La primera y ultima línea de defensa


Desde lo alto, miro hacia abajo y contemplo la noche que nos rodea. La tranquilidad la inunda, pero todos sabemos que eso puede ser muy engañoso, de modo que nadie baja la guardia. No te lo puedes permitir cuando estás haciendo guardia en la Muralla del Carpintero que tantas vidas de los nuestros se ha cobrado, pero aún más vidas de nuestros enemigos. 

Del otro lado, en la oscuridad, es posible ver las luces de los campamentos y fogatas donde bakemono y ogros, onis y otras criaturas, pasan la noche. Mañana probablemente se vuelvan a lanzar con fuerza contra el muro, y aquí estaremos para recibirles con los tetsubo listos, el jade repartido, las armas de asedio preparadas. 

Pero ahora, en la noche, no puedo evitar sentirme solo. Puedo ver a mis hermanos del Clan haciendo guardia en sus puestos, a intervalos regulares por la Muralla. No, ellos no son los que me hacen sentir así, es el resto del Imperio y la espalda que nos ha dado. Se que ha sido un año complicado para muchos, por las noticias que nos llegan del norte, pero como siempre es nuestra espalda la que aguanta el mayor peso. 

Desde la primavera, el Pozo Supurante ha debido dar nacimiento a una cantidad incontable de demonios, pues los oni se lanzaron contra la Muralla con violencia y ferocidad desde que las nieves retrocedieron de las tierras corruptas que habitan. Fue cosa de que pudieran marchar y ya los teníamos trepando los muros, saltando unos sobre otros, cayendo sobre nosotros desde lo alto... por suerte, no tenían un gran general como fue la Fauce en su momento, pero aún y todo su simple número supuso un alto precio en la sangre Cangrejo que protege esta Muralla. 

Pero el verdadero golpe vendría del lado interior, de las tierras de nuestro Clan, cuando la producción de arroz sufrió una plaga que hizo que se perdiese buena parte de la cosecha. Somos un Clan que debe importar su arroz siempre desde el exterior, y a cambio enviamos hierro y té, pero este año la escasez era mayor que nunca y nuestras arcas no podían cubrirla por muchos milagros que pudiesen hacer las cuentas de los Yasuki. 

Admiro a nuestro Campeón, Hida Kisada, no me malinterpretéis, pero es un hombre fuerte y orgulloso. Durante la primavera y el verano aguantamos las oleadas de monstruos y demonios del otro lado, mientras nuestras reservas y raciones de arroz iban menguando. Pero Kisada-dono no quería arrastrarse, no quería suplicar a otros Clanes por aquello que deberían darnos por si mismos. Pero incluso su orgullo tuvo límites a medida que nuestros hermanos de batalla caían ante las garras y los colmillos de las Tierras Sombrías.

Y claudicó, y pidió ayuda, solo para encontrarse con que los Clanes del norte estaban demasiado ocupados en sus guerras internas. Nosotros aquí, a solas contra la oscuridad, mientras León y Grulla guerreaban por tierras, honor y gloria. ¡Si tantos samurai les sobraban, bien podrían haberlos mandado a morir aquí, al menos nos darían un poco de descanso! Pero no, mejor luchar y matarse entre si, ignorando lo que ocurre al sur, contra el mal más antiguo de todos. ¡Qué cómoda debe ser la puta vida de quienes no han visto las Tierras Sombrías jamás! 

Por ello, nos han dejado solos. Abandonados. Destinados a morir ante la garra o, peor aún, ante la ausencia de arroz en nuestros estómagos. Mientras ellos disfrutan de festejos, de belleza y cultura, nosotros aquí luchamos y morimos de hambre, de enfermedad y de violencia. Y aquellos que aguantamos vemos reducirse nuestras raciones a medida que se acerca un invierno sin solución alguna al problema. ¿Cómo puede ser que nos dejen así de tirados? Esa pregunta la he oído formular a menudo a los que son más jóvenes y no saben cómo es esto, los que recientemente han pasado su gempukku y aún no se han habituado a los rigores de la vida y muerte en la Muralla.

Pero la respuesta es muy sencilla: ellos no lo comprenden. No es hasta que ves las extensiones cambiantes, las hordas de monstruosidades, los terribles poderes de la corrupción, que empiezas a entender a qué nos enfrentamos los Cangrejo todos los días. En el norte, en sus palacios y teatros, en las casas de geishas y de té, todo esto se ve como lejano, como innecesario, como leyendas que contamos para que nos envíen arroz gratis o cualquier otro de los muchos "lujos" que tenemos aquí. No ven la inmediatez del peligro, no han visto a sus amigos morir por estar demasiado débiles por el hambre para luchar con eficacia, no los han visto caer porque la horda este año sea mayor de lo habitual. Ellos solo tienen la tranquilidad y la seguridad de que todo está bien, que vivimos en tiempos de perpetua paz, sin querer darse cuenta de que llevamos mil años de guerra continua.

Por eso, desde lo alto de la Muralla, miro las fogatas de abajo y me siento solo. Porque lo damos todo para defender el Imperio: la vida, la dignidad, la cultura, el honor... y a nadie le importa lo más mínimo. Tan poco les importa que ni arroz nos envían para poder comer, porque somos unos "quejicas" que lloriquean mientras "hacemos el vago en una Muralla obsoleta". Así que moriré aquí, como mis padres y mis ancestros antes que ellos, pero temo que cuando el último de nosotros caiga debido a la fatiga y el hambre, cuando el resto de los Clanes vea con horror las consecuencias de abandonarnos, sea demasiado tarde y el Imperio habrá sucumbido ante la corrupción. 

Ojalá me equivoque pero, ahora que veo encenderse otra hoguera más, se que es improbable que sea así. Por suerte, para cuando ese momento llegue, yo y la gente que quiero ya habremos muerto defendiendo solos esta Muralla.

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