La Edad de Plata 14: la Edad de Bronce


Así terminó la Edad de Plata, la edad de los héroes, y dio comienzo la Edad de Bronce, el tiempo de los mortales. Hubo que viajar a Persia, donde convencer a los guardianes de la muerte que dejaran a los scions reunirse con la Reina Ereshkigal y que ella les permitiese liberar temporalmente a Enkidu. Hubo que convencer a Tiamat y a Ishtar de que colaborasen a la hora de hacer entrar en razón a Gilgamesh. Y juntos, los persas accediesen a invadir a los Primordiales, junto a los dioses aqueos. 
 
Al final de la Edad de Plata hubo que viajar a convencer a los hebreos de que David debía promulgar una ley que prohibiese adorar a Yahve con motivos egoístas. Y así, el Dios que no Interviene se viese aislado y, con él, el resto de sus seguidores, capaces de negar al resto de los dioses y sus hijos. 
 
Cuando terminaba la Edad de Plata hubo que viajar a Egipto, y convencer a Thoth de poner en marcha la versión menor de su plan. Hubo que convencer a Horus de la pertinencia del mismo y de la necesidad de crear un eclipse para que la Barca Solar descendiese y Ra se reuniese con los scions. Y hubo que demostrarle la armonía y el aprendizaje al sol para que aceptase guiar a los suyos contra los Primordiales.
 
En los últimos días de la Edad de Plata hubo que viajar a la Roma Eterna, y convencer al Senado Eterno de la necesidad de declarar la guerra a los Primordiales. Y, más importante aún, convencerles de que los mortales a los que guiaban eran capaces de valerse de si mismos y gobernar Roma con valor y sabiduría. 
 
En los compases finales de la Edad de Plata hubo que viajar junto a los bárbaros del norte, sometidos sus tiranos en batalla, y lograr que ellos dejasen de lado su sed de venganza y aceptasen también unirse a la guerra contra los Primordiales. 
 
Y, cuando los últimos minutos realmente llegaron, los Dioses de todos los Panteones, desde las tierras lejanas de nipón y las selvas de los Mayas, se reunieron finalmente en el Olimpo, el lugar donde todo había empezado entre los Dioses. Y, pese a sus riñas y desconfianzas, los Dioses cumplieron su palabra y lentamente abandonaron el mundo para ascender a los Primordiales, conquistarlos y convertirlos en sus Overworlds.
 
Es entonces cuando las viejas amistades se deben decir adios, pues el tiempo de los Dioses llega a su final y todos deben escoger. Kairos regresa al mundo junto a Sappho, llevando con ellos al niño que algún día será Alejandro Magno, hijo de Zeus e Ishtar según las maquinaciones de Elektra. Pero en un mundo de mortales, ambos regresan sin sus poderes, sin sus reliquias, y orquestan una complicada maquinación para que Alejandro alcance su Destino y, después, les abra el camino al Laberinto del Minotauro donde intentar encontrar una vía de recuperar su vieja divinidad, perdida con los cambios, marchitados sus cuerpos por la edad y el tiempo que a ningún mortal perdona. Pero siempre con la esperanza de cambiar las cosas una última vez. 
 
Mientras tanto, Elektra abandona a sus amigos mortales y acepta el camino a la divinidad. Absorbe a Calendario y se une al Panteón romano como lárgamente llevaba planeando. Y junto a los Dioses etruscos, asciende hasta el Primordial del Orden donde, con cada paso, la Roma Eterna e idílica va tomando forma. Y siglos permanecerá allí, tejiendo el ascenso de Jesucristo y otros, hasta que el declive de los Dioses en el presente lleve a que Ishtar regrese a su puerta, le cuente de la caída de Gilgamesh ante los Titanes y abra una puerta para que Calendario abandone el Panteón, bajo asedio de Cronos, en su hora final y transite las vías del cambio y la supervivencia convirtiéndose en un Titán. 
 
Y es que, como diréis, todo eso no ocurrió. No hay pruebas de que existiesen, como no hay demostraciones de la caza de la Hydra o la guerra entre los Dioses. Porque todo aquello ocurrió al final de la Edad de Plata, y se escribió con la tinta de las leyendas. Y esa magia se fue del mundo cuando los Dioses, impelidos por los mortales, se vieron forzados a abandonar el mundo y aceptar su lugar por encima del mismo. Leyendas vivas, pero por eso mismo, cada vez más olvidadas en una Edad de Bronce que dio lugar a la Edad del Hierro y ahora, a la del Silicio. Un lugar que ya no cree en la magia, en los Dioses, ni en los héroes. Pero, allá arriba, ellos siguen creyendo en nosotros y no nos han olvidado y, hambrientos como están, aún luchan contra los Titanes y sus criaturas. 
 
Pero esas, son otras historias, de este nuestro tiempo de ciencia e incredulidad. Historias distintas para tiempos distintos. Porque las historias de las verdaderas leyendas, ya no se pueden contar porque nadie las creería... como nadie cree en la verdad que estas palabras cuentan, tal y como a mi me fueron narradas por algunos de los que sobrevivieron a aquellos eventos tan distantes.

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