Una conversación sobre el pasado y el futuro


Por una vez, la lluvia no golpeaba la ventana de la habitación, aunque las nubes hacían del día uno oscuro y plomizo como todos en la capital imperial. Era fácil creer en el apagado de los soles bajo aquella sempiterna luz mortecina, muy raramente teniendo la ocasión de ver el sol brillando con todas sus fuerzas. 

Pero en el saloncito de té, la atmósfera era cálida y tranquila. La chimenea electromecánica chisporreaba falsamente mientras lidiaba con la humedad ambiental así como con la temperatura. Las bebidas, suficientemente frescas como para ser agradables pero no tanto como para estar frías, estaban a medio consumir en sus vasos sobre la mesita baja. Y en los sillones, cómodos y confortables, la Emperatriz conversaba con un monje eskatónico, el anciano abad del monasterio más importante de Byzantium Secundus. La única figura en pie, silenciosa en una esquina, era la mole de Gawain, tranquilamente vigilando el lugar para evitar cualquier posible incidente; una vez había fracasado en su deber para con otro Emperador, no pasaría una segunda. 

-¿Habéis estudiado la historia de este mundo, Vuestra Gracia?-

-En efecto, abad, tanto en lecciones con la Casa Hawkwood como durante mi tiempo en las universidades Al-Malik, historia era una lección importante que aprender. El nuevo Príncipe de la erudita Casa incluso lo sacó a relucir en nuestras conversaciones estos días, antes de que pusiese rumbo de regreso a Criticorum.-

-Ya imaginaba. ¿Permitiréis, Vuestra Gracia, que un anciano os cuente una vieja historia que ya conocéis, para poder llegar a unas reflexiones que quizás os sean útiles al final?-

La Emperatriz asintió con gracia. Le gustaba Francisco Valdern, el abad, con sus extrañas manías y conocimientos ocultos. Muchos en su orden le consideraban poco dedicado a los estudios sobre el Eskaton y lo sobrenatural, más un cortesano que un monje, pero desde la corte imperial la percepción era la opuesta y la mayoría de los nobles consideraban al anciano un hombre misterioso e incomprensible. Algo que agradaba al abad, de eso no tenía ni una duda la joven mientras tomaba su copa para beber un breve trago.

-Aunque la historia antigua de Urth, de tiempos pre-reflectivos, está casi perdida, sabemos que allí hubo en un tiempo Casas nobiliarias como las hay ahora- continuó el anciano con una sonrisa-. Vuestra propia familia clama descender de los Windsor que eran una de aquellas antiguas Casas olvidadas hoy en día. Y sabemos que su sistema, de algún modo, entró en crisis y eventualmente sería superado por pequeños gobiernos que se unirían progresivamente hasta dar lugar a la Gran República, como ellos la llamaban, la Primera en nuestros tiempos. Y, más allá de los infructuosos intentos como los de la Angel Wings recientemente descubierta en Gwynneth, la expansión comenzó con las puertas de salto y el descubrimiento de Sutek, aunque no es casualidad que por aquel entonces, su nombre original fue el Regalo de Sathra.-

Pese a que la Emperatriz sabía todo aquello, asentía prestándole atención al abad. Bebía ocasionalmente y le permitía disfrutar del momento de contarle todo eso que al anciano le importaba. Era un pequeño regalo que podía entregar a aquel erudito, una forma de hacerle la vida algo más feliz.

-Este planeta fue descubierto poco después, aunque su nombre original era Nueva Mecca, en referencia a una ciudad sagrada de Urth. Y los distintos señores locales se alzaron en los rincones de los Mundos Conocidos, formaron las primeras Casas y expulsaron a la República de aquí hasta que finalmente colapsó. El Barón Santius Hamid fue quien tomó el planeta, aunque muriese en esa batalla, y aún hoy se le honra en muchos santuarios y lugares de este mundo, renombrado a Nueva Estambul. En las sombras, había surgido la Autoridad Mercantil y su ayuda hizo que la Casa Hamid cayese ante la Casa Cameton. Se acercaba otro cambio de ciclo.-

El silencio llenó la sala mientras el abad creaba misterio con un relato que ambos conocían bien. Pero la Emperatriz aguardó divertida, dejando que el hombre disfrutase del momento.

-Las Casas caen, la Autoridad se consolida y el resultado es el alzamiento de la Segunda República. El primer gobierno intergaláctico real, la mayor concentración de poder con más de cien mundos recogidos en sus instituciones. Y, pese a todas sus maravillas y glorias, caería como cualquier otro sistema. Las Diez le darían muerte con la invasión de Nueva Istambul con la traición desde dentro de la Casa Cameton y el apoyo de la Iglesia, los restos de las corporaciones se reorganizarían en Leagueheim, y el orden volvió a partirse en feudos y tierras locales para las Casas, para los bárbaros más allá de nuestras fronteras, y otros reinos. Un tercio, aproximadamente, queda dentro de nuestro conocimiento y alcance, de lo que fue la gloria de la Segunda República en su pico. El planeta es renombrado como Byzantium Secundus y reiniciamos el ciclo.-

La pausa permitió a la Emperatriz entender que la lección de historia sabida había llegado a su final, y que el abad podía ahora exponer sus ideas. Pero el anciano prolongó el silencio, no por efecto dramático, sino por una sombra de temor medio oculta bajo su mirada tranquila. O quizás era nostalgia.

-He dedicado mi vida a estudiar este proceso, este seguir de los ciclos. Primero una nobleza local que es sustituida por una República espacial. Luego una nobleza espacial que es sustituida por una República galáctica. Ahora, una nobleza galáctica... y ya veis hacia donde voy. Vuestro mandato durará probablemente toda vuestra vida y lo que venga después durará un tiempo pero eventualmente llegará una Tercera República cuyas formas ahora no podemos ni imaginar, porque abrirá la puerta al siguiente salto de la humanidad.-

-Pero mi Señor abad, eso es filosofía histórica clásica, los defensores republicanos siempre argumentan en esas líneas a favor de terminar con el Imperio para poder llegar al siguiente estado de nuestra evolución.-

-Si, pero lo que no ven es que el ciclo es vicioso. Siempre el mismo ascenso, con nuevos nombres, hasta la caída. Y aunque la caída nos deja en un mundo con ruinas de mayor valor y tecnologías más avanzadas, también nos deja más separados, más diversos, más alejados unos de otros. Y del Pancreator. La Primera República cayó sin siquiera conocer las enseñanzas del Profeta, la Segunda fue el momento de mayor debilidad de la Iglesia durante mucha de su existencia. A más se concentra el poder en este mundo, Vuestra Gracia, más fuerte es la resistencia de los demás y más grandioso el ascenso, más terrible el colapso. Y no ocurre por accidente.-

-¿A qué os referís?-

-Una monja de mi Orden, llamada Karyn Havesti, se obsesionó con el Eskaton. El final de todo. En sus textos, que permanecen en la biblioteca de mi monasterio, habla de la Oscuridad que fue incapaz de evitar que se extendiese desde Varadim, donde fracasó con la Daga del Pecado a la hora de destruirla cuando era débil y pequeña. Y durante su vida, esa sombra se extendió por las estrellas. Creo que ella, en su penúltimo viaje, descendió a Iehennus y se enfrentó personalmente con la Oscuridad, pero cuando regresó lo hizo únicamente para viajar a la hoguera que la esperaba en Urth. Os digo todo esto porque creo que ambas cosas van relacionadas, Vuestra Gracia, creo que el ciclo se repite porque hay una barrera al final del mismo, una que nunca logramos romper. Creo que es la Oscuridad misma la que nos aguarda con el paso a la república, y vivimos en su gloria y su tecnología mientras perdemos nuestras almas. Y si el ciclo se está repitiendo, más fuerte cada vez, temo que el siguiente escalón cuando se haya establecido y consolidado la Tercera República, será un Eskaton donde las almas de los fieles serán tan débiles que el Retorno Lumínico no será capaz de iluminar hasta el último rincón y triunfará finalmente la Oscuridad, apagando la Llama Eterna. Y creo que cuanto mejor sea vuestro gobierno, más unáis a los mundos y mejoréis la vida de sus ciudadanos, más rápido será el avance en el ciclo hasta esa terrible y última República Oscura.-

El silencio cayó en la salita, solo roto por el crepitar ascendente de la chimenea electromecánica, señal del aumento de la humedad y la cercanía del regreso de las lluvias.

-¿Me estáis pidiendo, Excelencia, que gobierne mal? ¿Que deje al Imperio colapsar, que condene a sus campesinos a vidas de enfermedad y pobreza, de incultura y superstición? Todo para prolongar los mil años de oscurantismo que nos preceden, de un Imperio inexistente, de guerras y desgracias, para que no venga una República futura que sea el final de todos nosotros. ¿Es eso lo que me pedís, abad?-

El hombre se empequeñeció en su asiento ante las palabras, educadas pero confrontacionales, de la Emperatriz. 

-Creo que os equivocáis en un punto en vuestra historia, y no es un punto menor. Cuando surgió la Primera República eran tiempos pre-reflectivos. Cuando surgió la Segunda, la Iglesia era una fuerza entre las estrellas, pero no la única. Igual que cada República es más poderosa que la anterior, nuestra fe en el Altísimo también lo es. Y fue Él quien decidió ordenar las estrellas y los mundos según su plan para que cuando llegue el Eskaton, todas nuestras almas reflejen con su pureza toda Su luz. ¿Pues acaso hay mejor caladero para el pecado que la pobreza? ¿Que la carencia? ¿Que la incultura? Cuando nada tienes, solo te queda el consuelo de la envidia, de volverte a las seductoras promesas de la Oscuridad de una vida mejor. No, Excelentísimo, la respuesta no es retrasar todo el proceso, la respuesta es llegar a un verdadero Imperio galáctico gobernado con justicia, con fe, con luz.-

El anciano asintió, depositando su vaso en la mesita. Consternado y triste, se puso en pie para abandonar la sala, su misión había fracasado. O, al menos, así lo sentía el hombre, y aquello apenaba a la Emperatriz que seguía su lento caminar hacia la puerta donde Gawain esperaba. Le dolía que aquel hombre bueno y pío no viese que la respuesta era cambiar, crear algo nuevo y mejor, luchar por traer luz a las estrellas en lugar de permanecer en las sombras de la hoguera temiendo a la oscuridad del exterior. 

Pero, como siempre, pocos compartían su sueño, pocos compartían su misión, la de la senda del Fénix.

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