Alas

La primera vez que te ví estabas encharcada en tu propio fango, con tus alas encadenadas a la espalda por eslabones de espinas que tú misma habías atado. Sola, herida, fragmentos de quien podrías ser convertidos en sueños demasiado lejanos. Por mucho que creyeses que la distancia y el silencio protegían las heridas y ocultaban las ataduras, esas sonrisas tristes y esas miradas fugaces contaban las historias de dolor que tus labios callaban. A veces, el sonido del silencio resuena con millones de palabras y el tuyo era particularmente hablador para quienes nos molestamos en escuchar.

No lo negaré, yo lo hice y lo que encontré me encantó. Pues en vez de las cadenas, yo vi las alas que tratabas de ocultar en tu espalda avergonzada. Pero desde las alturas de mi vuelo, reunirme contigo requería un trabajo complicado y arduo, uno para el cual había dos caminos posibles e inciertos en sus resultados, senderos que conocía bien pero entre los cuales había que escoger.

Primero, podía poner palabras a lo que tú te negabas. Podía coger con suavidad las alas y hacer ejercicios con ellas, para que ganasen confianza y perdiesen la atrofia fruto de la falta de uso. Podía mostrarte las estrellas y señalar que tu lugar pertenecía a aquella esfera tan distante para ti. Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver y las palabras se las lleva el viento. Es fácil ignorar las pruebas cuando se duda del método por el que fueron obtenidas o los resultados y, cuando eso no es posible, se achaca a un fallo del mensajero o su excesiva buena voluntad. 

El segundo sendero era el reverso. Podía coger las cadenas y apropiarme de ellas, señalar como eran ciertos todos tus miedos y temores, como el mundo entero te rechazaba por ser el monstruo que creías ser. Y, al hacerlo, quedarme el trono del señor de los eslabones, el único que comprende tu carga y, pese a tu clara incapacidad, está dispuesto a lidiar contigo. Cargarte a mis espaldas y caminar por tu fango, asegurándome de que siempre fueses incapaz de dar un paso sin mi. Las palabras se las lleva el viento... menos aquellas que estás ávida por escuchar y este sendero conectaría contigo fácilmente. Pues, presa de tus miedos, quien sea capaz de controlarlos puede manejarte a ti.

Ante la decisión, mi camino estaba claro. Había placer y probablemente un éxito sencillo en el segundo sendero. A menudo, incluso, podría haber escogido ese camino, pues me es relativamente fácil de manejar y no requiere tanto sacrificio. Son tus miedos mis armas, son tus temores mis palabras, son tus fallos mis victorias. Es el camino que otros usaron contigo antes que yo, acaso el único que tú creas verdadero.
Pero me enamoré de tus alas, no de tus cadenas, y en mi soberbia creí que podría enseñarte a volar conmigo. Sin embargo por ese pecado cayó el Primero y ante el mismo error sucumbí yo. Tus cadenas probaron ser más fuertes que mis palabras, tus miedos más poderosos que mi esperanza y el fango más poderoso que el batir de mis alas. 

Creí que podíamos volar juntos y al final temo que ni vuelas ni estamos juntos. Pero, si me encontrase de nuevo ante la elección, volvería a escoger fracasar, porque te quiero libre y no esclava, ni de mi ni de nadie. Ni siquiera de ti misma. 

Me tocará de nuevo volar solo, camino del sol poniente, con una nueva herida. Puedo lidiar con ellas, muchas van ya en la coraza. Solo espero que, algún día, seas capaz de resquebrajar las cadenas que te has impuesto, alces la cabeza a los cielos y te lances a conquistar las estrellas. Aunque, como suele ocurrir, es probable que yo ya no esté ahí para verlo.

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