Una nueva oportunidad

 

Rosalía Velera de Sutek observaba a su alrededor con una sonrisa un poco escandalizada pero también encantada. Aquel lugar era extraño en muchos sentidos, y sin embargo se encontraba en sus propias tierras, como algún paraje encantado de alguna de las historias románticas de la Dama Renatta Hawkwood que tanto le gustaban leer, donde aventuras en sitios extraños se entremezclaban con complicados triángulos amorosos en torno a la protagonista. Quizás ella no tuviese al noble y apuesto Sir Arthos Hawkwood y al bribón malhechor convertido en héroe a regañadientes Fernando de Vera Cruz compitiendo por su amor, ni planes de la terrible Viviana Decados que frustrar, pero aquello era casi tan emocionante. ¡Porque era real! Era su historia de verdad.

Muchas cosas hacían de aquel sitio uno sin igual en todo el planeta. Primero, la total ausencia de luz natural, pues aun contando con que el sol que iluminaba Sutek era particularmente débil, allí ni eso se permitía que entrase a través de la celosía del tejado. Luego la humedad que reinaba en aquel espacio, saturado de olores extraños para su olfato y el de los siervos que trabajaban entre sus pasillos. Muchos rumores circulaban entre ellos acerca de aquel puesto de trabajo, la mayoría historias de terror o de escándalo, pues los campesinos creían que aquel sitio estaba maldito, ocupado por fantasmas que se comían a los que se quedaban trabajando después de la llegada de la noche. 

Rosalía sabía que no había nada más lejos de la verdad, que era aún más maravillosa que las limitadas historias de campesinos crédulos. Aquel invernadero extraño y oscuro simulaba las condiciones de un mundo que ella nunca había visto, pero del cual le había contado fantásticas historias su amiga Macarena. Un reino subterráneo lleno de fantásticas criaturas, con ruinas y rebeldes, gremios y religiones inexplicables. Tierra de peligro y aventuras, antiguo y cruel como Sutek, violento y destructivo como Pandemonium y con inexplicables portentos mágicos y misteriosos como Nowhere: Kordeth. Incluso el nombre sonaba extraño en su mente, exótico y distante, la clase de sitios que jamás en su vida tendría oportunidad de visitar si no era en libros o linternas mágicas... y, sin embargo, ahora un pequeño trocito de aquel mundo estaba en sus tierras, un "prototipo" (como lo llamaba Astra) que podía salvar millones de personas de hambrunas y muertes. Un pequeño milagro creado con trabajo y tesón.

Esferas voladoras de agua verde, hongos grandes y hermosos como árboles, retorcidas hiedras carnosas, luminiscentes viñas cantoras, coloridos musgos suaves al tacto pero que pinchaban... todas esos eran algunas de las formas en que se podría empezar a describir los productos que estaban cultivando los siervos, pero ninguna era realmente adecuada. Harían falta palabras en idiomas no humanos para definir aquellas formas de vida de modo adecuada, pero los pocos ukari que caminaban entre los pasillos supervisando se negaban a enseñarle su idioma. Quizás ellos eran más extraños aún que las plantas del invernadero, con sus escarificaciones retorciéndose sobre su piel, su palidez, sus grandes ojos completamente negros, los sonidos oscuros y guturales de su lengua. Eran fascinantes para Rosalía, como lo era imaginarse el incomprensible mundo donde vivían, donde todo lo que tenía alrededor era cotidiano en vez de alienígena y las cavernas eran tan grandes que albergaban ciudades enteras de cristal. 

-Con este último envío creo que está todo lo indicado para esta primera nave... digo, invernadero- el muchacho a su lado comprobaba unos documentos con los productos y herramientas listados, el emblema de los Talebringers visible en su camisa. Y sus palabras sacaron a Rosalía de sus ensoñaciones sobre lugares inaccesibles.

-Perfecto, he preguntado a los capataces ukari pero no me darán una respuesta concreta, ¿tú sabes cuándo podemos esperar la primera cosecha?-

-Según el plan y el diseño de la dama Astra, las formas de vida de Kordeth aún tardarán en alcanzar su madurez, mi señora. No se podrá proceder a la primera cosecha antes de que llegue el invierno, probablemente. Pero los otros invernaderos, con fungus y productos más... humanos... deberían empezar a producir las primeras colecciones de comida en un mes aproximadamente, cosechable con frecuencia, aunque supongo que poco nutritiva por si misma a tenor de los indicadores. Harán falta cantidades ingentes de estos invernaderos para alimentar Sutek, probablemente sea imposible conseguir una escala tal que permita cubrir a una población tan grande como la del Segundo Mundo, pero esperemos que las formas de vida de Kordeth compensen eso, mi señora, con su balance positivo de...-

Rosalía asintió, sus ojos brillantes de la emoción pese a la oscuridad reinante, mientras las palabras del joven se perdían entre los extraños sonidos del invernadero y su propia imaginación. Uno de los primeros y principales problemas de Sutek se iba a poder arreglar y todo gracias a Macarena y Astra. Ni en mil años habría imaginado que formaría parte de algo así y que podría traer nueva vida a un mundo que muchos consideraban poco menos que condenado. Su hogar iba a tener una segunda oportunidad.

Con el suave crujir de sus telas, se dio la vuelta para salir al exterior, donde media docena de invernaderos buscaban la luz débil de Sutek. Setas, de todo tipo y color, crecían en la mayoría de ellos, algunas de ellas serían para consumo humano, otras para alimentar de los animales que después estarían en las mesas de la nobleza, o el clero, o los campesinos. Vida. Simple, bella, incalculablemente valiosa, vida.

Por supuesto, mientras el muchacho seguía inventariando la situación a su lado y ella le escuchaba a medias, Rosalía era consciente de los problemas que todo esto traería. La distribución de esa comida, así como las herramientas y técnicas para producirla, si funcionaba el "experimento" (como lo había llamado el muchacho, ella prefería considerarlo una aventura) deberían ser entregadas a las demás Casas del planeta, pero el orden en que lo recibieran sería clave para los equilibrios políticos de la nobleza en Sutek. La Casa Castenda tendría que ser la primera en recibir ese don, por supuesto, una vez que los Velera hubieran consolidado el proceso, pero la Casa Castillo lo exigiría también y deberían conseguir una parte para mantener el equilibrio y no enfadar al Príncipe que siempre mostraba favoritismo por sus queridos Castillo. También la Casa Mejía del Alcázar en el este requeriría su porción, y las Casas menores vasallas de todos ellos. Solo así se podría dividir el trabajo entre todos los señores y todas las tierras, pero también generaría envidias y conflictos.

Todo era manejable en la situación actual en la que el tiempo y la paciencia abundaban... pero eso probablemente cambiaría en breve, con los crecientes conflictos entre la Iglesia y los traidores a la verdadera fe. Invernaderos frágiles como aquellos hacían muy buenos blancos y objetivos para ataques enemigos si alguien decidía invadir Sutek. Algo que bien podría ocurrir habida cuenta de que el mundo controlaba la senda principal hacia Urth y si los herejes vencían en su campaña tomarían y quemarían el planeta sagrado. Seguro que el Príncipe, y la Duquesa, no permitirían algo así, pero no todas las batallas se ganan y, aunque al final siempre triunfa el bien, a veces lo hace a un elevado coste. E incluso, como ocurría en su querida pero infame La Caída de la Casa de las Brumas, bien podía ser que al final incluso venciesen los villanos en vez de los héroes. 

Pero no solo humana era la amenaza a las plantaciones y al plan. La Muerte Gris seguía causando bajas por todo el planeta como llevaba haciendo décadas, y nada que se hubiese probado había logrado detener la enfermedad y evitar la fatalidad que creaba. No se sabía si podría afectar de algún modo a una vida entera traída desde Kordeth, quizás fuese resistente, quizás fuese especialmente vulnerable. Era imposible saberlo hasta que llegase la plaga, que ojalá no ocurriese nunca, y pusiese todo a prueba. 

Rosalía sonrió para si misma, apartando de su mente esos pensamientos negativos y sorprendiendo al muchacho que no sabía por qué el cálculo de crecimiento de los "vegetativos fluorescentes" había causado esa reacción. El Santuario de Aeon se encargaría de la plaga, si alguien podía eran ellos, y sino lo haría el Pancreator cuando viese que Sutek era puro de fe y le necesitaba, o alguna caballera andante en su flamante corcel como en las historias. Y de la guerra y los humanos ya se encargarían ella y sus amigas, si habían podido traer vida desde Kordeth hasta aquí, podrían conseguir cualquier cosa que se propusiesen. Al fin y al cabo, es lo que ocurre en los buenos relatos, y aquel era el de una nueva oportunidad de redención, para una nueva vida, para un sol que necesitaba un poquito de ayuda para ser más reflectivo. ¿Y qué mejor historia podía haber que aquella?

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