La Edad Oscura 9: el Día del Juicio

El universo de los Mundos Conocidos tiene numerosas fuerzas poderosas. Desde el abismo del quasar lux, a la fuerza succionadora de los agujeros negros o las explosiones de las estrellas. Como viejos con alzheimer nos movemos entre ellas, olvidando aquello que una vez comprendimos. Pero de todas esas fuerzas, la más poderosa es la ira de los poderosos, el poder de la ofensa.

Y cuando el Príncipe Hazat reúne a su corte para finalmente dirimir la ofensa sufrida por su persona, todas las apuestas están por las nubes. Una encerrona, una trampa, de la que nuestros héroes solo pueden sobrevivir habiendo colocado bien sus fichas, creando alianzas, narrativas, obteniendo el derecho a la avogacía... un juego de baile en la corte y los alrededores, donde el premio es desviar la daga que apunta a la espalda.
 
Y después, la danza. Coreografiada con detalle, los discursos, las injurias, las excusas, las defensas y los ataques. Y la bomba. Pues aunque muchos asocian esa palabra con una explosión, a veces puede ser mucho más poderoso y destructivo una pequeña frase: el Cetro está en los Mundos Conocidos. Y las piezas del juego cambian, el tablero gira, los jugadores mueven sus apuestas. Porque ya no es cosa de los Hazat, ahora todo el Imperio está en juego. La vida de los Reeves es perdonada y es el Duque de Sutek el que pierde tierras, título y hombres... y probablemente su vida. Se tejen alianzas con la Princesa Hazat, se negocia y se habla. Y las grandes alocuciones y discursos sellan el pasado, cierran la afrenta, y disponen el tablero para luchar por el futuro.
 
Porque con eso, la inmensa red de alianzas, de honor, de rencillas, de envidias, de ambición, de títulos, de fe, de dinero... ese tupido tapiz que mantiene al Imperio unido, se resquebraja y, empezando por una esquina, se deshilacha. Porque el tablero ya está dispuesto, y la estabilidad se ha roto para siempre.

 

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