El final de la Pax Aurorae

 

La Verbum Prophetae, nave insignia de la flota de la Iglesia, orbitaba la puerta de salto de Urth como mandaban sus órdenes y la tradición. Sus naves escoltas mantenían cierta distancia, en una formación defensiva que permitiría detener cualquier ataque. No era la posición habitual, pero aquellos no eran tiempos frecuentes, sino las vísperas de una guerra de religión.

En Shu Li Halan, la Almirante de la armada eclesiástica, estaba en el salón de operaciones, volcada sobre las imágenes visuales de datos e informes que generaban los espíritus de la máquina del tablero de mando. Las paredes estaban decoradas con imágenes de San Mantius, San Lextius y San Paulus, así como de un noble llamado Endrias Gesar que había sido, en tiempos, el dueño del enorme acorazado. Había sido una posesión de su Casa durante generaciones, desde tiempos republicanos, pero a su muerte Endrias había legado todas sus posesiones a la Iglesia, para despecho y conflicto de sus herederos, que durante tiempo se querellaron contra Urth y sus obispos. No duraría mucho ese conflicto, pues la suya era un Casa que, como la Alecto, había sido extinta al poco de la caída de la República, una de las antiguas Diez. Todo eso, sin embargo, eran historias olvidadas de hechos ocurridos hace siete siglos, y no ocupaban la mente de En Shu que, ignorando la historia que la rodeaba, seguía volcada en los informes y textos, mientras algunos de sus oficiales cotejaban otros a su disposición.

La Casa Li Halan, aquella en la que ella misma había nacido casi un siglo atrás, había sido la primera en responder a la llamada. Nadie se sorprendió de ello. Esta llegó a mediados de junio, cuando el Patriarca Drual había anunciado la llamada a la Cruzada contra herejes y excomulgados para restaurar la verdadera fe a su lugar en los Mundos Conocidos. No había sido un discurso épico y lleno de llamadas a la gloria y la guerra, sino uno humilde y triste, fruto de la fatalidad que el nuevo Patriarca claramente no deseaba que ocurriese pero era incapaz de detener. Y casi antes de que se constituyese el Sínodo para la Cruzada, bajo control de la Obispa de Brasilia Katalina Verring, el Príncipe Ieyasu Khung-Zhau Li Halan había llamado a sus abanderados a la guerra. Duques y Condes, Barones y Baronets, caballeros y siervos, todos habían respondido rápidamente a la llamada y desde pocos días después del anuncio, la flota Li Halan se encontraba desplegada en posiciones defensivas en torno a sus mundos. En especial, su capital, Kish. Con una puerta que conectaba tanto con los Al-Malik como con los Decados, aquel sería un mundo fundamental en la guerra por venir y los Li Halan estaban preparando defensas formidables en el mismo desde hacía meses.

La segunda en acudir a la llamada había sido la Casa Hawkwood, más lenta y renuente, pero su Príncipe Victoria Mountbatten Hawkwood era una mujer de fe y honor y había escuchado la convocatoria de la Cruzada. Sin embargo, su Casa tenía numerosos problemas internos, desde la extraña nave con mensajes religiosos pro-tecnológicos que transmitía desde Gwynneth al escándalo de que estuviesen ocultando la existencia del Mundo Perdido de Twilight. Así que, aunque formalmente se habían unido a la Cruzada, muchos en círculos eclesiásticos cuestionaban la seriedad de su compromiso con la misma. Sus abanderados habían sido igual de lentos que su señora a la hora de acudir a la llamada de las armas, y ni siquiera toda su flota parecía lista o dispuesta a movilizarse. El hecho de que sus mundos se encontrasen próximos a Stigmata así como a los Al-Malik requeriría que sus armadas se dispersasen para proteger las diversas rutas, y la presencia de Twilight añadía un factor desconocido en su retaguardia que bien podría ser un problema. No era una posición fuerte y sólida como la de los Li Halan, y su reticencia era comprensible por ese motivo, si bien no aceptable porque la causa de la fe era la más importante de todas.

Sin dudar, el Templo de Avesti se unió a la cruzada que prácticamente habían causado ellos mismos, pero su presencia espacial era muy reducida. Sus tropas de choque podrían ayudar a tomar y pacificar planetas en tierra, buscando a los enemigos de la fe y destruyendo herejes y antinomistas, pero no serían eficaces tropas de combate. El Santuario de Aeon curaría a todos los heridos que pudiesen y pocos dudaban que lo harían para ambos bandos, lo cual podría situarlo en una posición precaria si el Sínodo para la Cruzada decidía que auxiliar al enemigo era traición. Y la Orden Eskatónica... con ellos era imposible saber qué harían en el conflicto, probablemente mantenerse al margen. Tampoco tenían naves como para luchar una guerra ni tropas que pudiesen matar enemigos de la fe. Pero suya era una de las puertas que llevaban a Urth y eso podía hacer que la guerra llegase a ellos aunque no la deseasen. Y sus lazos con los Hermanos de Batalla eran preocupantes.

En el otro bando, y hablando de la orden, las naves de la armada de los Hermanos de Batalla permanecían en sus posiciones tanto en De Moley como en Stigmata. Se decía que los guerreros excomulgados planeaban continuar con su vigilia sobre esos planetas y no iniciar hostilidades, y desde luego era lo que habían hecho en los meses desde el final del Concilio de Grail. Pero cuando la guerra llegase a ellos, no podrían quedarse de brazos cruzados. Sus números, sin embargo, no preocupaban a En Shu en exceso, era una orden militar habituada y entrenada para la lucha en tierra, a menudo al lado de las Casas, no contaban con número suficiente para las batallas espaciales que marcaban el devenir de una guerra como la que se había convocado. Sus naves eran poderosas, pero no cuantiosas, y la veteranía de sus soldados en combate personal tendría un impacto limitado si no eran capaces de derribar los escudos de la flota de los fieles e iniciar un abordaje.

Y luego estaban las incógnitas. La Casa Al-Malik no había respondido aún a la llamada, pero numerosos informes del Synecullarum señalaban que se partiría en dos bandos cuando llegase el momento. De un lado los fieles al Duque de Istakhr que probablemente acudirían a la cruzada, del otro los partidarios del Duque de Criticorum y su infiel defensa de herejes y Hermanos de Batalla. Aunque no habían llamado a las armas a sus Casas vasallas, ambas fuerzas tenían parte de sus flotas ya desplegadas en posiciones defensivas en sus puertas de salto, quizás temiendo más un enfrentamiento contra sus compañeros que la eventual invasión Li Halan. Pero la extensión de la herejía en mundos como Criticorum harían de aquel un doloroso campo de batalla, donde los campesinos armados se convertirían en una resistencia armada contra la verdadera fe, como había ocurrido con las desesperadas defensas en mundos como Hira.

Hablando del cual, la Casa Hazat permanecía en silencio. Muchos no dudaban de su lealtad a la Iglesia y la influencia del Metropolitano Khan serviría para finalmente empujarlos a la guerra. Al fin y al cabo, El Hazat buscaría el combate, en su desaforado deseo de violencia y gloria. Pero en sus mundos anidaba la herejía, desde Sutek a Varadim, lo cual los convertía en objetivos de la cruzada y la capacidad de la Iglesia para influir en esas sociedades para que luchasen por la causa de la verdadera fe era limitada. Por no mencionar que eran de los pocos que podían amenazar la posición de la armada eclesiástica con una invasión de Urth.Y que uno de sus más importantes Duques fuera un aliado de la Oscuridad no presagiaba nada bueno; En Shu había colaborado y se había enfrentado con Lisandro en numerosas ocasiones a lo largo de los años, y no dudaba de que si el Castillo se decidía a combatir por el lado equivocado sería un peligro severo para todos.

El otro gran silencio era el de la Casa Decados. Nada más que vagas afirmaciones de lealtad a la cruzada y buenos deseos habían llegado de momento desde Severus y su nuevo Príncipe Pietre era un hombre capaz de ponerle los pelos de punta a En Shu. No había muchos como él, con una oscuridad interior tan fuerte. Hiciera lo que hiciera su Casa, de momento mantenía sus armadas atracadas en astropuertos y astilleros, sus abanderados sin llamar a sus hombres a las armas. No se quedarían cruzados de brazos en lo que estaba por venir, la Almirante no lo dudaba, pero esperarían a un momento más avanzado para intervenir abiertamente. Pero la Obispo se preguntaba si, en la sombra, no estarían haciendo ya sus movimientos a través de la Agencia Jakoviana y sus espías y asesinos repartidos por los Mundos Conocidos.

Y muchos cuestionaban también la posición que tomaría el Trono Imperial. Debería acudir en defensa de la Iglesia, pero sus lazos feudales le impelían también a responder en protección de las Casas del Imperio. La Emperatriz Aurora I se enfrentaría a una terrible decisión, pues de un modo u otro tendría que romper sus juramentos al ser imposible contentar a ambos lados. Solo si todas las Casas se unían a la cruzada podía el trono defender a la Iglesia sin romper ninguno de sus apoyos. Y con la Casa Al-Malik en la balanza, aquello era improbable. De modo que el Consejo Privado de la Emperatriz había indicado abierta y sutilmente el deseo de Aurora I de permanecer al margen del conflicto, y que Byzantium Secundus y los mundos imperiales sirviesen como un espacio neutral donde se pudiese dialogar y buscar una resolución ahora que Grail había fracasado. Era un bonito sueño, pero nada más que eso, los mundos imperiales y el trono no podrían permanecer al margen, no en vano Stigmata era uno de los objetivos de la cruzada. Y lo que hiciese entonces la Emperatriz, atrapada entre la espada y la pared, era algo que preocupaba a En Shu.

Demasiadas incógnitas permanecían en el tablero, y el Sínodo de la Cruzada aún no había dado órdenes e instrucciones más allá de guardar la puerta de salto. En Shu permanecía en el silencio del desconocimiento de las estrategias y planes de batalla, algo que la incomodaba profundamente, mientras observaba los informes en busca de las respuestas a sus dudas.

Y entonces, un pequeño parpadeo indicó la llegada de nuevas páginas desde Criticorum y, al comenzar a leerlas, la almirante eclesiástica se dio cuenta de que todo había comenzado. No había sido más que una escaramuza muy menor, pero era la primera prueba de los dientes y la disposición de combatir de las Casas. Según el formularium, un grupo de comerciantes de uno de los hongs de los Charioteer había sido detenido cuando intentaba cruzar la puerta de salto desde Criticorum a Kish. Se suponía que llevaban armas para la Casa Li Halan y los Al-Malik les habían negado el paso bajo amenaza de abrir fuego. Sea lo que fuera que transportasen, había sido suficientemente importante como para que la armada del Príncipe Khung-Zhau cruzase la puerta de salto para asegurar que nada ocurría a los mercaderes. 

Leyendo a través del texto, habían sido minutos tensos, mientras la flota de Criticorum retrocedía ante la presencia de las armadas de los Li Halan y sus abanderados. Cuando solo quedaba uno de los Charioteer por cruzar la puerta de salto, la Rongyu Zhi Dun había abierto fuego sin impactar a ninguna de las naves enemigas. No estaba claro, siendo un informe tan reciente, si había sido intención del capitán a bordo disparar sin órdenes o se debía a sabotaje o acaso algún fallo en los antiguos sistemas de armas del destructor, cuyos espíritus máquina podrían haber decidido atacar al enemigo por si mismos. Sea como fuese, las naves Al-Malik creyéndose bajo ataque, devolvieron el fuego, y durante unos instantes el láser cruzó el espacio a medida que nuevas naves se sumaban al intercambio de fuego. 

Al final, sin embargo, había prevalecido la calma, al menos esta vez. La almirante Li Halan había enviado disculpas formales a los Al-Malik y el intercambio de fuego se había detenido. Suficientemente pronto como para que solo hubiera daños muy menores en algunas de las naves y sin pérdidas de vidas, lo cual era un alivio. Los Li Halan habían regresado a Kish por la puerta una vez todos los Charioteer cumplieron su tránsito y la flota Al-Malik había retomado sus posiciones originales. 

No había pasado nada en realidad, y había pasado todo. Técnicamente los Al-Malik no eran el objetivo de la cruzada pero tampoco se habían unido a la misma, con lo cual aquel primer combate no podía considerarse como el comienzo de la guerra. Pero En Shu sabía que aquello era un tecnicismo que a nadie importaría en el presente, y solo en el futuro los victoriosos lo usarían de un modo u otro para justificar o legitimar los resultados de la misma. Una agresión sin provocación, o el comienzo de la misión de defender la verdadera fe. Fuera como fuese, el espíritu de la destrucción ya había abandonado su refugio y ya no sería posible detenerlo. 

Que el Profeta nos proteja y San Paulus nos guíe
caminamos hacia la abominación del abrazo oscuro
para que pueda reinar la luz.

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