Edad del Fuego 27: Heredarás las ruinas

No hay más dios que el pájaro de fuego, al que se le reza con láser y acero, se le hacen ofrendas de cadáveres y esclavos. Y ahora, finalmente, había llegado la utopía, el momento prometido, el tiempo de la oportunidad en que los fuertes impondrían sus leyes en nombre no de la lealtad, de títulos o fe, sino de la línea de beneficios. Así pensaba Ertalia de Cadavus, la Guildmeister del Muster, de camino a Midian, mientras su gremio comenzaba operaciones contratadas de sabotaje y combate por los mundos conocidos. y mientras la violencia campesina y nobiliaria se desataba en Sutek y las naves de los misioneros e inquisidores llegaban a Gwynneth.

Fue en la órbita de Manx-2 donde encontraríamos a nuestros protagonistas tras su misión en el prohibido planeta. Pero el ambiente a bordo de la Suddenhammas era cualquier cosa menos festivo. Los gemidos de dolor de un Wulfgar inconsciente llenaban el navío mientras los cadáveres de sus compañeros se apilaban en la esclusa. Lázaro se afanaba en cerrar las heridas del guerrero mientras, a su lado, Jabir permanecía en shock, ante el terror de lo vivido en aquel planeta maldito. También Yrina estaba profundamente afectada, rezando de rodillas mientras agarraba la mano de Astra, pues la sacerdotisa militar tenía la extraña certeza de que la gremial había sido parte central de que sobreviviese a aquella ordalía. Solo Manuel, el heredero Hazat, se encontraba feliz con la gesta y la prueba vivida, pero su alegría era suavemente atemperada por Macarena.

Y en las siguientes horas hubo que lidiar con todo ello. Yrina comprobó todo el equipo y encontró pequeños restos de oscuridad entre los pliegues y recodos de escafandras y armas, limpiándolo todo con la luz. Incluso hizo pruebas en Astra por si esas nieblas terribles habían conseguido permanecer en su interior. Lázaro y Macarena suavemente intentaban lidiar con el trauma de Jabir, que escuchaba atento pero creía que no estaba listo para nada así, hasta el punto de que el inquisidor le ofreció la posibilidad de regresar al monasterio de Urth cuando llegasen a Gwynneth, para que pudiese seguir su vida tranquila y cantar con los Chorali. Como la oscuridad de las nieblas permanecía con fuerza en los cadáveres de los vuldrok, consultaron a Cetro 01 por el mejor modo de celebrar las exequias de aquellos que eran paganos y con esa información, Lázaro hizo un sencillo pero emotivo funeral para todos los caídos, mientras Yrina quemaba y purificaba las cenizas para poder entregarlas a sus familias cuando regresasen a Hargard. 

Esa noche, como las que vendrían después, Jabir los despertaría a todos con sus gritos fruto de las pesadillas que le acompañarían, mientras Lázaro e Yrina trataban de ayudarle a dormir y reconfortarle. Wulfgar no despertó hasta el segundo día de vuelo, cuando algunos notaron el cambio que había sufrido el guerrero. Así como en confesiones y pequeños comentarios, antes el vuldrok se había avergonzado de su terror en Prima Fabrica, considerando el miedo el peor de los pecados del Pancreator aunque este nunca está listado en los Evangelios Omega, el haber sido capaz de luchar contra la oscuridad de Manx-2 le había dado un sentido de redención, de haber compensado finalmente su fracaso y ahora estaba preparado y dispuesto a seguir adelante a por más gestas y gloria.

En este complejo y sombrío ambiente terminaron el recorrido hacia Gwynneth, aterrizando frente a la Abadía de la Espada y la Vigilia, en el polo norte. Como siempre, debieron lidiar con el hermano Flavius y su "guardia" en la entrada, pero ya sabían como manejar al monje y pronto encontraron a la hermana Anna. Pero fue esta quien les dijo que la Abadesa Hilda Martens no estaría disponible hasta varias horas más tarde, pues se encontraba realizando los importantes rituales diarios y no podía ser interrumpida por urgente que fuese lo que traía al grupo a la abadía. Reunidos en el refectorio mientras los habitantes del lugar hacían sus ordenadas tareas cotidianas, tanto mágicas como mundanas, el grupo tuvo una discusión. Yrina, ofendida por el tratamiento que la abadesa les había dispensado durante la última visita y preocupada por la presencia de la Iglesia que podría llevar a un conflicto grave con su familia Juandaastas, no tenía la paciencia ni la voluntad para esperar a que la abadesa terminase lo que consideraba que era simplemente hacerles esperar como muestra de ego. El resto, especialmente Macarena y Lázaro, trataron de hacerle ver que unas horas de espera tranquila no pondrían en peligro las vidas de nadie en un conflicto que llevaba muchos años en marcha, pero la hermana de batalla juró que cumpliría su lucha y no dio su brazo a torcer, de modo que le entregó el artefacto obtenido en Manx-2 al inquisidor y abandonó el monasterio. 

Yrina abandonó el edificio y comenzó a seguir la línea ley cuesta abajo, tal y como su artefacto obtenido en Kordeth la indicaba. Allí en medio se adentró en una profunda meditación, sintiendo el poderoso torrente de energía, casi violenta, que discurría a su alrededor. No fue hasta el atardecer, cuando el rojo sol principal de Gwynneth se encontraba próximo al horizonte, que el torrente se transformó en un suave río. El mismo momento en que, en el monasterio, la abadesa Martens terminaba de conducir el ritual y se reunía con aquellos que esperaban por su encuentro. La conversación fue tranquila y apacible, pues aunque Hilda no sabía prácticamente nada de artefactos annunnaki, sabía mucho de líneas ley y del complicado conflicto con los anatómicos que trataban de tomar el control de las mismas. Y de cómo estas poderosas corrientes de energía fluían bajo tierra, por los enormes complejos de cavernas naturales que horadaban la superficie de todo el planeta en enormes y vastas redes de túneles y salones. Una red que, sin duda, permitiría a los antinómicos moverse por todo el polo sin ser vistos y coincidía con las leyendas de la Reina del Sol y Sombra acerca de los trolls que vivían bajo tierra y servían al Rey de la Piedra Negra. Buscar la entrada a ese complejo de cuevas sin duda podría ayudarles a ganar esa guerra entre luz y oscuridad y para ello la abadesa les acompañaría lo que pudiese, aunque no era aventurera en ningún sentido sino más bien una académica, y Lázaro le ofreció la bufanda que le protegía a él, y le dio a Jabir la oportunidad de permanecer en el monasterio, a salvo y lejos del terror que pudiese esconder la oscuridad esta vez, algo que el muchacho aceptó al instante.

Yrina mientras tanto había terminado de descender el sendero hasta el pueblo en el valle, donde estuvo conversando con los lugareños, escuchando sus historias de monstruos y demonios que habitaban las montañas y bosques. Y aquellos sitios a donde no debían dirigirse si querían vivir vidas tranquilas, pues en tiempos de los abuelos, distintas partes de los montes estaban malditos y aproximarse a ellos era inevitable señal de infortunio. Agradecida por la información, la hermana de batalla les recompensó con una bendición y rápidamente todos los lugareños se fueron acercando a la curandera milagrosa que había ayudado. Así la encontraron los demás cuando llegaron al poblado, ya entrada la seminoche en la que solo la estrella azul es visible en el cielo, sus oscuras sombras proyectando extraños reflejos misteriosos en paredes y suelos. 

Ascender todos juntos la montaña fue fatigoso y laborioso con la escasa luz, pero finalmente encontraron la entrada, una brecha en la fachada montañosa, apenas amplia como para que una persona transitase con dificultad. Fue Hilda quien, con una plegaria al Pancreator y un extraño ritual geomántico, utilizó las líneas ley locales para ampliar esa entrada y así poder pasar todos con el equipo y materiales. Y del otro lado, los infinitos kilómetros de cavernas les esperaban, oradadas a lo largo de los siglos por lluvias y acuíferos y ahora llenas de la particular vida que exite bajo tierra, desde murciélagos ciegos que cazaban insectos a peces que nadaban perezosamente en las pozas y lagos, o pequeños hongos bioluminiscentes atrapados entre líquenes. Viajar durante la noche por esas sendas era cansado pero no peligroso, los animales locales más asustados de los humanos que amenazantes, y llegado cierto punto la abadesa debió despedirse de ellos y regresar a la superficie pues, cuando llegase la mañana, debía dirigir el siguiente ritual geomántico. Y, además, era una mujer mayor, a la cual estos esfuerzos sin duda le resultaban costosos.

Durmieron bien entrada la mañana siguiente, y soñaron con estar todos juntos en aquella caverna. Lázaro, en su férrea fe en el Pancreator, se negó a permitirse soñar más allá de eso, mientras Yrina, más cercana a las energías y fuerzas primordiales se abría a esa experiencia. Pero fue Astra la que, abrazando la verdad de aquella visión, más obtuvo de ella, entendiendo el choque entre luz y oscuridad que allí tenía lugar, los gruñidos terribles de las profundidades donde un ente despertaba, y el arrullador canto de una madre en la superficie. Y, siguiendo aquellos cauces de energía, encontró el origen del río de tinta negra que luchaba con el de energía amarilla y roja de la luz. 

Cuando despertaron, fue la gremial la que les guió por túneles y lagunas, abandonando su lógica científica para abrazar esa sabiduría sobrenatural e inexplicable que le había transmitido el sueño. Y si bien la realidad no encajaba totalmente con el entorno onírico, fue capaz de encontrar los senderos rocosos que llevaban al culto antinómico y su oculta villa subterránea, donde los Cambiados vivían y hacían aquellas cosas que en la superficie no les era permitido. Y pese a las súplicas de Lázaro de que se buscase otro camino pacífico, la Hermana Cass fue desenfundada, las plegarias emitidas, las armas aprestadas, y la batalla pronto daría comienzo en aquellas profundas cavernas bajo la superficie de Gwynneth.

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