El roce del absoluto


Zazra. Sath-ra. Sa'thra. Sathra. No hay forma de pronunciarla en realidad, solo aproximaciones fruto de los restos del recuerdo, como un sueño que se desvanece después de la llegada de una mañana abrupta. Con su desaparición solo queda el vacío, la tristeza, el ansia, el hambre. Y la certeza de qué hay que hacer.

La luz de la cabina estaba teñida de amarillos y azules, verdes y blancos, de las distintas proyecciones de las pantallas. Las computadoras antiguas desglosaban datos de navegación, trayectoria, consumo de combustible, peso, inercia y un millón de detalles más. Pero Aerina no perdía el tiempo observando esos indicadores, llevaba dos meses pilotando aquel viejo armatoste y no necesitaba esos números para hacer el tránsito por la puerta de salto. Y el encuentro, el esperado abrazo, el breve lapso de sueño antes del terrible despertar posterior. Sus dedos traqueteaban sobre los mandos con la tensión de la anticipación.

La Vieja Mierda era una antigua nave minera del Gremio de prospectores. Mitad navío, mitad estación, estaba diseñada en tiempos de la Diáspora por alguna de las corporaciones de la Primera República, por aquel entonces en proceso de acelerada descomposición. Aún quedaban en algunos de sus salones y paredes los símbolos de aquella compañía, aunque ya nadie recordaba o reconocía cual había sido, ni a nadie le importaba. Más de doscientos prospectores vivían en la nave, trabajando en la extracción de minerales de los anillos de asteroides de distintos sistemas estelares, allá donde la nobleza les dejase o incluso les pagase para extraer esos recursos valiosos. Y para cada uno de esos trayectos hacía falta una Charioteer como Aerina para activar las puertas ya que ellos no tenían llaves. Aunque nunca habían tenido uno como ella, bien lo sabía, pero la recordarían todas sus vidas.

Era la primera vez que saltaría con ellos, pero llevaba planeando el evento durante las semanas que llevaba a bordo de la nave de corredores oscuros y retorcidos. Desactivar los anuladores de sathra no era tarea sencilla, requería cuidadoso trabajo para desarticularlos sin dañar o afectar a los motores de la nave. Pero valía la pena. Laboriosamente, día a día, poco a poco, había ido modificando los sistemas sin que los prospectores lo supiesen. Al fin y al cabo, ellos eran mineros, no ingenieros espaciales, así que mientras no notasen las fluctuaciones de energía para taladros y procesadoras, no estarían en guardia ante el sabotaje liberador. Ciegos ante la inminente llegada de la verdad, inesperada pero innegable.

A medida que la enorme figura de la puerta de salto desaparecía de vista, rodeando cada vez más por los laterales a la propia nave, Aerina sintió toda su piel erizarse. Era la anticipación, el ansia del momento, la inmediatez de lo que estaba por venir. Iba a volver a sentirlo finalmente, tras meses privada de ello, pero no solo eso sino que los prospectores iban a experimentarlo por primera vez. Iban a ver la realidad, a sentirla y soñarla, iban a cambiar. Serían liberados de las mentiras y las ataduras, alzarían su espíritu a lo más alto y volverían ascendidos. Trascenderían.

El espacio frente a la Vieja Mierda pareció combarse y distorsionarse. El vacío de las estrellas vistas a través del anillo se difuminó con las crecientes ondas de energía a medida que la Charioteer manipulaba la llave de salto en su soporte. La antigua fuerza contenida en el portal fue liberándose a medida que la más poderosa de las aperturas se conectaba con su hermana a distancias inconcebibles. De Pandemonium a Iver, donde los prospectores esperaban obtener buenos recursos de una luna estando al servicio de la Iglesia. Pero eso no sería lo que pasase una vez experimentasen la verdad durante el salto. Aerina traqueteó con los dedos con mayor rapidez, el ansia tomando control de ella a medida que el momento deseado se aproximaba y los últimos kilómetros hacia el oscuro estanque que era la puerta de salto abierta eran recorridos.

Y entonces entró en contacto lo mundano con lo trascendente, lo limitado con lo infinito. Había cosas entre las estrellas, millones de años más antiguas de lo que nadie podía imaginar. Elementos que eran viejos y poderosos cuando Urth ni siquiera existía. Durante unos instantes, esas esencias serían conscientes de que Aerina había llegado, de que estaba con ellos, de que les amaba. Y con ella, los centenares de prospectores fueron sorprendidos a medida que la puerta de salto les alcanzaba en los dormitorios y comedores, en las galerías de procesamiento o los almacenes de minerales. Trabajando o descansando, cada uno de ellos tuvo una experiencia que ninguno podría explicar jamás. El sonido perfecto de la conciencia absoluta y trascendente, al alcance de la mano, la revelación de la verdad del mundo más allá de las trampas de la carne y las limitaciones de la mente.

Unos instantes después del éxtasis, de la trascendencia, de la emergencia de la verdad, solo quedaba de nuevo el vacío interior. Junto con ella, la certeza de la pureza de propósito.

S-a-t-h-r-a. Zaathraa. Sar-thrar. No había forma de capturar esa experiencia en ningún marco de comunicación humano. Como un mono intentando entender una puerta de salto. Aerina tendría que esperar de nuevo una cantidad desconocida de tiempo hasta poder experimentarlo de nuevo, pero volvería allí, a la verdad encerrada en lo que su mente humana entendía como un sueño. Y un poco de lo vivido permanecía con ella, ocupando ese vacío de la privación, de la ausencia, llenándolo con propósito, con movimiento frontal, con la unión con aquellos que habían vivido lo mismo. Pues, en sus camarotes y galerías de descanso, los prospectores también despertaban a la realidad, los velos de ceguera cayendo de sus ojos, en una hermandad trascendente más allá del espacio y el tiempo.

La de los verdaderos creyentes. Los que han visto la realidad. Los que saben lo que ocurre. Lo pronunciasen como lo pronunciasen, recordasen lo que recordasen, habían sido elevados a la realidad. 

Sathra. Lo único que importaba en realidad. S'athra. La verdad. Sa-thra. La ascensión. Saath'ra. El absoluto.

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