Puertas que se cierran

Caminas seguro en dirección a la brillante puerta que tienes delante, tras cuyo umbral es fácil intuir que hay aquello que deseas. Su brillo es tan claro que ilumina la oscuridad delante tuya, marcando un incierto camino hasta que llegues a ella, un sendero que recorres entre vericuetos y dudas. Y, de pronto, con un suave clic, los goznes chirrían y ante tus ojos la madera se mueve y la puerta, por si misma, se cierra.

Solo queda la oscuridad, vieja y conocida.

Sin camino, sin objetivos, sin deseos, a solas con uno mismo, vacío. 

Claro, ahora me dirás que por cada puerta que se cierra, siempre se abre otra. Se que eso dicen los refranes, pero es una frase hueca hecha para intentar reconfortar a quien es capaz de autoengañarse con eso. Las puertas no se abren motivadas por el cierre de las demás; como todas las oportunidades, las puertas se abren por si mismas, cuando llega la ocasión propicia y el momento adecuado. Da igual que haya otras puertas abiertas o no al mismo tiempo, se abren con su propia mecánica y se cierran del mismo modo.

Ya, que si, que si no tienes la mente lista igual no ves que otra puerta se ha abierto porque estás tan centrado en la que tienes delante que la otra es invisible. Es cierto, innegablemente, pero eso no hace que sea menos cierto que esta puerta que quiero es independiente y que su cierre no hace más que lanzar sombras y oscuridad. 

Es así de sencillo. La mortalidad nos impulsa hacia delante, hacia aprovechar el tiempo escaso que tenemos en el mundo para poder llegar al final del camino y poder decir "he vivido la vida que quería". Así que nos lanzamos hacia el futuro en una carrera eterna condenada al fracaso porque, como dice James Bond, el futuro nunca muere o, lo que es lo mismo, nunca llega.

Y en nuestra carrera alocada, cruzar una de las puertas suele ser un punto a favor de haber vivido la vida que queríamos, y que se nos cierre es lo contrario. Es peor, de hecho, por el efecto destino. 

Si cruzamos una puerta, seremos conscientes de lo que ha ocurrido y lo que había tras ella, con todo lo bueno y todo lo malo con lo que tendremos que lidiar. Pero si no la podemos cruzar nunca, solo nos queda aquello idealizado que vislumbramos antes de cruzar y el irresoluble "¿y si...?" que siempre nos dice que ese camino nos hubiera traído la felicidad que la realidad nos ha negado. Al fin y al cabo, la hierba siempre es más fresca del otro lado de la verja, como reza el refrán ya que de refranero estamos.

Así que en la oscuridad, ante el marco bloqueado del sendero que queríamos, solo estamos nosotros. Solos, sin objetivos, anclados en lo que podría haber sido y jamás será, como los jirones de un sueño que intentamos rememorar al despertar y que sin embargo siempre estarán más allá de nuestro alcance. Solo queda envenenarse tratando de rememorar el sueño, de buscar caminos de reabrir la puerta, de darnos cabezazos contra ella, suplicar y gritar de furia. 

Pero da igual todo eso, la realidad es que la puerta no se va a abrir por mucho que queramos. Si se abre, lo hará por sus propios medios y no por los nuestros, y aún así jamás será exactamente igual porque nosotros no somos iguales. Como el agua debajo del puente nunca es la misma, nosotros hemos pasado por la herida que supone ver otro sueño morir ante nuestros ojos y, aunque se pueda volver a cumplir, el miedo a que vuelva a cerrarse ya nos ha transformado en algo nuevo, más oscuro, más cerrado, más aislado.

Porque ese es el terrible poder que tienen las heridas: con cada fragmento de sueños que perdemos, un trozo de nosotros se muere y se vuelve inaccesible a los demás y a nostros mismos. Cada vez, poco a poco, con cada dintel que no se puede traspasar, nos encontramos con que, en el lecho final, cuando Muerte nos pregunte por cómo ha sido nuestra vida, la respuesta estará tan llena de fantasmas como puertas cerradas hemos topado, y con ellas nuestro amargor y nuestra oscuridad será mayor.

Al final, nadie vive exactamente la vida que quería. Nadie llega al final del camino sin cicatrices. Y la inocencia nunca aguanta el choque con la realidad. 

Solo queda seguir caminando, por pura y dura voluntad, luchando contra uno mismo por construir las puertas y no usar las que existen, o por obstinadamente construir caminos más allá de un dintel cerrado, rodeándolo para buscar otro cercano. Nunca iguales, solo máquinas movidas por nuestros anhelos y nuestra voluntad, cercadas por la incertidumbre, la oscuridad y el miedo. Miedo a uno mismo, miedo al mundo, miedo a que todo lo que no queremos que se nos cierre y nos quedemos a solas con el fracaso de nuestro camino.

Comentarios

  1. Este relato fue escrito directamente y del tirón ahora mismo, 11 de Marzo de 2017, sin releerlo ni corregir nada. Y con esas virtudes y defectos se quedará, supongo, porque esta puerta se cierra aquí. :)

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