Señores de la guerra

 


Janizary Cogliostro avanzó por el club con soltura y facilidad. Conocía a la mayoría de los presentes, aunque casi todos los tipos duros y soldados sentados en las mesas evadían su mirada y su saludo. Y es que el Blackwall era un local en Leagueheim frecuentado casi exclusivamente por los mercenarios del Muster, que llenaban sus bancadas y pequeña pista de baile con historias de combates, sexo sin compromiso, y una buena dosis de drogas. 

Al menos así había sido en los buenos viejos tiempos, los años de paz habían pasado factura a la clientela y, con ello, al bareto en igual medida. Abundaban ahora en las mesas más las historias de tiempos olvidados para la mayoría, y los relatos de las dificultades de aguantar y llegar a fin de mes, una semana tras otra sin contratos o trabajo. De deudas acumuladas con los Reeves, de miembros reclutados que nunca habían tenido oportunidad de estar en combate, de los problemas de la principal fuente de ingresos del gremio. 

Pero el general venía buscando a una mujer en concreto, Ertalia, sentada en una de las mesas del fondo, rodeada de sus soldados de confianza. Su oscura piel estaba cubierta por tatuajes luminiscentes y sus formas menudas y elegantes contrastaban con la violencia que Janizary sabía que era capaz de desplegar. Con su habitual tranquilidad, el Guildmeister tomó asiento a la mesa, cogiendo una de las sillas de una de las mesas cercanas, cedida rápidamente por un novato que salía corriendo sin ganas de verse involucrado en lo que pasase.

-Ya tardabas, carcamal, pero ya es tarde. Trop tard.-

-Venir; hay una historia que me contó un soldado al-Malik en Stigmata en torno al Profeta e ir a una montaña que...-

-A todas nos aburren tus estúpidas historias de tiempos pre-reflectivos, viejo. Puedes volver por donde viniste, aquí no tienes ni mierda que hacer. No eres bienvenido.-

Janizary encendió su pipa con parsimonia, dando una profunda chupada y soltando el humo mientras observaba a la mujer y sus compañeros.

-Nada que hacer aquí... eso son palabras muy grandes para ti. Especialmente teniendo en cuenta que yo he bebido en estas mesas más veces que todos vosotros juntos, con gente más dura y...-

-¿Y cuánto hace que no sales de tu antro para ver la puta vida real, viejo? Te he dicho que no me importan tus batallitas, así que no me sermonees. No quiero las lecciones de vida de un fósil obsoleto. Te has arrastrado hasta aquí a suplicar, pero ni mierda vas a conseguir. Pleure une rivière.-

-¿Por qué debería suplicar?-

-Lo sabes de sobra viejo, sino no te habrías arrastrado hasta este garito a llorarnos. Tu tiempo se acaba. ¡Puf! La semana que viene te votaremos fuera de tu despacho, que será pour moi, y tú te irás a tomar por culo, a contar tus batallitas a cualquier centro de internamiento de ancianos, o a palmar a Stigmata, o lo que sea que los carcas como tú hacéis cuando os llega la hora.-

Otra profunda chupada a la pipa le llenó la garganta con el reconfortante sabor del humo. Observó a Ertalia con calma, sin dejar que la ira que bullía en su interior llegase a sus ojos ni la otra pudiese notarla. La mujer hacía grandes aspavientos agresivos cuando hablaba, mostrando a menudo los dientes, todo parte de su pose, pero no eran actos impostados y falsos. Había cierta verdad en ellos.

-Por menos que eso he matado a hombres mejores que tú...-

-Saca tu pipa y méteme una bala en la chota si lo tienes tan meridiano. Mis hombres te acribillarán después y en venganza buscarán a tus manos derechas e izquierda, a los veteranos de tus antiguas historias que todavía anden por ahí o a sus familias y ¡boom! A tomar por culo ellos y cualquiera que te recuerde. Tú verás si te renta.-

Ella se encogió de hombros con insolencia, un gesto burlón antes de reclinarse al frente a coger la copa de alcohol que estaba bebiendo. Una nova recargada, una bebida fuerte, probablemente aderezado con algo estimulante y energético, a juzgar por la dilatación de sus pupilas en el oscuro ambiente del garito, lleno de las luces estroboscópicas de los neones de la pista de baile. Janizary se reclinó hacia atrás, fumando y sopesando. Las cartas estaban echadas, ella tenía razón en que había llegado tarde. 

-¿Por qué ahora?-

-¿Por qué no? Eres una reliquia que ya no sabe hacer su curro. Los Reeves te quieren largar y son ellos los que apoquinan para que tengamos de jalar. Ya nadie te es leal más que cuatro carcas como tú que se pajean sus pollas flácidas recordando los buenos viejos tiempos. Porque dejaste que se volasen al Tronido, uno de los nuestros, simplemente por unos cuantos pajarracos. Puedes elegir, me tiraría tanto tiempo como tú con una de tus batallitas de mierda listando todas las razones por las que nadie te respeta ya, fósil. Nadie te aguanta. Busca un terruño perdido, cava una tumba y muere de una jodida vez.- 

-¿El Tronido? ¿Ese demente que no hace más que causar problemas? A cambio de contratos que han traído algo de dinero al gremio, y más traerán según avance el proyecto.-

-Blablabla y puto bla. Historias y promesas vacías, viejo, estamos todas hartas de ellas. Más guita para la otra parte del gremio, mientras a los mercs de verdad nos dejan sin curro y nos roban el poder. El Tronido era gilipollas, pero era uno de nosotros. Y ahora viene una guerra, fósil, y nadie te seguirá al combate si quieren volver vivos. No lucharemos contra simbiontes olvidados de la esquina del Imperio sino contra humanos de verdad. Así que de puta madre por tus contratos con los Talebringers, pero son mera calderilla comparado con los que se vienen encima, y no gracias a ti. No te necesitamos, no te queremos. Ç'est fini.-

Con pesadez, Janizary se alzó de su asiento, la pipa aún humeando en su boca, pero esta vez la tristeza y la ira si que se dejaron ver asomándose a sus ojos.

-Supongo que el honor ha muerto finalmente, y es hora de...-

-Lárgate con tu cháchara a otra parte viejo, y deja el honor para los nobles, esto es un puto negocio.-

El Guildmeister asintió, más para si mismo que para los presentes, y se encaminó orgulloso hacia la salida. Ciento quince años y ahora, finalmente, llegaba la batalla que no podía ganar. Casi podía ver el futuro mientras avanzaba entre las mesas medio vacías, suficientemente predecible en su trágico discurrir. En una semana o dos le votarían fuera del cargo que había ostentado tantos años, y Ertalia lo ocuparía rápidamente. Pero ella no era política, dada a las cuestiones de corte y negocios, era una soldado de sangre caliente y temperamento ardiente como lo había sido él cuando por primera vez se vio involucrado en los juegos de poder de Leagueheim, la Corte Imperial y tantos otros sitios.

Él había dado forma a la Liga durante crisis recientes, había elegido una Emperatriz, derrotado enemigos en batallas imposibles en las junglas de Stigmata. Y ahora el Gremio abandonaría esa posición de influencia, como antes habían hecho los Ingenieros, pues la futura Guildmeister no tendría las ganas ni la paciencia para acudir a las largas y lentas sesiones de la Liga, ya vacías en exceso. Se iría a luchar sus guerras y batallas, a ganar oro y reputación, mientras el gremio y la Liga languidecían. 

El tráfico y los neones de la calle de Leagueheim le dieron su compañía al llegar al exterior. Una figura más en las aceras atestadas de trabajadores regresando a casa después de largos turnos. Al menos, todo eso ya no sería su preocupación, por primera vez en décadas, era libre.

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