La Mantis de Seda y la Mantis Sangrienta


-La Duquesa Salandra Romanov Decados, Duquesa de Cádiz, Embajadora ante la Corte Imperial, Señora de Elibyrge y las tierras circundantes, Cabeza de Jakov.-

La voz del chambelán llenó brevemente la fría sala de la corte, completamente vacía en aquel momento. Con una excepción. El hombre sentado en un trono que aún no le pertenece pero lo haría en el futuro. Y, pocos momentos después, la bella mujer que entró por las enormes puertas ricamente decoradas. Tras su paso, las enormes jambas se cerraron con un crujido notorio, mientras ella caminaba hacia el trono con seguridad, la misma confianza que transmitía su voz cuando comenzó a hablar.

-No necesito de mis agentes e informes para saber que el Príncipe no murió tranquilamente en la cama, y que sus últimas palabras no fueron el aliento paternal de escogeros como su heredero. Del mismo modo que esta corte no sufre una plaga de trágicos accidentes de caza. Como siempre, actuáis sin molestaros en cubrir vuestras huellas.-

-Y sin embargo, aquí estás, sin guardias ni séquito para protegerte...-

-No los necesito para defenderme de vos.-

El hombre sonrió mientras ella se detenía ante el trono, a una distancia de unos pocos metros. El silencio cayó sobre ellos como una catedral profana, ambos estudiándose mutuamente en la tenue iluminación del salón vacío. La figura de él, tensa sobre el trono, a punto de saltar como la cuerda de un arpa que espera la caricia de unos dedos adecuados. La forma de ella, en pie con sus ricos ropajes y su rostro convertido en una máscara de hielo y desdén.

-Puedo ver a través de tus engaños y ardides, Salandra, siempre he podido. Tus palabras suaves, el modo de dejar entrever el canalillo en el momento adecuado, los susurros en las horas después del sexo salvaje. Los veo porque soy inmune a ellos, puede que manipulases a mi padre como a tantos otros con ellos, pero no tienes nada que yo quiera bajo esas telas. Como mucho los órganos y el delicioso fluir de la sangre, aunque dudo que quieras entregármelos con la misma facilidad con la que abres tu coño-

-Diría que puedo hacer lo mismo con vos, veros cual sois, pero no requiere especial mérito. Os honra, supongo, que no os molestéis en disimular el monstruo que hay en vuestra piel. Un engendro propio de otros tiempos, menos civilizados, rechazado por vuestro propio padre.-

Durante un breve instante una de las venas en el cuello de Pietre Vladislav Decados fue visible, un leve gesto de molestia ante las palabras de la mujer. Pero la máscara regresó inmediatamente, como si no hubiera existido jamás ese destello de vulnerabilidad.

-Y en cambio tú, que te lo camelaste como a tantos, ¿qué has conseguido? Con vuestros trabajos conjuntos, los dos habéis transformado a la Casa Real Decados en una familia débil, secundaria, subalterna al Trono Imperial. Sacrificios y peones, gestos y engaños, para nada. Tú no eres nadie.-

-No es eso lo que opina buena parte de esta corte, e incluso partes importantes de la nobleza de todo el Imperio.-

-Ahí es donde te equivocas conmigo, actúas como siempre lo has hecho, creyéndote invulnerable tras el escudo de tu influencia y tu Ducado. Mi padre te necesitaba para sus juegos, eso te daba una posición que ahora has perdido porque yo no te necesito. Y si de algo se es de causar dolor...-

La mujer enarcó una ceja desafiante, casi burlona. La suave curva de sus labios mostraba el desdén que sentía por el hombre en el trono.

-¿Eso es todo lo que tenéis? ¿Dolor? Me temo que, como siempre, decepcionáis.-

-No, no es eso lo que tengo para ti. Tengo un ultimátum. Ahora tengo bajo mi control una dama Castillo y notable influencia entre los Hazat en Sutek. Su marido va a tomar tu puesto como embajador en Byzantium Secundus y con ella adularemos a su hermano mayor, que se encargará de que su padre ponga la Armada Imperial a nuestro servicio. Y eso sellará el destino de la Casa Li Halan, sus tierras para disfrute de mi gente.- 

Ella va a hablar pero él se impone subiendo el volumen de su voz, poniéndose en pie frente a ella, la mantis negra y verde claramente visible en su ropa.

-¡No he terminado! -ruge con violencia - Tú regresarás a Cádiz, a tu castillo, y jamás saldrás de él de nuevo. No volverás a ver a tu hija, ni a tu amor, ni a nadie. Solo al marido al que desprecias. Pero hoy se acaban tus días de jugar a titiritera tirando de los hilos detrás del escenario.-

-¿Y si no acepto?- la voz de ella se ha vuelto gélida, sus ojos entrecerrándose mientras observa hasta el mínimo detalle de ese hombre.

-Entonces me encargaré de que tu hija encuentre un final antes de tiempo. Ahora viaja mucho por petición de su padre, acaso ella y su hermana tengan un trágico accidente mientras duermen. O acaso destruya al Consejero Imperial en el Trono del Fénix, allá donde se siente invulnerable, dejando que sepa en el último momento que fue tu debilidad la que selló su vida. O tal vez exponga el cuerpo mutilado y vejado de la Emperatriz en las plazas de Byzantium Secundus, destruyendo con eso lo que habéis querido crear y lanzando una nueva Guerra Imperial por ver quien ocupa el Trono vacío. Y sabes que puedo hacerlo, que tengo todas las armas de mi padre y ninguno de sus miedos o escrúpulos a la hora de usarlas.-

La amenaza quedó en el aire, mientras ambos se observaban detenidamente.

-Te lo he dicho, se donde causar dolor y tengo los medios para hacer cumplir todas esas amenazas. Como intentes advertir a cualquiera de ellos o comunicarte con algún contacto o asidero, entonces haré que aquello que quieres en este mundo sea destruido, vejado y mancillado. Hasta que la muerte les parezca una liberación. Y ya sabes lo mucho que disfrutaré de sus prolongadas agonías, de sus gritos de desesperación y auxilio, hasta que su mente misma se rompa bajo mis juegos. Como saborearé cada delicioso momento de su delirio, cada súplica de misericordia, cada petición de que le ponga fin.-

-Entiendo. Regresaré pues a mis tierras, mi Señor Príncipe, pero habéis hecho vuestro movimiento y mostrado vuestra fuerza. El tiempo llegará para que yo haga el mío y veremos quien de los dos escribe el epitafio del otro.-

La mujer se da la vuelta con firmeza y seguridad, camino de nuevo de las puertas, sus andares no traicionan las dudas que anidan en su corazón. Mientras, el hombre con desprecio se sienta en el trono de nuevo pues sabe que muchas cosas van a cambiar una vez que le hayan ceñido el título de Príncipe que le corresponde. Los tiempos han cambiado para la Mantis, como lo han hecho para el Imperio y en los Mundos Conocidos el precio de la paz es muy alto.

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