Edad del Fuego 28: Las espadas de la luz y la oscuridad


Marcush Castillo, en su silla de ruedas, abordó la Fuego y Retribución, aquella nave que él mismo había ayudado a conquistar tras el juicio en Varadim. Rodó hasta el puente de mando para intentar hacer ver a su sobrino, al cachorro como lo llamaba su amigo Baudias, que aquella era una senda equivocada. Pero cuando fue obvio que no escucharía, se puso en pie con dificultad, pese a que mi hermano se encontraba en su interior igual que en el de Lisandro, y le habló del peso de la ira que cargaba consigo, que ambos conocían tan bien. Y con su último aliento, la espada del sobrino atravesando su corazón, trató de recordarle quien había sido una vez, antes de que la Oscuridad descendiese sobre su alma.

Pero volvamos con nuestros protagonistas. Podría contaros una buena historia, llena de combates épicos contra terribles guerreros con poderes antinómicos, o puedo contaros una historia menor, donde el centro dramático se encuentra en las almas y las decisiones, no en la acción. Pues esta, es la historia real de lo que ocurrió. 

Llegaron al poblado y encontraron a los niños jugando en las calles, sus cuerpos deformados por las mutaciones de ser uno de los cambiados. Un mal para el cual incluso Astra solo podía tratar los síntomas, no las causas. Pero los infantes nada sabían de poderes oscuros, y sin dudar dirigieron a los venidos de la superficie al ayuntamiento, donde se encontraban los adultos. Y allí encontraron una recepcionista, probablemente encargada solo de atender a los niños en caso de que fueran a interrumpir el ritual, que les trató con educación y cierto fatalismo, conocedora de que en su comunidad no había armas y no podrían oponerse si los recién llegados buscaban matarlos a todos. Lo único que les pidió es que escuchasen al alcalde antes de tomar una decisión, pues él tenía las respuestas.

Maese Royer interrumpió el ritual antinómico que hacían los adultos para atender a los visitantes con té de hongos para todos. Respondió a todas sus preguntas con candor y el mismo fatalismo visto en la recepcionista, revelando una historia de persecución, la llamada y el llegar aquí donde montar una comunidad en paz y seguridad, donde adorar a los nuevos dioses, siguiendo en todo la guía de la Hermana Rebekah. Pues la superficie no les había dado, a él y a los suyos, más que dolor y trauma, y aquí abajo la Oscuridad les había dado una oportunidad de verdad de vivir en paz y tranquilidad. Y ante las preguntas en torno a lo que estaban haciendo con las líneas ley, pese a que obviamente el cambiado no conocía ese nombre, las estaban cambiando para con ello cambiar el mundo entero en un lugar donde todo el mundo pudiese vivir en armonía. Y sobre la Hermana Rebekah, se encontraba en el sótano, aunque hablar con ella en estos momentos era complicado y los miembros de la comunidad no lo hacían, pues tras un largo viaje ella llegaba cansada.

Descender las escaleras hasta el sótano avivó todos los temores de Lázaro leídos en los libros de horror de su infancia, pues temía encontrar un monstruo terrible en aquel sótano. Pero lo que encontraron las luces de la armadura de Yrina fue una mujer, bella, de una pequeña Orden religiosa local, encadenada a la pared, cuyos ojos, como los de la obun, eran totalmente negros. A su alrededor había extraños glifos y símbolos que Lázaro identificó, aproximadamente, como alguna clase de sellos para mantener la Oscuridad atada y limitada en su interior. 

Lo que siguió no fue una batalla salida de los relatos de horror, sino una conversación. Una en la que el joven Hazat y Macarena no estuvieron presentes, pues ella se llevó a su Señor lejos para que no escuchase todo aquello y no pudiese sentirse impelido a actuar de alguna manera. Y las preguntas y las respuestas volaron en esa conversación. Diablo poseía a Rebekah, el demonio del Orgullo, como poseía a otros, acaso menos afables, por el Imperio. Ella había caído y pactado con él durante un momento final de debilidad tras multitud de conversaciones, en las que lentamente fue aceptando que para poder proteger a los cambiados necesitaba un poder mayor que el que tenía como Hermana de la Orden de los Penitentes de San Gionta, un santo local apenas conocido en el resto de los Mundos. Ella los había llamado aquí con sus nuevos poderes, para formar estas comunidades que buscaban cambiar la mente de los habitantes del planeta para, usando las líneas de energía, hacer a todos más tolerantes del alienígena, del cambiado, del extraño. Y ella, como creyente del Pancreator, sabía que su alma estaba perdida, en la búsqueda de un bien mayor que una persona, aunque a diferencia de otros, Rebekah no tuvo problema alguno en recibir la confesión de Lázaro, aunque este acabó sintiéndola vacía, insuficiente. Aunque les ofreció la oportunidad de hablar directamente con Diablo, ellas todas rechazaron, no aceptando ninguna clase de relación con la Oscuridad. Y como último deseo, la monja solo les deseó suerte en su misión, pues la suerte de su gente dependía de ello.

Así llegó el final de la historia de la Hermana Rebekah, con la espada de fuego de Yrina atravesando su corazón para que no sufriera y, si las historias eran reales, no reviviese. Como tantas en aquellos tiempos de oscurantismo, una historia de alguien buscando hacer el bien, nada más. Pero aún muerta aún tenía un mensaje para Lázaro: este es tu primer asesinato, vendrán más.

Tras limpiar de corrupción el lugar con sus rituales, emplearon el artefacto annunaki de Manx-2 para asegurar que las líneas ley regresaban a la luz. Pero al abandonar aquel sótano, ya no recordaban que habían encontrado un artefacto, su existencia perdida por razones desconocidas. La suya convertida, a sus ojos y los de todo el mundo, en la historia de cómo su fe pudo derrotar a la Oscuridad de aquel lugar sin precisar de nada más.

El plan original de Yrina incluía enviar a aquellos cambiados a Stigmata, pero Astra estaba cansada de todo aquello que tanto la alejaba de sus propios objetivos. Aquella gente no la importaba lo suficiente, y si guardaban el secreto de su existencia, podrían vivir una vida en paz y tranquilidad en aquellos túneles. Demasiados desvíos y recovecos habían sufrido ya. Y la suya fue la posición que triunfó, pero no sin más, pues para que aquellos encontrasen la luz por si mismos, Lázaro les convenció de que leyesen los Evangelios Omega y dejó con ellos su copia, y Astra les dejó una de sus everlight para garantizar que podían leerlos con comodidad y no dependían de la débil luz de los hongos bioluminiscentes. Cosas que, ellos no lo sabían entonces, pero impactarían fuertemente en el destino de aquella pequeña comunidad abandonada y oculta, cuando les llegase la hora.

Pero en las conversaciones de fé y de honor que siguieron, Lázaro se preguntaba si acaso no debían permanecer todos juntos y seguir en aquella senda de luchar contra la Oscuridad, como había hecho el Profeta con sus Discípulos. Pero para Astra, todo aquello suponía renunciar a si misma, pues en todo aquello ella no era ni una gremial ni la noble que le habían negado ser, ella no era una miembro de la Iglesia encargada de enfrentarse y desterrar a demonios. Yrina planeaba regresar a Stigmata a luchar con sus Hermanos cuando hasta allí llegase la Cruzada, de la cual Lázaro técnicamente era Inquisidor, y Macarena creía que no debían abandonar el espacio Hawkwood donde Manuel estaría a salvo, guardado por el honor de los Señores locales. Aun quedaba, sin embargo, un último viaje juntos para aquella Comunidad del Anillo, pues debían devolver la nave a su dueña, la Duquesa de Hargard. Y aunque ellas no lo sabían, aquel trayecto bien podía cambiar todos sus planes.

Discutieron y debatieron de fe todo el trayecto hasta la Abadía de la Espada y la Vigilia, donde la abadesa Hilda Martens pudo recibirles sin problema al poco de llegar, pues ya no se hacían los agotadores y diarios rituales... las líneas ley se estaban restaurando poco a poco tras el éxito de la misión. Esta fue una conversación de agradecimiento, de sabiduría compartida, de encuentro entre ambos grupos, pues una guerra que llevaba décadas rugiendo sin que nadie lo supiese, había llegado a su final. Yrina, como suele ocurrir, fue la que más botín obtuvo, pues la abadesa se comprometió a buscarle algunos códices sobre líneas ley de los que había en la biblioteca del monasterio, siempre y cuando se comprometiese a cuidarlos y, eventualmente, devolverlos a la Orden Eskatónica. A cambio, Astra le entregó los mapas de cómo llegar hasta el poblado de los antinómicos, donde podrían quizás aprender más de cómo emplear las líneas ley para el beneficio de la Luz, otro pequeño e importante detalle que serviría para que esas buenas gentes se salvasen de la quema cuando llegase el momento. Como era tarde, acordaron todos pasar la noche en el monasterio antes de partir hacia Hargard.

Fue tras la cena que Yrina fue contactada por la Maestre Theafana y juntas hablaron y discutieron del estado actual de la Cruzada, de todo lo que la hermana había encontrado en sus viajes. De la extensión de la Oscuridad y lo encontrado tanto en Manx-2 como en Gwynneth, y de la alianza con los Hazat que buscaba el joven Príncipe Heredero Manuel. Fue una conversación a la que luego se unieron los demás cuando llegó el momento, y se habló del ascenso del hermano pequeño de Lázaro, Lucius Castillo, al Consejo Privado del Príncipe Al-Malik, o de los papeles de Seth en todo lo que estaba ocurriendo. Y de un torneo de espada que debía celebrarse en cierto tiempo en De Moley, para decidir quien sería el siguiente Campeón de Armas de la Hermandad. Pero aunque Yrina lo buscó, no recibió de su superiora ordenes específicas a realizar, pues Theafana sabía que la joven estaba en el límite de la insubordinación con su cruzada personal y no quería ponerla en una situación donde tuviera que elegir entre su misión y sus votos.

La noche, como las anteriores, transcurrió sin incidentes, y con la mañana partieron hacia la puerta de salto. Si bien Lázaro propuso una misión loca a seguir los pasos del Profeta allá donde había desaparecido, Manitou, uno de los sistemas escogidos por la Cruzada donde una de las naves de guerra Li Halan acababa de ser destruida por una extraña nave, no consiguió persuadir a sus compañeras de trayecto. Hargard sería el objetivo, aun si la nave precisaba algunas reparaciones menores debido al tiempo de exposición al hielo, nada que Astra y el Charioteer de abordo no pudiesen arreglar.

Fue en ese trayecto que Lázaro recibió la llamada que esperaba del Gran Inquisidor, que normalmente no se hubiera preocupado por el requisito de comunicación de un nuevo inquisidor, de no ser por lo que incluía su informe previo. Y fue una conversación educada sobre la Oscuridad y sus muchas formas, y la necesidad de luchar contra ella, donde el joven Lázaro no le ocultó nada a Gondo Ortiz. Incluso participó Astra brevemente en la conversación debido a su conocimiento técnico que el Gran Inquisidor compartía de su pasado en Iver, e incluso le dio las gracias a Yrina por la gran labor que entre todos habían hecho por la humanidad, aún si tantas cosas las separaban. Pues, aunque muchos en los mundos maldijesen su nombre al ser quemados en la hoguera o enviados a centros de reeducamiento, el Gran Inquisidor era un hombre pragmático enfrentado a una misión urgente e inabarcable y sabía ver dónde y cuándo habían ocurrido victorias de las que todos la humanidad se beneficiaría.

También en ese trayecto hubo una conversación con Seth, que llamó para ver cómo se encontraban sus hijas en el viaje a Prima Fabrica, y se encontró con que mucho más de lo esperado había ocurrido. La Oscuridad se movía de nuevo con fuerza de formas inesperadas, pues por su conocimiento, la sede de poder de Diablo eran los vuldrok, no Gwynneth, lo cual abría una peligrosa senda si siempre había estado en los Mundos Conocidos. El antiguo Consejero Imperial escuchó con atención el relato de su hija, pero cuando esta manifestó sus dudas sobre su función, él la atajó con rapidez: no había criado a sus hijas para ser mercaderes, eso era cosa de Vryla, ellas como él antes estaban educadas para algo más importante y más grande, fuera lo que eso fuese. Y para cuando terminó la conversación, el Gran Inventor estaba preocupado y reajustando sus planes, mientras su hija estaba raramente reconfortada por hablar con su padre. Poco después de esa conversación, Astra enviaría un informe de todo lo ocurrido al Ojo, pues el importante servicio imperial debía estar al tanto y, acaso, pudiese aquella ser la forma de manifestar lo que en primeras conversaciones de reclutamiento había sido apenas esbozado.

Al regresar a Hargard encontraron un planeta encontraba profundamente dividido ahora. La declaración de la Cruzada enfrentaba a paganos con ortodoxos, a vecinos entre si, y la tendencia a solucionar sus diferencias con el hacha complicaba todo. Preguntar en su hall les llevó ante la Duquesa, que se encontraba en una arena para luchadores, donde muchos habían estando probando su valía durante los años de paz. Allí escuchó el detallado relato de Astra de lo ocurrido en sus viajes, mientras Yrina entregaba las urnas con las cenizas a las familias de los vuldrok caídos durante los combates de Manx-2. Tan impresionada con el relato quedó Freya Eldridsdottir que les regaló la Suddenhammas para que les sirviese en futuros viajes, mientras hacía preguntas acertadas sobre lo que habían visto y encontrado. No en vano ella había visto a esa misma Oscuridad, en otras formas, en sus viajes en el pasado. Y, después de que sus shieldmaiden despejasen el lugar, les confesó la profecía que su propia madre le había transferido en su lecho de muerte, que decía que llegaría el momento en que debería elegir entre su pueblo y su hija. Pues la Emperatriz Aurora nunca sería reconocida como una thane por los vuldrok, no habiendo demostrado su fuerza y valor, sin historias a su nombre, su poder obtenido por la sangre de Alexius Hawkwood y el politiqueo de Seth cuando ella ni siquiera sabía hablar. Y eso, cambiaba todo, una nueva misión se abrió en la mente de Astra, una en la que el resto de la Comunidad podría unirse: convertir a Aurora en una leyenda viviente. 

Pero antes de eso había que contar historias sobre burbujas de agua y festejar y emborracharse en el hall, pues si querían ser seguidos por grandes guerreros y no solo jovencitos que no se habían probado, su leyenda debería ser conocida por todos. Y mientras lidiaban con contar la historia una y otra vez, con el alcohol en su sangre, Lázaro se lanzó de una forma sorprendentemente decidida a por Astra quien le dio alas... hasta cierto punto, pues el joven se pasó de la raya y acabó con un vaso de hidromiel vertido en su cara. También Yrina tuvo que lidiar con las atenciones no deseadas de algún joven vuldrok, pero se las arregló bien.

No fue hasta la mañana siguiente que los planes de Astra se empezaron a poner en marcha, pese al martilleo de la resaca en su cabeza. Diseño para su propia flotilla con hospitales espaciales, para los cuales, estando en Hargard, era hora de ir a buscar a su hermana. La encontraron en las regiones inhóspitas del nordeste, pues en el tiempo separados, Rauni había encontrado una antigua red de túneles de la Segunda República. No eran unos senderos subterráneos llenos de peligros y amenazas, al menos no aquel tramo, si no contamos con que el abrazo de la joven casi rompe los huesos de los más frágiles del grupo, tan feliz estaba de verles. Compartieron historias de sus viajes, pues Rauni también había estado recorriendo el planeta, reconectando con sus raíces, desde los templos de Wotan donde los lectores de runas hacían su trabajo, hasta aquellos túneles olvidados que ella había encontrado con alguno de los que la acompañaban. Y cuando le ofrecieron la oportunidad de regresar a sus viajes con ellos, la hermana de Astra no dudó en decir que si, su formación como vuldrok completada, era hora de volver a correr aventuras con los demás.

Fue de camino a la chatarrería de los Scravers, donde Astra pensaba comprar la nave que la otra vez no había podido, que a Lázaro le dio por preguntarle información a Cetro sobre el Profeta, siguiendo la estela de Rauni que estaba encantada de poder preguntarle cualquier cosa aleatoria que se le ocurría. Y aunque la inteligencia artificial no sabía nada nuevo sobre aquella persona que había vivido mucho antes y muy lejos de su programación, sí sabía el destino que había corrido Yathrib a manos del propio padre de Lázaro, que había transformado el mundo sagrado en cenizas. Lo cual supuso un terrible golpe para el joven inquisidor, que se hundió en un ataque de pánico y ansiedad ante la revelación y necesitó la ayuda médica de Astra.

Recuperado Lázaro, que se mantenía alejado de Cetro 01, había que regresar con los Scravers y su chatarrero local, para que Astra pudiese comprar la nave, que resultó ser un trozo de chatarra que era muy cuestionable que pudiese salir al espacio. Y aunque el gremial era renuente a deshacerse de ella, como mostró lo emocional que se puso al respecto, finalmente lo hizo. Y la segunda nave se unió a la flotilla incipiente, aunque de momento fuese poco más que un habitáculo habitable, aquella nave fue bautizada como la Ardua por su nueva dueña después de que el Charioteer, con todas sus supersticiones de navegante, señalase la necesidad de hacerlo. Tiempo y conocimientos habría para terminar de repararla durante los viajes por delante, a medida que se encontraran las piezas para ello, con las naves de los Scravers de mil mundos.

Fue así que pusieron rumbo a Byzantium Secundus, que esperaba con sus lluvias incesantes y sus intrigas infinitas. Pero para esa historia de intrigas y engaños en la capital imperial deberás esperar, con paciencia, a la semana que viene.

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