Bushido y Aguijón

Ichi! ¡Ni! ¡San!-
Con cada uno de los números, el sensei golpeaba el suelo con énfasis. Frente a él, una veintena de jóvenes ejecutaba los movimientos de la kata, uno de cada vez, al ritmo preciso al que los llevaba el maestro. Parecían danzar, como una elaborada coreografía para un festival, pero aquellos elegantes movimientos podrían volverse letales si cada uno de aquellos niños portase una katana en vez de un boken.
Sin embargo, el dojo entero quedó en silencio cuando entró el anciano que hacía de gran maestro del mismo. Sólo el golpeteo rítmico de su bastón contra el suelo, y el sonido de los grillos en aquella mañana de verano, interrumpía la quietud. Llevaba máscara, como era tradicional en el Clan: un velo negro y traslúcido que poco disimulaba la seriedad de su semblante o las arrugas obtenidas con la edad, las traiciones, y el veneno. La experiencia de ser un Escorpión, el día a día del mismo Clan. 
Avanzó lentamente hasta el frente de todos, mientras por una puerta lateral, en silencio, comenzaban a entrar los adoradores de las palabras, los cortesanos que eran compañeros de escuela de los bushi que entrenaban en el dojo. Y, cuando el gran sensei se sentó, todos lo hicieron igualmente frente a él, en una formación perfecta. Unos niños con el boken en su lado derecho, los otros con su copia de Mentiras en el mismo lugar.
La mayor parte no querrían estar ahí en aquel momento. Las lecciones del viejo Bayushi Ichina-sensei eran aburridas, y normalmente confusas y poco útiles. Ellos querían aprender las cosas de verdad: a cortar enemigos con katanas o con palabras. No las ideas filosóficas y extrañas que el gran maestro les exponía, y que de nada servirían jamás. Sin embargo, también aprendían etiqueta en la escuela, de modo que todos permanecían en un educado y firme silencio, sus ojos fijos en el maestro, sin máscara alguna para tapar sus rostros. Aún eran demasiado pequeños para eso.
-Todos conocéis ya de sobra la historia de Bayushi no Kami y Hantei no Kami- comenzó, con su vocecilla suave y rasposa-. Como el primer Emperador, en su lecho de muerte, le encomendó que renunciase a su honor por el bien del Imperio, y como nuestro kami fundador aceptó el sacrificio. Es una lección importante que deberéis recordar siempre, pues define quienes somos como la sombra define la posición de la Dama Sol.-
Algunos de los niños mayores comenzaron a prestar más atención, dándose cuenta de que aquella era una de las extrañas ocasiones en que se podía entender al maestro. Quizás se podía aprender algo de él, quizás les hablase de algo importante, como la Lealtad.
-La vida- continuó tras un silencio- es como una partida de Mah-Jong: se ven unas pocas fichas de cada vez, y con cada una que retiramos, escogemos el camino que avanzaremos para siempre.-
Los niños no veían la conexión, y alguno removió inquieto en su lugar, ganándose una mirada cortante de Bayushi Ichina-sensei, que sin embargo no detuvo su explicación.
-Cientos de posibilidades se pierden cada vez que son retiradas, opciones que nunca regresarán, o no lo harán de la misma manera. Bayushi no Kami escogió entonces, ante Hantei no Kami, por todos nosotros. Y durante todo el tiempo que Amateratsu no Kami ilumine el cielo, nosotros seguiremos su decisión. Mi honor, el de los demás sensei, el de vuestros padres y conocidos, incluso el vuestro... todos ellos han sido ya retirados del tablero.-
¡Lealtad, al fin iba a hablar de algo útil, y no de aquel juego de niños!
-Se van a reír de vosotros, van a desconfiar, y os mirarán por encima del hombro por ello. Los rectos Leones os desafiarán orgullosos, los Grulla pretenderán usarlo en vuestra contra, los Fenix dudarán, los Cangrejo se burlarán pensando que no sobreviviríais en la Muralla, los Unicornio vengarán cualquier afrenta al honor, y los Dragón... bueno, ellos mirarán.-
¡Mejor incluso, hablaba de sus enemigos! Incluso el niño más pequeño de la sala, el recién llegado Roku, prestaban toda su atención.
-Es un precio terrible que pagamos desde hace un milenio, y pagaremos mucho tiempo más. Se que estáis deseando que llegue vuestro gempukku, para poder ir por ahí engañando a los incautos, asesinando desde las sombras, y riéndoos del bushido en la cara de los demás. Eso es lo que todos soñamos a vuestra edad.-
Por las sonrisas que se le escaparon a algunos de los infantes, el sensei sabía que tenía razón. Pero tampoco necesitaba aquella confirmación. En el Imperio Esmeralda, nada cambiaba, pues el Orden Celestial era inmutable, y como él lo era también la tierra.
-Pero, aunque nosotros mismos extendamos esos rumores, no es lo que hacemos. Los Escorpión no nos reímos del bushido, no lo abandonamos olvidado al ponernos la máscara, no tiramos los papiros donde está inscrito al suelo entre risas malvadas. Esos no somos nosotros, como todo, es una máscara, puesta ahí para que la vean nuestros enemigos y se confíen. Muchos usáis la palabra junshin, honorable, como un insulto, para reíros de aquellos que la consideran un cumplido. ¡Pues yo os digo que es un elogio!-
Ante su exclamación, golpeó el suelo frente a él con el bastón, y los niños se mostraron inquietos. Hablar bien del bushido en aquel dojo era algo nuevo, extraño, con lo que no se sentían cómodos. Era llevarle la contraria a todo el entrenamiento que habían ido recibiendo con los años. 
-Rompemos el honor, claro que si, y traicionamos a los que confían en nosotros. Pero no lo hacemos por placer o diversión, lo hacemos por deber. Durante años, un bushi o un cortesano del Clan puede comportarse honorablemente, seguir los preceptos del bushido, incluso hasta ser un parangón del mismo. Varios de nuestros cortesanos en Otosan Uchi, la Capital Imperial, son junshins bien conocidos. Sólo siendo honorable, se puede romper los esquemas del rival, ganar su confianza y golpear cuando no se lo esperan.-
Los niños asintieron. Eso lo entendían y lo compartían. Si, traicionar con eficacia, eso era bueno.
-Pero no sólo actuamos con honor para crear una máscara. Ya llevamos la máscara del deshonor puesta cuando vestimos de escarlata y negro, cuando tenemos el mon Bayushi en el pecho y el Escorpión en la espalda. Cada vez que rompemos una palabra dada, que nos ocultamos en las sombras, que mentimos o espiamos... en todas y cada una de las veces, estamos sacrificándonos. No debe ser visto como un placer o un juego, estamos renunciando a lo que hace a los hombres dignos y civilizados, gente en la que se puede confiar y amar. Nos estamos envenenando, y las relaciones que tengamos con todos los demás. Será por el bien del Clan, desde luego, pero yo sueño con que llegue un día en que el Clan pueda encontrar la senda del bushido, porque ya no sea necesaria la senda del deshonor.-
Obviamente, aquello nunca pasaría. El Orden Celestial era inmutable y eterno, y no quedaban fichas de honor en su partida de mahjong. Pero era un sueño bonito, por mucho que los niños le mirasen confusos, sin entender por qué le llevaba la contraria a todas las lecciones que les habían immpartido.
-Recordad, pues, que nosotros no somos los malos del Imperio. Nosotros sólo nos sacrificamos para que los demás no deban hacerlo. Cada vez que envenenéis a alguien, reveléis un secreto, o llevéis a otro samurai a cometer seppukku, no seáis felices bajo la máscara, sino lamentad que otro samurai más se haya descarriado tanto del camino que hizo falta que os sacrificaseis de nuevo para restaurar la santidad y la pureza del Imperio. Y disfrutad de todos aquellos preciosos y escasos momentos en que podáis, con todo el corazón, comportaros según dicta el bushido.-
Con esto, el anciano Bayushi Ichina-sensei se puso en pie y abandonó la sala. Lentamente, marcando cada paso con el golpe del bastón necesario para avanzar. Probablemente, muchos no entendiesen jamás la lección de hoy. Algunos servirían para alimentar la eterna mentira sobre el Escorpión. A otros, los peores, alguno de sus hermanos habría de cazarlo y llevarlo al Robledal. Pero, con suerte, quizás en algunos de sus corazones vigorosos, aquellas palabras hubiesen calado, y uno o dos se convirtiesen en verdaderos Escorpión: no sólo de acto o lealtad, sino de corazón y conocimiento. 
El sol le dio en la cara cuando abandonó el dojo, mientras el sensei tras él retomaba la lección de kenjutsu con su rítmico contar los pasos y golpear el suelo. A Ichina ya no le quedaban muchas generaciones por entrenar y educar, notaba que su tiempo de reunirse con los Ancestros se aproximaba. Pero, hasta que ese momento llegase, él continuaría con sus lecciones que nadie entendía, con la esperanza de que, con tiempo y dolorosa experiencia, se desarrollasen en el interior de algunos de ellos. Como el practicante de ikebana, que mima y recorta los bonsai para que crezcan fuertes y con las formas adecuadas. 
Era el único modo que tenía de redimirse ante los Ancestros, porque él no había aprendido aquella lección a tiempo.

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