ante algún comentario de alguien, un gesto que siempre me ha revolucionado. “Será el licor, será tu voz, serán las luces de esta habitación…” que diría Amaral.

Avisé que iba a salir un rato a tomar el aire, lo suficientemente alto como para que lo oyesen los que estaban cerca de mí, que por su ritmo desenfrenado bailando sabía que no querrían acompañarme. Si ella me había escuchado cantar hacía meses, la Fantasmita escucharía esto también. Y me perseguiría cuando saliese, creando un rato donde estar a solas con cierta intimidad, de sentirse importante a mi lado, buscando mi adulación y esas cosas. O no lo haría, me equivocaría con su retrato y yo tendría un rato tranquilo fuera a mi aire. Win-win que dicen los emprendedores con conocimientos básicos de economía que abundan en mi mundillo televisivo.

Spoiler: no me equivocaba. En nada.

Diría que estaba mirando las estrellas de aquella noche pero mentiría, con la contaminación lumínica de la ciudad era imposible ver nada más allá de ese extraño reflejo pseudo rojizo de la luz atrapada por los gases de efecto invernadero. Pero sí tenía la mirada alzada hacia el cielo cuando oí resonar sus tacones a mis espaldas. ¿Cómo los diferencié de cualquiera de los pasos del resto de la gente, de aquel garito o de los demás de la zona? Sinceramente, me gustaría decir que fue por magia, o que fue mi gran percepción pero simplemente fue suerte supongo.

-¿Qué miras, si no se ve nada?- preguntó, su voz transportando la sonrisa irónica que debían dibujar sus labios.

-Busco a Venus, fue el primer puntito de luz celestial que aprendí a localizar, cuando todavía era un crío y pensaba que era una estrella como las demás. Pero imagino que no la voy a ver en los cielos esta noche.-

Sonreí, bajando la mirada hacia ella mientras se ponía a mi lado. Por su mirada y su gesto, estaba claro que había entendido la galantería. Y que le había gustado.

-Vaya, gracias- dijo moviendo su faldita corta suavemente a los lados en una pequeña exhibición para mí.

-Qué rápido te das por aludida, ¿no? Podría perfectamente haberlo dicho por la rubia que se come los morros con aquel del fondo del pasillo, sin duda lo merece.-

Y no mentía, desde donde yo estaba, la rubia marcaba un culazo espectacular dentro de aquellos pantalones de cuero. La clase de culo que invitan a dejarle unas buenas marcas rojas. Pero ella no era el objetivo aquella noche, el foco era la risa viva con la que Clarita me respondió:

-Si quisieses decírselo a ella no lo habrías dicho cuando está en la otra esquina de la plaza.-

-¿Te ha gustado oírlo?-

-¿A quién no le gusta que le digan que es bonita?-

-No es eso lo que he preguntado.-

-Claro que me ha gustado, como a cualquiera.-

-Ya. Apuesto a que hace mucho que Edu no te dice algo así.-

Ella enarcó su ceja y por un momento mi pulso se aceleró, pero no iba a ser tan fácil.

-¿Por qué crees eso?-

-Porque estás aquí fuera conmigo, sonriendo con lo que digo, en vez de estar dentro con él acarameladitos como estabais la noche que nos conocimos.-

Ella no se esperaba esa respuesta, ni que se la dijese sin titubeos directamente mirándola a los ojos. Aquella noche, con la iluminación de los locales, parecían a ratos grises o rosas, según cuales de los neones estuviesen encendidos a cada momento.

-¿Y qué te lleva a pensar eso?-

-La forma en que me miras, la forma en que te comportas si estoy cerca, el hecho de que cada vez que nos vemos pasas más tiempo a mi lado, el modo en que me rozas el lateral cuando bailas… Muchas cosas.-

-Te lo tienes muy creído, ¿no?-

-Lo cierto es que no, solo digo lo que veo. Y veo con claridad qué eres, qué buscas y por qué no estás satisfecha con lo que tienes…-

Indignada, su primera reacción fue darme un suave golpe en el hombro. Me gustaría decir que atrapé su puño al vuelo, la estampé contra la pared y le comí los labios, pero yo también llevaba un par de copas y para cuando lo pensé ya era demasiado tarde. Gajes de la vida real, fuera de los guiones que escribimos los profesionales, con sus momentos de tensión dramática y protagonistas que siempre están atentos a todo con las frases perfectas.

-¡No te pases!- había furia en su voz, aunque había dado un paso para acercarse a mi cuando me pegó, rozándome suavemente con sus pechos durante un instante. Duros, grandes y firmes.

-Digo lo que veo y lo que sé. Además, es fácil demostrártelo. Ven.-

-Pero ¿qué…? ¿Cómo…?-

Descolocada con mi respuesta, me dio tiempo para inclinarme brevemente a su lado y cantarle al oído “Pain, I’ll make you, I’ll make you a believer… believer”. Modifiqué un pelín las palabras de sus queridos Imagine Dragons, mientras le sonreía bien de cerca y veía sus ojos abrirse bien grandes, como galaxias. Y me di la vuelta y comencé a avanzar por la calle sin mirar atrás. Si me seguía el juego iba por donde debía, sino o bien no estaba preparada, o me había pasado de listo, o se iba todo a la mierda. ¿Qué es la vida sin un poco de riesgo, sin una apuesta?

El taconeo a mis espaldas mientras aceleraba para alcanzarme me trajo la respuesta unos segundos eternos después. Pero yo no me detuve ni aflojé el ritmo de mis pasos, ni ante sus peticiones de ir algo más despacio ni ante sus preguntas. Giramos la esquina de la plaza pasando al lado de la rubia, que de cerca era más impresionante, y se besaba desaforadamente con un chico más joven que claramente no se creía su suerte, ni sabía manejar a una chica como aquella. Corderito al matadero, si jugaba bien sus cartas esta noche ella le iba a enseñar cosas que ni imaginaba. Ella alzó la mirada al verme pasar, entre beso y beso, mientras oía las preguntas de Clara a mis espaldas, y durante un segundo hubo una mirada de reconocimiento hasta que ambos volvimos a nuestras historias y nuestros momentos. Quizás algún día la busque y quizás algún día la encuentre, o tal vez solo será una nota a pie de página, una historia inconclusa más en la gran ciudad. Al fin y al cabo, como canta Sinatra, no éramos más que “strangers in the night”.

Mis pasos me llevaron un poco más allá a un portal que conocía bien de travesuras pasadas. Si alguien venía buscándonos desde el local, yo lo vería antes de que me viesen. Fue bajo su arco de entrada en el que me paré y me volví hacia la pequeña Fantasmita, con su vestido negro y respirar acelerado. Se le marcaban los pezones claramente en la tela y pude quedarme observándolos con mi media sonrisa mientras ella se acercaba indignada.

-¿De qué vas? ¿Qué coño hacemos aquí?-

-Hemos venido a que te demuestre que se lo que tú misma te niegas. Ni más ni menos, como prometí antes. ¿O a qué has venido tú?-

-Yo, esto… dejaste la conversación a medias.-

-Acércate.-

Titubeando y mirándome recelosa, con unos ojos distintos a como me había mirado hasta entonces, dio un pequeño paso al frente. Suficiente. Mi mano rápidamente voló el espacio que nos separaba y, cogiéndola por la cadera, la hice girar sobre si misma hasta que su espalda estaba contra el lateral del portal, atrapada. Ventajas de su pequeño tamaño, que la hacen muy manejable.

-¿Qué demonios haces? ¡Suéltame!-

La furia volvía a sus ojos mientras yo me acercaba a ella. No tanto como para aplastar sus tetazas contra mi pecho, si lo suficiente para unos roces suaves y enervantes. Para sentir su aliento en la cara y oler los restos del perfume suave que permanecían atrapados en su pelo. Algo ligero, a flores o algo así, pero nunca se me ha dado bien identificar esas cosas.

-He visto como manejas a todos. Desde la primera noche. Estás habituada a mover un poco tu culito o sonreír algo y que el mundo se rinda a tus pies. Eres la princesita dulce y perfecta de Edu y él, tu galante caballero en brillante armadura que te consiente todos tus caprichos.-

Me miraba fijamente, en silencio, sus labios entreabiertos dejando salir una respiración acelerada. Causada en parte por el paseo a buen ritmo, pero no solo eso. Sus pupilas, ancladas en mi, eran cada vez más grandes a medida que sus ojazos grises se adaptaban a la mayor oscuridad del portal.

-¿Con cuántos te ha funcionado? ¿A cuántos has manejado así, con un chasquido de tus dedos?-

-No sé de qué me hablas, yo no hago eso.-

-Claro que lo haces, te hace sentir fuerte y poderosa, segura de ti misma saber que eres la tía más buena de la sala y que cualquier tío se cortaría un brazo por follarte. Y que tú tienes el poder de decirle que no.-

-Déjame, anda, esto es una tontería. Voy a volver al local.-

Me retiré medio paso, la mano soltando su suave cintura, dejándole espacio. Durante un instante estuvo a punto de marcharse, pero algo la mantenía anclada en su lugar, su respiración todavía acelerada, sus pezones bien marcados en su vestimenta. Sus pequeñas pecas alzándose y bajando con cada inhalación profunda. Se debatía consigo misma, entre la curiosidad y la indignación.

-¿No ibas a volver?-

-Sí, ahora mismo- dijo ella, empezando a moverse cuando le hice darse cuenta de que no lo había hecho aún.

Me volví a acercar a ella, empujándola suavemente por el estómago hasta atraparla de nuevo entre la pared y yo, su mirada alzándose a mi encuentro.

-Ambos sabemos que no es lo que quieres. Que tu corazón late a dos mil por hora porque no sabes lo que está pasando, no tienes el control y quieres ver a dónde va esto. Eres una gatita, que aparenta ser fiera pero en realidad se ve encadenada por su curiosidad.-

-No, no. Déjame ir, anda- pero ya no había ni rastro de la ira en su voz, acaso un leve y dulce toque de súplica.

-Te dije que te lo iba a demostrar y lo voy a hacer- mi segunda mano, la derecha, se alzó hasta rozar su cara con el exterior de mis dedos, suavemente, casi sin contacto-. La primera demostración es que estás aquí, así, conmigo… porque quieres. Yo no te he obligado a venir, ni a quedarte. Y sin embargo, por mucho que te digas lo contrario, no quieres irte.-

-Deberíamos irnos, nos están esperando los demás. Venga va, ya he entendido la bromita.-

Sonreí mientras mi mano suavemente apartaba uno de sus mechones caoba de su oreja izquierda. Pequeñita y suave, me incliné hacia ella y, con mi voz más grave, canté.

-I could corrupt you, it would be easy. Watching you suffer, girl it would please me. You’d be calling out my name… begging me to play my games.-

-¿Qué es eso?-

-Depeche Mode, Corrupt. Resumida en unos cuantos puntos para no estar tres minutos cantando a tu oído… si lo hago mojarías demasiado las bragas.-

-¿Qué dices?- ese fuego de rebelión en sus ojos me encantó, y su intento de empujarme para hacerse sitio y alejarse.

Un intento suficientemente firme para parecer en serio, pero no lo suficiente para tener éxito. Y que llevó a que yo respondiese dando un pequeño paso al frente, destruyendo la distancia y el espacio interpersonal que quedaba entre nosotros. Sus tetas aplastadas contra mí, sus labios temblando suavemente a un suspiro de distancia de ser besados. Sus mejillas tomando un suave tonó carmesí que tan bien le venía a su pálida piel.

-Ya estás excitada y aún no te he hecho nada…-

-Para nada, estoy cansada.-

-Mentirosa. ¿Con cuántos chicos habías estado así antes?-

-¿Así como? ¿Excitada?- un delicioso desliz de la lengua.

-No, eso supongo que con muchos. Así derrotada, arrinconada, incapaz de detenerte. Así perdida por el latir de tu pecho y los pensamientos que se agolpan en tu cabeza. Así, sumida en una neblina donde una parte de ti quiere correr a ponerse a seguro mientras la otra está deseando que te folle como una vulgar puta en este mismo portal.-

Sus ojos se abrieron mucho pero no le di tiempo a hablar ni a responder.

-¿Cuántos te han hecho perder el control por completo de ti misma? Entregarte a ver cuán hondo es el agujero del conejo blanco, como una pequeña y envilecida Alicia en un retorcido País de las Maravillas. ¿Cuántos han sabido quitarte los límites y sacar lo que escondes dentro y ni ante ti misma te atreves a admitir?-

-No… no se…-

-Yo si lo se: ninguno. Eso es lo que falla en tu vida perfecta. Es lo que necesitas.-

Mi mano derecha descendió lentamente por su mandíbula hasta rozar sus apetitosos labios, entreabiertos para dejar escapar su aliento que huía del lugar a la velocidad del rayo. Se estremeció suavemente y, por la temperatura del lugar, estaba claro que no era por frío.

-Y desde el primer día has sabido, inconscientemente, que yo no te iba a tratar como ellos. Que yo soy otra cosa. Por eso estás deseando que te bese los labios, para poder decir que yo te obligué y no tuviste nada que ver.-

-Para nada, deberíamos irnos, ya llevamos mucho rato fuera.-

Mi mano descendió de su cara al otro lado de su cadera y, con un fuerte tirón, la giré por completo hasta que estaba de cara al muro. Me pegué bien a ella, notando su culazo contra la parte alta de mis piernas, mientras cogía sus manos y las ponía ambas contra la pared. Con mis labios rozando el lóbulo de su oreja, le susurré con suavidad:

-De acuerdo, entonces procederé a la última demostración y nos podremos marchar de vuelta. Apuesto a que si bajo mi mano voy a encontrarte excitada. Si me equivoco, te dejo en paz y no vuelvo a molestarte, si acierto sabrás que tengo razón con todo lo demás también.-

-No hace falta, tenemos prisa.-

Sonriendo, mientras mi mano soltaba la suya y volvía a acariciar su cara, seguí susurrándole en su oído. No movió sus manos del lugar en la pared aunque había recuperado parte de la libertad, porque era su mente la que estaba siendo encadenada.

-Sabes que si quiero, aquí mismo te dejo bien follada. Has perdido el control del todo, solo te queda el deseo.-

-No, no es el caso, no puedes.-

-No dices que no quieras que ocurra- mi mano descendía suavemente acariciando sus labios- va a ser un placer saborear estos labios durante horas. Tienes pinta de saber besar muy bien.-

-Eso dicen los chicos con los que he estado…-

La interrumpí, mi voz acariciando suavemente sus oídos mientras mis dedos rodeaban sin hacer fuerza su cuello.

-¿Cuántos te han ahogado, han tenido tu placer y tu entrega tan total como para poder hacerte sentir que tu respirar mismo les pertenece?-

-Ninguno…-

-¿Y cuantos han aferrado tus pechos para poner en ellos unas pinzas que entremezclen el placer con el dolor?- ni siquiera toqué sus tetazas mientras mi mano descendía, apenas insinuando una caricia por sus costados.

-¿Pinzas? ¿Cómo?- por primera vez dejó de mirar a la pared para volver la mirada sorprendida hacia mí.

-Mucho te falta por explorar, y apuesto a que estás deseando hacerlo. A perder el control, a vivir la vida al límite para poder llegar al final despeinada y decir que has vivido de verdad- con firmeza, mi mano se aposentó en su estómago, apretándola contra mí.

-No, para nada, yo no soy así.-

-Pronto lo veremos- dije, mientras mi mano descendía por su costado hasta el borde de su minifalda, antes de comenzar la escalada inversa- esto de aquí dice lo contrario. El calor y la humedad que noto en tus piernas no es por el verano…-

-Sí que lo es, he sudado y eso es lo que notas ahí, nada más.-

-Mentirosa, venías recién arreglada y duchada a la cena, y había aire acondicionado en el restaurante y en el local de baile. Y esto que estoy notando no es sudor.-

Mis manos hicieron contacto con el borde de sus braguitas, que por el tacto debían tener decoraciones o algún tipo de relieve, quizás algún bordado. Subí por el mismo, rozando suavemente, escuchando como dejaba escapar un aliento profundo, casi un gemido. Mis dedos rozaron el elástico superior mientras ella me miraba y se mordía el labio inferior con uno de sus incisivos. Casi la beso en ese mismo momento, mientras notaba como todo mi ser me pedía destruirla allí mismo. Pero debía mantener el control o todo se tambalearía y la perdería.

-Déjame ir, por favor.-

-Te dejaré ir con una condición. Que admitas lo que ambos sabemos que voy a encontrar a medida que mis dedos van bajando.-

-No, eso no, otra cosa.-

Mis dedos se introdujeron bajo la tela y comenzaron a explorar una zona perfectamente depilada, que se sentía como un horno sacado del dormitorio de Lucifer. Separé los dedos, abriéndolos para permanecer fuera de sus labios, esquivando el clítoris, notando como se estremecía atrapada contra mí.

-Dilo.-

-No puedo.-

-Eso no es que no quieras. Dilo.-

Mis dedos no necesitaron lubricación extra cuando empezaron a acariciar los contornos de su clítoris, pues toda la zona estaba empapada.

-¡No, por favor, no! No puedo con esto…-

-Solo tienes que decirlo y te dejaré marchar.-

-Estoy… estoy… ¡excitada! ¿Vale? Ya lo he dicho- la súplica de su mirada fue entrecruzada con mi sonrisa victoriosa.

-No solo estás excitada, eso estarás con Edu. Estás empapada, estás cachonda perdida, estás dispuesta a lo que sea. Si te empujo un poquito, estos labios estarán rodeando mi polla esta misma noche hasta que te rellene la boca de leche. Y otro pequeño empellón y estarás de rodillas para mí, lista para ser usada para mi disfrute, descubriendo el placer que ello te va a provocar a ti misma…-

-No… por favor, no más… no puedo más…-

Sus piernas flaquearon un poco a medida que mis dedos acariciaban su clítoris y la zona alrededor del mismo, con suavidad pero también con intensidad. Y sus caderas empezaron a moverse sin su voluntad detrás, restregando su culo contra mi.

-Pero tienes razón, por mucho que lo desees, no puedes. Y Edu es un tío de puta madre que no se merece el daño que le haría esto.-

Mi mano comenzó a retirarse, dejándola excitada e insatisfecha, la súplica en sus ojos era muda de sonido pero muy expresiva de otros modos.

-Vamos esclava, que nos estarán esperando.-

Terminé de sacar mi mano de debajo de su falda con una sonrisa, y le di un azote en el culo que resonó en el portal. Firme, duro, redondo, me hubiera quedado dándole un millón más y que me diese las gracias por cada uno. Ella se sobresaltó y volvió su mirada hacia mi mientras comenzaba a caminar, y por un instante su sonrisa no pudo ser ocultada por su enfado fingido. Había algo de verdad en todo aquello: Edu no se lo merecía. Al final los grilletes más fuertes son los que llevamos en la cabeza, la lealtad uno de ellos.

Regresamos con los demás, que ni siquiera preguntaron dónde nos habíamos metido, pese a que teníamos preparada la excusa de estar dando un paseo y hablando de música. Y mejor no dar la excusa si no se pide explicación, ya se sabe que “excusa no solicitada es culpabilidad manifiesta”. El resto de la noche transcurrió sin más sorpresas, salvo sus miradas encendidas, a medio camino entre el odio, el deseo, la insatisfacción, el miedo… muchas sensaciones que se arremolinaban en su interior.

Y en el mío. Porque es cierto lo que había dicho, Edu no se lo merecía, y a medida que pasaban las horas y el calentón bajaba, peor persona me sentía. Todo debía quedar como los juegos de una noche, las risas de dos personas algo borrachas, un recuerdo bonito de lo que podría ser y nunca fue. El tacto abrasador de su tanga, la firmeza de su culo, el volumen en movimiento de sus tetas, todo debía ser simple memoria de un posible imposible.

Para bien, o para mal, no fue así.

Durante unos días las cosas regresaron a la normalidad, centradas en el trabajo que se apilaba. Su tacto y su entrega continuamente me daban vueltas en la cabeza, pero unidas a la sensación de traición formaban un cóctel agridulce. Continuamente me decía que en realidad mi relación con Edu no era tanta y que ella era la que tenía novio y por tanto responsabilidad, pero al final las dudas seguían. Y el sonido de su voz temblando al responderme, su forma de admitir que estaba excitada… todo eso se entremezclaban sin parar creando una extraña espiral, al mismo tiempo inhibidora y potenciadora a todas mis locuras. Al fin y al cabo, cuanto más fuerte es una cadena, más placer da romperla. El paso de los días, el regreso a la rutina y el trabajo en el estudio, ayudaban a sobrellevar la situación e ir acallando el bucle mental que tenía.

La tranquilidad antes de la tempestad se rompió el miércoles, a las 23:07, aparentemente esa era la noche para la Tormenta Perfecta. Se la hora de memoria porque whatsapp la indica claramente al lado del primer mensaje que ella me envió. Nunca me había escrito, debía haber cogido mi número del grupo que teníamos en común para organizar el cumpleaños.

“Como era la canción que me cantaste el otro dia?”

“Son las 11 de la noche, estás en la cama con Edu a tu lado y estás pensando en la canción que te cante mientras te metía mano?
Eres más mía de lo que pensaba…”

Joder. Yo intentando convencerme de que todo era una locura y mejor dejarla pasar de largo, y había bastado un mensaje de ella para que toda mi comida de cabeza se fuera a la mierda más rápido que Flash. ¡Mierda!

“No es eso, tonto
Es que estaba en la cama y me gusto como la cantaste
y no me acorde del nombre”

“Claro…
En vez de estar follando locamente con él, estás pensando en música y en mi
Y yo voy y me creo que es todo inocente”

“Como eres!
el ya duerme
y esta noche no me apetecia”

“No te apetecía, ¿o no te apetecía con él y por eso me escribes a mí?”

“Que malo eres
no me apetecia y ya
es que acaso no podemos hablar de música
ni nada sin que te salgas?”

“Claro que podemos, solo me parece gracioso como te autoengañas
Pero la canción era Corrupt de Depeche Mode, aunque seguro que te gusta el disco entero
Violator es bastante especial, no esas mierdas de remaster que hicieron despues”

El silencio en la conversación se prolongó unos minutos, mientras ella buscaba online la canción para escucharla. Yo me la imaginaba, tumbada al lado de un Edu dormido, ignorante de la conversación que ella tenía a sus espaldas, enfrascada en una música hecha para follar duro y sucio. Compartiendo ese momento conmigo pese a la distancia.

“Es bastante fuerte esto no?”

“Pero te ha gustado igualmente
Es más, apuesto a que te ha excitado”

“Como eres
siempre con lo mismo”

“Pero no dices que me equivoque”

“Te quedarás con la duda
te dejo
voy a ver si consigo dormir que mañana curro”

“jajaja Huye rápido entonces, antes de que sea demasiado tarde”

“jajaja bye”

Esa fue la primera de las conversaciones. Breve y directa, me había dejado excitado y con ganas de más. Pero ella había escrito, ella era la que no había podido esperar. Y no había cortado la conversación hasta que la arrinconé con la verdad. Era un comienzo prometedor, capaz de dejarme de nuevo alterado por dentro y fuera.

Durante las siguientes noches, el ritual se repitió. No todas, pero si quizás una de cada dos, empezábamos hablando de música y luego la conversación derivaba a otros temas. De Pink Floyd a alguna broma de doble sentido, de vuelta a los Ramones y algún chiste. Ella le gustaba coquetear, jugar en el límite del deseo, y venía buscándolo. Pero se seguía negando eso a sí misma, a admitirlo, de modo que cuando la conversación se caldeaba demasiado ella escapaba porque tenía que “madrugar al día siguiente”.

Y así, pasaron dos semanas.

Ese sábado me pilló trabajando. Es lo malo de mi curro, que a veces la idea correcta para una escena llega cuando menos te lo esperas y hay que seguir la inspiración. Así que estaba tirado en el salón de mi piso con el portátil, trabajando en una escena inspirada en The Matrix para nuestra siguiente producción de ciencia-ficción, cuando me llegó una notificación de whatsapp. Era ella.

“Mira donde estoy”

Y junto al mensaje una foto. Ella, espectacular, con la cámara en un ángulo un poco forzado porque era un selfie y quería mostrar su cara sonriente y “el fondo” pero todo sin dejar de lado sus tetas que parecían querer salir de la pantalla de mi teléfono. Llevaba lo que debía ser un vestido ligero y granate, su fuerte color contrastando con su pálida piel como tanto le gustaba. Pero más que el impacto visual de sus ropas, lo que me llamó la atención fue el brillo travieso de sus ojos.

“Estas con tus amigas en el local del otro día
deben ser muy aburridas para que estés pensando en mi en vez de estar con ellas”

“Ya estas”

Y acompañó su mensaje con una foto en que se suponía que miraba enfadada a la cámara. Era un primer plano de su rostro sin dejar espacio a más, y tan de cerca se notaba que sus labios fruncidos y el ceño eran todo artificio. No era la mejor actriz al fin y al cabo o, más probablemente, quería que me diese cuenta.

“Nadie se cree ese intento de intimidacion”

“bah, nadie me toma en serio
cuando soy pura violensia
te destruyo!”

Y una foto de ella enseñándome el puño amenazante. Pero el ángulo mostraba no solo los dedos cerrados en primer plano, sino su cara preciosa detrás con sus labios llenos pintados de un suave rojo, sus pechos mostrándose a través del escote, la copa olvidada en la barra del local.

“Ya veo ya, así asustas a cualquiera”

“asi me gusta
que te des cuenta”

“¿Y cómo es que estás tan aburrida?
¿Nadie que te pueda sacar a pasear bajo la contaminación?”

“jeje no
 ellas estan por ahi ligando
y me han dejado solita”

“Seguro que hay una docena de moscardones más que dispuestos a pelearse por tus atenciones”

“Ya
pero no me interesan
me aburren
cuéntame algo interesante”

“No quieres que te cuente algo interesante
Quieres hacer algo loco conmigo”

“Bah”

Un bah poco creíble, acompañado de un emoji de sonrisa picarona. Respondía al instante a cada cosa que yo escribía, estaba completamente atenta a la conversación.

“Ve al baño del fondo y sácate las bragas y pasa así la noche”

“Que dices!
estas loco?”

“Hazlo”

Ella respondió un par de cosas más, pero yo no le dije nada, volviendo mi atención al guión que ocupaba la pantalla del portátil. Difícil escribir una escena de pelea cuando el corazón te late a cien mil en el pecho. ¿Habría ido demasiado lejos? ¿Se habría enfadado de verdad? Y además, la molesta voz de mi interior repitiendo que tenía que detener aquello, que estábamos yendo demasiado lejos, que si seguíamos así íbamos a hacerle daño a quien no lo merecía. Que no era lo correcto.

La cadena que buscaba la cordura y la sanidad, encajar todo de nuevo en su sitio, estalló en mil pedazos con la siguiente notificación. Era una imagen. Ella de pie en el baño, alejada de la cámara que debía haber colocado sobre la encimera, de modo que se la veía casi por completo. El vestido largo y granate, suave a la vista pero también ligero, en el cual sus dos pechazos marcaban los pezones. Su sonrisa de medio lado, desafiante y sensual, rodeada por sus pálidas mejillas más rojas de lo normal. Y en su mano derecha, extendida hacia un lado, colgaba un tanga negro de encaje. Viéndola así era inevitable saber que tenía que tener a todos los tíos del local más locos que una panda de adolescentes hormonados, y sin embargo era a mí a quien le escribía.

“Bien hecho, juguete, ¿cómo te sientes?”

“No se
rara”

“Eso es poco concreto, no es una respuesta a mi pregunta
¿Cachonda? ¿Vulnerable? ¿Insegura? ¿Confundida?”

“No se
algo de todo eso”

“Apuesto a que te sientes bien al cumplir una orden mía”

“No”

“Ya, claro, casi me lo creo
Vas a volver con tus amigas y tu copa sin bragas
Y dentro de media hora me escribes de nuevo con cómo te sientes”

“Vale
Ufff esto es una locura”

Los minutos parecían no discurrir, el reloj anclado en el tiempo. Intenté regresar al trabajo con el teclado, a la musa que me había estado inspirando toda esa tarde y noche de sábado, pero se había ido por completo. Espantada y asustada, sustituida por una súcubo de piel pálida. La imaginaba bebiendo, riendo, bailando, como la noche en que estuvimos juntos en ese local, pero haciéndolo solo para mí; haciéndome un show exclusivo mientras el resto de hombres babeaban por ella.

Estuve a un tris de bajar a por el coche e ir al local. Me gustaría decir que fue la voz de la sensatez y la lealtad la que me retuvo en el piso, que fueron mi buena personalidad y lealtad a Edu, pero no me gusta mentir. Si no lo hice es porque sabía que ella no estaba preparada para seguir jugando en persona, que se asustaría y probablemente arruinaría todo. La distancia de whatsapp lo hacía ser todo más una fantasía distante e irreal, un juego sin consecuencias, pero mi presencia la sacaría del reino de lo soñado y deseado y de vuelta al mundo real. Y la fantasía se haría añicos. Aún no tocaba darle la píldora roja.

Treinta minutos exactos después del último mensaje, mientras mi salón estaba lleno del sonido de Wake Up para intentar recuperar mi inspiración, el teléfono sonó con una notificación. Tenía que haber estado esperando antes de enviar para que cuadrase todo con tanta exactitud cronometrada. Era una nueva foto de ella, su mirada excitada, su gesto descolocado, su pose sensual pero apenas contenida… la duda de todo lo que sentía y vivía en aquel momento claramente reconocible en sus irises azules. Los azulejos del baño eran visibles en el fondo de la imagen, detrás de su melena caoba, debía haber descendido allí en busca de tranquilidad para escribirme.

“Esto es una puta locura”

“¿Cómo te sientes?”

“No se, loca
debo estar loca”

“Esa no es una respuesta a la pregunta, ¿cómo te sientes?”

“Uff
a punto de explotar”

Escribía del tirón, sin pararse a formular las cosas bien, un torrente de palabras que salían directamente de su cabeza al teclado. O del coño al móvil quizás fuese más adecuado.

“Es como si todos
lo supiesen
lo notasen al verme”

“¿El qué?”

“Que voy sin nada
como si fuese una cualquiera
deben pensar que soy una puta
o algo asi”

“No eres una puta, no al menos para ellos”

“Uffff
no puedes decirme esas cosas”

“Puedo decirte lo que quiera, solo es la verdad
Y lo sabes tan bien como yo”

“Esto no puede estar pasando
no a mi”

“Y sin embargo, lo está haciendo
Mírate en el espejo del baño, mírate de verdad
Y dime cómo te sientes”

“Cachonda”

“¿Qué más?”

“Como que que mas?
que mas quieres?”

“Sí, ¿qué más?”

“Siento
uffff es una locura
pero siento millones de cosas
todas a la vez
como que puedo
hacer de todo a la vez
y sentirme poderosa
y deseada
y ufff es demasiado”

“¿Qué más?”

“No es suficiente eso?”

Su emoji de carita llorando no me ablandó ni un poco, este era el momento crítico, si paraba ahora perdería cualquier posible historia con ella. Y por mucho que la vocecilla me gritase que me detuviese, hacía rato que predicaba en el desierto, arrastrada por el diablillo que me azuzaba desde el hombro, como en los antiguos dibujos animados.

“No”

“Ufff siento…
siento que puedo
no se
como hacer cualquier cosa
como ser yo misma
si es contigo asi”

“¿Qué crees que pasaría si llego a estar ahí?
Detrás de ti, viendo tu imagen reflejada en el espejo”

“Uff no se”

“¿Crees que sería suficiente para ti sentir mis manos en tu cara suavemente como el otro día en el portal?”

“Ufff no”

“¿Crees que si te giro la cara hacia mí y te ordeno besarme, podrías resistirlo?”

“Uffff esto no puedo
esto es demasiado”

“Responde”

“No
no podría
quiero que me beses
necesito que me beses”

“Ya llegará el momento.
¿Crees que si mis manos aferran tus tetas y retuercen tus pezones hasta el dolor, protestarías?”

“Ufff no me hagas esto
no puedo con todo esto”

“Responde”

“No
no protestaría”

“Mirate bien en el espejo: esta eres tú
Esta es la tú que lleva toda una vida escondida bajo tu piel
Y si estás así es porque estás descubriendo que eres mi brat”

“Tu que?”

“Brat. Aprendí el término de la primera chica que tuve con las manos atadas y los ojos vendados llamándome amo
como ella siempre decía: quiero pelear y luchar con todas mis fuerzas contra ti
y perder”

“Uff que fuerte”

“Eso es lo que eres, mi brat
llevas toda tu vida peleando y ganando
y conmigo has encontrado a la persona con la que te gusta perder”

“Ufff no se
quiero a Edu
esto no esta bien”

“Yo no quiero ni tu amor ni interponerme en tu relacion
quiero tu deseo, quiero tu entrega, quiero tu voluntad, quiero tu cuerpo”

Escribirlo así casi fue liberador, porque era cierto. No quería joder a Edu, aunque probablemente le hiciese daño eventualmente. No era una historia que pudiese acabar bien, pero no podía parar. Las cadenas que me ataban a ella eran más fuertes que las que me deberían mantener alejado.

“uffff
no deberías decirme esas cosas”

“¿Por qué? ¿Porque te gustan demasiado?
¿Porque te hacen sentir cosas que no has sentido con otros?”

“si”

“Sabes que si llego a estar ahí ahora mismo estaría levantando tu falda, aferrando tu culo
Llevaría mi polla a la entrada de tu coño y te follaría sin pedir permiso ni dudar
Tiraría de tu pelo para que no pudieses apartar la mirada del espejo
Que supieses bien claro que tu dueño es quien te está usando
Y vieses bien tu sonrisa de entrega al ser mía”

“uffff
esto es
es demasiado”

Y desapareció de la conversación. Debió apagar el móvil porque dejó de estar conectada. Y yo me quedé más duro que un menhir celta como los que carga Obelix, pensando y sintiendo la adrenalina por mi cuerpo, el deseo desatado que se dispersaba insatisfecho. Me había pasado, a medida que la tranquilidad regresaba al salón, estaba claro. Había ido demasiado lejos y ella había tenido la cordura que me había faltado a mí y se había alejado, rompiendo el contacto. Todo estaba en ruinas.

Y el silencio cayó sobre nosotros. Si le escribía solo podía ser para disculparme pero habría sido una petición vacía, no lo lamentaba en absoluto. Pero el cumpleaños de uno de los miembros del grupo se aproximaba y Edu estaba invitado, hablaría con ella entonces. O ese era el plan, pero Clara se excusó y no vino esa noche a la cena ni a la fiesta ni a nada. Así que tuve que reconocer que ese era el final de la historia y que sería hora de dejar toda esa locura atrás y regresar a ser el chico leal y responsable que se suponía que era. Por mucho que hubiera un vacío en mi interior.

Como es obvio, dado que estás viendo la extensión de esta historia y que ese no era el punto final, al cabo de tres semanas, por la noche, recibí un whatsapp de ella. Una cuestión de música. Compartía conmigo una versión de Radioactive, pero hecha por Lindsey Stirling con Pentatonix, en lugar de la original de Imagine Dragons. Una historia postnuclear, arrasada, de un mundo que se recupera del final, envenenado y radioactivo. Pensé miles de paralelismos con nuestra historia, lo que podría significar que escogiese esa canción, lo que me quería decir a mil niveles. Pero al final dejé de darle vueltas a la cabeza y le respondí.

La conversación en si no es demasiado interesante ni importante, hablamos mucho de música, el espacio y terreno seguro entre ambos, así como algo de series y películas. Había tensión en ambas partes ante lo vivido, incertidumbre sobre cómo estaban las cosas, pero era una rama de olivo tendida por la paloma blanca. Y la cogí con toda la honestidad que podía. Dolía reducir toda nuestra historia a charlar de canciones y grupos, sin dobles sentidos ni referencias directas, sin nuestros juegos ni bromas. Pero acabamos riendo y, hacia el final de la noche, incluso intercambiamos unos audios cantando la canción cada uno.

Escuchar de nuevo su voz, que en realidad no había oído tantas veces pese a nuestras interminables conversaciones del pasado por texto, revolvió algo en mí. Y escucharla cantar con su voz profunda y sensual “welcome to the new age, to the new age” me hizo despertar a que aquella era la nueva era de nuestra relación, la correcta, la que siempre debería haber sido. La otra puerta se cerraba, pero una nueva se abría si era capaz de tomarla. Algunos quizás piensen que soy un pusilánime, que para dominarla tenía que haberla presionado y forzado, pero no es como yo entiendo estas cosas. Si ella quería una amistad sincera y ya está, era mi lugar respetar sus deseos. Tanto para entregarla como para retirarla su voluntad solo vale si es sincera.

Y me acostumbré a nuestras nuevas conversaciones nocturnas, de esto y de aquello. De nuestros días, de nuestros curros, de una película que acabase de ver y muchísimo de música. Así es como la descubrí y la conocí de verdad, más allá de mis deseos e impulsos, en sus vulnerabilidades y fortalezas, en las cosas que tenía confianza y las que le daban miedo. Desde su asco terrible a las cucarachas a su pasión por el helado. Y con el calor del verano, ese postre era un pecado culpable en el que ambos podíamos caer con gusto.

“Ya, es que ese fue mi primer concierto, tía. Yo era un crío de aquellas, me llevaron mis padres
Y te digo que Supertramp había llenado el auditorio a rebosar.
No hacía tanto calor como ahora pero también era verano y tanta gente, la música…
Vamos, lo recuerdo como si fuese hoy día, la verdad. Casi podría decir el orden en que tocaron las canciones”

Era una conversación más de principios de julio, una como tantas otras que compartíamos desde hacía semanas. Hasta que sus palabras rompieron la normalidad.

“Como has podido hacerme esto?”

Os lo juro que, en el momento, sumergido en mis recuerdos de Supertramp, no supe de qué demonios me estaba hablando. Como si hubiera visto un alienígena gris fuera de la ventana, me cogió completamente por sorpresa, fuera de juego que dirían en fútbol.

“¿Hacerte el qué?
No entiendo”

“Esto joder
esto…”

“¿Qué ha pasado?””

“Que estas ahí
hablando de tu primer concer
y yo aquí
yo…”

Y entonces por primera vez empecé a ver por dónde iban los tiros. No era algo que esperaba, era una conversación como tantas otras, ¿de dónde venía todo aquello? Sinceramente, aun no me lo creía… quería creer, sin duda, que no todo era ruinas, pero era demasiado abrupto, demasiado irreal, demasiado implausible. Si lo hubiese escrito en un guión, lo habría borrado porque la realidad no era así, tenía que haber otra explicación.

“¿Tu qué?”

“Yo estoy
joder
yo estoy”

La vi escribir y escribir y escribir pero nada llegaba. Debía estar borrando tanto como tecleaba, a toda velocidad, tratando de encontrar las palabras.

“Estoy excitada
vale?
es lo que querias oir?
pues lo he dicho
joder”

Podría haber sido una bomba nuclear explotando fuera de la ventana y me habría sorprendido menos que ese mensaje. No quería creer y sin embargo, ahí estaba. La puerta abierta.

“Acaricia tus labios suavemente”

“no…”

“Acaricialos”

“Ufff”

“¿Cómo se sienten?”

“No se
suaves
calientes
humedos”

“¿Y tu?”

“Uff cachonda
te odio
te odio
odio lo facil que te es
excitarme”

“¿Sabes por qué es eso?”

“Miedo me das…”

“Porque eres mía. Todas las fibras de tu ser lo saben
Todas llevan esperando este momento, luchando contra él
Sabiendo que quieren perder la batalla”

“ufff”

“¿Has follado con Edu estas noches?”

“Si…”

“¿Y te has sentido como te sentiste en el baño del garito?
Mientras me escribías, mientras imaginabas, sin que yo siquiera estuviese allí”

“No…”

“¿Por qué no?”

“El no me hace sentir como tu…”

“¿Por qué no?”

“Porque el no es
joder
porque no es como
porque yo no
pero le quiero”

“Esa no es una respuesta a mi pregunta”

“Porque el es mi novio
no mi dueño”

“Desnúdate”

Y así sobre las cenizas de las ruinas, con el corazón acelerado, dimos el siguiente paso en esta locura. Siguiendo mis instrucciones se fue desnudando, poco a poco, a mi ritmo. Con cada prenda que se desprendía le hacía contarme sus sensaciones y sus sentimientos, como lentamente iba perdiendo el control en mis manos, cayendo de nuevo en el juego. Sus manos recorrieron sus labios cuando se lo ordené, acariciando sus suaves formas, sintiendo la humedad de su boca, la caricia fuerte o suave de su lengua. Sus dedos fueron descendiendo por su cuello, rodeándolo, sabiendo que algún día serían los míos los que le quitarían el aliento y la respiración. Cerró los ojos mientras se acariciaba los pechos, gruñendo de dolor cuando le ordené que se retorciese los pezones, maullando despues de gusto al acariciarlos y tocarlos con su mayor sensibilidad gracias a la privación de la vista y al dolor que les había precedido. Sus manos tironearon de un piercing en el ombligo que hasta ese momento yo desconocía que tenía y siguieron descendiendo hasta su clítoris. Pese a la vergüenza que le daba estar haciendo todo eso, pues nunca había tenido necesidad de masturbarse, sus dedos comenzaron a recorrerlo primero por fuera con suavidad y cada vez con mayor intensidad, explorándose, conociéndose. Cuando se corrió esa primera noche lo hizo sabiendo que era conmigo y no con Edu, con mis palabras, con mis instrucciones. Y que yo me corría poco despues, simplemente imaginando todo lo que acabábamos de vivir juntos durante casi dos horas de conversación y juegos.

La noche siguiente dejó a su novio en la cama para ir de nuevo al sofá y hablar conmigo mientras él dormía. Ella me preguntó por la historia del concierto de Supertramp y yo me sentí como una mierda hipócrita cuando le respondí con que se desnudase. Pero esas sensaciones desaparecieron rápido mientras el juego se desarrollaba, mientras ella describía cómo me chuparía la polla de rodillas debajo de mi, mientras yo le narraba cómo la doblaría sin compasión en la mesa de su salón para follármela desde detrás usando su melena caoba como unas riendas improvisadas. Y cuando se corrió, me envió la primera verdadera foto de ella, su cara mostrando el agotamiento y la satisfacción, la duda y la certeza, la pasión y la entrega.

Así que tuvimos que cambiar nuestros hábitos. Pasamos a hablar por las tardes de todo y nada, mientras trabajábamos, el pacto no escrito de normalidad que precedía a las noches de juegos cuando dejaba a Edu para venir a entregarse a nuestra corrupción. Fue una de esas noches, con ella fuera de control y excitada al límite, que la hice enviarme el audio que todavía atesoro. Aunque hay algo de ruido de fondo fruto del camión de recogida de la basura pasando en ese momento, su voz excitada y sin control se escucha claramente, susurrando en el micrófono para no despertar a nadie, su aliento acelerado causando casi más interferencias que sonido legible:

-¿Cómo no voy a ser tuya, si mira cómo me tienes?- unos segundos de silencio mientras lucha contra si misma para no decir lo que quiere admitir - ¿Quieres oír que soy tuya? Pues soy tuya… muy muy tuya.-

Esa noche me corrí escuchando esas palabras, mientras ella lo hacía por decirlas y enviármelas.

Pero incluso esas normas y barreras acabaron colapsando unos pocos días después, cuando estando yo en el trabajo, ella me envió una foto. No era raro que lo hiciese, con lo que estuviese ocupada en ese momento o simplemente un momento cotidiano. Pero la sensación de lo prohibido que sentí cuando abrí la de ese día era distinta, porque no era lo esperado. Era ella, aunque no se le veía la cara, con su ropa de oficina. Pero con la mano izquierda se alzaba la camisa por encima de las montañas que tiene por tetas, enfundadas en una lencería negra de múltiples tiras entrecruzadas; a juego con las braguitas que eran claramente visibles porque el pantalón estaba rebajado por debajo de sus rodillas. Una explosión de sensualidad bajo la prohibida luz de un sol que aún no se había puesto, rompiendo con ello la regla no escrita que circunscribía nuestros juegos a las noches, secretas y misteriosas.

Mi móvil fue llenándose esas noches con nuestras fotos y juegos, con los límites traspasados y las promesas de lo que estaba por venir. Incluso ella reconoció, una noche después de haber salido con sus amigas y haber estado mandándome fotos escribiendo sobre su cuerpo cosas como “te deseo”, “te pertenezco” o “toda tuya”, que las fotos más sensuales se las mostraba a Edu para calentarle y que se la follase, pero siempre el día después de habérselas tomado para mí.

Todos esos juegos permanecían en el mundo seguro y discreto de nuestros teléfonos móviles. El espacio ligeramente irreal que compartíamos sin que hubiera consecuencias. Pero ese espacio iba a colisionar con el mundo real antes o después, como lo había hecho en el pasado, y sería durante la visita de otro amigo que estaba viviendo en Alemania y volvía de visita temporal por el verano. Como Edu y el grupo se habían ido uniendo cada vez más, él iba a venir al reencuentro aunque en realidad ellos dos no tenían mucho trato. Y la Fantasmita, mi juguete, vendría con él. Sería la primera vez que nos íbamos a ver en persona después de dos meses de nuestra conversación en el portal. Y encontrarnos era muy diferente a calentarnos por teléfono.

Verla entrar en el local del brazo de Edu me dio celos y me alteró. Sé que no tenía derecho a sentir eso, pero ahí estaba y no podía negarlo sin mentirme. Ver su sonrisa mientras iba saludando a todo el mundo me hizo olvidar cualquier cosa que no fuese ella. Sentirla apretada contra mi cuando nos dimos el abrazo de saludo, escuchar su hola en mi oído mientras le ceñía la cintura con los brazos, me hicieron arriesgarme.

-Hola, esclava- la saludé, con un susurro en el oído para que solo ella lo escuchase.

Se tensó al momento, alejándose con la pretensión de saludar a la gente que faltaba. Pero antes de separarse, durante un instante, se había apretado más contra mi para que sintiese bien sus tetas, y su sonrisa descolocada no ocultaba el acelerar del latido de su corazón o la profundidad de su respiración. Sus ojazos casi verdes en aquel momento me dijeron que no estaba preparada para algo así, no en persona, pero también que le había gustado.

Por cómo quedó organizada la mesa para la cena, ambos acabamos estando bastante alejados, incapaces de tener una conversación. Aunque las miradas de ella se escapaban con cierta frecuencia en mi dirección, como buscando constatar que estaba ahí y que estaba pendiente de ella. Y yo no la apartaba cuando me pillaba observando el escote de su vestido azul, o la forma en que se recolocaba el pelo detrás de la oreja. El resultado, siempre, fue una sonrisa tímida mientras regresaba a la conversación con aquellos que tenía cerca.

Y tras la cena fue hora de ir a los locales a tomar unas cuantas copas, aunque en esta ocasión sí que acabamos pasando por varios garitos pequeños tomando una bebida aquí y otra allá. Y, por lo que fuera, Edu parecía estar especialmente pendiente de Clara en todo momento, evitando cualquier posibilidad de decirle nada especial, fuera de las conversaciones normales en grupo. Incluso cuando me salí, repitiendo la jugada de la última vez, me encontré con que no solo ella me acompañó sino otra chica del grupo que quería echarse un piti. Mi frustración era innegable, aunque la mantenía sutilmente controlada mientras hablaba con ellas, y podía ver en la Fantasmita un nerviosismo que no era debido al tema de discusión.

Pero hubo que regresar a dentro pues, aunque intenté poner una excusa para quedarnos fuera los dos cuando el pitillo se acabó, Clara acabó siendo arrastrada al interior entre bromas porque justo sonaba una canción que les gustaba mucho a ambas. Porca miseria, maldita Seven Nation Army y su sensual bajo. Y más en aquella versión de la Postmodern Jukebox que parecía hecha por la esposa de Roger Rabbit. Así que regresé al interior con ellas, frustrado, cachondo y algo descontrolado porque ni siquiera unas pocas indirectas y dobles sentidos habíamos podido intercambiar.

Fue este estado alterado, unido al alcohol en mi sangre, el que me llevó a seguirla cuando fue a pedir a la barra. Y, amparado en el breve espacio íntimo que nos proporcionaba el escudo de gente, disfrutar del espectáculo de ella bailando allí a mi lado, contoneándose suavemente mientras esperábamos que nos atendiese el camarero. Y cuando finalmente se nos acercó, ella se inclinó al frente sobre el mostrador, dejando bien a la vista su escotazo ante los ojos desorbitados del empleado y, volviéndose hacia mi con su característica sonrisa pícara, pidió su sex on the beach. Perdí el control con ese brillo de deseo que inundaba su mirada, y mi mano descendió por su espalda hasta apretar ese culazo que estaba exponiendo en mi dirección, atrapado en la falda corta del vestido veraniego. Palpar su carne firme, redonda, dura, bien trabajada fue un placer que se prolongó durante muchos segundos mientras ella terminaba de despachar al camarero y me dirigía una mirada que pretendía ser intimidatoria pero estaba cargada de deseo. Finalmente, unos segundos que parecieron horas después, me agarró de la muñeca y me apartó la mano.

-No seas malo, el local es muy pequeño, podría vernos alguien.-

Me incliné sobre ella, con el ruido de la música y las conversaciones era una buena excusa para poder acercarme más, crear un espacio más nuestro. Su característico olor era perceptible así de cerca, entremezclado con los olores propios del local, decorado con diversas plantas de todo tipo como si quisiese ser la selva de Indiana Jones.

-De acuerdo, tienes razón, pero antes dime si te gustó.-

-Sabes que sí, pero no podemos, no con todos aquí, no por Edu…-

-Sabes que si el local fuera más grande te llevaría al fondo, donde nadie nos viese, para tomar posesión de todo lo que es mío, empezando por esos labios…-

-No te pases, no podemos y además el local es demasiado pequeño para algo así. Déjalo estar para nuestras charlas de whatsapp.-

-Y, sin embargo, con una sola caricia a tu culo y estas pocas palabras, tus pezones parecen a punto de rasgar la tela de tu vestido. Dime que eres mía…-

-Nop.-

Me guiñó el ojo con una risa mientras cogía la copa recién servida de la barra, le daba un trago a su pajita y se encaminaba hacia los demás, dejándome atrás. Pero ese desafío merecía un buen castigo, y lo sufrieron sus posaderas cuando le cayó un azote. Me hubiera gustado darle uno más fuerte, pero no había espacio suficiente para maniobrar adecuadamente ni era el mejor ángulo. Pero volvió su cara y me miró, sonriente, dando otro trago a su sex on the beach mientras se alejaba contoneando su culo frente a mí.

Y la noche estaba condenada a quedar en eso con ella. Una buena noche, con muchas risas y alcohol entre amigos, pero que no permitía realizar la promesa implícita que tenía que haber cumplido. Frustración que se cargaba junto a la excitación del intercambio de miradas, o el hecho de que sus ojos se clavasen en los míos cuando besaba a Edu. Tentándome, como diciendo que todo eso podría ser mío pero era de otro.

Ella debió pensar que no me di cuenta cuando se despidió para marcharse pero su novio estaba demasiado animado para retirarse. Esperaba escurrirse a salvo y dejar lo físico fuera de juego, pero la vi coger su bolsito diminuto. Así que me despedí de todos apresuradamente y salí tras ella, sabía que no vivía lejos del local donde habíamos terminado esa noche, así que volvería caminando. Y la seguí, encontrándola sin demasiado esfuerzo mientras ella escribía en su móvil. Unos segundos después me llegó una notificación.

“Chao!
Te iba a dar un premio esta noche
pero como has sido malo
te lo pierdes”

Sus emoticonos con carita de diablo acompañaban al mensaje y casi podía verla sonreír por su travesura. Ella no sospechaba que yo estaba solo unos pasos detrás, y cuando la alcancé lo hice preguntándole con tranquilidad por la noche, como si no hubiese leído su mensaje. Sus ojos, grises en aquel momento, reflejaban su desconcierto ante mi aparición y solo quedaron más descolocados cuando durante el paseo hasta su portal no dije nada inapropiado ni de doble sentido. Solo una conversación como las que teníamos por la tarde, cuando no había algún imprevisto que rompiese el guión, y la noté lentamente empezar a relajarse.

Para cuando llegamos a su portal, su guardia estaba baja, se sentía ya casi a salvo y yo había sido todo un caballero que la había hecho reír y sentirse segura. Por eso no esperaba, mientras introducía la llave en la cerradura de la entrada, que la empujase por la cintura hasta atraparla entre el cristal de la puerta y mi cuerpo. Sus ojos abiertos por completo me miraban, intentando comprender.

-¿Cuál era ese premio que me ibas a dar, juguete?-

-No sé de qué me hablas, déjame ir que es tarde y me tengo que acostar, mañana trabajo.-

-Mañana es domingo, y no te voy a dejar escapar hasta que hagas una pequeña cosa por mí. Como canta Nightwish, “Kiss while your lips are still red”.-

-No te voy a besar, Edu puede venir en cualquier momento. Debes irte, ya hablaremos con calma  de esto otra noche…-

Su respiración se aceleraba, su nerviosismo la hacía moverse levemente de lado a lado, su culo duro apretado contra mis piernas enervándonos a ambos con ese danzar improvisado. Un movimiento que hacía tintinear suavemente las pulseras de sus muñecas. Ella miraba al frente, intentando escapar de mis ojos, pero eso no iba a salvarla.

-No es un beso lo que me vas a tener que dar si quieres que te deje ir, es una canción sobre vivir el momento antes de que sea demasiado tarde. Esto es lo que deseas y lo sabes. Solo tienes que decirlo, admitirlo ante mí, aquí en persona, y te dejaré ir. Podrás subir al refugio de tu piso y tratar de autoengañarte con que no era nada.-

-No sé de qué me hablas…-

Mis manos, que la mantenían apresada contra la puerta, comenzaron a descender por su espalda hasta su culo. Lo aferré con fuerza, apretándolo para mi placer, sacándole un suspiro de sorpresa, un gemido acallado de gusto.

-Este culazo me vuelve loco. ¿Cuántos te lo han follado?-

-Ninguno, eso debe doler, no quiero- respondió, su respiración cada vez más acelerada a medida que la sorpresa cedía su espacio a la excitación.

-Perfecto, porque así seré yo el que te lo estrene, cuando llegue el momento.-

-Oh, joder, joder, no…-

Pero era un no que sonaba a sí. Era un no que se derretía por dentro, que imploraba perder, suplicando.

-Estás empapada- no era una pregunta, era una afirmación, sus flujos se derramaban por sus muslos allá donde mis manos habían descendido para palpar.

-No… joder, no puedes hacerme esto… déjame subir, por favor…-

-Ya sabes lo que tienes que hacer para que te deje ir.-

Mis manos rodearon la parte alta de sus muslos, deslizándose hacia arriba arrastrando la falda con ellas. Un dedo primero y luego los demás pasaron haciendo presión por encima de su coño, de su clítoris, débilmente protegidos por su tanga, mientras ella dejaba escapar un gemido inconfundible.

-Pero tranquila, no solo te voy a follar el culo, esto de aquí también va a recibir su parte.-

Y acompañé las palabras por una sacudida fuerte sobre su coño que la hizo temblar en mis brazos. Su boca abierta parecía buscar un aire que la evitaba, mientras mis manos continuaban ascendiendo en busca de sus tetas, grandes, colosales, plenas, aplastadas contra la puerta.

-Soy tuya…- las palabras salieron casi en un susurro al principio- Joder, si… soy tuya, toda tuya. Puedes hacer lo que quieras conmigo. Soy tu juguete. Soy tu esclava. Soy tu puta. Soy tu propiedad.-

Terminó su confesión con fuerza, mirándome mientras mis manos se apropiaban de sus pechos y apretaban con fuerza esos melones que le había dado la naturaleza. Y ahora, ella me entregaba a mí. Los apreté con ganas y con ansias, rozando y enervando sus pezones, mientras ella entrecerraba los ojos y se deshacía entre mis brazos, repitiendo inconexamente esas palabras.

Y entonces la dejé ir. Le había prometido dejarla marchar cuando lo admitiese y en eso mantendría mi palabra, era parte del juego. Se quedó confusa y quieta, incapaz de decidir qué hacer, dividida entre todas las sensaciones en su interior. Cuando di un paso hacia atrás y le deseé buenas noches, ella volvió a agarrar las llaves y se introdujo en su portal. Me quedé mirando a través de los cristales como caminaba despacio, indecisa, hacia el ascensor, batallando una guerra interior. Fue así que vi cómo se volvía y sus ojos azules constataban que yo estaba observando su meneo con mi sonrisa más victoriosa.

Se dio la vuelta y con rapidez, abrió la puerta de nuevo, me rodeó el cuello con los brazos, y me besó con fuerza. No me lo esperaba, sus labios atrapados entre los míos, su lengua saliendo en mi busca mientras nuestros alientos se entremezclaban. Sus uñas arañando suavemente mi nuca mientras se apretaba por completo contra mí, dejándome sentir todo su cuerpo, con mis manos descendiendo hasta apropiarse de nuevo de su culo, apretando a gusto todo lo que tenía para ofrecer.

-While your lips are still red, ¿no?-

Preguntó ella unos segundos después mientras recuperaba el aliento. Pero no la respondí, la callé alzándola del culo y empotrándola contra la puerta mientras me apropiaba de nuevo de sus labios. Mientras le robaba el aliento con los besos, haciendo que sintiese mi dura polla en contacto contra sus bragas, mientras sus eternas piernas me rodeaban. Mis labios abandonaron los suyos y comenzaron a descender por sus mejillas hasta su cuello. Mis dientes mordieron la piel, saboreando su sabor mientras la escuchaba decir encima.

-Sí, tómame, tómame. Soy tuya. Úsame como quieras, soy tu puta. ¡Joder! ¡Fóllame!-

Pero un retazo de cordura debía quedar en algún lado de mi cerbero anegado por la excitación porque me di cuenta que había estado a punto de dejarle marca en el cuello con el mordisco. Y que Edu no tardaría en recorrer el mismo camino que habíamos hecho y nos iba a pillar. Con ella descolocada, la deposité de nuevo en el suelo, le di un pico que se transformó en un beso de despedida, de entrega, de reconocimiento. Y la dejé ir de vuelta a su piso, a salvo, con una sonrisa en su cara que solo era para mí, contoneando las caderas con cada paso para que disfrutase de su exhibición mientras ingresaba al ascensor.

Mientras me encaminaba hacia el parking me llegó un mensaje. Una foto, suya en el ascensor, la falda recogida en la cintura, la parte alta del vestido bajada revelando el sujetador descolocado por mis manoseos. Pero más espectacular que su cuerpo era su mirada, ligeramente caída, brillante, sumisa y entregada.

“Despues del portal
tu regalo parece poco
pero te lo has ganado
Soy tuya”

“Me encanta mi regalo, juguete”

Los siguientes dos días casi no hablamos. El arrepentimiento y la culpabilidad cayeron sobre ella como un balde de agua fría en invierno, y en parte en mí también. Pero yo estaba dispuesto a ignorarlos con mayor facilidad que ella, yo arriesgaba y perdía menos con todo esto. La ventaja de la retrospectiva es que me permite darme cuenta de que mi autocontrol en aquella noche fue doblemente valioso, pues si hubiera llegado a follármela en el portal como me hubiera venido en gana, probablemente nunca hubiese vuelto a saber de ella, completamente sumida en la culpabilidad de lo que habría ocurrido.

Pero como eso no fue lo que ocurrió, el miércoles rompió su silencio y acabó masturbándose en el sofá de su salón conmigo. Esta vez no fueron juegos de fantasías e idilios, sino la mezcla entre los recuerdos de lo pasado, y las potenciales posibilidades de lo que podría haber pasado. De sus sueños incumplidos y de sus sensaciones reales, de perderse en el fondo de la sala blanca de la que tantas veces le había hablado y saberse completamente entregada de verdad.

Podría resumir lo que queda de la historia, ahora que el punto de drama y tensión está cubierto, pero sentirías que te he estafado el final. Y aunque ya te dije al principio que solo te voy a contar el comienzo, pues el final quedará a tu imaginación, no te robaré esa última escena que te voy a relatar.

Tuvo lugar el sábado siguiente, después de una larga conversación el viernes en que la convencí de que le dijese a Edu que había quedado con sus amigas esa tarde y noche para salir con ellas. Pero no sería con ellas con quienes se encontrase, sino conmigo, con una ropa escogida por mi: un vestido que le había visto en fotos, negro con pequeños toques de blanco y gris, que se ajustaba a su cuerpo como el guante de Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes. Dejaba uno de sus hombros al desnudo, y jugaba a revelar y ocultar sus piernas con las transparencias que tenía en distintas partes de su falda larga, que cambiaban según ella se movía. Estaba simplemente espectacular.

Verla acercarse en la entrada del restaurante donde íbamos a cenar, que sabía que era su favorito por cosas que me había ido diciendo en el pasado, y atraer las miradas de todos los hombres en un millón de kilómetros a la redonda me hizo sentir poderoso, triunfal. Pero sobretodo, conectado a ella, que avanzaba sin separar sus ojos de mí en ningún momento, un espectáculo que solo estaba destinado a nuestro encuentro. Los otros eran meros aledaños irrelevantes.

Contaros la conversación sobre la mesa para dos, en la parte discreta del restaurante, supongo que no os interesa. Y tampoco sería capaz de reconstruirla entera, porque hablamos de un infinitas cosas. No solo sexuales, que también, pero de todo lo demás, de lo divino y lo humano, de lo cotidiano y lo excepcional. Reímos, hablamos, hicimos confesiones y nuestros ojos fueron incapaces de separarse en ningún momento, los suyos plateados iluminados por el dorado de la luz de la vela sobre la mesa. Alguien podría decir que fue una cena romántica, pero solo si se ignora toda la tensión que había por debajo, soterrada, el impulso a veces casi incontrolable de doblegarla sobre la mesa y tomarla sin esperar ni un minuto más.

Fue durante el postre, una copa de helado artesano para compartir, que le ordené que bajase al baño y se sacase las bragas. Su sonrisa de medio lado, la ceja arqueada, el brillo de sus ojos… esos fueron sus únicas respuestas mientras se alzaba de su sitio y se encaminaba hacia las escaleras meneando un culo que todo el local se volvió para mirar. Gustó tanto el espectáculo que, cuando regresó unos minutos después, se encontró con todas las miradas centradas en ella, en el meneo de sus tetas, en el sonrojo de sus mejillas pues ella sabía lo que se había quitado. Algo que me entregó con discreción en la mesa, y yo pude acariciar mientras la miraba, sus ojos evitándome y tratando de esconderse mientras la humedad de su tela la delataba.

El helado quedó sin terminar en la mesa cuando salimos del local. No llegamos más allá de dos portales antes de que la atrapase contra una pared y me comiese sus labios con ansias atrasadas, con voracidad. Y ella se entregase a mis manoseos sin barreras ni límites, aun si la gente podía vernos al pasar. Cuando mi hambre de ella fue mínimamente saciada me alejé, dejándola ahí como un cuadro de un pintor infernal, su vestido descolocado por los manoseos, su sonrisa desaforada, el brillo depravado de sus ojos, como una de las decadentes chicas de Bukowski.

Recorrer el camino hasta mi piso fue casi eterno. No por la distancia, tirando a escasa, sino por las paradas para besarla, para comerla, para acariciarla entera, para estrecharla entre mis brazos u oírla susurrarme obscenidades. Y con cada separación para avanzar, el deseo aumentaba, cada vez menos contenido y menos controlado. Sé que nos arriesgamos un huevo, no estábamos en el barrio más céntrico pero podíamos ser vistos por alguien, pero la cordura había quedado olvidada hacía horas y era el deseo el que nos encadenaba a la locura.

Juntos y dementes llegamos a mi portal y fue en su interior, antes de subir siquiera al ascensor, que más tiempo pasé devorando sus labios, apretando su culo, incluso dándole un primer azote en los pechos. Fue allí donde la aferre del cuello mientras la besaba y ella se rendía, sin intentar defenderse, a mis labios y mi lengua por mucho que no pudiese respirar cuando ella quisiese sino cuando yo lo permitía. La arrastré al ascensor y allí, el espejo del mismo me trajo un recuerdo. Detrás de ella, mirándola a través del reflejo, una de mis manos se adentró bajo su falda a su coño empapado, tomando posesión del mismo con firmeza.

-Te dije que iba a ver esa sonrisa de entrega en el espejo.-

Sí, soy consciente de que no es literalmente lo que le había dicho hacía meses, pero la calentura solo nos lleva hasta cierta distancia poética. Y su sonrisa, su mirada clavada en la mía mientras mis dedos se introducían en su interior por primera vez me confirmaron que ella no se había dado cuenta del error de continuidad en el guión. Mis dedos formaron un gancho, buscando estimular su clítoris desde el otro lado, el lugar rugoso donde cuentan las leyendas que se encuentra el punto G. Y ella se deshizo en mis manos, sus ojos entrecerrados, su cuerpo recaído sobre el mío, sostenida por mi otra mano en su cintura.

-Sí… sí… joder… sí…- suave, bajito, prácticamente me lo cantaba en el oído.

Pero no vivo en un rascacielos y aunque el ascensor es lento no dio tiempo a más. Así que retiré mis dedos del paraíso y la dejé regresar a la realidad. Al menos en parte, porque la llevé en volandas, alzada por el culo hasta la puerta de mi piso, porque no podía soportar un minuto de tener su cuerpo al lado del mío y no estar saboreando sus labios o tomando su voluntad.

Abrir la puerta fue un suplicio, dificultado porque ella encontró extremadamente divertido hacer que mi concentración volase por los aires devolviéndome el favor del ascensor; así que, mientras intentaba encajar la pequeña llave con el ojo de la cerradura, su mano se había adentrado en mi pantalón y me acariciaba la polla como le venía en gana, a veces aferrándola con fuerza, otras con una caricia casi imperceptible.

-¿Qué pasa, que no encuentras el agujero?- bromeó en mi oído, mientras sus caricias se transformaban en una paja en toda regla en el pasillo de mi edificio.

-Estoy más interesado en otros- le respondí yo, olvidando por un momento la llave y, ya que la tenía tan cerca para susurrarme, aprovechar para robarle un beso que rápidamente se transformó en una prolongada batalla sin cuartel de labios, lengua y dientes.

Combate que ella perdió cuando atrapé su carnoso labio inferior, acariciándolo y secuestrándolo hasta que ella acabó perdiendo la concentración por la excitación y su paja se transformó en una caricia desorganizada. No por ello la solté y la dejé ir, sino que seguí bebiendo sus gemidos directamente de su fuente, mientras mis manos olvidaban la llave y la atrapaban contra mi, disfrutando de pasear impunemente por todo su cuerpo y retorcer sus pezones con algo de saña aunque hubiera tela de por medio.

Cuando un primer gemido de dolor se escapó de entre sus labios, entremezclado con los de placer, la dejé ir con una sonrisa.

-Cuidado, juegas con fuego, juguete.-

-Lo siento, amo.-

Así, apoyada contra la pared del pasillo, intentando recuperar el aliento, fue la primera vez que me llamó amo. Y lo hizo con una sonrisa sincera, entregada, con la mirada ligeramente perdida de quien ya no está del todo en este mundo sino que se adentra en lo que hay más allá de las barreras y límites de lo convencional, al territorio de todas las fantasías insatisfechas de su vida.

Con ella temporalmente fuera de juego, fui finalmente capaz de abrir la puerta de mi piso y entrar en el mismo. Ella nunca había estado, obviamente, pero mientras avanzaba por el corredor que da al salón, estaba claro que no le importaban las vistas. Su mirada, ya recuperada, se volvía hacia mí mientras meneaba el culo cadenciosamente, camino del sillón más cercano. Tentando, calentando, luciéndose bella y divina, inalcanzable para los mortales que no buscasen adorarla o los héroes que supiesen sacarla de su trono. Fue ahí donde rodeé su cintura con mis brazos y los alcé hasta aferrar sus tetas. Ella se dejó caer sobre mi, su cabeza reposando en mi pecho, sus ojos entrecerrados para sentir más mientras mis dedos jugaban a enervar sus pezones.

-Esta es tu última oportunidad para detener esto- le dije, suave y gravemente mientras sus gemidos quedos volvían a resonar en la sala.

-Haz lo que quieras conmigo, soy tuya.-

-Entonces elige una palabra. Esa será la única que haga que todo pare, si es demasiado para ti. Tu palabra de seguridad.-

-No quiero ninguna, confío en ti. Soy tuya sin límites.-

Ninguna de las otras brats que había tenido se habían entregado así a mí, y por un momento me dio miedo y vértigo. ¿Si me pasaba, qué pasaría entonces? Pero era mi responsabilidad, hacer que sin control ni poder, disfrutase de cada momento juntos. Y empezaríamos suave, no la reventaría sin límites esa primera noche, ella no estaba preparada para algo así, iríamos paso a paso descendiendo juntos por el pozo hasta los fondos que ella solo podía imaginar. Barrera a barrera cayendo entre gemidos y orgasmos, llevando consigo sus inhibiciones y su cordura.

-De rodillas.-

Se lo dije en el oído y ella titubeó a la hora de hacerlo, le gustaba demasiado el sentir mis manos aprovechándose de sus tetas, el tacto de mi cuerpo contra el suyo. No quería abandonar el paraíso. Así que tuve que expulsarla del mismo como si fuera Lilith misma, forzándola con mis piernas a arrodillarse delante de mi.

-Vas a hacer todo lo que te diga. Sé que es nuevo para ti y por esta vez no castigaré tu desobediencia, pero que sea la última vez.-

De rodillas, sus ojazos grises abiertos, asintió, sumisa. No entendía aún del todo el juego, era la primera vez que recorría ese camino, pero iría aprendiendo. La dejé en el salón para ir un momento al dormitorio. A solas con su excitación, con sus dudas, con los miles de pensamientos corriendo por su cabeza desbocados. Cuando volví ella se estaba tocando, los ojos cerrados, sus propias manos acariciando su cuello y sus tetas como había hecho mil veces en nuestros juegos telefónicos.

-Sigue así, con los ojos cerrados, dime qué sientes.-

-Estoy ardiendo, me quemo… y quiero quemarme.-

Sonreí ante sus palabras, entrecortadas e inseguras, mientras la rodeaba hasta ponerme a sus espaldas. Cogí la primera tela que había traído conmigo del dormitorio y le vendé los ojos. Con desconcierto, intentó moverse y reencontrarse hasta que, con firmeza, le ordené que se quedase quieta. Y así renunció a la vista, sumergiéndose en la oscuridad, acompañada de mi voz que en sus oídos cantaba suavemente la letra de Dirty Little Animals:

-The kind of bad that makes you feel good, good; God, the kinda wrong that makes you feel right.-

Su respiración se volvió más profunda, los nervios del momento, la excitación, lo nuevo y desconocido, entremezclados con el sonido de mi voz tranquilizándola. Cuando le ordené que pusiese sus manos a sus espaldas no lo dudó, igual que no se resistió cuando se las até con el pañuelo de seda que me gustaba usar para esos momentos. No sería la atadura más firme, sin duda, pero para una primera vez era adecuada porque sería ella la que tendría que hacer por no liberarse, por rendirse a ella. Ya habría tiempo de esposarla de verdad y mientras tanto, el roce suave y sensual de la tela en sus muñecas continuaría enervándola.  

Sin dejar de cantar me puse en pie delante de ella, observando su belleza allí de rodillas, perdida y entregada. Su respiración acelerada hacía que sus tetas se alzasen como montañas a punto de estallar por una erupción volcánica, sus labios entre abiertos eran continuamente humedecidos por una lengüita juguetona que salía nerviosa a por ellos.

Con cuidado la ayudé a ponerse en pie. Aunque en relatos e historias las chicas puedan estar horas de rodillas sin cansarse, para una novata como ella era algo muy incómodo para lo que no estaba habituada y pronto las piernas empezarían a dar problemas por la posición, el riego, etc. La senté con cuidado en el sillón y ella meneó su cuerpo para permitir que la circulación fluyese, mientras alzaba su cara ciega hacia mí, esperando lo que viniese. Debió oír el sonido de la cremallera al bajarse, del pantalón al caer. Sin duda escuchó mis palabras.

-A trabajar, puta.-

Y sus fosas nasales fueron asaltadas entonces por el olor de mi polla, a escasos centímetros de sus labios. Su lengua, insegura, salió a localizar el helado que tenía delante, y comenzó a recorrerla con dificultad ante la falta de vista. Pronto fue acompañada de besos de sus mullidos labios, primero tentativos y cada vez más decididos.

-Me encanta, amo- dijo, intercalando sus besos entre palabras en un complicado puzzle de deseo.

Su sonrisa demostraba la sinceridad de lo que decía y un rayo de deseo y ternura me conmovió por dentro. ¿Cómo podía ser tan perfecta? ¿Cómo podía estar tan desaprovechada? Una chica como ella estaba hecha para este momento, para entregarse por completo y sin reservas, para ser mi esclava, mi juguete sexual. Y con esa idea, recogí su melena caoba en la nuca y, con firmeza, la guié para que me devorase por completo, para que chupase en condiciones.

-Así, juguete, así.-

Con mi mano marcando el ritmo y la profundidad, ella se concentró en sellar bien sus labios y chupar con fuerza. Como una jodida aspiradora, su boca me engullía como nunca nadie lo había hecho antes.

-No me equivocaba cuando pensaba que con esos labios tenías que ser una experta chupando. ¡Joder! Estás hecha para esto, me cago en Dios, ¡qué boca!-

La vi sonreír mientras a medida que ganaba confianza pese a la ausencia de vista y manos. Su lengua se unió al trabajo de sus labios, acariciando y presionando todo lo que había dentro de su boca: centrándose en el prepucio cuando solo eso la ocupaba, enroscándose como una serpiente cuando estaba llena.

-Para, para, que la noche es demasiado joven como para llenarte la boquita tan pronto. De pie.-

Aunque le había ordenado que se detuviese, no lo hizo, ávida y hambrienta por seguir dándome placer. Así que cogí su coleta improvisada y le di un fuerte tirón, alejándola de mi polla y haciendo que mirase hacia arriba sin ver, el pelo tirando hasta causarle un ligero dolor que se manifestó en un gruñido de protesta.

-He dicho que de pie.-

Con dificultad se alzó del sofá, un último intento de atrapar mi polla con sus labios que acabó con una suave bofetada por mi parte.

-Me has pegado- dijo ella, más sorprendida que dolorida, y más excitada que sorprendida.

-Te has portado mal.-

-Entiendo.-

Y lo hacía, el juego entrando en su cabeza con rapidez mientras se ponía de pie a mi lado. Alcé su cara por su mentón y devoré de nuevo sus labios. Nunca podía tener suficiente de ellos y más cuando los entregaba así. Mis manos descendieron acariciando sus brazos mientras me comía su boca, hasta entrelazar nuestros dedos en su espalda. Las ataduras permanecían en su lugar, solo levemente aflojadas por los movimientos.

Cuando abandoné sus labios su boca quedó entreabierta, su lengua pidiendo silenciosamente más atenciones. Pero mis intereses eran otros. El cierre de su vestido estaba en la espalda y disimulado entre las decoraciones del hombro, así que solté ambos puntos, dejando que mis dedos quemasen su piel mientras acompañaban la caída de la tela hasta el suelo, previo breve atasco en su culazo redondo y firme. La observé como una obra de arte durante unos instantes, vulnerable y expuesta, su cuerpo solo protegido por un sujetador que revelaba más de lo que ocultaba. Sus nervios e inseguridades crecían rápidamente a medida que la hacía esperar, que simplemente disfrutaba de la imagen ante mis ojos en silencio.

-¿Hice… hice algo mal, amo?- preguntó, con voz trémula, buscándome sin poder ver.

La empujé sin preaviso, haciendo que trastabillase hasta acabar de nuevo sentada en el sofá. Su gesto de incredulidad era notorio, y más cuando la agarré de las caderas hasta atraerla al borde del asiento. Sin darle tiempo a asimilar lo que ocurría, la abrí de piernas con firmeza y hundí mi boca en su coño. Besé, lamí, succioné y mordí, mientras dos de mis dedos cogían sus flujos y se adentraban en su interior. Sorprendida ante el ataque inesperado, sobrepasada por todos los estímulos simultáneos, su cuerpo se tensó por completo mientras ella murmuraba incoherencias.

Con los dedos la masturbé con furia, como si quisiese romperla desde dentro, mientras con dulzura mis labios extraían toda la sensibilidad del exterior de su coño. Sus fluidos se derramaban cada vez en mayor cantidad, mientras yo los devoraba y la seguía excitando y manejando, su espalda arqueándose cada vez más. Con toda la excitación de la noche y el tratamiento sin cuartel, con los ojos vendados y sus sentidos potenciados en el placer, no tardó en correrse, suspirando un débil “¿qué me haces?” mientras se derrumbaba en el sofá, relajando una espalda cuyo arco llegó al extremo.

Mientras se recuperaba, le solté el pañuelo que ataba sus manos, besando el lugar en sus muñecas donde había estado. Obviamente, no le habían quedado marcas ni nada por el estilo, pero ese momento de dulzura era importante entre todas las otras sensaciones. Dolor y placer, cariño y dureza, entremezclados en un cóctel único. Le quité la venda de los ojos, besando suavemente sus párpados cerrados sobre unos labios que sonreían como si nunca hubiesen roto un plato. Y, cuando los abrió, sus irises plateados mostraban un brillo abrasador como mirar al sol sin protección.

-Gracias… gracias, gracias, graciasgraciasgracias- cada vez más rápido y atropellado, sus agradecimientos iban acompañados de besitos por toda mi cara, mientras me acariciaba los pómulos con ambas manitos.

La sonreí, adentrando mi lengua entre sus labios para tomar posesión de su boca mientras soltaba su sujetador. Sus tetazas, una vez liberadas, decidieron que las leyes de la física no se les aplicaban y que la gravedad no podía imponerles su mandato, y duras y firmes se clavaron en mi pecho mientras la devoraba. Pero con tremendos premios como esos a mi alcance, mi boca rápidamente descendió por su cuello, pasando a su clavícula, hasta besar y succionar sus pezones. Mis dos manos tomaron posesión de sus tetazas, envidiosas de mi boca, apretando y estrujando esas esferas mientras mi lengua recorría la circunferencia de sus pequeñas aureolas y mis dientes mordisqueaban todo con hambre.

-Joder… Son tuyas, son tuyas… no pares- sus gemidos, entrecortados con sus palabras, me confirmaron que se encontraba ya recuperada, así que los dedos de mi mano izquierda (curioso que solo para esto soy zurdo) se adentraban de nuevo en su coño- Oh, ¡joder!-

Mis dedos combinados con mi boca comenzaron a hacer estragos en ella, que comenzó a arquear la espalda de nuevo. La anclé al sofá con mi mano derecha, cerrada en su cuello, apresándola contra los cojines, mientras mi boca ascendía en busca de la suya. Sus labios se me entregaron por completo, con lujuria, voluptuosos y ansiosos de ser disfrutados. Y así, con ella perdida, me guié con los dedos hasta clavarme en el fondo de su interior. Una estocada lenta pero fuerte, profunda, que conquistó todos los centímetros de su coño mientras ella separaba sus labios de los míos para poder dejar escapar un grito de placer. Mientras me retiraba de su interior, sus piernas se cerraron a mi espalda para evitar que escapase y me volví a hundir de lleno en ella.

-Ah, ¡joder! Joder, joder ¡joder! No pares, soy tuya, haz lo que quieras, ¡pero no pares o te mato!-

Me mordió el hombro con fuerza, clavando sus dientes y sus uñas, mientras yo me reía. Cogí ambos brazos y se los aprisioné sobre la cabeza, mis ojos clavados en los suyos en la medida de lo posible, pues ella los tenía más cerrados que abiertos. Y mientras tanto, sin parar de follarla lento pero fuerte, profundo, sintiendo sus melones apretados contra mí, deformándose con cada movimiento de nuestros cuerpos, sus caderas impulsándola en sentido contrario al mío para que las penetraciones fuesen más intensas.

-¿Cuántas veces le has puesto los cuernos a Edu, esclava?-

-¡Joder! ¿Tienes que preguntar… ahora?-

-Pregunto cuando quiero, responde- dije, deteniendo mis penetraciones y mirándola a sus ojos que imploraban que no me detuviese.

-Nunca… nunca lo había hecho.-

-Pues a partir de ahora lo vas a hacer muchas veces. Este es tu lugar, ¿entiendes?-

-¿Cómo?-

-Este es tu lugar, esta es tu función, este es el sitio al que perteneces. No la habitación, sino tu lugar debajo de mi, entregada a lo que venga.-

-Si amo…-

Sellé sus palabras con un nuevo golpe de cadera que le arrancó otro gemido fuerte, y un ritmo cada vez más acelerado para penetrarla. Sus manos ancladas sobre su cabeza me daban libre disfrute de su cuerpo con mi mano libre, así que acompañé las penetraciones con tirones de los pezones, agarrones en las caderas o el culo, besos profundos.

Cuando ya estaba a punto de correrme me salí de ella porque no quería acabar tan pronto. Sus ojos de incredulidad e insatisfacción me acompañaron mientras abandonaba el refugio de sus piernas y le tendía el brazo para ayudarla a incorporarse. Le di la vuelta, sus tetazas atrapadas por el respaldo del sofá, su culo redondo y vulnerable expuesto, con su piel pálida reclamando atenciones. Un azote, bien fuerte, seguido de otro y de un tercero. Cada uno acompañado de un gemido de sorpresa, de placer y de dolor, por su parte. Y me clavé de nuevo en ella con rapidez, tirando de su pelo y arqueando su espalda hasta que nuestras caras quedaron una al lado de la otra. Ella misma ladeó su cara para buscar que nuestros labios volviesen a enredarse en otra batalla. Y así me corrí dentro de ella, corriéndose ella un poco antes que yo por segunda vez.

Caímos agotados en el sofá y la coloqué dulcemente sobre mi. Su cara sobre mi pecho, mientras una de mis manos acariciaba su pelo, y la otra su espalda. Le di besitos suaves y dulces sobre la cabeza, en los pómulos, mientras ella rastreaba con sus dedos las formas de mi pecho, intercalando sus propios besos con sus caricias. Protegida entre mis brazos, cuidada, querida, nos fuimos reponiendo de la batalla.

-¿Qué me has hecho?- preguntó, con dulzura, alzando su cara para mirarme a los ojos – Nunca me había sentido así, sin control, sin voluntad, dispuesta a todo. Perdida. Encontrada. No sé. Tuya.-

-Ese es el comienzo de la sala blanca, el premio por ser mi esclava- dije, sonriendo, atrayéndola suavemente por la nuca hasta que nuestros labios se encontraron de nuevo. No un beso de desenfreno y pasión como los de antes, sino uno de encuentro, de agradecimiento, de entrega.

Nos escapamos a la cocina a por un refrigerio, y entre bromas y risas la doblegué sobre la mesa y me la follé de nuevo. Seguimos en el pasillo, contra la pared, porque no aguantamos las ganas y no llegamos al dormitorio, donde terminamos la noche con ella a cuatro patas diciendo rendida una y otra vez que sería mía cuándo y cómo quisiese. Me hubiera gustado seguir follando con ella un millar de veces más, pero había alcanzado mi límite, así que nos vimos a las tres de la mañana entrando en la ducha para asearnos juntos.

No fue realmente una ducha, fue un masaje mutuo, fue una colección de caricias y besos, roces robados y deseados. Bajo el agua la masturbé una última vez, sus manos de nuevo arañando mi espalda. Ella se vistió en el salón entre risas, besos y caricias. Pero la noche llegaba a su final, ella tenía que volver con Edu y dejar todo esto atrás. La acompañé a la entrada del piso, abrazado a su cintura, donde cuando me iba a despedir de ella, me puso un dedo en los labios. Con una sonrisa terrible y el arqueamiento de cejas que me mata, se puso de rodillas, sacó mi polla de la toalla y, con alguna clase de magia vudú de antigua diosa, me la chupó con sus ojos clavados en los míos todo el rato, y el beneficio añadido de tener las manos libres para poder hacer toda clase de diabluras. No pensé que fuera a ser posible, pero me corrí de nuevo, esta vez en su boca, y ella tragó con una sonrisa. Se incorporó manteniendo esa sonrisa, limpiándose los rastros de los labios.

-Soy tuya, amo. Cuando y como quieras. Solo dilo y estaré de rodillas para ti, es mi lugar. Gracias.-

Lo dijo ya sin la calentura ni las hormonas, lo dijo con la tranquilidad de quien habla de verdad del corazón, sin nada que nuble su juicio. La besé y no me importó nada el sabor, solo necesitaba ese contacto con sus labios, sus ojos cerrados, su mano en mi nuca.

-Gracias a ti, juguete.-

Y, ahora sí, hasta aquí llega esta historia: como dije, es solo el principio. La despedí con un azote en el culo, más juguetón que fuerte, y la vi alejarse por el pasillo hasta que el ascensor se la llevó. Lo que vino después lo dejo a tu imaginación y creatividad, pues aún está por escribirse. Solo sé que va tocando cerrar esta página, Edu se ha ido de viaje por trabajo y voy a su casa a usarla durante dos días sin límite. Si es buena, le haré cosas que aún no ha probado, si es mala… bueno, entre otras cosas, tengo que estrenar la nueva fusta. Y hay partes de ella que también deben ser usadas por primera vez.

Al final, y con eso sí que te dejo, las cadenas que nos atan son más fuertes que aquellas que deberían habernos mantenido separados. Esto probablemente termine en dolor y problemas, lo sé, pero no puedo parar. Necesito esa entrega, todo lo que ella me da, tanto como ella necesita que yo tire de las riendas que pienso atar a la gargantilla que le he comprado. Esa es la realidad de nuestras ataduras inmateriales. Y, como canta Metallica en otro contexto, Nothing else matters.

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