Las Hebras del Destino 1.1: La Visita

La pantalla está negra por completo, un negro absoluto que no admite matices. Siguiendo el sonido de la música, la negrura es parcialmente ocupada por el logotipo de la serie: SCION. Y debajo el nombre del capítulo: 1: LA VISITA. Todo escrito en letras amplias, mayúsculas y épicas, pero también algo oscuras y retorcidas, que lentamente se desplazan hacia arriba.

La oscuridad es ocupada por un brazo musculoso que se alza con un martillo. Con fuerza y violencia se descarga sobre un yunque, del que saltan chispas y fuego. Fuego que ilumina una escena diferente: una cueva, de cuyo lateral derecho sale una llamarada. Y no es para menos, pues ese lateral de la pantalla ahora está ocupado por un enorme dragón, encadenado a un yunque, que escupe fuego contra su adversaria. Del otro lado, una mujer de mediana edad, en vaqueros y camiseta gastada, se esconde detrás de un escudo de madera, capaz de rechazar las llamaradas. Y, entre una y otra, lanza una estocada con su lanza, de un brillante plateado.

De nuevo se alza el brazo, preparándose para descargarse sobre el yunque, revelando otra escena. Un carro de fuego viaja a toda velocidad dejando un rastro de llamas tras él, tripulado por una mujer de asombrosa belleza. Su vestido es blanco y florido, su pelo es dorado con dejes anaranjados, y sus ojos de un profundo azul. Detrás de él, un enorme lobo corre, salivando en anticipación del momento en que pueda devorar a la presa que huye. Pero el carro está demasiado lejos, es demasiado rápido y el lobo es incapaz de alcanzarlo. De momento. Sabe que llegará su tiempo.

La imagen desaparece, acompañando el movimiento de ascenso del brazo, que se encamina a otro golpe poderoso contra el yunque. Una mujer mayor está atada a una cama, sus ojos en blanco y su espalda tan arqueada que parece que va a partirse en dos. Sus ropas están andrajosas del tiempo que lleva en ese lugar, sus labios agrietados de la sed. Pero eso no la detiene. "La gallina camina" dice con voz confiada pero estridente, "...el sol es devorado por el sol..." continúa, mientras la espuma empieza a salir de su boca "¡los muertos se alzan!".

Lo que se alza, por cuarta vez, es el martillo pero cuando se descarga sobre el yunque es para un cambio, para una escena completamente diferente. Porque aún no es el tiempo de todas esas imágenes, sus hebras aún no se han cruzado en el tapiz con aquellas que ocupan ahora el centro de la pantalla. Sí es el momento, en cambio, de que tres hebras muy dispares se entrelacen. Algunos lo llamarán azar, casualidad, la consecuencia de la existencia de una infinitésima posibilidad de que un hecho pueda darse lugar. Otros lo llamamos por su nombre, olvidado y polvoriento para la mayoría: Destino.

El lugar es un museo. El ambiente y situación completamente infrecuentes para una de las hebras que están en pantalla. Pero claro, el Destino sigue sus caprichosos caminos, como siempre hace. Una música tranquila y misteriosa llena el aire como resultado del trabajo de los altavoces, invisibles en lo alto del techo. Las estancias, de paredes blancas y bien iluminadas, están ocupadas por toda una variedad de objetos: estatuas, pequeñas muestras de cerámica, llaves de cobre... Y es que nos encontramos el Getty Center de Los Ángeles, en las cercanías de Bel-Air. Pero este 13 de noviembre, 2017, no es un día cualquiera. Esa es la razón de que las tres hebras únicas se encuentren aquí.

Quizás corresponda empezar por Arthur, pues al fin y al cabo, es parte de la razón de que sea un día especial. Y es que el centro Getty estrena parte de la colección que ha obtenido de la universidad, fruto de una de las muchas labores del Dr. White-Cortez. El periodo pre-clásico helenístico que se encuentra expuesto en las vitrinas fue recuperado en la excavación dirigida por el Doctor, y muchos académicos consideran que cuenta con piezas muy valiosas para entender qué es lo que consiguió que la Hélade llegase a ser el lugar de cultura y poderío que sería unos pocos siglos después, y por qué en cambio otros lugares no lo consiguieron.

Para explicar por qué Wolfgang se encuentra aquí, sin embargo, hay que presentar a otra persona. La witwe Strauss, señora viuda cuya apariencia no denota casi los sesenta años que no volverá a cumplir. Y cuya fortuna, muchos han tratado de obtener pero nadie ha conseguido. Un premio suculento, aunque solo se le pueda dar un bocado y no obtener todo lo que tiene. Wolfgang lo sabe. Como un lobo astuto acecha a su presa, pero esta es igualmente astuta, y conseguir sus propiedades no será tan fácil como los otros trabajitos del joven... pero sí mucho más lucrativo. Y si algo tiene el joven, es la suficiente valentía como para no echarse atrás ante las posibilidades de un nuevo trabajito, ni miedo de las consecuencias del mismo.

Finalmente, llegamos a Minerva, que había llegado al centro Getty porque le había llamado la atención la publicidad de la nueva exposición. Podría haber aprovechado su día libre para ir al cine, o entrar en un teatro, o quizás salir a tomar café con sus amigas, pero el Destino juega de esos extraños modos. Esos pequeños giros inesperados que hacen que lo imposible se transforme en inevitable. Como es el hecho de que reconociese a la señora Strauss como una de las amigas de sus padres, de la elegante vida de quienes tienen todo garantizado desde su nacimiento de la que en su momento huyó para hacerse con su propio camino. Irónico que ese pasado pueda volver en el frágil cuerpo de una mujer de pelo blanco.

Como decíamos, sin duda son tres hebras muy dispares. Pero como átomos camino de la colisión, su encuentro tendrá unas consecuencias que harán temblar el propio tejido de la realidad como la conocemos. Y ese encuentro está a punto de producirse, cuando con un gesto elegante de su mano enguantada, la señora Strauss indica a su joven acompañante de esta tarde que la acompañe a saludar a quien ha encontrado las piezas en exposición. Frente a una colección de antiguas espadas de bronce y cobre, más primitivas que las que luego harían famosas a las falanges helenas, dos fuerzas del universo se encuentran. Una de la mano de la rica viuda, la otra frente a la vitrina donde explica a otros de los benefactores del centro Getty el por qué las espadas se hacían con aquellas técnicas.Y la tercera, en las cercanías, se prepara para ser atraída por el pozo de lo inescrutable, como los objetos son atraídos por la fuerza de la gravedad.

-Mi buen Dr. White-Cortez, es un placer poder ver de nuevo el fruto de su labor. Permítame presentarle a mi amigo, es un pariente lejano venido de Alemania de la rama de la familia localizada allí, que se viene a asentar a la gran Los Ángeles...- sus palabras se interrumpen cuando observa a Minerva que está ante una pequeña colección de animales de bronce.

Y con esas palabras normales, cotidianas, que todos podríamos haber escuchado en un supermercado o en la cola de espera de un médico, los átomos se encuentran. Y como ocurre en esos casos, una pequeña explosión nuclear comenzó... para deleite de nuestro caprichoso anfitrión invisible, el Destino.

---Wolfgang---

A mi alrededor, los muros de exquisito color blanco se encargan de recordarme, como una canción continua, los lugares a los que no pertenecía.

Pero, al fin y al cabo, tenía amigos en el otro lado.

Era como una danza, un baile de máscaras. Alguien alza la mano y una copa se mueve al sitio correcto, aunque nadie sabe qué contiene. Una poción misteriosa, que conlleva un precio diferente: El estatus, la elegancia, el poder, el cambio... o, pocas veces, la muerte. En un sitio como este, tan aparentemente seguro, incluso el mero acto de algo así podría ser... terriblemente equivocada. Al menos, si yo estaba allí.

Sencillamente, hoy no era ese día.

Redoble de tambores, y empezamos otra vez. La siguiente pieza del baile, la viuda a mi lado, una inconsciente e involuntaria participante en esta orquesta de vida. Un extraño juego de ajedrez, cuyas fichas había aprendido a mover durante demasiado tiempo en mi vida. La viuda sonríe, y yo bajo la cabeza, como un verdadero caballejo. Un gentleman, de los antiguos. Un joven de buena cuna, como el exquisito traje que consistía en mi mascarada particular, asoma en mi mirada. Y tras una leve reverencia, la invito a pasar por la estrecha puerta de entrada.

Un, dos, tres... siguiente coreografía.

La de la sociedad, en este caso. A quién hablar, a quién no. Qué influencias, cómo y cuántas, necesitaba para que la viuda comprobase mi... Validez, en este lado de la familia. Mi valía, mis buenos deseos... y mi dulce personalidad. Mi amable temple, sin duda el mejor lugar para que llegue... su genuina ayuda. La clase de hombre, de benefactor, que necesita esta ciudad. Una dulce recompensar por la mecenas que conseguiría.

Casi veía mi futuro en las cartas, tatuadas en el cristal reflectante de las vitrinas donde bailaba su desmejorado reflejo.

Y frente a ellas, mi propia persona. Bueno, esa versión de mí, la que veía a veces, cuando los oscuros callejones y las sucias tabernas dejaban espacio a la ensoñación. La parte dorada de la vida, la parte segura, la parte en la que un hombre como yo... Bueno, la parte donde comenzaría a soñar.

Vamos, tenía que haber algo más. La vida tenía que ser algo más. Yo lo sabía, y por eso seguía bailando.

Y tras el siguiente paso de mi Jazz propio, un hombre desconocido. Al parecer, aquel que unía los hilos de un destino que no conocía, y aquel que llevaría a caminos que mi mente no alcanzaba a comprender. No, en ese momento no. En ese momento veía calles, oro u oscuridad.

Y cuando mi involuntaria pareja de baile pronunció sus palabras, extendí una mano firme y se la ofrecí al desconocido, esbozando una cálida y amable sonrisa. Ese era mi papel hoy.

Y bajo las máscaras, la torcida sonrisa de un timador, que observaba taimadamente todo aquello en los hilos que manejaba. Baila, preciosa. Baila una vez más.

“You got what you wanted, what you want's what you get”

- Es un placer, Dr White, mi nombre es Johan Strauss. Es un placer conocer al artífice de semejante velada.

---Arthur---
Apenas hacía 48 horas que había regresado de una excavación en Yucatán. El sabor que le producía tener que mendigar donativos entre la jet set filantrópica de Los Ángeles le dejaba el mismo regusto amargo que un café cuyo grano había sido excesivamente tostado.

Aquella mañana, el sol se colaba por los diáfanos ventanales del Getty Center reflectando los haces de luz en una danza prismática que resultaba fuertemente hipnotizante, caprichosa y embriagadora.  Allí, en su nueva casa desde que hacía 2 años le había sido confiada la dirección y comisariado del Instituto de Conservación arqueológica, el Dr. White-Cortez tendría el placer de narrar sus hazañas -y celebrados hallazgos- en los yacimientos del Peloponeso. Algunos le idealizaban como una suerte de Indiana Jones moderno, pero la realidad de su trabajo cotidiano era mucho más más mundana; pilas de informes, discusiones burocratizadas, esperas extenuantes, polvorientas y, ocasionalmente, accidentadas de sudor y secrecciones.

Habían pasado más de 90 minutos y aún no había logrado que ningún asistente sacara la chequera, pero para su fortuna, allí se encontraba la señora Strauss, quien apareció como una salvadora en aquella mañana que se prometía aciaga.

-          Recuerda Arthur, sonrisa ingenua, falsa modestia, alguna píldora halagadora y deja que tu oratoria la envuelva en una bruma y atmósfera cautivadora.

Pero la diosa fortuna siempre tiene dos caras, y a su lado, un joven apuesto, uno más de tantos con los que se dejaba ver por los círculos elitistas de la ciudad de los sueños, le acompañaba agarrado del brazo.

Allí, encima del frío y reflectante mármol, las vitrinas custodiaban algunas piezas tremendamente valiosas del período pre-helenístico, y entre ellas, dos magníficas espadas de bronce batido. Dos espadas que presagiaban el combate dialéctico que estaba a punto de comenzar.

Arthur, no destacaba por sus habilidades sociales, pero tenía una capacidad innata de captar las sutilezas de la mentira, la manipulación y el manejo de las impresiones. En aquella danza discursiva percibía cada pequeña inflexión de la voz, revelanado tres ambiciones muy dispares.

Quizás eran los efectos de la insolación tropical que padecía, pero no tuvo duda. Eso tres peones se encontraban en los juicios de Paris disputándose la codiciada manzana aurea. Al príncipe troyano, tres diosas griegas le agasajaron con la promesa de satisfacer sus más osados deseos a cambio de recibir su bendición. La señora Strauss, imbuida del semblante de Afrodita ansiaba la belleza eterna, por ello se rodeaba de jóvenes a los que triplicaba en edad para engañarse así misma recordando épocas mejores en las que pudo retener algún atractivo. Por otro lado, aquel joven, portaba el reflejo de Hera en sus carnosos labios. La esposa de Zeus prometió a Paris grandes riquezas y un poder ilimitado, la cúspide social; y si algo había aprendido Arthur en su dilatada trayectoria académica, es que allí donde se produjera el hallazgo de una reliquia (y la señora Strauss lo era tanto en el sentido literal como en el figurado), siempre habría un cazatesoros arribista dispuesto a desvalijar hasta la última pieza del yacimiento. Por último Arthur, con Atenea improntada en su pupila, en una búsqueda constante de sabiduría y conocimiento, él ansiaba explorar las entrañas de las civilizaciones más magníficas y olvidadas. Para su desgracia, las excavaciones siempre requerían una buena suma de dinero.

En aquel momento un pensamiento le vino, como inoculado, a la mente. Tres metas cruzadas, tres ambiciones colisionando en una maraña del destino entretejida de ambiciones, deseos inconfesables y fachada.

Arthur lo tenía claro, en toda relato biográfico siempre había algo de inventiva y en toda historia de ficción siempre hay algo de verdad.

-          ¡Qué placer encontrarnos de nuevo señora Strauss!

-          Johan, nunca le había visto por aquí. Mi nombre es Dr. Whithe-Cortez. ¿Les parece si me acompñana? Me complacería enseñarles la colección privada de manera personal.

---Minerva---
Las calles de Los Ángeles se me antojaban más largas y lúgubres que de costumbre aquel día. Quizás, aquella percepción era fruto del frío susurro del invierno, que comenzaba a abrirse paso, lentamente, entre las altas copas de los árboles. Quizás, las noches eran cada vez más largas, y las dunas de las playas californianas estaban cada vez más vacías. O, quizás, la soledad era un sentimiento que avanzaba insondablemente entre los corazones de los habitantes del siglo XXI, en el cual era posible tener más seguidores de los que los seis grados de separación permitirían ostentar en nuestro desfasado cerebro animal.

O, quizás, simplemente era un lunes. Y, para mí, ese día tenía el mismo efecto que para cualquier otro mortal, sólo que, en mi caso, por las circunstancias opuestas: era mi día libre. La verdad, es que aquello de convertir mi pasión en mi trabajo había supuesto una extraña maldición para mí, pues con el tiempo había olvidado qué me gustaba hacer fuera de éste. Con frecuencia, dedicaba mis ratos de ocio a estudiar más, aunque estaba logrando coger la costumbre de retomar antiguas aficiones, de cuidar de mis amistades y de salir a la calle, a veces sin metas concretas más allá de pasear o de descubrir algo nuevo.

En esta ocasión, las puertas del destino se abrieron ante mí con una clara invitación, cuando uno de los carteles promocionales de la nueva exposición del Getty Center llamó mi atención. Y, ahora que mis pasos me habían conducido hasta allí, el brillo cobrizo y dorado de las viejas reliquias helenísticas había logrado trasportarme a otros mundos, en otros tiempos, lejos de las preocupaciones mundanas del presente.

Mis ojos vagaron curiosos entre las diferentes vitrinas, moviéndome entre el remolino de elegantes anfitriones y singulares asistentes, cuando de repente mis pupilas se toparon con la cara familiar de una persona que, aunque no provenía de ninguno de los pasajes mitológicos de la Antigua Grecia, desde luego había pertenecido a una dispersa parte de mi pasado y de mi memoria.

- Olivia -saludé cordialmente a la mujer de cabello blanco, acercándome a ella tan pronto hicimos contacto visual.- Ha... pasado mucho tiempo. Me alegro de volver a verte.

Sonreí incómodamente a sus dos acompañantes, dándome cuenta, demasiado tarde, de que había interrumpido su conversación.

---Destino---

¡Boom! Y con ese simple intercambio de saludos, las fuerzas más poderosas del universo entraron en colisión. Y chocaron de ese modo imperceptible y sutil que tienen las cosas verdaderamente importantes, que no es hasta que tiempo después alguien las mira que se da cuenta de que han ocurrido, como el aleteo de una mariposa, un día tranquilo en casa con la persona querida o el agradable silencio. Cosas que es imposible percibir su existencia hasta que es tarde, pero que tienen lugar y momento… y este, era uno de ellos.

Tres fuerzas atadas por una improbable mujer, desconocedora como los demás de lo que allí realmente ocurría, como los neutrones que atan un átomo y le dan forma. Una tranquila testigo de un evento cósmico, incapaz de entenderlo igual que una hormiga es ciega a un bosque. Y con la cotidaniedad y tranquilidad que da esa ceguera, habló para saludar apropiadamente a Minerva, mientras los dos caballeros intercambiaban sus propios saludos.

-¡Querida, qué sorpresa más grande encontrarte aquí! ¿Qué haces en Los Ángeles? ¿Qué tal están tus padres? Ha pasado una eternidad desde que los vi en mi última visita a las islas, que fuimos a recorrer el castillo de Warwick… una lástima que un castillo como ese haya caído ya en manos de las empresas privadas en lugar de los ilustres apellidos que lo poseían hasta tan recientemente... ¡Pero tienes que contarme todo! El Doctor se ha ofrecido a guiarnos por la colección privada y seguro que tenemos tiempo de hablar.-

Ella sonríe ampliamente pero es curioso que, pese a la efusividad del saludo, en realidad la señora Strauss, como la gente bien educada, no se mueve demasiado. Breves gestos de la cabeza, algún suave ademán de la mano, pero nada estridente como hace la gente de menor clase, en todos los sentidos de la palabra. El stiff upper lip al que AC/DC le dedicaría una canción, la pompa y circunstancia para la que compuso Elgar. Con una mirada decidida, echa a andar en dirección a la colección privada, dejando que los hombres intercambian saludos mientras ella mantiene a Minerva a su lado.

Y mientras el grupo se pone en marcha, lentamente las conversaciones del museo van quedando atrás a medida que se acercan a la zona privada. Conversaciones sobre temas variados, desde la preocupación por los migrantes en campos de refugiados griegos al último escándalo sexual de uno de los protagonistas de la serie Blood of the Damned. Pero todo eso lentamente va quedando en otro mundo, a medida que se van acercando a la zona privada del museo, que todavía permanece cerrada ante ellos aunque el Doctor tiene llave.

---Wolfgang---
Mis ojos siguieron, calculadoramente, el invisible rastro de las evoluciones de cada uno de los participantes en mi involuntario tango. El denominado doctor, un ratón de biblioteca, uno de tantos que había conocido a lo largo de mi perceptiblemente larga vida en las calles. Uno de esos sujetos, acomodados, que hunden sus narices en los libros como si las respuestas a su simple supervivencia se acunase en una suerte de combinación azarosa, pero ajustada, de palabras y conceptos. Como si un libro pudiese protegerte del hambre, del frío, de la muerte...

O de los sujetos como yo.

Por otra parte, la recién llegada joven. Mis pupilas la recorrieron, en la suerte de mirada habituada a analizar de un vistazo la clase de persona que tenía delante. Melancolía, un aire perdido. ¿Probablemente fuera de lugar? Un sonrisa incómoda, no esperaba encontrarse a la Señora Strauss, probablemente tampoco quería. Y a juzgar por su sonrojo, era demasiado tímida y demasiado educada para sencillamente fingir que no la había visto. Otra ratoncilla, pero esta de campo. Una criatura esquiva, trágicamente bella (Sí, lo era. Mis ojos también se habían acostumbrado a captar rápidamente ese rasgo en las oscuras calles de los Ángeles) y deseando volver a ocultarse en su oscura madriguera antes que acompañarnos a este involuntario paseo.

Casi, solamente casi, como si un hermoso hilo invisible, de diamante o cristal, se comenzase a cerrar a nuestro alrededor.

Lo siento, preciosa. Tú también vas a tener que bailar hoy. Todo lo haremos. Al menos, yo sabía que lo estaba haciendo.

Liberé el brazo de la viuda, para estrechar la mano del joven que tan cortesmente me la tendía. Claro, por supuesto. Le acompañaría al fin de mundo hoy, caballero. A usted... y a esos hermosos pendientes de diamantes que adoraban el rostro de la ajada mujer.

- Es un placer conocerle, Dr. Whithe-Cortez. Me temo que mi tía me ha hablado largo y tendido de su colección, así que va a tener que esforzarse en superar la devoción de su explicación. - Sonreí ampliamente, mientras bajo la máscara, mis acerados ojos, los de un coyote de ciudad, relucían de ambición, y mi cuerpo caminaba al lado del conocido doctor por la exposición con el mismo aire aristocrático que me rodeaba - Son artículos muy dispares, de lugares muy lejanos. Ha debido usted viajar mucho.

---Arthur---
- Son artículos muy dispares, de lugares muy lejanos. Ha debido usted viajar mucho.

Con esa interpelación que denotaba una falsa ingenuidad intencionada (e infinita mayor inteligencia de la mostrada públicamente) comenzó nuestra particular partida de póker, y algo me decía que tenía a todo un maestro del marcado justo delante de mí. En apariencia, mantuve un rictus docto y sosegado, con una afable media sonrisa que se percibía algo forzada. Sin embargo, aquel hombre, me helaba la sangre (como cuando un estimulo se propaga ramificado desde los receptores nerviosos y te penetra en los más profundo de la psique). Si algo había aprendido sobre superviviencia en mis más de 42 expediciones a lo largo de todo el globo, eran principalmente dos cosas.

1. Un lobo, un leopardo o un hipopótamo serán bestias mansas una vez que rebosen sus entrañas. Lánzales carnaza fresca y no temerás por tu seguridad.

2. Un hombre es capaz de vomitar para seguir comiendo. Cuídate de él.

Y la sed de ambición de aquel hombre era tan intensa que incluso percibía el sabor alcalino y metalizado en la sangre en mi lengua, como si me hubiera desgarrado los tejidos a dentelladas con su mera presencia.

- La verdad es que he viajado mucho menos de lo que me gustaría. La dirección y comisariado del Instituto de Conservación es como una criatura neonata. Absorbente, desagradecida y ladrona del sueño.

- Hace cuatro años estuve en su… ¡Deutschland! Porque… es usted de origen alemán ¿verdad? Le sorprendería saber la cantidad y magnitud de yacimientos neolíticos que los políticos han recalificado y que, en la actualidad, son complejos de oficinas, garajes y baños públicos.

Hacer este tipo de bromas, me ayudarían a rebajar la tensión y hacer partícipe al resto de interlocutores en la conversación (y algo me decía que la recién llegada había acudido por interés genuino en las civilizaciones perdidas).

Mientras, rebuscaba nervioso en el fondo del bolsillo el conjunto de llaves que nos permitirían acceder a la colección permanente y privada del Getty Center.

- ¿Saben? Los nativos de los lugares de los que provienen algunas de las maravillas y artefactos que van a contemplar les confieren toda suerte de propiedades y atributos mágicos. Es más, numerosos visitantes han llegado a percibir cierta conexión con algunas de las piezas. Describiendo la experiencia como un trance en el que pareciera que esos artefactos les seducían y vislumbraban una memoria histórica y colectiva que les evocaba y recordaba episodios de una vida ya olvidada.- (risa) No se asusten. No son más que habladurías.

---Destino---
Aparentemente ajena al silencio de Minerva, la señora Strauss continuó caminando y hablando. Claramente era la clase de persona que le coge cariño al sonido de su propia voz, y a divagar y hablar de las muchas cosas que le pasan por la cabeza como si cualquiera de esas ideas fueran de gran interés para los que la rodeaban. Y con su tono elegante y distinguido, continuaba hilvanando las palabras e historias a medida que se acercaba a la puerta de la zona donde se mostraba la colección privada.

-Te va a encantar, querida Minerva, la colección privada tiene algunas piezas fantásticas que solo se pueden disfrutar en contadas ocasiones o con el guía adecuado, como nuestro querido Doctor White. Me gusta especialmente el cuadro de Lot y sus Hijas, de Orazio Gentileschi, realmente las figuras parecen vivas en ese momento tan importante de la Biblia. O la estatua de la Victoriosa Juventud, realmente es impresionante el detalle y trabajo de los antiguos maestros escultores griegos, ¡y pensar que tiene más de 2000 años!-

Sonríe, afable y ligeramente entusiasmada ante la idea de volver a ver todas esas piezas que tanto le gustan. Como una elegante y mayor niña con zapatos nuevos.

-Y seguro que ahora, con la incorporación de la nueva colección excavada por nuestro ilustre doctor, incluye piezas nuevas que ninguno hemos podido ver antes. ¡Y además con poderes mágicos, según esas habladurías!-

Sonríe mirando al doctor tras sus palabras, esperando a que este abra la cámara de los tesoros. Desconocedora, como todos, del verdadero portento que guardaba.

---Arthur---
La puerta de caoba africana rechinaba mientras los resortes metálicos se contraían fruto de la presión ejercida.

Un olor dulzón y penetrante comenzó a inundar el pasillo a media que la puerta de seguridad se abría revelando los tesoros allí guarnecidos.

Quizás no era una colección muy amplia ni majestuosa, pero sí variada y, en cierta manera, cautivadora.

Los metales cobrizos de las falanges fenicias, armaduras greco-romanas y ornamentaciones íberas refractaban la luz como si aspiraran a seducir al resto de piezas precolombinas que se situaban a su costado (las vitrinas mediterránea y mesoamericana compartían sector en sala de exposiciones).

Como jueces a punto de emitir un veredicto, imponentes cuadros flamencos e italianos invitaban a los espectadores a ser participes de célebres pasajes bíblicos y mitológicos. En el centro de la sala, una daga itálica del s.I coronaba la estancia. Y como un fatal presagio, la mirada pétrea de la medusa, que embellecía su empuñadura, se clavó hiriente en los ojos de los presentes.

-Una vez sirvió para sacrificar vestales si rompían su juramento de castidad.

Dijo el doctor White-Cortez tras una asfixiante pausa que desgarró el silencio. Su sentencia cayó como una funesta e inclemente losa.

-Era eso o la lapidación.

---Destino---
Las transiciones más importantes de la vida de una persona son, normalmente, invisibles. Como el intangible momento en que una niña se vuelve una adulta, o el aleteo imperceptible de la mariposa que va a iniciar un huracán. O la reunión de esas tres personas en el museo.

Otras veces las transiciones son más perceptibles. Como el cambio de la música cuando terminó de sonar la anterior por el hilo musical del museo. O el tránsito a través del quicio de una puerta. ¿Qué habría pasado si no hubieran ido al área privada del museo? ¿Habrían sido sus vidas iguales? ¿Habrían cambiado radicalmente? ¿O acaso, era inevitable que entrasen en aquel recinto, atados por hebras del Destino tan poderosas e invisibles como las intangibles relaciones humanas?

Sea como fuere, esas preguntas quedarán por el momento sin respuesta. Pues a medida que la señora Strauss se adentra de nuevo en la colección privada, el mundo entero contiene la respiración ante lo que se avecina. Ella, ajena a todo lo que el universo dispone para este momento, camina alegre en dirección a la daga.

-¡Oh, querido Doctor, que historias más deliciosamente macabras tienes siempre! Pensar en la cantidad de preciosas vestales romanas que habrán muerto bajo el filo de esta daga...-

Su mirada se posa en el arma, con su sonrisa danzando en la comisura de su boca de un modo suave pero elegante.

-Me recuerda la vez que estuve con mi difunto marido en Pompeya, que trágico destino el de aquella ciudad. Pero que belleza nos ha legado, conservada bajo la lava.-

---Arthur---
La lava del Vesubio petrificó a los amantes ad eternum. Condenados a fundir su carne en un ahogado abrazo.

En ese momento recordé algo que me hizo sentir como una simple marioneta ante las deidades que nos observaban inquisitorialmente (desde su acomodado lienzo).

Tal día como hoy, pero hace ya un año, la señora Strauss realizó una reserva para realizar una visita guiada a nuestra colección. Por desgracia, aquella mañana los operarios de mantenimiento tuvieron que reparar una fuga de agua en los baños anexos, forzándonos a cerrar temporalmente las instalaciones. Para mayor desgracia, su joven acompañante, el elegido de aquella época, se había indispuesto repentinamente. Por último, una joven de apariencia que evocaba fuertemente a Minerva, fue rechazada para trabajar de becaria aquella misma jornada.

Hoy, un año después, pareciera que el mismo destino hubiera truncado el acceso a las instalaciones, esperando al momento oportuno en el que los elegidos nos fundiésemos en un abrazo como el descrito por Plinio.

La daga fue el pretexto, pero a cada paso que daba, me iba hundiendo, en otra carne. 

---Wolfgang---
Y en el extraño cabaret en el que me había sumido yo solo, sus actores siguieron interpretando esos improvisados papeles. Y, desde atrás, yo observaba en silencio aquel escenario. Su ausencia de aterciopelados cortinajes no desanimaba mi alma, que seguía calculando mis evoluciones en el espacio cálido que delimitaba nuestra escena.

Y del mismo modo, los objetos que no levantaban ningún interés a mi persona se exhibían en mi acerada vista, como elementos borrosos y básicamente irrelevantes en mi obra privada. No, los diamantes seguían allí. Y aunque sin duda el doctor y yo podríamos habernos encontrado en otras circunstancias, unas en las que sus preciadas obras acabarían en mi bolsillo para acceder al amplio catálogo del mercado negro de antigüedades, no era ése el caso. No, esta vez mi presa era más grande y algo más valiosa que una antigua... ¿Daga, decían?

Mi propia daga se ocultaba, como siempre, en mis ropajes. Por si la necesitase, solamente. Las calles eran una escuela dura.

Y mientras pensaba, suspirando por la visión de tantos vacíos objetos envejecidos, mis ojos se fijaron de vuelta en la callada joven. No... no me sorprendía su silencio. En este lugar infernal, con este vacío baile de influencias... bueno, era mal sitio para pretender algo parecido a la sinceridad. Y por su aspecto, esa melancolía era más sincera que cualquiera de los participantes del ballet.

Estaba muy seguro de que ella no sabría los pasos de este baile. Y por eso tantos caían. 

---Destino---

-Aunque, sinceramente, por mucha belleza que hubiese bajo la lava de Pompeya, nada en Italia puede compararse al magnífico esplendor de Florencia. Y la Galería Uffizi poco tiene que envidiar a las colecciones que tenemos en Estados Unidos porque, ciertamente, en historia son nuestras familias europeas las que llevan las de ganar.-

Mientras lo dice mira con una afable sonrisa a Wolfgang, mientras camina entre las piezas expuestas, dejando atrás la daga y acercándose a una preciosa estatua antigua de un samurái japonés. Está esculpida en jade, un guerrero con toda su armadura puesta y el aspecto demoniaco de su mempo mirando hacia la viuda, que lo observa con una tranquila sonrisa. La katana, mellada en tres puntos, que el guerrero mantiene en posición está asida con elegancia y precisión.

-Susano-o no kami - dice ella en japonés, reconociendo la katana y lo que ella significa-. Sin duda la nipona es otra cultura fascinante, llena de secretos y maravillas. ¿Os he contado cuando visité el palacio imperial en Tokyo? Seguro que no…-

Sus palabras fueron interrumpidas por un sonido extraño en aquella sala de antigüedades, proveniente de otro mundo muy lejano. El timbre musical de su teléfono móvil. Con elegancia, lo sacó de su bolso y vio el número que le llamaba.

-Lo siento queridos, tengo que coger esta llamada. Ahora vuelvo- dijo, mientras se encaminaba hacia la puerta y le daba al icono de descolgar con su mano enguantada– ¡Querida! ¿Qué tal todo? ¿Sí? Oh, fantástico, fantástico. Tuvimos una velada…-

Sus palabras se pierden cuando abandona la sala, cerrando de nuevo la puerta tras ella, y dejando a los tres ocupantes silenciosos de la misma, en compañía unos de otros. Los tres protagonistas escogidos del Destino, perdidos ahora en una sala llena de los retazos de otros tiempos y otros lugares.

---Arthur---
- Bueno, parece que nos hemos quedado temporalmente sin la compañía de la señora Strauss. Pero no se preocupen, seguiré encantado de resolver cualquier duda o inquietud que les planteen las distintas piezas.

El joven germano no resultaba muy interesado en el valor histórico-cultural de ninguna de las obras expuestas, en cambio, el collar de brillantes en talla perlada de Madamme Strauss pareciera que le resultaba una presa de lo más golosa. Sus miradas, maneras y ademanes resultaban tremendamente cautivadoras, como si te sedujera en un cortejo suicida y placentero que conducía a la más absoluta perdición. Había que reconocerlo, la cadencia de sus palabras ejercía un dominio hipnótico.

Nuestra invitada más reservada y joven, miraba absorta las explicaciones antropológicas disponibles en las vitrinas expuestas. Concretamente, buceaba entre reliquias de budas automomificados (sokushinbutsu) y katanas empleadas durante el legendario y honorable rito del Seppuku.

A fin de intimar con mis dos improvisados acompañantes, planteé la siguiente cuestión que invitaba a conocernos un poco más (o al menos a romper la incomodidad del silencio acaecido).

- coff coff (tos forzada). Y dado que es nuestro nexo común... Qué les parece si me cuentan cómo conocieron a la señora Strauss. Seguro que tienen anécdotas de lo más interesante...

---Wolfgang---
Seguí caminando por la misteriosa sala, mis ojos azulados buceando en las reliquias sin interés alguno de la habitación. No... No lo tenía, al menos no para mí. Y con el brillo diamantino lejos, mi única alegría al respecto era conceder a mis oídos un momento de silencio. Esa mujer no tenía capacidad de permanecer callada, y a pesar de mi amplia (y a veces ajustada) paciencia, ni con toda ella era suficiente para contener la insoportable monotonía de su agudo toniquete.

Y mientras esos pensamientos cruzaban mi mente, la máscara en mi rostro sonrió, evolucionando por las vitrinas hasta que llegué a aquella daga de sacrificios, nuevamente. Los ojos de la medusa parecían buscarme, y ese efecto óptico, esa suerte de magia que provoca un arte como la escultura, y que francamente, no me impresionaba demasiado, me incomodaba de un modo extraño. Era como si fuese mirar más allá, atravesar la perfecta cubierta de mi traje de terciopelo de edición limitada, cruzar la piel falsa que decoraba mi sonriente rostro y entrar... en mí. En lo que fuese que quedaba abajo.

A veces, entre tantos papeles, es fácil olvidar qué eres en realidad.

Y mientras pensaba, mi cuerpo respondí por mí. Mis dedos acariciaron la vitrina, y una "sincera" sonrisa cruzó mi rostro.

- Me temo que la mía es sin duda la historia más aburrida de todas - Sonreí - La Señora Strauss es parte de mi familia, como ya he dicho. Pero no habíamos tenido el placer de vernos desde que era un niño. Por suerte, cuando mi familia me invitó... amablemente a visitar este continente tras un par de escándalos, tuve la suerte de encontrarme con ella en la velada que realizó mi gran amiga Katrina Von Nach, la actriz. Seguro que la conocen. La señora Strauss ha sido tan amable de invitarme a un par de eventos desde entonces, es una mujer fascinante.

Tan fascinante como lo aburrido de mi relato. La combinación perfecta de cosas: la insinuación de un escándalo, el elemento que incomoda a cualquier miembro bien educado de este monótono estrato de la sociedad en la que me veía sumido, mencionar a un personaje público renombrado y (por supuesto) recordar la posición de mi familia. Sí, todo aquello que odiaba con toda mi alma. Y que, sin embargo, salía de mis labios con una amplia sonrisa.

Y,si hablásemos por el relato, la verdad es que podría ofrecer algo mejor. Uno de crimen y misterio, uno que comenzaría con el día en que la Señora Strauss entró en mi punto de mira. Aquel día en que Jack, recién llegado de uno de sus pequeños asaltos de poca monta, dijo que había encontrado una operación mucho más grande. Podría haberles hablado de cómo mis contactos me encontraron con los miembros correctos de su familia, hasta encontrar el eslabón perfecto de esa cadena: un joven irresponsable, poco importante en la jerarquía familiar y en el árbol geneológico, pero al mismo tiempo lo suficientemente relevante como para portar su apellido. Podría hablarles de cómo, paso por paso, me convertí en él. De cómo mi idioma de nacimiento tuvo que volver a convertirse en el principal, de los tratos, acuerdos, favores y pagos requeridos para colocarme, parte por parte, en la identidad de un muy lejano Johan Strauss. Y de las largas noches de aburrimiento, rodeando a mi presa, hasta que finalmente llegásemos aquí: a la noche en que todos los recursos desplegados se convertirían en algo más. Y, francamente, no había sido el único pago. Joyas y documentos habían ido desapareciendo de cada uno de los miembros de la familia Strauss, conforme pasábamos por todos ellos para encontrar el punto perfecto de entrada. Joyas, la especialidad de Jack, y documentos... la mía.

En algunos mundos, una fotografía comprometedora es mucho más cara que la corona más preciada.

---Amelia Wade---
Un sensor zumba un instante y advertida, la luz de la sala contigua parpadea antes de iluminar a una joven. Ella camina entre todas las decisiones que jamás fueron tomadas, pero no ha tenido que abrir la puerta del museo, ha llegado por un cruce de caminos que pocos pueden ver. Lleva un traje de tres piezas oscuro que por algún motivo es importante, y unos cascos pequeños inalámbricos al oído.

Su andar alcanza la conversación, pero no hace ruido. Cuando se detiene frente a Wolfgang, Minerva, y Arthur, no habla, tiene la boca llena de confianza, y le queda por masticar. Despacio, se retira dos guantes de cuero rojo y guarda los cascos en el bolsillo de la chaqueta. Entonces, sonríe, y espera otro poco, como si supiera que atenderla es una cuestión de tiempo: está en todos los caminos.

“Bueno, os cuento. Vengo a haceros unas preguntas, y daros un cupón descuento. Tiene tanto descuento que va a hacer que el acceso a un trastero más amañado que los de Storage Wars sea completamente gratis.” - dice mostrando un cupón con un diseño tracio antiguo maquetado en photoshop.

"Voy a adelantarme a las preguntas que no debo responder para que no las hagáis: Mi nombre es Amelia Wade, y pertenezco a una empresa de mensajería muy especial."

---Arthur---
Ese zumbido, sutil pero penetrante, recorrió las inervaciones de mi oído precediendo una tormenta atronadora. Al igual que un huracán, aquella mujer de guantes cutidos, arrasaría con la seguridad de lo conocido y nos ahogaría inexorable en las aguas de un caos para el que, al menos yo, no estaba preparado.

Al girar el cuello, mis globos oculares rotaron 90 grados y se posaron sobre la imagen de aquella elegante mujer que parecía ajena al transcurrir de las leyes físicas del tiempo.

Mi puño derecho se cerró fuertemente ante el descontrol acaecido (probablemente un trauma heredado de la preadolescencia). Si algo podía irritar o descolocar el estructurado, normativo y andamiado modo de pensar de Arthur, era no tener el control analítico de la situación (y esa mujer portaba más interrogantes que respuestas).

¿Cupones descuento? ¿Storage Wars? ¿Empresa de mensajería? ¿Iconografía tracia? Aquellas palabras y secuencias de hechos demolían la coherencia sobre las que se sostenía mi raciocinio, dejándome indefenso como el tullido al que se le retiran las muletas.

- Mmmm… Señora Amelia Wade, ha dicho ¿verdad? Lamento interrumpir, pero nos encontramos en plena visita privada a la colección permanente del museo ¿Me podría decir cómo ha entrado aquí? ¿Y a qué viene todo esto?

---Wolfgang---
Mi ceja se alzó lentamente, mientras mis ojos azulados se centraron en la desconocida figura, captando en ella los duales detalles de una mirada entrenada. En primer lugar... bueno, el atractivo de esta extraña y arrogante criatura era innegable, aun en su severo aspecto. Y su actitud, confiada y desafiante, me recordaba a la de aquellos que, en mi hábitat natural, poseían el poder suficiente para desafiar el mismo universo.

Por suerte, era parte de aquello en lo que ansiaba convertirme.

Así que observé a la rubia mujer con un deje de diversión y cautela, preguntándome que suerte de poder poseía alguien capaz de desafiar las aburridas leyes que rodeaban este espacio de "culto" y reglas estrictas. En el esmoquin, tan pesado como unas cadenas, encontraba el reflejo de las restricciones que, al parecer, no envolvían a la joven. Y eso... Eso era una suerte de poder aún mayor que el del dinero.

Pero, si alguien lograba desafiar de este modo al dorado rey del capitalismo, ¿Qué espada esgrimiría?

Y me encogí de hombros, mentalmente. Yo no estaba todavía allí, en todo caso. Así que bailaría esta farsa un poco más. Pero... al fin comenzaba algo divertido. Algo diferente. Algo más allá de sonrisas de plástico y apretones con la misma fragilidad que el cristal, teñidos por el color de la hipocresía.

Sin embargo, ese modo tan atrevido, no podía evitar encender mi irónico y sarcástico humor, que escuchaba sus avances con una sonrisa oculta tras la máscara.

- Tendréis sin embargo que darnos el nombre de esa empresa de mensajería - Sonreí ampliamente, integrando lo que deseaba decir en el perfecto disfraz que poseía - Desde luego, su eficacia es de lo más loable. No hay... puerta que se le resista.

Y lo que no eran puertas.

---Amelia Wade---
- “Las encrucijadas suelen tener más caminos de los que uno cree. Supongo que no creéis en la magia, ¿Verdad? Entonces debía haber una puerta de servicio…“ - dice, sonriendo con unos colmillos depredadores – “Yo puedo entrar donde me lo proponga, y caminar donde desee. Y mi empresa de mensajería se llama Eternal Rome… ¿Inc? Le pega un Inc, ¿no?”

La mentira es descarada, y de alguna manera parece completamente sincera… Una respuesta desagradable, pero ella, ella es encantadora… Tras una risa musical, extiende la diestra hacia Wolfgang y la siniestra, a Arthur. Con un truco de magia escénica hace aparecer uno de esos cupones sujeto por dos dedos en cada mano. La luz parpadea, y un zumbido viste a Amelia Wade con un manto nocturno y una corona, pero solo es un instante, y al rato la tela oscura del traje se vuelve a comportar… Tiene que ser un traje. Tiene que ser normal.

- “Ya que estamos jugando a preguntar, juego yo también. Os enseño a entrar y salir si me contestáis a mí a una pregunta y lográis interesarme con la respuesta.” - desafía inclinando la cabeza y sonriendo de lado. - “os aseguro que jamás habéis visto nada igual.”

"¿De qué color es vuestra ropa interior? No es perversión, es que es una decisión que da igual ¿no? Vamos, a menos que tuvierais pensado desnudaros delante de alguien. ¿Por qué motivos elegimos ropa interior? ¿Miedo de ir al hospital? Hay quien dice que lo hacen por ellos mismos, pero lo dudo, ¿cuánto tiempo al día piensas en qué color tienen tus bragas? Yo creo que no importa tanto el color… importa que puedes elegir… pero esa es mi respuesta, y me encantaría… ¡Dioses! Me encantaría escuchar una mejor.”

Un dedo se mueve como una presa a los dientes de Amelia, y lo muerde algo distraída y ansiosa. Como si aquel misterio irrelevante al tiempo que esencial fuese a saciar un hambre ancestral.

---Arthur---
 “El pequeño Arthur ha sufrido una intoxicación etílica leve”. Apenas tengo vanos recuerdos de la primera vez que bebí a hurtadillas un Old Fashioned atraído por el brillo diamantino de un hielo debidamente tallado. Ese día incumplí dos normas básicas: 1. Colarme en el despacho de papá (a pesar de tratarse de una zona prohibida) y 2. la experimentación química conduce a la pérdida de control, algo completamente inaceptable.

Como flashazos, mi actividad neuronal se disparó de una manera cuasi orgásmica. Recibiendo y procesando docenas de recuerdos e instantáneas que componían un memorando en busca de cómo podría haber llegado a estar alucinando de nuevo. “Me levanté, como siempre. Le pedí a Siri las mejores arias de Cecilia Bartoli, como habitualmente. Infusioné mis cortezas del árbol del té en agua a 60 grados, como de costumbre…” Y por más que trataba de encontrar la falla en el sistema, no comprendía cómo alguno de mis acompañantes me había inoculado algún tipo de psicotrópico que no era capaz de identificar.

“Claro señorita, admiro profundamente la magia. Si entendemos por ella la taumaturgia. La artesanía de materializar ilusiones prodigiosas que la audiencia no sea capaz de desentrañar”. A mi modo de ver, la magia era un reto intelectual entre el artista y el entregado público, un duelo mental en una danza de engaños y verdades parcialmente reveladas que tenían la capacidad de emocionar si se ejecutaban correctamente.

“Mi más sincera enhorabuena, su performance ha sido….mmmm…, honestamente, uno de los mejores trucos y alardes de ilusionismo que he visto nunca en directo”. “Por cierto, tiene unas manos prodigiosas”.

En agradecimiento al espectáculo improvisado, decidí darle una respuesta que tanto ansiaba.

“La ropa interior es la génesis de la distinción. La última defensa de nuestra integridad. En un momento de máxima vulnerabilidad, en plena semidesnudez, es el único artefacto del que disponemos para proyectar en los otros la imagen deseada. Es un resumen concentrado acerca de quiénes somos…o bueno...mejor dicho…de quiénes deseamos y aspiramos ser”.

“Ah, olvidaba. Mi ropa interior es negra”.

---Wolfgang---
Una sonrisa, esta vez genuina, se extendió por mi rostro de duros rasgos. La única parte de mi cuerpo intacta del dañino rastro de las calles de LA, por suerte para mi vida de eterna farsa, para el baile privado que sigue moviendo mi cuerpo a toda clase de situaciones... Aunque ninguna con este nivel de interés.

¿Magia, dice? Las únicas magias en las que creía eran en embotellar la muerte en pequeños concentrados en el fondo de un pequeño frasco, y en el rostro hermoso de las ilusiones logradas por juego de manos, la distracción correcta... en el lugar correcto.

Aunque, por supuesto, con la belleza de una mujer así, era difícil no lograr eclipsar los... leves movimientos de un truco de magia.

Escuché la respuesta del otro hombre, negando con la cabeza. No, para ese entonces empezaba a identificar su tipología de joven, ese tipo de persona con necesidad de un control absoluto de uno mismo. No obstante... Probablemente responder a algo como la ropa interior era su mayor expresión de valentía social, y sin embargo... Sin embargo parecía que esta enviada del cielo, o el infierno, o ambos a la vez, venía a romper esta terrible mascarada.

- Es un disfraz - Susurré, como respuesta, cuando el hombre terminó de hablar - Como tantos otros. Un modo de llevar el cuerpo, y la mente de aquel que te observa, al lugar que deseas. Un código y un sutil método de insinuación, o comunicación... Pero si nosotros hablamos...

Le sonreí a la joven rubia, alargando la mano para tomar el cupón de descuento que me tocaba. Esperaba que, como mínimo, incluyera algo parecido a su teléfono.

- El mío es negro también, me temo - Mi rostro dibujó una sonrisa angelical, la clase de inocencia que solía sacarme de momentos peliagudos, o cuando quería parecer el good boy TM que no era - Con algunos detalles, pero solo se ven... de cerca. ¿Y su respuesta, señorita? ¿Qué expresa hoy... su ropa interior?

---Amelia Wade---
Inclina la cabeza, moviendo cada mano cuando se libera para darle gestos a la reverencia. Con reverencia absoluta esta vez, se detiene a honrar la palabra magia antes de que vuelvan a florecer sonrisas en las comisuras de sus labios. El conocimiento hecho verbo entra en el aire, y del aire en ella con una fricción claramente erótica.

Después de cada respuesta, sincera y concreta, se levanta el telón rojo de su labio superior y muerde el otro labio con un marfil encantado. Con clara pasión por los secretos, recibe la última pregunta como un suave guante de cuero sobre su rostro, golpeando y acariciando su mejilla en la misma fracción de segundo.

- "Vuestras respuestas son preciosas... tanto que habiéndoos prometido un solo truco, os voy a dar más."

Chasquea los dedos y una música que podría estar en una tienda de ropa, en un ascensor, o en el intermedio de un número de magia con un tono pin-up suena de unos altavoces del techo. Entonces, se acerca a una pared, y toca un interruptor en un gesto evidente de distracción, pues claramente hay gestos y sonidos para activar cada aparato del museo. Al tocar el interruptor, la oscuridad conquista la estancia respetando los márgenes de las señales de salida fluorescentes por un momento, antes de que el suelo parezca girar, y se encuentren en la calle.

- "Ya hemos salido. Ese es un camino." - comenta subiendo un hombro, inclinando el cuello, y mirando a los interlocutores con la barbilla. "Volvemos"

Entonces un ridículo interruptor en una pared exterior de la calle hace clic. Vuelve la oscuridad, sin razón, el suelo gira... y se encienden, parpadeando, las luces del Museo al detectar movimiento. Ella, algo culpable, mira hacia el tejado pilla, sabe que ha roto alguna regla pero su orgullo, y el éxtasis de recibir secretos la ha guiado por el camino oscuro al que lleva la condenada frase "Querer es poder".

"No llevo ropa interior, uno podría decir que realmente no llevo ropa... Vosotros sois quienes decidís, y yo solo soy el cruce de caminos. No tengo privilegios como este a menudo. - dice referida a la situación, y en respuesta a Wolfgang. - Y es que yo, aunque esté de acuerdo con tu respuesta Arthur, no puedo ser, solo existo. ¿Sabes?"

La última explicación viene como una súplica, un sabor distinto a todo lo anterior, como un toque de limón con matices de despedida en el Gin Tonic de su presencia. Un pasito atrás:

"Me tengo que marchar - masca haciendo aparecer un tercer cupón en sus labios y soplándolo hacia los tres. -Pero ha sido un placer"

Otro paso atrás, pesa como la súplica, aunque pronto recupera la sonrisa juguetona.

"Espero haberos hecho creer en la magia. Si me echáis de menos, rezad el nombre que debería pero no podía deciros, en un cruce de caminos. Pista: ¡No soy satanás!"

Vuelve la carcajada como un dulce campaneo antes del tercer paso atrás.

"Creo que las reglas no impiden que hable mientras me marcho... Sentíos libres de hablar, yo lo seré para dar respuesta o no."

---Arthur---
El término ilusión proviene del protolatín illusus, participio del verbo illudere 'burlarse de o mofarse de algo' y se conforma a partir del prefijo in (dentro) - y la raíz verbal ludere (jugar'). Toda ilusión es cuestión de fe, y por extensión requiere que la audiencia se sumerja en el juego o muestre la predisposición para ello.

Mi viejo colega y, en cierta medida, padrino académico, Richard Dawkins, siempre había defendido una posición y postulado ateo y racionalista ortodoxo en las cuestiones relativas a la ciencia (llegando incluso a refutar la mismísima existencia de Dios). Yo, sin renegar de su visión, siempre me había mostrado algo más sensible a los sesgos y problemáticas epistémico-metodológicas en cuestión de validez (tal vez por mi formación de científico social que entendía la etnografía y la arqueología como un saber de naturaleza artesanal).

Sin revelarnos su nombre, y con unos cupones como único recuerdo de su misteriosa y pseudoprofética presencia, por primera vez en mucho tiempo, liberé mis instintos más primigenios y viscerales. Ese día yo también rompí una regla. Era el momento de dar una oportunidad al agnosticismo más humilde, sumergirme en la oscuridad de la caótica incertidumbre y dejarme llevar por la seductora oscuridad de lo incognoscible. Tan solo pude mentar (mientras una imagen de ropa interior negra aparecía en mi mente y me arrancaba una liberadora sonrisa)…

- ¿Y bien, estamos todos dentro del juego?

---Wolfgang---
Mis ojos grises siguieron los eventos heterogéneos que sucedieron a mí alrededor, mientras sentía la estupefacción abrirse paso en mi pecho y cerrar mi garganta. Había varias cosas mal allí, y como un adepto a los trucos de manos, las veía todas ellas.

En primer lugar, la "magia" requiere una distracción. Y yo estaba más que atento a todos sus movimientos, como conocedor de los trucos del ilusionismo barato. En seguro lugar... ¿Qué clase de "magia" provoque esa clase de ilusión? ¿Espejos? ¿Humo? ¿Gas alucinógeno? Según mi percepción ninguna de esas respuestas era la correcta, y a falta de una que valiese la pena...

Bueno, sólo quedaba lo imposible. Por desgracia, era la clase de persona que buscaba el truco de todo lo que me rodeaba, era lo que daba ventaja a aquel que mira.

Y sin embargo, mi máscara se decoraba con una sonrisa. Me gustaba el misterio. Me gustaba el ilusionismo. Y, sobre todo, me gustaba el desafío.

- No rezo a dioses, y menos a hombres. Pero te rezaré si implica volver a verte, ilusionista - Y con ese guiño de ojos, miré a mis estupefactos acompañantes - ¿El juego? El juego nunca había parado. Y tampoco lo habéis visto empezar.

No... porque para mí, el evento al completo era un juego. Y a estas alturas había perdido interés en los diamantes, la política, la jerarquía y el estatus. No, ahora las máscaras no tenían sentido. Había ya perdido la paciencia para ese baile unos minutos atrás.

- Este lugar, esta colección - Murmuré - ¿Qué la hace tan... particular? ¿Qué clase de espectáculo es este?

Y mientras hablaba, mis dedos buscaron cerrarse alrededor de la daga, esa hoja expuesta que había llamado mi atención desde mi llegada. No rica, no valiosa, tan sólo...

Tan solo algo más.

---Amelia Wade---
La mujer saca un disco oscuro de detrás de su espalda antes de dejar de moverse. Con un ruido de cartón nuevo, el disco se vuelve chistera y tras una reverencia, desde la sala de al lado, Amelia les dice:

- "No hace falta que recéis a nadie más, pero quizá un día queráis que os recen. Aquí todos somos hijos de dioses, y ninguno tiene el mismo pariente. Buscad vuestra divinidad, la merecéis."

Con uno de sus zapatos de tacón, golpea el suelo del museo, y se lanza dentro del sombrero. Cuando ella desaparece, tres palomas blancas vuelan en direcciones distintas, y se posan alrededor del museo, y la ausencia de la hechicera es remplazada por un lento y tontorrón zureo. 

---Destino---
Y en ese momento, el universo entero dio un suspiro quedo, como si hubiese estado aguantando la respiración. Con el fin de la extraña visita, todo de pronto parecía más mundano, más habitual, más seguro. Un espacio conocido y conocible que, durante unos instantes, se había asomado al abismo de lo imposible.

Pero desde la parte alta de la sala con la colección privada del museo, todavía se oían los sonidos de las tres palomas tan extrañamente liberadas. Y aunque Amelia ya no se encontrase en la sala y todo lo que la rodease pareciese absurdo, algo dentro de las tres hebras comenzaba a despertar. Algo antiguo, extraño y distinto, que escuchaba la llamada de otro tiempo, otro lugar, otra sangre.

"It has to start somewhere. It has to start sometime. What better place than here? What better time than now?"
Eso decía la canción sobre recuperar la voz de la libertad. Y a medida que la normalidad regresaba a la sala, voces olvidadas y silenciadas hacía tiempo lentamente se volvían a escuchar en el mundo. Porque ese era su Destino y del Destino no se puede escapar.

El silencio que se había asentado con la marcha de Amelia se vio roto con el abrirse de la puerta y la Señora Strauss regresó, metiendo de nuevo el movil en el bolso. Ajena a todo, solo era una señora mayor, frágil, luchando contra una edad que no perdonaba, un tiempo cuya marcha nunca se detenía.

-Lo siento queridos, ¿me he perdido algo?

A medida que la cámara se aleja de la escena, pasando por pasillos y salas, entre las personas que deambulan observando las colecciones expuestas, se puede escuchar de nuevo la música. Y la música tiene algo muy claro que decir.

"All Hell can't stop us now." 

Comentarios

  1. Este relato forma parte de una partida y, por tanto, fue escrito a múltiples voces. El narrador/Destino fui yo, Costán Sequeiros; a Arthur lo interpreta Hector Puente, y a Wolfgang Marina Casas.

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    1. Al nada se nos unió Celia Becerril, que es la encargada de interpretar a Minerva.

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    2. Y como invitado especial para esta escena, Miguel Colodro es el encargado de crear y narrar a Amelia Wade.

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