La sabiduría de los kami


Los kami de este lugar están inquietos. Puedo sentirlo, lo noto, me lo hacen saber. Por algo soy su intérprete en el mundo. El kami de la mesa está incómodo, creo que tiene miedo de algo, pero si es así no quiere hablar de ello. El kami del aire de la sala ha llegado hace poco, fruto de las corrientes, pero se remueve de un lado a otro intentando marcharse pero sin poder hacerlo, ahora que las ventanas están cerradas. El kami del tatami me habla, lenta y detalladamente, del peso que supone aguantar todo lo que hay encima de él, pero cómo lo que hubo antes pesaba más que lo que hay ahora. 

Algo se ha marchado. ¿Qué vino a hacer? No lo se, pero se puede descubrir cuando los espíritus te hablan. Y a mi me lo han hecho desde pequeño, basta con cerrar los ojos y escuchar, dejarles expresarse, tranquilizarlos. Cada uno quiere y desea cosas distintas, pero al final todos se alimentan de su armonía, del equilibrio entre los cinco anillos. El kami de la tetera me muestra que el té de su interior se siente mortal, corrupto, manchado. No hace falta ser un experto en la ceremonia del té para identificar que, entre las hojas del té que aún flotan en el agua fría, hay unas pequeñas raspaduras violetas de origen desconocido. 

De mi zurrón de seda saco un platito fino, decorado con kanji de todos los elementos. Es el adecuado para ofrendas para los kami y a mi siempre me ha sido de utilidad. Con cuidado deposito dos varillas de incienso y les prendo fuego, dejando que su humo empiece a llenar y purificar la sala, tranquilizando a los espíritus que la habitan. Es un beneficio adicional que tiene el ritual, pero no el objetivo real del mismo. Y, con encantaciones profundas y sentidas, empiezo a buscar un kami de fuego que quizás me pueda aportar las respuestas que busco. Son kami apasionados e incluso violentos a veces, y se de muchos como yo que tratan de rehuirles cuando pueden, pero el fuego encierra sabiduría en su destrucción y es eso lo que ahora necesito. 

Cuando noto su presencia con fuerza en la sala, devorando las varillas de incienso, formulo mis preguntas. Y tras ellas, llegan las respuestas. Las raspaduras eran de berenjena, pero una berenjena podrida tiempo ha, portadora de enfermedades. Y fue depositada ahí por aquello que ya no se encuentra en la sala, cuyo peso era más simbólico que real. 

A menudo, el fuego a su manera plantea sus acertijos, pero en este caso se de lo que me habla. Lo he visto con anterioridad. Si existiesen los kami del vacío seguro que hablarían de cómo se está corrompiendo la unión de las cosas y cómo aquí se hizo un ritual de purificación que hizo abandonar a un kami para que llegase otro nuevo. He notado esta corrupción de los elementos cada vez con más frecuencia, de un lado del Imperio a otro, y me preocupa.

Porque lo que en este pequeño salón ha ocurrido es que se ha manifestado un kansen del aire, un espíritu malévolo y corrupto. La sombra de la corrupción, camina de su mano en los mismos elementos. Y, por alguna razón, ha envenenado este té. Por la razón que sea, el kansen quería muerto al daimyo del castillo, pero no contaba con mis habilidades sanadoras. Es lo bueno que tiene ser afín en especial con el agua, que su capacidad para sanar puede deshacer los envenenamientos que planea el aire.

La pregunta ahora, como siempre ocurre en estos casos, es ¿a quien obedecía el kansen al envenenar la tetera? ¿De quien era la mano cuyas órdenes obedecía? Y, más importante, bajo qué disfraz se esconde ese shugenja corrupto, probablemente experto en las oscuras artes del maho. Porque ese, y no el kansen en si, es el verdadero enemigo. Y no va a estar contento con que haya frustrado sus planes para envenenar al señor del castillo.

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