Acero para Humanos II 2: El Fuego del Infierno


El Norte es una amante cruel pero codiciada y su joya, Novigrado, está siempre rodeada de pretendientes a sus afectos. Los hay que buscan seducirla con regalos y atenciones, con poesías y palabras dulces, con vino y promesas. Pero también los hay dispuestos a forzar sus piernas abiertas y a tomarla por la fuerza, pues el poder es lo único que algunos en el Norte entienden como el camino y la justificación de todo. Como reza la vieja plegaria del santo martirizado:

Bendita divinidad, sabes que soy un hombre recto
de mi virtud estoy justamente orgulloso.
Bendita divinidad, sabes que soy mucho más puro
que la multitud licenciosa y pecadora.
Fuego infernal, fuego oscuro
ahora querida es tu turno
elige entre mi y la pira
se mía o arderás.

Y fue ese el choque que presenciaron nuestros héroes al salir del cuartel de la ciudad, representado en un drama trágicamente común en aquellas calles. De un lado el fanático exaltecido de Hermann Eisling, perro faldero y sumiso al tirano en el altar Cyrus Engelkind, sacerdote del Fuego Eterno, gritando enardecido a la multitud que todos sus males eran culpa de nohumanos y hechiceros y demás monstruos. Y del otro la huérfana Zuzanne, sacerdotisa de Melitele, preocupada por la convivencia entre religiones y las crecientes tensiones que la otra iglesia estaba poniendo sobre los hombros de los ciudadanos de Novigrado. Unas palabras que, en aquella primavera oscura de 1264, demasiado a menudo caían en oídos sordos, volcados en el odio al próximo. 

Es aquí cuando debemos introducir a otros dos personajes de importancia en este relato. De un lado el enano Morgo Palis, de la muy honorable y rica familia Palis que en más de una vez habían patrocinado obras de arte de importancia en la ciudad, pero que había caído en deudas recientemente. Y otro enano, Thorgar Stenrücka, que se encontraba allí con un contrato para un misteriso cliente. Ambos acudieron en defensa de Zuzanne en la discusión, siendo acompañados de nuestros otros protagonistas tras una breve conversación al respecto. Kazmar trató de apaciguar los aires en aquella plaza con palabras templadas y suaves, pero Hermann volvió su presencia y la de los enanos en una confirmación de cómo los nohumanos y hechiceros se estaban dedicando a tirar de los hilos de todo lo que ocurría en la ciudad. Y, pese a que algunos de los presentes se tranquilizaron un poco, los ánimos continuaron caldeados ante los intercambios de ambos sacerdotes.

Mientras tanto, Risko se reunió con los otros enanos y empezaron a poner información en común, conversación a la que Kazmar se uniría poco después cuando resultó claro que sus intentos por calmar a la concurrencia eran infructuosos. Si bien hubo cierta desconfianza entre los presentes, pues todos tenían distintas razones para estar involucrados en la investigación de lo ocurrido con las desapariciones, finalmente surgió un acuerdo de colaborar en esclarecer los hechos. Era de interés de todos detener lo que estaba ocurriendo y devolver la tranquilidad a la ciudad. Zuzanne se unió entonces a la conversación y, tras los agradecimientos por su ayuda y unas preguntas del hechicero, acabó revelando que los nohumanos estaban recibiendo peor trato en la ciudad con el alzamiento del Fuego Eterno y, más importante, que en el templo de Melitele se encontraba alojada una esclava elfa que acaso podía saber algo de lo ocurrido con las desapariciones.

De modo que hasta allí fueron, al hogar de la Doncella, la Mujer y la Anciana, y pudieron constatar el miedo que la esclava tenía a los nobles y extranjeros. Era claro que no pocos abusos había recibido en su vida, complicada y sufrida. Ella había salido a vaciar los urinales de la casa en la que tenía que trabajar y allí ella creía que fue asaltada por un espectro que la había propulsado con viento contra una pared, rompiéndole el brazo. Las preguntas de Risko se toparon con el enorme miedo que la elfa tenía a todos los nobles, y las palabras de Thorgar avivaron sus miedos sobre lo ocurrido. Y fue eso lo que permitió que Kazmar, que se encontraba con sus hechicerías leyendo la mente de la muchacha, pudiese ver cómo un ser a gran velocidad la apartaba en su carrera, lanzándola contra la pared. Y, algo que no habían inquirido aún, que era sirvienta en la casa de uno de los ricos burgueses desangrados, Boris, desaparecido la misma noche en que la muchacha tenuemente vio a su asaltante.

Y es que, mientras se disponían a comer, debéis recordar que la sombra del vampiro se ceñía sobre Novigrado como un venenoso espectro de dolor y terror. Pero no era la única que amenazaba a una ciudad dividida entre sus vecinos por cuestiones de fe y religión, por el odio y el rechazo, por el abuso y la ira. Y otras sombras, que ya aparecerán en nuestro relato cuando llegue el momento. De momento este bardo debe hacer una pausa para refrescar el gaznate, ¿quien es el buen samaritano que pagará una copa de vino para que pueda continuar con el relato?

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