Error 103: Futuro no Encontrado

 

Tic, tac, tic, tac. El reloj de la pared marca el paso del tiempo con la percusión lenta y suave de lo inevitable. En el tic todo se encuentra en la posición que ocupa desde hace años, un mundo rojizo y apagado en mitad de Syrtis Major. En mi cuenta bancaria aún no han hecho el ingreso del último trabajo completado, que permitirá que al volver a Olympus Mons compre la deuda de un pequeño ingeniero de trenes, indenturado desde hace tiempo a la T.A.I.U. Uno más de los engranajes que deben llegar a su posición para que, cuando llegue el momento, haya un fallo mecánico en el lugar adecuado. Un peón que será sacrificado si es preciso en el altar de fuego que hay en mi pecho. No es algo que me produzca placer, es solo un mal necesario, el coste de hacer negocios, el número rojo en el balance de la cuenta.

Durante más de dos décadas esta ha sido mi vida. Al fin y al cabo, el objetivo de las Ecuaciones más sencillas es despejar sus incógnitas, pero la belleza de mi algoritmo autoajustado es que no se puede resolver del todo por si mismo. Habita en mi mente, apropiándose de diversas formas según las necesidades del momento, para aproximarme paso a paso a la venganza, tan inevitable como es imposible detener el discurrir del tiempo. Lo que ha ocurrido está escrito tan en piedra como la firmeza de mi deseo de que cierta gente acabe a dos metros bajo tierra. 

El tiempo es mi aliado pues soy invisible a los ojos de mis enemigos, una sombra perdida y olvidada de sus pasados. La boda de Anne y Hitomi tuvo los resultados previstos y el crecimiento de la T.A.I.U. ha permitido la apertura de nuevas estaciones para trenes en todos los rincones del Sistema Solar. Sus agentes influyen en las decisiones de la Autoridad Solar, mueven sus recursos a través de intermediarios como Math para luchar contra su competencia, mantienen sometidos a los ciudadanos por medio de la desidia y la riqueza. Lo esperado y previsible, transparente a mis ojos con la facilidad con la que se puede digerir el synthalcohol de mi vaso vacío. Han gen-ingenierado dos hijas para que las sucedan y hereden todo cuando llegue el momento, Helen y Akira. La ecuación no tiene aún un sitio definido para ellas: ¿debería usarlas para que maten a sus madres? ¿Debería acabar con ellas para eliminar todo rastro de la existencia de Anne de la faz de la historia? Decisiones que deben ser ponderadas, pero para las cuales carezco de información crucial para llegar a una opinión personal y adecuada. Y el Plan no deja espacio a la improvisación, a lo desconocido, a lo no calculado. Pero hay tiempo, siempre lo hay, para colocarlas en los lugares adecuados para que lleguen al destino que merecen por la sangre que corre en sus venas. Los pecados de las madres son heredados por las hijas.

La Ecuación se ajusta progresivamente por decisiones como estas. Otra de las incógnitas a despejar proceduralmente es el rol de Death Lock. Mi red de contactos ha crecido con los años y décadas viviendo en las sombras, entre los resquicios, y he oído rumores aquí y allá de sus actividades. Un asesinato que se le atribuye en el sector 2 de Mercurio, un accidente demasiado casual en las viejas estaciones de Luna. Un fantasma que se mueve por el mundo tan invisible como yo, pero cuyo roce trae muerte de las formas más inesperadas. En mis cálculos, estimo que no hubo nada personal para él en mi muerte, solo era un contrato como tantos que he cogido yo con los años. Pero me lo hizo a mi y eso es algo que no perdono, algo que alimenta el incendio de mi corazón. Así que busco el rastro, recojo las pistas que deja a su paso, regulo y ajusto los cálculos para tratar de identificar su refugio, el lugar donde poder encontrarlo cuando llegue el momento. Morirá, sin duda, pero perecerá allá donde crea que se encuentra a salvo, donde se sienta seguro y confortable, como me ocurrió a mi al final de mi primera vida. Ese será su precio a pagar, darse cuenta al final que no hay lugar a salvo, sentir el miedo a la muerte adentrarse en sus huesos, mirarme a los ojos y descubrir que su final se debe a su único error: cruzarse conmigo. 

Un grupo de hombres armados entran en la cantina, dejando que el polvo rojizo de la planicie les siga hasta el interior. La tarde ya está cayendo y la gente abandona la mina local para descansar y beber. Un buen momento para dejar caer un par de créditos, fingir unas pocas sonrisas que no siento, hacer algún comentario que les alegre el día. Nunca se sabe cuando puede ser necesario tener amigos en mitad de ningún sitio. Solo un paso más en la ecuación, una conexión que puede ser útil, un lazo que, como con el ganado que se aleja de los jinetes, los ate a mi. Un vínculo que quizás nunca sirva de nada, pero que tal vez si lo haga. Y esa posibilidad es lo que hace que el plan sea inevitable, porque las piezas se encuentran dispersas por todo el tablero de juego, listas para ser activadas cuando llegue el momento.

Y entonces llega el tac y el mundo cambia. La planificación debe ajustarse, ponderarse los datos en base a las nuevas evidencias, modificarse la ecuación entera. Debido a un programa de televisión que he visto decenas de veces, donde un vaquero y una vaquera anuncian las siguientes recompensas. "Hot bounties" pone el letrero de la pantalla de la cantina, y sin duda es un nombre adecuado, habida cuenta de las complicaciones estructurales que tiene la camisa de la presentadora para mantener todo en su lugar y no explotar en el proceso. Lo que importa, sin embargo, es que encima de ese mensaje se encuentra un fantasma de las navidades pasadas como el que escribiera Dickens tantos siglos atrás. El Dr. Nova llena la imagen, un regalo anticipado de un Papa Noel sangriento cuyo trineo, tirado por demonios, solo busca sembrar el caos y la muerte. 

El dinero es irrelevante. Las condiciones poco importantes. La Ecuación ha cambiado, la primera de las incógnitas despejada ante mis ojos con fría pulcritud digital, entre disparos y risas caleidoscópicas de unos presentadores que son poco más que un espectáculo de feria. Una localización. Un hombre que va a morir, pero los cálculos infinitesimales de la perfección matemática que llevo articulando décadas me señalan que no hay que precipitarse. Nova sigue siendo un hombre poderoso y respetado pese a estar en la pantalla, uno que ha injuriado a las personas inadecuadas y por eso ha caído en desgracia. Si había cometido ese fatal error, como el que llevó a la muerte de mi padre, entonces habría generado enemigos. Y el enemigo de mi enemigo es mi amigo, dice la antigua sabiduría de los proverbios árabes. Solo es cuestión de encontrar a esos nuevos aliados, introducirles en la Ecuación y eliminar las primera de las piezas del tablero. 

No es la reina a por la que voy, ni siquiera su torre ejecutora. Quizás incluso, en otra vida en que no hubiesen tratado de terminar mi existencia, le habría estado agradecido al Dr. por retirar a mi padre del mundo. Pero aquello había desencadenado todo lo que había ocurrido después, cual bolas de billar que se mueven por el tablero empujadas por las inevitables fuerzas físicas de un golpe del taco del jugador. Y esa esfera, rojiza como Marte, con el número 1 bien visible, pronto encontraría su hueco bajo tierra.

Así que me pongo en movimiento, del mundo del tic planificador del pasado, al reino del tac ejecutor del presente. Cojo uno de los créditos de mi bolsillo y lo lanzo al barman para invitar a una ronda a los presentes. Sonrío, río y calculo. Ajusto, modifico, perfecciono. Ato los lazos para escuchar nombres de nuevos aliados, de gente a quien el mal Dr. haya ofendido en el pasado, aquellos que le quieran muerto. Y bebo, entrechoco manos, vislumbro el futuro digital de unos cálculos infinitesimales cuya resolución se aproxima. No hay futuro, no para mi con toda probabilidad, pero el mundo arderá para pagar el precio de que el fuego anide en mi corazón. 

Hora de caer por la madriguera del conejo de sangre.

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