La Edad de Plata 11: la Espalda de Atlas


El ascenso del tirano Minos a la divinidad, robada del cadáver de Herakles, abre la posibilidad para que Dédalo y su hijo Ícaro finalmente puedan huir del Laberinto. Pero Ícaro vuela demasiado cercano al sol, y los dorados rayos de Apolo derriten la cera que mantiene las alas unidas, precipitando al joven contra la muerte. Y es que el hubris del mortal que se cree que puede volar como los dioses, tiene un precio desmedido. 
 
¿Pero qué se puede hacer con el hubris de los propios Dioses, que en su ira y furia han dejado toda la Hélade en ruinas? Desde el norte, conquistado por los bárbaros, al sur, arrasado por los monstruos marinos, desde los campos de batalla de Atenas, a las ruinas de los templos de Samotracia. Las respuestas a eso, son propias de cada uno. 
 
Aegeus abandona definitivamente el mundo, roto por el precio que tiene cambiar nada. Io se retira a las ruinas de Ilion a la soledad y la tranquilidad. Elektra marcha a Roma a fundar un panteón nuevo, a Júpiter y Juno, cambiando a los mismos dioses. Kairos se casa con Sappho, para resolver los juramentos de un modo que Sappho no pensaba. 
 
Pero sobretodo, se lucha. Y es que en el norte, Elektra y Kairos se enfrentan a los Dioses de los bárbaros europeos y sus hijos. Y entre tretas y riesgos, al borde de la muerte, al final tanto Chernobog como Baba Yaga caen en el campo cuando los demás Dioses bárbaros se alzan contra ellos, sus tretas y engaños rotos cuando Bielobolg es finalmente liberado.
 
Porque, al final, el Destino de los héroes es enfrentarse a la adversidad y hacer que lo imposible sea posible. Sea consiguiendo una extraña e imposible paz entre Atenas y Sparta, o abandonando la tranquilidad de Ilion para tomar Creta y comenzar el duro proceso de construcción. Porque, al final de la Edad de Plata y al comienzo de la Edad de Bronce, es la heroicidad de quienes no se doblegan ante la adversidad la que finalmente pueden navegar los traicioneros senderos del destino, con rumbo firme hacia el refugio.

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