Error 102: Sentimientos no Encontrados

Ahora que me preparo para poner en marcha mi propio plan, mi propia ecuación, no puedo dejar de reconocer que abrir los ojos de nuevo bajo aquel techo pobre y desconocido fue algo inesperado. Era blanco, o eso se suponía, pues las manchas amarillentas y rojizas lo afeaban, igual que la insuficiente iluminación. Con el paso de esos primeros días, descubriría que era una clínica de mala muerte perdida en Olympus City, debido a que si acababa en una buena instalación probablemente me descubrirían.

¿Cómo es que abrí los ojos? No vi venir la traición, eso es innegable, pero mi plan de contingencia llevaba años preparado por si la competencia intentaba acabar conmigo. Evelyn Queen, mi guardaespaldas y asistente para operaciones encubiertas, había seguido el diseño al detalle. Nunca sabré, probablemente, por qué la bala impactó en mi corazón en vez de ir a por mi cabeza y destruir así mi Nanocopiador, pero lo hizo, dando tiempo y ocasión a que Evelyn hiciese su magia. Fingiendo atenderme se encargó de intercambiar mi copia real por una que estaba dañada, de modo que pareciese que no solo había muerto sino que no había forma de recuperarme. Y me había traído aquí, a Ningunaparte, donde un cuerpo nuevo me esperaba y nadie me reconocería. 

De todo esto, y más, me enteré esos primeros días de boca de la propia Queen. Habían pasado dos semanas desde mi ejecución pública y fui forzado a ver en televisión como mi hermana tomaba mi lugar y hacía todo lo que estaba preparado para que yo hiciese: las entrevistas públicas, los movimientos políticos, el anuncio de novedades. Incluso robó mi plan para deslocalizar a los nativos innecesarios de Marte, Venus y Europa para poder colocar estaciones para nuestra red de comunicaciones y nuestros trenes, recurriendo al ejército si los nativos se resistían. Vi como las acciones de la T.A.I.U. se revalorizaban tal y como yo había proyectado, mientras me pudría bajo un techo pobre y desconocido, en un cuerpo que no era el mío. Yo mismo había elegido mi actual anfitrión corpóreo años atrás cuando diseñé el plan de contingencia, pero no era lo mismo observarlo entre la colección de posibilidades que estar habitándolo, moviéndome de forma extraña en una gravedad que no era la de la Tierra. Y, a los pocos días, Evelyn me dejó para regresar a Salt Lake City, algo necesario para que su mascarada se mantuviese intacta. Sería la última vez que la vería en persona, al menos de momento, un sacrificio necesario en nombre de la supervivencia. Una dolorosa pieza de la ecuación desajustada en la que se había convertido mi vida.

Me vi abocado a las duras calles de Olympus City, con las rojas paredes de la caldera alzándose sobre el pavimento, los escarlatas edificios alineados en calles alienígenas para mi, los vermellones entornos de la mayor de las ciudades marcianas. Mi dinero ya no era infinito, me permitiría vivir un par de semanas en la ciudad, pero necesitaba ingresos y rápido. Afortunadamente, hacer dinero nunca fue problema para mi con mis habilidades para la contabilidad y la dirección. O, al menos, no lo había sido en el pasado, pues la primera de las duras lecciones que la urbe me enseñaría es que todas las cosas que yo valoraba no significaban nada en su pavimento, gobernado por el cromo y el plomo, donde la presencia de la Autoridad Solar era aún más tenue que en la Tierra. 

He de reconocer que no sería el único aprendizaje que Olympus me regalaría, entre palizas y atracos aprendí a empuñar un arma. No era el mejor tirador, ni probablemente lo seré nunca, pero descubrí que no hace falta serlo, solo parecerlo. Si creen que puedes matarlos antes de que desenfunden, no se atreven a comprobar si es cierto. La reputación, la apariencia y la pose de un depredador eran no una opción sino un requisito para sobrevivir en la ciudad y más allá, en los rojos yermos de Marte, entre las pequeñas poblaciones organizadas en torno a supersoldados retirados. Dioses máquina autonombrados tiranos y reyes, protectores y bandidos. 

Y he de admitir también que, en esas primeras semanas, hubo más de una ocasión en que introduje el cañón de la pistola en mi boca y cerré los ojos, dispuesto a apretar el gatillo. Seguir adelante era demasiado costoso, demasiado doloroso e innecesario, un fracaso procedural que era imposible parchear. Pero el ardiente fuego de mi corazón, la ira que anidaba en él y lo reclamaba como su hogar, me impedían aceptarlo. Por aquel entonces aún no sabía quienes eran los responsables de mi infortunio, pero ya existía la férrea determinación a encontrarlos y ajustar las cuentas, robándoles tanto como me habían quitado a mi. 

Para lograrlo requería de unos recursos de los que no disponía. Mi escasa economía se había agotado en esas primeras semanas y en la compra de los equipos más básicos para sobrevivir. No tenía suficiente para pagar fiestas y hacer favores, el capital más básico para formar contactos que me pudiesen proveer de la información que requería para ejecutar mi venganza. Así que me volví a las sombras, para trabajar en nombre de las corporaciones hacía falta ciudadanía y membresía de las mismas, y esto requeriría arriesgarme a ser descubierto. Pero no para trabajar entre los callejones iluminados por los neones de Olympus City, para eso solo hacía falta una notable escasez de escrúpulos; yo nunca había tenido muchos para empezar y esas semanas me enseñaron como tercera lección que los pocos que poseía eran excesivos y debían ser canjeados por créditos.

Empecé a trabajar como hacker aquí y allí, robando algunos créditos mal protegidos o asegurando una vía de entrada para algún equipo con ganas de incomodar a una corporación a cambio de pagos. Por supuesto, nunca contra T.A.I.U., nunca contra mi familia. Pero el resto eran blancos aceptables, desde Star Cybersystems a las diversas corporaciones de medios de comunicación y espectáculo, las grandes mercenarias como Heron Defense o las instalaciones decadentes de Red Dirt Mining. Mientras la paga fuese buena, me daba igual atacar aquí o allí, en la propia Olympus City o en la profundidad de los yermos desiertos donde las grandes firmas realizan los experimentos que quieren mantener anónimos y ocultos de la opinión pública y de la competencia. 

Cada crédito obtenido así era reinvertido. Era la primera lección de economía básica: para hacer dinero hay que gastar dinero. Una mejora de hardware que me permitiese una funcionalidad acelerada iba seguida de nuevo software para sacarle partido. Armadura personal para cuando las cosas salían mal y todo terminaba en un tiroteo en las calles de un poblado perdido de la mano, sea en Saturno o Plutón. E implantes, no la clase que me ayudaría a gestionar la contabilidad, sino aquellos que me permitían atravesar el hielo más negro como si fuese mera mantequilla caliente, e impersionar con una sonrisa al corazón más frío, como el de mis padres muertos.

Pero, sobretodo, lo invertí en gente. Queen y yo aún manteníamos algo de contacto aquellos años, esporádico y siempre por vías seguras, pero me iba informando de cómo iban las cosas por Salt Lake City. Fue ella quien descubrió con sus pesquisas el nombre de mi asesino: Target Lock. Nadie sabía si era hombre o mujer, su personalidad era un secreto inaccesible, pero su nombre se susurraba desde Urano hasta Mercurio. El hombre del saco, el agente más caro e inaccesible que cualquiera podía contratar cuando alguien debía morir y el coste en créditos no era problema. Su leyenda afirmaba que estaba detrás de la ejecución de numerosos grandes dignatarios, presidentes corporativos y mercenarios reputados y yo solo había sido el siguiente de una larga lista de víctimas. Pero el único que, contra pronóstico, había sobrevivido para cobrarse su vida como compensación, terminando su contrato con un despido claramente procedente.

Sin embargo, durante aquellos años, la mayor parte de mi inversión estuvo en otro tipo de gente, la que me llevaría a poder ejecutar mi venganza. Informantes y detectives, prostitutas y proxenetas, mercenarios y gladiadores. Tráficantes de armas de Io, agrupaciones nómadas de Deimos, colectivos autorresistentes de las llanuras ácidas de Venus. Por todo el sistema solar, con cada viaje, mi dinero fluía de mis bolsillos a los de aquellos que podrían serme de utilidad algún día, siempre fuera de la Tierra, lejos de donde podrían identificarme. Un trago con piratas del anillo de asteroides, algo de drogas nanoactivadoras con esclavistas de Pandora, un viaje de peyote digital con los shamanes nómadas de las llanuras de Hellas Planitia en Marte.

La pieza que me faltaba del puzzle llegaría después de uno de los trabajos para John Maths, un fixer con el cual había trabajado en varias ocasiones pues conseguía buenos contratos para realizar. Pero no fue él quien me dio la pieza que me faltaba, sino un programa de cotilleos puesto de fondo en una de las televisiones de una cantina perdida en el polo sur marciano, en el especial de Damon Dynamo con motivo de la pedida de mano que mi hermana Anne había hecho a su futura esposa Hitomi Karada. El mismo presentador que enviaba ocasionalmente paparazzis e investigadores a husmear en torno a mi pasado, hablaba con ellas como si todo fuese natural e improvisado, cercano y romántico pero con el adecuado toque de picante para apelar a las demografías más jovenes y con deseo de algo caliente. Lo suficientemente sentido como para dar sensación de confianza a los mercados financieros pero también llenar los tabloides sensacionalistas con publicidad gratuita de rápido consumo para las masas terrestres. Una escena de teatro perfectamente ejecutada para sintonizar con toda la audiencia relevante y garantizar que la fusión de dos grandes corporaciones sería recibida con un aplauso ensordecedor por la multitud. Una obra dramatúrgica para la que yo había escrito el guión años atrás, cuando planeaba ese mismo momento para mi pedida de mano para esa misma mujer.

Anne Tessier-Ashpool me había robado mi plan. De algún modo, había accedido a mi ecuación de perfecta ascensión y había copiado todas sus piezas cual fragante violación de los derechos de propiedad intelectual, sobreescribiendo mi nombre con el suyo. Un trabajo perfecto y meticuloso de innegable belleza matemática que la señalaba como la autora intelectual de mi muerte, quien había contratado a Target Lock para acabar conmigo y poder ella ocupar mi lugar. La más pérfida de las traiciones, perpetrada por mi propia hermana, invisible para mi entre sus cenas benéficas y acciones de caridad. En lugar de aceptar el lugar que le correspondía como el rostro amable de la corporación, tal y como el plan de nuestros padres dictaba, había decidido usurpar el trono con un oro que se cubriría de mi sangre. Y verla allí sentada, hablando con Dynamo como si fuese todo honesto y sentido, hizo que mi corazón ardiese como nunca antes. Un fuego que aún ahora que todo va a cambiar, sigue quemando con igual fuerza.

Al menos, ahora tenía un nombre y una cara a las que asociar esa ira que me consumía, un rostro que creía conocer demasiado bien y que me había engañado desde que éramos infantes privilegiados.

Lentamente, una nueva ecuación fue surgiendo en mi mente. Números cuidadosamente alienados, contactos y aliados en los sitios correspondientes, armas e ideas para combatir a todos mis enemigos. Llevaría años ponerlo todo en marcha pero el tiempo estaba de mi lado. Mientras Anne y Hitomi planeaban su boda espectáculo, yo me movía invisible entre las sombras, disponiendo las distintas piezas de una trampa que, cuando se ejecutase, llevaría a su inevitable caída cual castillo de naipes. Les vería perder todo con una sonrisa mientras tomaba mi trono de vuelta. Las vería arder bajo el peso de mi venganza, para que sintiesen todo el dolor y el daño que me habían hecho al subvertir mi cálculo perfecto.

He de reconocer que mi fijación en la ecuación me hizo descuidado en lo cercano e inmediato. Así fue como no me di cuenta de que Maths me enviaba a un contrato del cual no se esperaba que nadie volviese con vida. Es lo malo de ser un mercenario, te vuelves prescindible. Puedo entender el frío cálculo matemático que el fixer siguió para disponer de nosotros, es parte del juego en las sombras, no le guardo demasiado rencor por ello. Al final, solo son negocios. 

Escapé por los pelos de la trampa. Y eso es lo que me ha llevado a donde estoy ahora: el registro de cazarrecompensas. Solo como agente libre e independiente tendré la libertad necesaria para poder mover las piezas a mi voluntad. Para cumplir los distintos pasos de la ecuación cuadrática que es mi venganza necesito dejar de ser el puñal digital en la mano de alguien, para convertirme en mi propio camino hacia el infierno. Las figuras están todas en su lugar, las dinámicas están colocadas prestas para ser puestas en movimiento, los peones dispuestos para su sacrificio.

Cazarrecompensas, si se lo hubieran dicho a mi yo del pasado, el estudiante modelo del MIT, jamás se lo habría creído.

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