En pesadillas

Solo la vi una vez pero ese momento quedará grabado en mis pesadillas para siempre. No era especialmente grande y sin embargo su mera presencia reclamaba toda mi atención mientras avanzaba con seguridad hacia el hombre que retrocedía temblando, pálido de miedo ante su imagen espectral. La muerte misma caminaba hacia él.

Cubierta toda de negro con un vestido largo y sin mangas y una profunda capucha proyectando sombras en su rostro. Pero sus ropas estaban hechas trizas en muchos puntos, apolilladas y desgarradas aquí y allí, como si se tratasen de las oscuras mortajas de alguien muerto hacía mucho. Y se movían, no al ritmo de sus pasos sino mecidas por una brisa proveniente de mundos que nosotros, meros mortales, no podíamos sentir, solo intuir como tierras gélidas y terribles.

Sus labios se abrieron suavemente cuando su voz quebrada se dejó oir a través de ellos. Pero no era una boca corriente sino que, como todo su cuerpo, daba más la sensación de ser una mera capa de frágil piel colocada directaente sobre los huesos que había debajo, sin músculo alguno; y su color era ligeramente azulado, con su superficie cuarteada y tirante.

-Ivan Borisov, por la presente te juzgo por tus crímenes. Como mínimo se trata de dos asesinatos premeditados, innumerables actos de violencia, extorsión, chantaje y violación.-

A medida que hablaba, llevó su mano derecha al cordón de plata que hacía las veces de cinturón para su vestido. En su costado, colgando del cordón, había unos ajados y amarillentos pergaminos que hizo a un lado con un suave crujir de papel. Sus dedos huesudos cogieron una pequeña balanza de oro, soltándola en el aire frente a ella donde permaneció flotando sin dificultad.

-En un lado coloco las pruebas de tus delitos- y su mano pasó suavemente por encima de uno de los platillos y este se hundió bajo el invisible peso de la culpa.

-En el otro, las pruebas que te exoneran de esos crímenes- la mano de piel y hueso continuó su camino y, al pasar sobre el otro platillo, dejó caer unas imperceptibles migajas de inocencia.

El peso estaba claramente repartido de modo desigual y, ante el resultado inevitable, ella solo alzó la mirada y la concentró en la del hombre. Con suavidad, la balanza comenzó a flotar libre hasta colocarse sobre su cabeza, entre las dos formas de huesos que componían las alas que nacían de su espalda.

-Te declaro culpable y te condeno a muerte.-

Lo dijo con gravedad, sin atisbos de placer o de piedad... como si aquello fuese un simple trámite, severo y grave pero sin mayores implicaciones morales. No actuaba como si estuviese a punto de asesinar a alguien sino como alguien que simplemente hace su trabajo.

Su izquierda mano huesuda, de la que eternamente goteaba sangre, avanzó hacia la frente del hombre. Bajo la atenta mirada de sus ojos, invisibles bajo las sombras de su capucha, hizo contacto con la piel temblorosa de su víctima y esta comenzó a retorcerse por si misma. Ante mis atónitos ojos, décadas pasaron en meros segundos y el envejecimiento de su piel fue innegable: surgieron arrugas, manchas de la edad, el pelo se volvió canoso y frágil, los ojos se cubrieron de cataratas... finalmente, antes de que terminase un respiro, cayó el cadáver de un anciano, deshaciéndose en polvo y hedor con igual rapidez.

-Tú y todos los tuyos no debisteis haber existido nunca...- musitó para si misma reflexivamente mientras bajaba su brazo y se volvía hacia mi.

Todas mis fuerzas me abandonaron cuando me di cuenta que las cuencas de sus ojos siempre habían estado vacías, que bajo la negrura de las sombras de su capucha solo había la más abyecta oscuridad.

-Eres inocente, puedes irte sin peligro.-

Corrí. Corrí como nunca, saltando sobre los obstáculos y abandonando el lugar como si una legión de Comisarios del Partido me persiguiesen para enviarme a un gulag. Nunca volví la vista atrás.

Tiempo después, le pregunté a mi abuela por las viejas historias de antes de que la religión fuese prohibida por ser el opio del pueblo. Y ella, con miedo y reverencia, dijo que se trataba de un ángel... si un terrible ángel guardián o un ángel exterminador ella no lo sabía y la duda aún me persigue en sueños sin descanso.

Porque, en algún lado, ella sigue existiendo, juzgando y destruyendo, sin dudas, sin remordimientos, sin descanso.

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