Edad del Fuego 26: Al principio fue el Verbo... y el Verbo fue Mataros

La dama Lorrena Castillo había sido una mujer pía, devota, entregada a la fe en su edad avanzada y en el aislamiento original de Haven. Por eso su obispo había sido el primero en caer en el ascenso al trono de su hijo Lisandro, porque él no era como su madre. Y cuando la puerta de Urth se abrió y la Fuego y Retribución apareció por ella, lo hizo al frente de la armada de la Casa, dispuesta a ejecutar venganza por la ofensa a los Hazat y por los agravios al propio Duque. En honor a los servicios del pasado, dio oportunidad a la Almirante En Shu Li Halan de rendirse, pero la respuesta fue el comienzo de la batalla. Como había comenzado, lejos de allí, con el enfrentamiento entre Al-Malik y Li Halan en la órbita de Criticorum. 

La guerra de fe, había dado comienzo.

Y esa irrupción cambió los planes de Macarena por completo. En medio del ajetreo de una corte cogida por sorpresa por el ataque, la noble consiguió audiencia con la Princesa, preocupada por toda la situación, pero no sorprendida como los otros. A Lisandro, al fin y al cabo, lo conocía desde hacía muchos años y sabía que tanto el Duque como el Príncipe no estaban en posición de escuchar la contención que tendrían que mostrar, que había que esperar unos días para que la calma llegase y pudiese aprovecharse la oportunidad. Pero la Durán tenía otras ideas, y pretendía consolidar una alianza entre los Hazat y los Hermanos de Batalla, usando para ello a Yrina como embajadora. Con la aprobación de la Princesa, las despedidas llegaron, especialmente de su madre en Hira y de Gurney, que recientemente había sido nombrado Baronet. Y, pese a que hubo que convencerle, de nuevo en compañía del joven Manuel, el nieto del Príncipe, partió hacia Gwynneth donde sabía que se encontraban Yrina, Astra y Lázaro. Partió hacia allí, al punto de encuentro entre nuestras historias.

También los demás, se encontraban en el espacio, en ruta hacia el mundo maldito de Manx-2. En ese trayecto, sin embargo, se produjo una muy interesante y compleja discusión acerca de la fe, la ciencia y la tecnología, principalmente entre Jabir y Astra. Y si bien el novicio demostró su devoción a las enseñanzas de la Iglesia, también es cierto que demostró igualmente su falta de conocimientos y preparación en muchos campos, el trato humano entre ellos, acabando por ofender a la gremial. Yrina, que había estado participando en la discusión, fue la que más tarde encontró el momento para convencer al muchacho de que pidiese perdón a la Talebringer, pero aunque este lo hizo, lo hizo de aquella manera, y no fue suficiente para la joven rubia. Y así, en incómodo trayecto, fue como su nave hizo contacto con la de los Charioteers que transportaba a Macarena y de nuevo nuestros protagonistas estuvieron juntos.

Manx-2, el mundo prohibido, se encontraba en el terreno de la Oscuridad, más allá de los límites de la órbita santificada de la puerta de salto de Gwynneth. En ese extraño territorio donde todo era posible, como había descubierto la Brave New World meses antes, al viajar en busca del segundo sol del sistema. Con dificultad por la falta de luz, Astra logró aterrizar la nave en lo que inicialmente parecía un valle pero, una vez dentro, resultó ser un círculo artificial de colosales colmillos de algún tipo de piedra. Un espacio de gigantes y vanir, como dijeron los vuldrok de a bordo, donde la presencia de humanos no era bienvenida ni esperada. Una llanura amplia cubierta de pequeñas toberas que dispersaban extraños gases lentamente. Una planicie desoladora, donde la sensación de que se encontraban en los restos de algo grandioso y terrible se veían potenciados por la terrible y colosal escultura annunaki que vigilaba aparentemente uno de los laterales y entre cuyas piernas, Astra pudo localizar la puerta para adentrarse en aquella estructura. 

Aún no lo sabían, pero aquel descubrimiento crítico era el corazón de todas las ruinas de aquella antigua especie en Manx-2. Pues aquella era una estatua de Anikrunta el Dador de Leyes, dios tuerto que ve todo y juzga todo, que sostiene su propio ojo arrancado en su mano sobre su cabeza. El líder de los dioses ukari, sabio, duro y cruel que dio a los Ukari el Udapo, sus leyes, pero también los sometió a la prueba que es Kordeth. Quien gobierna en el Sol de Sombras en el Noveno Mundo, y cuyos templos eran lugares de ejecución que persiguieron en pesadillas a los humanos desde que los descubrieron. De esos hechos, y muchos otros más antiguos, habla la Noddavitya y su conjunto de leyendas e historias que forman la base de la religión ukari.

Abrir la puerta fue complicado. Su superficie, formada por un negro líquido que se negaba a ser empujado, parecía capaz de resistir a todos los intentos de los visitantes por conseguir descifrar sus secretos y acceder al interior. Fue la psíquica de Yrina la que, a la fuerza, consiguió que las jambas se desplazasen, despertando las energías del complejo que cubrieron todo el valle con una cúpula de fuerzas desconocidas, mientras las protuberancias cambiaban de gases a aquellos que los humanos necesitaban para respirar y de la nada cambiaba la ligera gravedad anterior por la propia de Urth. Y fue adentrarse en su luces violetas y encontrar la muerte, pues una terrible monstruosidad les aullaba y los guerreros vuldrok cargaron contra ella. Solo Ervik llegó a impactar contra ella con su hacha, su cuerpo y equipo instantáneamente volatilizado por la poderosa gárgola guardiana. Y tras ella, inmóvil en su protección, un pasadizo se adentraba en la oscuridad.

Aquel no era un lugar para que caminasen humanos ni obunes. Por sus proporciones, por las extrañas formas, por la mezcla negra de tecnología y orgánico de sus pasillos. Por la sensación de encontrarse en un mundo que había muerto hacía mucho, pero cuyos huesos podían destruir toda vida con la misma facilidad que si siguieran vivos. Aquella tumba, aquel espacio guardaba terribles secretos y, de modo inconsciente, todos eran sabedores de ello. Por eso Lázaro instó al joven Jabir a que cantase suavemente y por las radios de todos pudiese dispersar los fantasmas y temores que todos veían en aquellas rectas imposibles. Pues el pasillo que se abría tras la gárgola era recto y plano, pero pese a ello todos tenían la sensación de estar descendiendo bajo tierra. Y en intervalos regulares, a ambos lados, extrañas y terribles efigies de monstruosidades imposibles permanecían quietas, las formas evocando terribles pesadillas. Solo una de ellas reconocible, la forma inescrutable y deformada de uno de los Hijos de la Oscuridad, mis pequeños revoltosos, con sus curvas y prolongados tentáculos.

El corredor avanzaba hasta una sala redonda de multitud de puertas, en cuyo centro se alzaba un negro pedestal culminado por un constructo de filamentos luminosos, blanco y mortecino. Pues su energía parecía prácticamente agotada tras milenios de ser ignorada, olvidada en aquella tumba condenada. Y, por mucho que Astra la estudió, no encontró modo de devolverle la energía para que iluminase los recovecos y las sombras que proyectaban las curvas formas de las paredes, que a Yrina le recordaban en cierta medida a lo visto bajo tierra en Velisamil.

Varias de las puertas parecían no abrirse, o al menos los humanos no fueron capaces de lograrlo. La primera que lo hizo dio a un corredor, aparentemente igual a los anteriores, pero de algún modo una vez dentro resultó ser mucho más pequeño y claustrofóbico. Inadecuado, probablemente, para sus constructores. Avanzaron, conversando en susurros quedos, hasta que se oyeron ruidos lejanos en el fondo del pasillo. Algo se había movido. Y los sentidos psíquicos de Macarena identificaron a una criatura, alienígena e incomprensible, que solo sentía sorpresa, hambre, y omnipotencia. O, al menos, así es como la joven Hazat interpretaba sus imposibles pensamientos. Con cuidado avanzaron, Yrina al frente, su poderosa armadura lista para el ataque, pues la criatura parecía no responder en modo alguno a los intentos de lanzarle comida. 

Estaba agazapada contra la pared más lejana de una sala pequeña, llena de maquinaria sin sentido, muerta hacía milenios. Afilados ángulos y agujas sobresalían de paredes y techos, en ángulos sin lógica ni propósito, mientras la monstruosa entidad, acorde en estética al lugar donde se encontraba, permanecía lo más alejada posible, aunque se preparaba para atacar si era acorralada del todo. Astra fue quien sugirió darse la vuelta, aquellos artefactos habían perdido hacía mucho toda utilidad y funcionamiento y arriesgarse a una confrontación con aquella oscura entidad no era beneficioso para nadie.

Desandaron sus pasos de vuelta al distribuidor, con su tenue luz mortecina, y lograron abrir otra de las puertas. A diferencia de la primera, aquella daba a una sala de proporciones imposiblemente grandes, cuyos techos se perdían en la oscuridad, igual que las paredes laterales. Y aquí y allí, entre las sombras, pilares negros se alzaban regularmente, jalonados por breves y fugaces espectros. Una catedral profana y sacrílega por la que caminaron con cuidado, por si algún ataque ocurría, identificando los fantasmas como meros restos holográficos de maquinaria que ya no funcionaba. Escucharon, perdidos en esa inmensa noche artificial, la caída de un líquido y, tras una columna, encontraron un goteo lento y sostenido de una sustancia densa y negra. Una sustancia de des-creación, como dijo Astra, o de anti-materia como dijo Yrina, aunque yo siempre he preferido llamarla, de entre las limitadas opciones del lenguaje humano, Entropía Destilada. 

Continuaron avanzando hasta encontrar el centro, el demoniaco altar de aquella catedral sacrílega: un círculo formado por cuatro colosales estatuas que parecían ofrecer algún tributo. Al aproximarse, débilmente, el suelo del círculo pareció intentar iluminarse, cumpliendo sus antiguas funciones, aunque no quedaba en el lugar suficiente energía para ello. Y entre plegarias de unos y otros, Yrina se adentró en el mismo, dispuesta a hacer frente al sacrificio o a la prueba que aquello supusiese, si seguía la lógica de lo visto en Kordeth. Quizás fue un milagro que la maquinaria muriese en ese momento, sin energía para trabajar ya como se suponía, o tal vez fue simplemente el resultado inevitable de milenios de abandono. Fuera como fuese, el silencio y la oscuridad cayeron sobre la sala, los fantasmas desaparecidos, ni siquiera el gotear de la columna se escuchaba ya y, aunque la buscaron, o no la encontraron, o no se encontraba ya perdiendo sustancia.

Habían venido en busca de una gárgola para enfrentarse a los cultos antinómicos de Gwynneth, pero estaba claro que lo que había en Manx-2 era otra cosa. Fueron regresando hacia el distribuidor, con Astra argumentando que solo aquellos breves filamentos luminosos del altar parecían contener alguna clase de poder o energía luminosa y benigna que pudiese serles de utilidad. Y que el lugar, claramente maldito por los poderes ruinosos de la Oscuridad, era mejor dejarlo atrás cuanto antes. 

Sin embargo, las cosas habían cambiado. Una nieblina negra parecía arremolinarse en torno al altar de los filamentos luminosos, como si desease devorar ese resquicio blanco y puro para traer la negrura eterna a aquel lugar olvidado por el Pancreator. Así que, concentrando su voluntad, Yrina arrancó a la fuerza la estructura de filamentos usando sus poderes mentales y, al hacerlo, se desató el conflicto. Como si lo único que lo hubiese estado limitando hubiera sido esa débil luz, Macarena sintió la presencia de seis extrañas monstruosidades, solo una de ellas conocida, en la sala, dos de ellas llegando por las puertas laterales que se estaban abriendo, las otras amparadas bajo la neblina.

Manuel Antonio Giorgio Eduardo Nelson de Aragon de Hazat se lanzó el primero a la oscuridad, su escudo energético activo y su espada de flujo trazando un arco luminoso contra una de las criaturas identificadas por Macarena, destrozando su extraña forma. Yrina se arrojó al interior, sus oraciones creando un escudo de fe que la protegiese a ella y al heredero Hazat, mientras con su Hermana Cass disparaba contra una de las monstruosidades humanoides que profería oscuras y terribles blasfemias desde una de las puertas. Sus palabras negras y malvadas fueron contrastadas por las del Profeta Zebulon cuando Lázaro, combatiendo por primera vez, sacó sus Evangelios y comenzó a exorcizar a la criatura de la puerta, forzándola a huir de las palabras sagradas usadas contra ella, a la vez que entregaba su protectora bufanda al joven Jabir que observaba aterrorizado todo, tratando de cantar pero fallando en hacerlo. Con un chorro de fuego, Astra se adentró en la sala propulsada por su propia armadura, y abrasando a una de las criaturas, pero esta no fue destruida sino que se alzó y lanzó a por la joven, arrastrándola bajo la niebla que se coló bajo su casco protector en busca de destruir a la gremial. Los vuldrok se lanzaron al combate, sus hachas, espadas y lanzas cortando y dañando a las monstruosidades mientras dos de aquellas se enfrentaban al escudo de fe de la Hermana de Batalla y, con sus salvajes ataques, conseguían destruirlo. Pero desde su puerta, la última de las monstruosidades lanzó filamentos y tentáculos de oscuridad por toda la sala, los escudos resistieron el impacto, pero los guerreros vuldrok y el joven Jabir fueron heridos, este último sanado por las herramientas de auto-inyección que Astra había entretejido en la bufanda cuando la había confeccionado.

Macarena se adentró entonces en el combate, su espada cortando a una de las monstruosidades cambiantes y sin forma fija, pero siendo incapaz de destruirla. A su lado, el joven heredero atacaba a la primera monstruosidad que habían visto, recibiendo los ataques de esta contra su escudo que, bajo la avalancha de golpes, colapsaba entre siseos. Yrina se teletransportó con su reliquia ukari hasta la espalda de la criatura que huía, atravesándola con su espada llameante, pero antes de morir la monstruosidad se giró con sus palabras prohibidas y la guerrera sagrada pudo ver que era alguna clase de retorcida deformidad con una base o semejanza a un obun. Astra achicharró a la monstruosidad que tenía encima, pero las nieblas no se detenían, adentrándose en su nariz en busca de asfixiarla por dentro. Y Lázaro se adentró en busca de la última de las monstruosidades, el signo del Pancreator que Astra le había regalado, transformado en un pequeño lanzallamas purificador mientras encantaba sus letanías sagradas, pero el fuego solo no era suficiente para derrotar a aquella aberración. Y de nuevo los tentáculos y filamentos llenaron la sala, matando a todos los vuldrok menos a Ulfgar que, herido de terrible gravedad, se arrastró a salvo hacia una de las puertas antes de perder el conocimiento en aquel lugar maldito. 

Las espadas de Macarena y Manuel dieron cuenta de las dos monstruosidades que atacaban sus posiciones entre la niebla, destrozando a ambas con terrible eficacia. Astra cruzó de un lado a otro la cámara para curar al muy herido Jabir, antes de abrasar su propia cara con los chorros de fuego para destruir con ello la niebla que buscaba destruirla, confiando acertadamente en que sus propios autoinyectores la mantendrían viva. Yrina se unió al combate contra la monstruosidad tentacular, la última que quedaba, y junto a Lázaro fueron capaces de unir su fe y destruirla finalmente, dejando la sala en un tétrico silencio, roto solo por la dificultosa respiración de Ulfgar. Decididos a marcharse de allí, recogieron los cadáveres para darles un entierro apropiado y se encaminaron hacia la superficie, sin deseos ni ganas de descubrir los horrores que escondían aquellas puertas que ahora estaban abiertas. Y fue en el pasillo de vuelta donde descubrieron una pesadilla inesperada, pues ahora que habían visto a las monstruosidades, les fue posible reconocer en ellas algún tipo de reflejo de las estatuas dementes que jalonaban aquel pasillo en intervalos regulares.

Pasaron junto a la gárgola e Yrina tuvo el impulso de tocarla, pero al final decidió no hacerlo. Hizo bien, su vida habría terminado en aquel momento, pues la estatua no había perdido su poder. Salieron de vuelta al valle que todavía se encontraba cubierto por los campos de fuerzas creados al abrir la puerta, quizás para mantener a algún enemigo fuera, o tal vez para mantener lo que estaba allí dentro, como señaló Astra. Entre liturgias, la Hermana de Batalla cerró de nuevo las puertas y las barreras y la atmósfera desaparecieron. Y con todas sus bajas, los supervivientes de aquella expedición maldita regresaron a la Suddenhammas y partieron, con todo el deseo e intención de jamás volver a poner pie en aquel mundo maldito que la Iglesia bien había hecho en someter a una prohibición de acceso.

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