El Puño de Plata

 

Desde lo alto del cuartel, Cathak Corte Perfecto se asomó al balcón con parsimonia. Debajo de ella, centenares de hombres y mujeres entrenaban para el combate, otros se dedicaban a las tareas de preparación o la logística, otros meditaban para estar preparados para una nueva misión. Pues la legión pronto debería abandonar el cuartel y adentrarse en las traicioneras arenas donde sus pesadas armaduras rojas podían ser tanto bendición como maldición ante el calor inclemente del desierto. Pero ella no estaba preocupada, conocía personalmente a cada uno de sus hombres y estaban preparados. Por algo eran su orgullo y su responsabilidad, la legión del Puño de Plata.

Cinco mil hombres entrenados, guiados por los miembros de la Dinastía de su propia casa, los Cathak. La mejor y más valiente de las Casas, la de líderes y héroes, la de más larga tradición militar. Y exitosa, no como la vergüenza de la Casa Tepet, sus fuerzas tiempo atrás habían osado rivalizar contra su propia Casa pero el viento y el hielo y unos enemigos bien preparados habían dispuesto de ellas. O la aún más vergonzosa Legión del Pis Rojo, poco más que una asociación de criminales y bastardos bajo las corazas rojas de una Legión del Reino. Una vergüenza para todas las Casas de la Dinastía su existencia, que Corte Perfecto aún ahora se preguntaba por qué habían permitido su continuación.

Pero no era así su Puño de Plata. Al contrario, era una veterana legión de la Casa Cathak, financiada desde hacía décadas por su propia familia, entrenada y veterana de mil conflictos. No como la treintena de legiones sufragadas por el Deliberativo, fruto de la negociación entre nobles y el compromiso. No, su legión solo servía a la Casa Cathak y por eso poseía mayor honor y decisión, pues no había mácula o sombra en su concepción, ni duda en su misión. 

Y esa misión ahora implicaba proteger a las tribus del sur de la satrapía de los ataques de otras tribus de nómadas. A Corte Perfecto no le interesaba la complicada red de alianzas que se tejía desde las cortes de Chiaroscuro o Paragon, lo que le importaba era quien quedaba marcado como enemigo y qué había que hacer al respecto. En este caso, destruirlo sin dejar duda, mandando un mensaje a aquellos que pudiesen tener la intención de seguir esos pasos. Una buena cantidad de firme brutalidad para acallar levantiscos y traidores y devolver la satrapía a la adecuada sumisión al Reino. 

Mientras observaba desde las alturas a sus hombres entrenar con firmeza y convicción, no pudo evitar henchirse de orgullo. La Magistratura podía encargarse de la justicia, las Mil Escamas de la burocracia, y el Ojo del espionaje. Pero a la hora de la verdad, el Reino lo mantenía unido el peso del guantelete inflexible que eran las Legiones. Con más honor o menos, más veteranas o novatas, ellas aseguraban que los ataques de los muchos enemigos que acechaban en los límites no pusiesen en peligro las vidas de los ciudadanos del Reino y de sus satrapías. Ellas garantizaban la paz que proveía de oportunidades de provecho y crecimiento al comercio. Solo la firmeza y resolución de las Legiones permitía expandir el Reino cuando surgían oportunidades, añadiendo nuevas satrapías a la bandera escarlata de la Emperatriz.

Pero, sin ella, incluso las Legiones dudaban. Aquellas que debían obediencia al Deliberativo se dividían entre las peleas intestinas por los nombramientos de sus Strategos al mando y las misiones que debían llevar a cabo. Las de la Casa Tepet luchaban en el norte contra un enemigo fuerte, astuto y poderoso, y eran demasiado orgullosas como para pedir la ayuda que claramente necesitaban, no fuera a ser que diesen imagen de debilidad en la corte de la Ciudad Imperial. Solo las suyas, las de la Casa Cathak poseían la determinación infatigable de vencer y proteger, pero solo eran cinco, y también tenían sus misiones asignadas.

Los tiempos de paz y prosperidad traídos por el brillante gobierno de la Emperatriz Escarlata se acercaban a su final. Cathak Corte Perfecto lo sabía mejor que muchos, por la virulencia de los ataques de los enemigos, que parecían sentir la debilidad del Reino. Por las poderosas y extrañas criaturas en los límites de la Creación de las que hablaban sus exploradores. Por el modo en que miraban a las Legiones en las calles de las ciudades del Umbral, con desconfianza donde en otro tiempo había adecuada sumisión. La Jerarquía Perfeccionada se tambaleaba.

Y solo la alabarda y la espada podían devolverla a su lugar. Para eso estaba el Puño de Plata. Golpe, parada, lanza y escudo. En los colores escarlata de las Legiones, en el color mismo del Reino. Sin dudar ni titubear, por honor y deber, hasta que la muerte o la gloria la reclamasen. Ese era su destino, eso implicaba su cargo de Strategos y la sangre de dragón que corría por sus venas.

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