Cronicas de las Tierras de la Bruma 32: En el nombre de Dios

 

Sientate y hablemos, hoy hemos caminado poco pues hay mucho de lo que conversar sobre lo que los antiguos textos cuentan que ocurrió durante el Día de la Exégesis, cuando las antiguas respuestas dejaron de servir ante las nuevas revelaciones. Cuando el Hierofante encontró su final. Era el Tiempo del Fuego, ya te lo he dicho más veces, y el cambio es la fuerza más poderosa del universo, nada es resistente a él para siempre.

Pero lo ocurrido comienza en los riscos cercanos a Nueva Catan, donde a una explanada llegan los gremios: unos transportados en el carro tirado por pegasos, otros montados sobre grifos y los últimos en el portal de luz de luna. Allí, atraidos por las fuerzas del destino o de otros poderes, según la interpretación, los esperaban Shavi y Mordenkainen, con menos respuestas de las que uno esperaría que tuviesen. Una información le había sido revelada al dracónido de la llegada del Hierofante a la ciudad y las consecuencias nefastas que esto tendría si se le dejaba caer en la espiral de demencia a la que le abocaba haber traido el Báculo a la ciudad. Porque él carecía de la fortaleza para resistir sus influjos y su poder, y su corrupción amenazaba mundos más allá del nuestro.

Como en las historias de bardos y cuentacuentos, los guías no pueden hacer el trabajo, sino que este recae en los héroes, en los gremios. Una posibilidad se abría ante ellos, como los caminos que encontramos y se bifurcan en desconocidas ramas, pero había un duro sendero que guiaba a los héroes a la derrota del Hierofante. Pero, para alcanzarlo, unos deberían desafiar a la oscuridad de las profundidades, mientras los otros deberían ocultarse bajo el brillo del sol. 

Quienes descendieron a las profundidades encontraron las antiguas rutas, tan antiguas como la ciudad misma, donde los pobres y desposeídos habían encontrado esperanza. Una esperanza guardada por un celestial, un fragmento del alma de San Akinetos, tan silencioso como el santo pero mucho más letal. Pero ni siquiera un guardián así pudo detener a los aventureros, que consiguieron acceder a la fragua que servía otrora de corazón a la ciudad, hogar de maravillas y horrores. Sus paredes, cuentan, relataban la historia del Arcanista, del enfrentamiento y la separación, en tiempos anteriores a las brumas, donde portentos y desgracias se tejían con el mismo lenguaje. Y en el corazón de la forja antigua, alimentada por las aguas mágicas, un enorme constructo guardaba el camino con fiereza. La batalla fue titánica, sin duda, o eso cuentan los textos, pero al final los aventureros prevalecieron y el constructo fue sometido al poder de la voluntad y de la forja. Tres deseos: la destrucción del constructo y la fabricación de las dos llaves que habrían de servirles para crear la posibilidad de una oportunidad, si en la superficie sus compañeros tenían éxito.

Para quienes se atrevieron a desafiar las calles y el sol, el sendero fue muy distinto. Por motivos desconocidos, debían activar una serie de mecanismos arcanos y antiguos que se encontraban en la  que entonces era una casa de la guardia. No es una historia de espada y sangre, sino de astucia y disfraces. De contactos en los bajos fondos que conocen secretos y relojeros que saben de maquinarias de seguridad. Pero sobretodo, de un plan para fingir que los aventureros, disfrazados como guardias, habían apresado a los Barbaslargas y los iban a entregar. Al final, la misión se hizo entrando por la puerta grande, con una sonrisa, una protesta por las duras condiciones impuestas por la Guardia del Sínodo y la cantidad de papeleo a rellenar. Las cosas casi se tuercen en más de una ocasión, cuando los Barbaslargas casi inician una pelea en la prisión antes de tiempo, ante las ofensas de un esclavista; o cuando un segundo Guardia del Sínodo se presentó para discutir cómo había que arrestar a los gremios que permanecían fuera de la ciudad. No se solucionó de la forma más elegante, eso hay que reconocerlo, pero sin duda si que de la más efectiva. Igual que la infiltración en el vault prohibido o la apaciguación de las bestias, o los sutiles juegos distrayendo la atención con lo que se puede ver desde una torre. Y, al final, los mecanismos fueron activados como correspondía, a la vez. 

Y con ello trajeron uno de los portentos que tan frustrantes resultan a los historiadores hoy en día, pues por última vez, las antiguas maquinarias del corazón de la ciudad se pusieron en marcha. Engranajes poderosos y conjuros olvidados comenzaron a desplazar las calles y los edificios, causando el caos en la superficie mientras la forja preparaba las llaves. Y, hasta bien entrada la noche, las antiguas maquinarias trabajaron, elevando dos misteriosas torres en el este y oeste, una mágica y la otra tecnológica, igual que las llaves que se habían fabricado. Solo cuando la construcción se hubo detenido y el caos se extendió por la ciudad ante los portentos acaecidos, los gremios se reunieron de nuevo, intercambiaron planes y llaves, y se separaron para sus objetivos. 

Quienes viajaron a la torre tecnológica en el oeste de la ciudad encontraron primero con una agrupación del Concilio, dirigida por Alvin McHill. El Hierofante les había ofrecido un gran negocio y estos habían aceptado, pero ningún negocio es bueno si la alternativa es el fin del mundo pues de nada sirve ser el hombre más rico del cementerio. Y con palabras adecuadas, Alvin vio la razón en lo que los aventureros le contaban y decidió unir sus esfuerzos. Tras un encuentro con unos ciudadanos en una taberna, se toparon en su peregrinaje a la torre con una discusión, pues el enfrentamiento entre Michael Duchamp y el Senador Gino era duro y fuerte. Cuestiones de moralidad, de lo correcto y lo erróneo, llevaron a que Duchamp se encontrase con el respaldo de los gremios y se uniese a su causa él también con sus chevalier. El paso por la sastrería arrasada de Roygel solo sirvió de anticipo a la llegada a la torre, que estaba siendo asaltada y saqueada por unos piratas cualesquiera. Sin el liderazgo de Soldaren, su tiempo había llegado, y sus vidas también encontraron su final. 

En la otra senda, quienes viajaron en dirección al este se toparon con Ragnarr y sus caballeros, que por honor estaban obligados a seguir el mandato de su Rey de apoyar al Hierofante. Pero flaco honor se hace cuando todo el mundo muere y, a regañadientes, Ragnar no pudo negar que el bien mayor estaba del lado de los gremios. Mientras las escenas de saqueos en tiendas se producían, los gremios progresaron por su peregrinaje a la torre encantada, deteniendo los mismos ante la terrible amenaza de la vigilancia de Ratuz y el crecimiento de espigas. Y se encontraron con que Matthias dirigía a los miembros de la Orden en un canto, preparándose para un enfrentamiento con Lady Cyndas que se encontraba más allá, a los pies de la torre. Se cruzaron palabras y declaraciones muy duras y amargas, mientras parte de los aventureros ignoraban a los monjes para ir a buscar a la hegemónica tan pronto supieron de su localización. La intimidación hizo que Matthias y los suyos acabasen haciéndose a un lado, pero no uniéndose a la empresa. Como, sin duda, no se unió Lady Cyndas, que directamente se vio atacada por gigantescos murciélagos. Huyó, cobarde como es, dejando atrás a sus caballeros que sufrieron muerte en su nombre.

Y así, simultáneamente, ambos grupos escalaron sus respectivas torres. En el camino encontraron la historia de lo ocurrido hacía mucho en la antigua ciudad, así como las revelaciones de los choques ideológicos en la misma. Llegaron a la sala superior, donde las llaves permitieron activar por última vez las poderosas torres, que convirtieron las calles reordenadas de la ciudad en un enorme sigil mágico que quebrase el poder del Báculo. Sin él, las excomuniones fueron revocadas y el Hierofante se volvió vulnerable. Preo eso llevó al derrumbamiento de la torre de la tecnología, y a la pérdida de todo su poder de la torre de hechicería, convertida en un cascarón sin vida.

Pero su función estaba cumplida y, bajo los restos de la estatua de los colonos, destruida por orden del Hierofante por ser demasiado heterodoxa, todos se reunieron de nuevo para la última marcha del Día de la Exégesis: la toma de la catedral. Lady Paqueret, restaurada, había llegado de vuelta como cargada por la providencia divina, justo a tiempo para ver como Jasper y Elías rodeaban a los aventureros con multitud de Guardias del Sínodo. Sin duda, el famoso "Hacha" tenía unas palabras medidas y decididas, pero fue un virote lo que encontró y la batalla se inició. La danza brutal del ejecutor del Hierofante cortó y dañó, pero también sus hombres y Elías sufrieron en sus carnes los golpes, cayendo el monje el primero. Después le siguió el guerrero y finalmente el silencio se hizo frente a la catedral, sus escalones cubiertos de sangre. 

Lo que esperaba dentro, sin embargo, sería doloroso. Llevado por su creciente demencia y rodeado de su sínodo de Pontífices, el Hierofante ejecutó a Alcides con una simple palabra... pronunciada en la lengua antigua. Y esa lengua tenía un poder que ninguna que haya venido después ha podido igualar. La batalla se desató, mientras los chevaliers, mercenarios y caballeros asaltaban a los apoyos del Hierofante en lo alto. Si prestas atención a las canciones de los bardos y los textos habituales dirían que fue una batalla encarnizada, dolorosa y sangrienta, y sin duda fue una de pérdidas. Pero exageran, cuando Alcides fue devuelto a la vida por intervención divina, cuando los virotes y los conjuros volaron, cuando espadazos y curas fueron arrojados con destreza... el combate pasó de encarnizado a controlado. Y, al final, el Hierofante dio con sus huesos en el suelo, su bastón partido liberando tres antiguas gemas engarzadas. Y el Día de la Exégesis llegó a su final, pero no lo que te contaré esta noche. 

Las siguientes semanas fueron complicadas en la ciudad. Greco, abatido y destruido, condenó a la inacción a un gobierno sin líder cuando Alcides fue reclamado de vuelta al Cielo por el Aeon. Los piratas derrotados abandonaron el antiguo continente mientras la Casa de Argrond colapsaba. Pero la República, el Concilio, la Orden y el Reino vieron sus apoyos y éxitos llevarles a un ascenso en la ciudad. Una ciudad que, sin embargo, había vuelto toda su atención a los gremios de aventureros para solucionar sus problemas, incluidos tareas tan pequeñas como hacer bajar gatos de los árboles o lidiar con disputas vecinales. Cuestiones inacabables, agotadoras y infinitas que llevaron a que los gremios se juntasen en la sala de juntas del Cubil del Dragón para decidir qué hacer con el futuro.

No se conservan, como suele pasar con estas cosas, las actas de lo que allí se habló. Temas de gobierno, de tiranía, de respeto y de democracia. Cuestiones sobre la libertad de credo o el papel que las facciones podrían tener en la nueva ciudad que estaba naciendo. Hipocresías y verdades cuando el espectro de la tiranía resultó para todos innegables en sus propios actos. Pero un espectro con caducidad, pues la situación de control de los gremios solo duraría hasta la caída de los Horrores de la Mente, el verdadero problema del antiguo continente, aún si el Archipiélago resultase una amenaza enorme e inmediata.
 
 
Fueron discusiones productivas, con numerosos acuerdos, que sentaron las bases de todo lo que vendría después. Pues las pruebas que habían vivido y les habían traído hasta aquí no habían terminado y las barreras y limitaciones habían caído. Poderosos engranajes se habían puesto en marcha en el Archipiélago, que acabarían cubriendo de sangre y muerte las Tierras Sagradas. Pero también los pilares de una resistencia y de otra vía, de otro sendero posible. 

De todas esas cosas te hablaré otra noche, que esta ya se ha alargado demasiado y tengo el gaznate seco. Pero los tiempos de incertidumbre habían terminado, y ahora comenzaba el tiempo del fuego. El ciclo que surgía de las ruinas, pues para siempre, el Paraíso se había Perdido.

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