Error 101: Ecuación no Encontrada

 

El universo es una ecuación cuadrática de una complejidad infinita. La suma y resta eterna que conforma la actividad de instituciones y corporaciones, individuos y gobiernos, masas calculables y predecibles bajo el dominio del algoritmo. Una concatenación racional que lleva a conclusiones previsibles, ordenadas, equilibradas. Al final, ¿qué es la vida humana sino una pieza de una ecuación mayor?

Un ser humano no es más que la suma de todo lo que será capaz de producir en su vida: su trabajo asalariado al servicio de la corporación, el número de sus hijos, el consumo continuo que activa la economía. Frente a ello, la resta que produce durante ese tiempo: los costes derivados de mantenerlo controlado, su salario, el precio de la sanidad y otros productos. Una persona, por tanto, no es más que un número, y los hay que valemos más que otros. Es así de sencillo. Es la ley del mundo. 

Mi nombre es William Tessier-Ashpool y hoy mi mundo se ha derrumbado. Toda la ecuación ha fallado. Todos los cálculos han salido erróneos. Una vieja novela de fantasía, escrita por G. R. Martin a finales del siglo XX, dice que "En el juego de tronos, o ganas o mueres". Yo fui criado y educado para vencer en el juego, al coste que fuese, y sin embargo me encuentro ahora en el pozo, aferrándome a la vida por un tenue lazo que se debilita con cada latido de mi corazón, bajo el peso de la traición. No la calculé, no estaba en mi ecuación, no era computable.

Pero me estoy adelantando. Si este es el momento final de mi vida, me corresponde el derecho a tener mi flashback en el que todo lo ocurrido pasa frente a mis ojos y puedo disfrutar de los triunfos, y sufrir de nuevo las amargas derrotas. Aunque no ha habido muchas de estas, si os soy sincero, hasta hoy. 

Soy el hijo mayor de Edward Tessier y Martha Ashpool, hermano de Anne Tessier-Ashpool, y nací y crecí en Salt Lake City, en el estado de Utah, que otrora formaba parte de los Estados Unidos de América. Hasta mi abuelo, la ciudad no era nada, pero Terrence Tessier tenía una visión y la hizo real: la de una corporación que lideraría la construcción de comunicaciones e infrastructura más allá de la Tierra. Su tesón y trabajo hizo palidecer a empresas precedentes como SpaceX e incluso las agencias gubernamentales como la NASA. Con sede en la ciudad, Salt Lake City creció al mismo ritmo que lo hacía la corporación, con cada uno de sus pequeños triunfos como la construcción de la primera línea estable de viaje de la Tierra a la Luna o a Marte, tiempo antes de que esta se terraformase.

Pero para poder cumplir su visión, Terrence Tessier necesitaba unos recursos de los que no disponía, áreas donde no contaba con suficiente influencia y margen de acción. Pero tenía uno valioso, mi padre y su heredero, Edward, que fue casado con la heredera de la gran corporación de telecomunicaciones, Martha Ashpool. La sangre formó un conglomerado corporativo que fue rechazado por numerosos tribunales de la Tierra por ser demasiado grande, pero no nos llevemos a engaño, para entonces los negocios de la corporación ya se encontraban esparcidos por todo el Sistema Solar, el área de influencia de la humanidad se extendía al ritmo que mi familia tendía las líneas de comunicaciones entre planetas, un tren de cada vez. El plan de mi abuelo lentamente se hacía realidad y, con ello, Salt Lake City cobraba una vida que no había tenido en toda su historia, hasta convertirse en una urbe capaz de hablar de igual a igual con otras grandes ciudades como Los Ángeles, Tokyo, Beijing o Berlín. Con la belleza matemática de la perfección, el ascenso de la renombrada Tessier Ashpool Interplanetary Union fue imparable. Como debía ser, la inevitable concatenación de procesos predecibles y planificables, cuadrados con pulcritud contable y fría.

Esa es la familia en la que nací, destinado desde el principio a ser la siguiente pieza de la ecuación de mi abuelo. Nunca lo he resentido, siempre he estado de acuerdo con el Plan, no nos llevemos a engaño. Si me muero aquí, como parece que será el caso, no lo haré contándome mentiras a mi mismo. Un año después nacería mi hermana, Anne, y su lugar en la ecuación estaba tan predefinido como el mío, garantizando su lugar en el aspecto social de la corporación, su imagen pública: acciones filantrópicas, cenas sociales, actividad benéfica, como mi madre. 

Pero a esta, a la fría y distante Martha Ashpool, se la llevó la muerte antes de lo que correspondía en el plan. El primer error de la fría matemática. Yo estaba en mi segundo año en el MIT, estudiando computación, contabilidad y dirección de empresas. Ella se encontraba de viaje con mi abuelo a Marte en su lujoso vagón espacial. No era la primera vez que lo hacían, y yo siempre he creído que eran amantes desde antes de mi nacimiento, que mi padre lo aceptaba como parte del cálculo de actividades óptimas que era su matrimonio y su vida. Pero el lujoso vagón abandonó la ruta establecida, descarrilando en algún punto de su acercamiento a la órbita de Marte, haciendo que fallase al encuentro con el mismo. Los radares y sensores siguieron su progreso hasta su accidente, semanas más tarde, contra un asteroide en el cinturón. Recuerdo las llamadas de emergencia y súplica de mi madre, la única vez que vi su fría máscara de perfección romperse bajo cualquier emoción humana. Pero no había nada que hacer, ninguna nave se encontraba en la zona capaz de alcanzarles a tiempo. O quizás mi padre no era tan frío como parecía y lo había orquestado todo. Es imposible saberlo, no se encuentra en bases de datos que yo pueda analizar y computar, ni entonces ni ahora.

Me gradué con honores en el MIT. Mientras otros jóvenes de mi edad se dedicaban a la fiesta y la diversión, yo me reunía en los clubes más exclusivos y creaba los contactos que serían necesarios para justificar el coste de la inversión en crear esas relaciones. Nada por debajo de las más influyentes personalidades era digno de mi tiempo y mi esfuerzo, cada uno de ellos una herramienta a la que usar cuando llegase el momento, piezas de mi propia ecuación, colocadas cuidadosamente en el tablero de juego infinito que supone la batalla por el control de la humanidad. Una batalla que la T.A.I.U. tenía toda la intención de vencer, fuese quien fuese su director y dueño. Y yo lo sería cuando llegase el momento, por eso tenía que tener todas las piezas en su lugar para llegar a poder competir con las otras grandes corporaciones del Sistema.

¿Romances? Nunca tuve tiempo para esas sensiblerías, no computan adecuadamente en el interior de los procesos necesarios para concatener la hegemonía deseada. ¿Sexo? Sin duda. Solo con las mejores parejas, por belleza o por la riqueza y los contactos a su disposición. Como el atractivo, como todo, se puede comprar con facilidad, ambas cosas solían ir de la mano. Pero cuando llegase el momento, mi esposa sería Hitomi Karada, la heredera de Virtual Minds Inc. Estaba preestablecido en mi plan, no era negociable, era el cálculo óptimo para la expansión de T.A.I.U. en la dirección adecuada. 

Me gradué primero de mi promoción en el MIT. Ningun resultado inferior a eso sería aceptable ni para mi familia ni para mi mismo. La simple excelencia no era suficiente. Volví a Salt Lake City a tomar posesión de mi cargo como Director Adjunto de Innovación. Un puesto sin duda por debajo de mi posición y dignidad, pero adecuado para servir como primer campo de pruebas para mis habilidades y técnicas, de todo lo aprendido. Un campo de juegos donde equilibrar la ecuación para maximizar la productividad y rentabilidad, los beneficios de la línea de contabilidad de la corporación. Si hay algo sagrado en este mundo, es eso. 

Durante seis años estuve trabajando allí, cuidadosamente hilvanando las dinámicas del grupo de trabajo con las necesidades de nuevos servicios y productividad de la corporación. Un perfecto balance de costes y beneficios, de productividad y humanidad, cada cosa pulcramente colocada en su lugar, sin margen de error ni desviación típica. Un entorno en el que poder lentamente flexionar mis músculos e ir utilizando mis antiguas conexiones para llegar a donde había que llegar, creando nuevos contactos y vínculos por el camino. 

No fue hasta que fui ascendido a miembro del consejo directivo de la corporación que comencé a estar donde me correspondía. Entonces comenzó mi relación directa con Hitomi, una con mucho sexo y poco afecto, pues lo primero libera endorfinas que nos facilitan un estado de ánimo propicio a la actividad productiva y lo segundo solo causa distracciones y debilidades innecesarias en la ecuación. Al fin y al cabo, lo que importaba de ella era la fortuna y la corporación de su familia, no su personalidad blanda y aburrida. 

Es de este modo que llegamos al presente, prácticamente. Hace una semana que ha fallecido mi padre, Edward Tessier. Siete días para que el mundo se vuelva del revés y la ecuación pierda su sentido. Todo por culpa, como todo en mi familia, de la competición y la ventaja. Mi padre decidió implantarse un nuevo prototipo del célebre Dr. Nova, un implante que debería otorgarle capacidades que le permitirían posicionarse por delante de la competencia. Sin duda les adelantó... en la carrera a la tumba. Un protocolo de interfaz erróneo que desencadenó una cadencia fatal de descargas eléctricas en el cerebro, un aneurisma y el cese de las funciones cognitivas superiores. Tardó dos días en morir, dicen que sus gritos se oían en todas las plantas del hospital.

Yo no lo se, no me molesté en visitarle. Su lugar en la ecuación había sido despejado y era hora de garantizar a los inversores que su mala fortuna no causaría desgracias en el progreso de la ruta trazada para T.A.I.U. Convencer a la junta de que me nombraran el nuevo director de la empresa que me pertenecía por derecho de sangre y herencia era un mero trámite, facilitado por la legión de abogados encargados de asegurar el proceso en todas sus formas. Solo era necesario esperar a la inevitable defunción de mi progenitor, proceder a las formalidades asociadas al periodo de luto por un ser que ni ofreció ni merecía afecto, y después que se produjese la lectura del testamento y la inevitable comparecencia pública previamente pactado en el programa de gran audiencia correspondiente: el de Damon Dynamo. Las acciones sin duda perderían un 0,7% de su valor en ese periodo, algo previsible que se solventaría rápido con una transición adecuada a mi gestión, el anuncio de nuevas inversiones en infrastructura en localizaciones adecuadas de Marte, Júpiter y Venus, y las proyecciones de ventas de las nuevas innovaciones viarias que estamos desarrollando. En un mes deberíamos estar de vuelta en los cálculos adecuados de beneficios y estimaciones de crecimiento para este trimestre contable. 

Todo fue acorde al plan. Incluso levemente mejor, pues la pérdida de valor de las acciones fue tan solo de un 0,6%, augurando un reencauzamiento de la progresión de la corporación más positivo de lo esperado en un primer momento.

La ecuación se cumplió con fría precisión matemática, salvo por una cosa: que en estos momentos, me debato entre la vida y la muerte, una bala perforando mi corazón, mi cuerpo tendido bajo la lluvia en esta tarde de Salt Lake City. Debería estar procediendo a mi entrada triunfal en la sede corporativa de T.A.I.U. al ritmo de la música más refinada y poderosa que señalase la grandeza de mi Ascensión y Trascendencia. El momento en que debería estarme sentando en el trono, vencedor en el juego, es el momento en que mi sangre se entremezcla con el agua que cae del cielo, mi aliento desvaneciéndose como el latido sordo de mi pecho.

Y lo único que puedo sentir en este momento es incomprensión. ¿Cómo pudo salir mal la ecuación? ¿Qué elemento minusvaloré o computé erróneamente? ¿Cual minúscula pieza de la aritmética se salió de las proyecciones? Incomprensión, sin duda, pero también, por primera vez, algo cálido y fuerte. Ira. Odio. Venganza.

Su sabor metálico en mi boca me reconforta y alimenta como nunca pensé que algo irracional podría hacerlo.

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