La fenix y el gremial

El entrechocar del acero y el sisear del escudo llenaban el ambiente, junto a la respiración acelerada de las dos mujeres. La concentración de ambas era completa, el sudor corriendo por sus frentes en pequeños cauces de energía ya gastada. El hacha de la vuldrok se alzó con rapidez para descender con salvaje fuerza sobre el escudo de la espadachina, que confió en que este aguantaría para, suave y lentamente, colar su espada por debajo de la protección de la barrera energética de su rival. Pero, ante la amenaza, la bárbara dio un paso atrás saliendo del alcance de su oponente una sonrisa de satisfacción ante el choque brutal. 

-Mi señora, el Gran Inventor de los Talebringers solicita audiencia- la voz del Chambelan Imperial sonaba incómoda, como siempre le ocurría cuando interrumpía los entrenamientos de la Emperatriz. 

-Hacedle pasar. Buen entrenamiento Ase, a ver si tenemos ocasión de retomarlo mañana- con afecto, la gobernante de los Mundos Conocidos estrechó el brazo de su silenciosa consejera antes de que esta se marchase, siguiendo los pasos del Chambelan. 

Pocos segundos más tarde, el antiguo consejero de su padre se encontraba ante ella. La calma de sus gestos y la tranquilidad de sus ademanes traicionaban la urgencia que la Emperatriz sabía que sentía pero, más importante, revelaban que había acudido siguiendo alguno de sus planes.  

-Coged una espada, maese Talebringer, si vais a interrumpir mi entrenamiento con uno de vuestros discursos lo menos que podéis hacer es ser mi rival de prácticas.- 

-No, mi Emperatriz. Yo de eso me temo que no se, y lo que os vengo a decir…- 

-Coged una espada o se terminó esta audiencia, Gran Inventor.- 

Con molestia visible, el líder gremial fue al soporte donde se encontraban las armas y los escudos de energía. Por supuesto, con toda la tecnología que ocultaban sus ropas, Aurora no dudaba de que estaba más que protegido sin necesidad de coger nada, especialmente tras el ataque que había sufrido unos meses atrás. Pero el gremial tuvo la deferencia de al menos pretender que no era así y coger tanto una espada como un escudo mientras sus ropas se ajustaban automáticamente a un ejercicio físico mayor del esperado inicialmente. 

-Hablad pues- dijo la Emperatriz, alzando su espada en el salido tradicional de duelistas de todos los mundos conocidos. 

-Sin duda habréis oído ya que Lisandro Castillo ha invadido Urth con las naves de su Casa. Y no dudo que los prelados eclesiásticos ya habrán acudido a vos para que la Armada Imperial intervenga en defensa del Patriarca de Roma, a quien el Hazat tiene personal inquina.- 

Tras unos movimientos exploratorios, la primera estocada de la Emperatriz se colo fácilmente bajo el escudo de su rival. Se podían decir muchas cosas de Seth Talebringer pero sin duda no era un gran espadachín, y menos cuando apenas estaba haciendo ningún esfuerzo. Claramente consideraba todo aquello una molestia, agravada por el ligero corte que le acababa de hacer la espada imperial. Con fastidio alzó de nuevo su propia hoja, colocándose en guardia mientras hablaba, Aurora preparándose para un nuevo ataque.

-Vengo a sugeriros que no respondáis a esas llamadas. Aunque pueda ser tentador acudir en defensa de la Santa Iglesia con todo el apoyo de sirvientes y vasallos que eso reportaría, tengo motivos para creer que el silencio Decados es porque ellos esperan que esta guerra les abra la senda al Trono Imperial. Y para cuando eso ocurra necesitaréis la Armada Imperial a pleno rendimiento, no acumulando bajas y reparaciones en los astilleros de Byzantium tras batallar contra el Duque de Ptah-Seker.-

Los dos aceros entrechocaron unas pocas veces mientras el Gran Inventor hablaba, pues al menos algo de esfuerzo estaba haciendo, sabedor de que aquella era la mejor manera de que Aurora le prestase atención a lo que estaba diciendo. Y la Emperatriz sonrió divertida, más concentrada en el combate que en las palabras.

-La baza de vuestra armada, simplemente dispuesta en sus posiciones habituales, debería forzar a que el Príncipe Pietre muestre sus cartas primero, y podáis actuar con libertad después como mejor consideréis. Y la presencia de la Duquesa Romanov entre sus mundos nos da una herramienta útil para tener un puñal en la espalda del gobernante en caso de que ambicione más de lo que le corresponde.-

A Aurora le hacía gracia el modo en que Seth se refería a su amor, Salandra, la madre de Astra, simplemente por su título y apellido, tratándola como una herramienta más en el juego del tablero. Pues ella sabía bien que aquella distancia era ficticia y que a punto había estado el Imperio de tener más de una crisis de terribles proporciones porque el afecto del antiguo consejero por su pareja informal era mucho mayor del que transmitían sus palabras.

Un giro de muñeca permitió abrir la guardia del gremial, y que la espada de la Emperatriz se colase bajo su escudo. Pero como esta vez el Talebringer se estaba esforzando suficiente, el acero imperial no le dejó ni un rasguño, simplemente un tanto a su favor mientras recuperaban sus posiciones iniciales, las respiraciones aceleradas por el ejercicio.

-¿Eso es todo?-

-Por ahora si, Vuestra Gracia, seguro que el Ojo ha informado de todo esto... pero siendo que está en manos de los Decados, me cuestiono la lealtad de la Directora Renladi y prefería traeros de primera mano mis preocupaciones y mi sugerencia.-

Que Renladi y Salandra siempre habían sido rivales, desde antes del nacimiento de Aurora, fue algo que quedó sin decir pero implícito en el aire de la sala de armas.

-Os haré caso, Gran Inventor, pero no solo por vuestras palabras, que temo que cargan más verdad de la que me gustarían, sino porque es lo justo. La Iglesia ha lanzado esta Cruzada en mi Imperio sin consultar o considerar lo que es mejor para el Trono o para sus siervos y vasallos. Es hora de que vean que sus actos tienen consecuencias, y que el Fénix no estará ahí para sacarles las aberracks de las llamas cuando se enfrenten a ellas. El Patriarca, y en especial el Sínodo Inquisitorial y el Sínodo de la Cruzada, deberán aprender a colaborar con fuerzas externas a la Iglesia, o a ser capaces de sostenerse por si mismos.-

El antiguo consejero asintió a las palabras de la joven, evaluándola de un modo completamente ilegible para Aurora. Supuso que cuadraba en su mente si acaso una motivación diferente para una misma acción requería un ajuste de sus cuidados planes, o no lo necesitaba. La Emperatriz supuso que el Talebringer había decidido que no lo precisaba, pues se dio la vuelta para devolver la espada y el escudo a sus soportes y comenzar la despedida.

-Os agradezco vuestro tiempo, Vuestra Gracia, y el hecho de que me hayáis escuchado. Se que no siempre hemos estado de acuerdo, pero me consta que vuestro padre y vuestra madre están orgullosos de la mujer en que os habéis convertido. Y yo también, por la pequeña parte que me corresponde.-

La Emperatriz sonrió, el aprecio teñido de una modestia no del todo sentida, no era menos aprecio por ello. Y el consejero era un hombre complicado, pero a su manera, era un hombre sincero. 

-Seth- la Emperatriz dejó caer momentáneamente la formalidad tras aquellas palabras del gremial-, lamento haber tenido que requisar el Emperador. Lo lamento de veras.-

El Gran Inventor sonrió levemente, una sonrisa calculadora y un poco triste, antes de darse la vuelta y encaminarse a la salida. Y Aurora, a solas en la sala de entrenamiento, se preguntó cuántas decisiones así había tenido que lamentar su padre cuando ocupaba el mismo trono que ella ocupaba ahora. Y cuántas más tendría que lamentar ella para cuando todo aquello hubiese terminado...

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