La vigilia eterna

 


La iglesia se hallaba bastante llena, mucho más de lo habitual, incluso si no todos los convocados se encontraban presentes. Muchos aún tenían deberes y tareas que atender por toda la ciudad, incluso en un Día de Descanso como aquel, pues suya era la vigilia permanente de los santos lugares y personas del más sagrado de los planetas. Sirius Ballinger observaba serio a sus hermanos desde detrás del púlpito, donde la misa acababa de ser oficiada y las oraciones completadas. Su dolor y tristeza eran palpables para todos, visibles claramente en su rostro que tan habitualmente se mostraba educado y cordial. Pero ese no era un día para la tranquilidad, desgraciadamente.

-Hermanos, hemos estado debatiendo esto durante días y semanas en la sala capitular, y tras lo ocurrido en Grail durante el Concilio me temo que no podemos seguir postergándolo más. El Gran Maestre Claudius es un hombre de fe, de valor y de honor, de todo ello no hay duda, pero es un hombre equivocado y que está llevando a la orden a una posición insostenible, contraria a aquellas cosas que juramos proteger, velar y cuidar. Entiendo sus razones, pero esta no es la senda...-

La voz del Maestre se quebró en el medio de su discurso y el silencio cayó en la nave de piedra, bajo la atenta mirada de santos y mártires. A Sirius le costó más de un momento recomponerse y retomar la palabra, y en esa pausa los presentes se removieron inquietos. Sabían lo que estaba ocurriendo, y ellos estaban tan incómodos y trastornados como su Maestre. Fue el anciano Agustín quien, con un "¡Por el Pancreator!" logró que todos reencontrasen la voz en un grito compartido que sonaba más a autoconvencimiento que a verdadera convicción. Así que aclarándose la garganta, sus palabras reencontradas, Ballinger retomó su discurso.

-Nuestro primer Gran Maestre forjó un pacto con la Santa Madre Iglesia, uno que nuestro actual Gran Maestre ha roto. Hemos juramentado proteger a los fieles y peregrinos como hacían nuestros santos fundadores, pero también hemos hecho votos de proteger al Patriarca y a los delegados de mayor importancia en sus encargos y misiones por el Imperio, y no podemos fallar a ese voto porque sea conveniente, o incluso necesario. La santidad del mismo es más importante que la practicidad de mantenerlo, si todo los Mundos Conocidos deben arder, que lo hagan con fe, pues eso es más importante que su supervivencia sin juramentos ni votos cumplidos. Al fin y al cabo, cuando llegue el momento, el Eskaton ocurrirá, de modo que ese final está anunciado desde hace tiempo.-

Los gestos sombríos de los caballeros congregados confirmaban su parecer al respecto. Obviamente no todos estaban de acuerdo, pero la decisión había sido tomada y la mayoría la compartía.

-Así que, como se acordó en la sala capitular ayer, hoy anunciamos que abandonamos a Los Adeptos de Mantius y sus Hermanos en la Batalla Contra la Oscuridad y comenzamos un nuevo camino por nuestro lado para honrar nuestros votos antiguos. Permaneceremos en la Iglesia, como me han confirmado varios de los altos prelados, bajo el nombre de los Hospitalarios Hermanos Rojos en la Senda de San Lextius y la Madre Iglesia. Del vermellón sobre plata de nuestra antigua enseña, portaremos ahora el mismo símbolo, mas en oro sobre vermellón. Y comenzaremos ahora la redacción de una nueva Regla de Batalla que se ajuste a nuestras tareas específicas aquí en Urth y reconozca abierta y explícitamente nuestra pertenencia innegable a la Iglesia y al servicio de su Patriarca.-

Muchos asintieron con firmeza a las palabras, incluso unos pocos aplausos se oyeron bajo la piedra de los arcos de la iglesia. Pero la mayoría aún sentía el dolor de romper sus votos a la hermandad a la que todos habían pertenecido hasta aquel momento, sus juramentos insostenibles pues unos contradecían a los otros. Sin embargo, no por incompatibles dejaba de ser un pecado romperlos y las dos capellanas de la nueva orden tendrían muchas confesiones que escuchar ese día.

-Pero no daremos la espalda a nuestros antiguos hermanos, con suerte podremos actuar como puente para traerles de vuelta a la Iglesia una vez esta locura termine. Les estrecharemos los brazos como parientes distanciados pero que mantienen su afecto, les hospedaremos y ayudaremos cuando sea posible. Si tenemos fortuna, algunos incluso decidirán unirse a nosotros en lugar de seguir a los demás Maestres al exilio. Sin embargo, si no lo es, o si nos encontramos en lados opuestos del campo de batalla, quiera el Pancreator que eso no ocurra, entonces lucharemos con ellos con la misma firmeza con la que defendemos a la Iglesia de cualquier otra amenaza. 

La perspectiva de luchar contra sus antiguos compañeros de armas, con los que habían crecido y se habían educado en De Moley y tantos otros sitios, era lo que más dolía de todo aquello. Pues por mucho que el nuevo Gran Maestre de la orden novel intentase suavizarlo, la familia se había roto y, en aquellos momentos, sus hermanos estaban a punto de ser excomulgados. Confirmados como enemigos de la Iglesia después de su cisma, después de tratos con la Oscuridad y otras señas de su caída en desgracia de la luz del Pancreator, de cómo se habían alejado de la palabra del Profeta.

Así que hacía falta un nuevo camino para mantener la eterna vigilia en protección de aquello que era el faro de luz en los Mundos Conocidos. Pues la Iglesia era santa, más que cualquier otra parte del Imperio, y Urth era la cuna de la humanidad y el planeta bienamado de los Patriarcas desde los primeros de ellos. Confesarían su pecado recién cometido, ajustarían sus armaduras y armas, y continuarían con su labor pues esa era el juramento más importante de la guardia roja desde mucho antes de que ninguno de ellos naciese, y no serían ellos quienes lo rompiesen.

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