Edad del Fuego 23: Mundos in pecatto

En el Imperio de los Mundos Conocidos, ninguna buena acción queda sin castigo. Basta preguntarle a Nyana vo Dret, quien por tratar de salvar algunos sistemas de la violencia de la cruzada, desafió a las órdenes de la Iglesia y perdió títulos y libertad como coste. Tampoco la ambición mal puesta pasa sin su coste, pues como aprendió Silvio Gonçalva en los últimos momentos de su vida, si intentas ir a por el rey más te vale no fallar. Una lección expuesta muchos milenios antes, olvidada como tantas otras bajo el precio del tiempo. Algunos aún intentaban las aproximaciones que minimizarían los problemas, los daños, los muertos, pero el tiempo de esa esperanza se acababa a medida que las llamas se aproximaban inexorables.

Pero mejor regresar a quienes nos ocupan, distraernos con estas cuestiones solo nos aleja de nuestra historia. A Lázaro lo encontramos de vuelta en Atenas, donde se produce una emotiva despedida de Nadiria Vistrensis. Al fin y al cabo, el joven es ahora un monje itinerante con los documentos que le acreditan para colaborar con distintas inquisiciones, y el peso de su propio pecado le pesa con severidad pese a la absolución. Sin que sus amigas lo sepan, planea encontrarse con Astra e Yrina en Byzantium Secundus, con la compañía de su nuevo ayudante y compañero, aprendiz y estudioso, el jovencísimo Jabir.

Yrina abandona Velisamil, embarcando en una nave charioteer con destino a Byzantium Secundus. Una nave llena de la nobleza Hawkwood, que buscan intervenir en las complicadas intrigas de la capital para asegurar alianzas y posibilidades para sus Casas que garanticen sus victorias, o al menos supervivencia, en la inminente cruzada estelar.

Astra por su parte se encuentra con la inesperada visita de la Emperatriz. Esta ha estado en el Emperador de los Soles Exhaustos y se ha encontrado con que el espíritu-máquina de la nave no la reconoce como dueña, pues en su antigua mente solo la Casa Alecto merece el trono imperial. Lo que podría haber acabado en un choque frontal entre Aurora y Seth, fue manejado con elegancia y sutileza por Astra, que logró que todas las partes saliesen del encuentro contentas y con suficiente de su lado para considerar que habían salido ganando con la resolución. 

Macarena se encontró primero con Marcush Castillo, el anciano Caballero del Fénix buscaba una forma de evitar un conflicto entre el Príncipe Hazat y el Trono Imperial, pues Iver era parte de la Iglesia por decisión de Alexius para poner fin a una guerra. Pero Macarena no tenía respuestas aún para el caballero y en su lugar marchó a su casa donde su madre estaba preparando todo para partir hacia Hira. Un viaje extraño a un mundo desconocido, en pleno luto por su difunto marido, que la enfrentaba a las intrigas de un consejo privado y una Casa que ella no conocía pues siempre había estado apartada de los asuntos de su cuñado el Duque Gonçalva. Pero la nueva líder de la Casa Durán, pues tal era su nuevo nombre, no estaba sola. Y a lo largo de los días siguientes, colaboró con Macarena para conocer a los miembros del Consejo y detectar a los más peligrosos. Este, sin duda era el Conde Federico Jorge Antonio Barreras de Aragón, quien como un don nadie había comenzado a servir al traidor durante la Guerra Imperial y había permanecido con él desde entonces. También la anciana, ya senil, Francisca de Ascensión de Justuus de Hira formaba parte del Consejo, su pía personalidad deshecha por una edad que no perdona. La arzobispo del planeta, Yocasta, del Templo de Avesti también formaba parte, dura y rígida, intransigente como pocas y encargada de convertir un planeta lleno de herejes del califato. Y dos gremiales, Fionn Audul del sector de la Dama Winters de los Reeves y un extraño pedagogo, Hibicus de Iollan, cuya labor era educar a la población del planeta en los valores y comportamientos Hazat. Un conjunto diverso, nido de intrigas en el que la madre de Macarena se iba a adentrar, pero en el que contaba con la ayuda de su hija y, a través de ella, de la Princesa Hazat. Pero esta seguía preocupada por Iver y la Casa Chauki, y fue en una conversación de Macarena con Astra que surgieron peculiares pero potencialmente válidos planes para evitar una guerra y una confrontación y acallar las opciones de los Chauki para rebelarse y desligitimar a los Hazat; pero sería una resolución que requería de las peores habilidades de la Casa guerrera: la diplomacia para formar alianzas mediante matrimonios.

De vuelta en Byzantium Secundus, se produjeron diversos reencuentros entre amigas que no se veían desde hacía tiempo. Primero Yrina encontró, sorprendida, que Lázaro se encontraba en el astropuerto, pues el sacerdote no había anunciado que pensaba incorporarse a la misión de rescatar a Salandra Decados. Y después, ya en la sede de los Talebringers, tanto con Astra como con Rauni, la segunda encantada de que al final se rompiese la tranquilidad de los meses de taller y paciencia. La primera aprovechó aquel tiempo para hacerles entrega de los regalos que había fabricado para cada uno de ellos: una poderosa armadura para Yrina, un colgante de propiedades especiales para Lázaro, e incluso les mostró el vestido diseñado para Macarena. Fue durante esas conversaciones en que Astra cayó en la cuenta, a insistencia de la obun, que no sabía a ciencia cierta que su madre esperaba ser rescatada. Y cuando confrontó al Gran Inventor, su padre le reconoció rápidamente que Salandra no tenía ni idea de que eso iba a ocurrir, pues sin duda sus comunicaciones estaban siendo interferidas y no se podría contactar con ella sin que los Decados se enterasen y se pusiesen en guarda. Ante eso, la hija convenció al padre de la mala idea que era aquella empresa, que en su lugar podían asegurarle que le llegase una pequeña joya en un colgante, con cuyas piezas se pudiese montar un comunicador que enviase una única señal de socorro a través de las líneas de los Charioteer, en caso de que fuese necesario. Pues como Astra dijo, muy acertadamente, su madre estaba luchando su propia guerra contra su Príncipe y era más que probable que no tuviese ningún interés en ser rescatada. 

Lo cual abría una posibilidad de usar los dos motores temporales para la misión que Astra llevaba deseando emprender desde muchos años atrás, cuando su padre le contaba las historias de su viejo amigo Cetro 01 y cómo este se había sacrificado en la lucha contra el demente Didact Malafice Hereditus, cuya mente se había roto debido al exceso de modificaciones cybernéticas de su cuerpo. El problema radicaba en que la única forma de restaurar al espíritu máquina era volver al lugar donde había surgido, el avanzado pero perdido mundo de Primum Fabrica, la Primera Forja. Pero la forma de llegar y las llaves para ello hacía mucho que estaban perdidas tras la muerte del primer Emperador, Vladimir Alecto. Pero Cetro 01 se encontraba demasiado fragmentado para poder mostrar el camino... no así, con suerte, el resto de los espíritus máquina de los demás cetros imperiales, como los cinco de la Casa Hawkwood que poseía la Emperatriz Aurora.

Así que se desplazaron hasta la corte imperial, que se encontraba saturada por la llegada del Duque de Criticorum, Fa'adim Anuch Al-Malik, a quien ellas habían conocido durante su aventura camino de Kordeth. El Duque buscaba los favores de la corte imperial con regalos y negociaciones de su extenso cortejo, tratando de evitar que su Casa se partiese en una dolorosa guerra civil fruto de las ambiciones del Duque de Istakhr, Hakim Raschid Al-Malik. Así que, con sutileza, navegando la corte imperial, Astra consiguió hablar con el representante de los Charioteer para ver si él podía conseguirle acceso a los Cetros y navegar con ellos, descubriendo que los Cetros Imperiales habían sido neutralizados por el gremio años atrás para impedir la ruptura de su monopolio de las llaves de salto. Pero el gremial no sabía si solo había ocurrido con los de la Emperatriz Aurora, o todos los Cetros habían sufrido el mismo destino. 

Una llamada de radio después confirmaron que, al menos uno, resistía aquel efecto. El Cetro original de su padre, 01, que se encontraba en las manos de la madre de la Emperatriz, la actual Duquesa de Hargard, Freya Eldridsdottir. Ella les confirmó que el Cetro habían tratado de modificarlo los Charioteer pero ella se había negado a permitirlo, no necesitando tanto al gremio como otros habitantes del Imperio. Así que al menos el original sabría llegar a Primum Fabrica y, si estaba dispuesto a hablar, Freya no tenía problema de compartirlo. Durante la espera a que eso se confirmase, Lázaro confesó a Astra, Rauni e Yrina lo ocurrido en Urth y su papel en la caída en desgracia de Nyana vo Dret, recibiendo consuelo y guía de la Talebringer, pues Yrina estaba entristecida por lo que le había pasado a la otra obun y mantuvo silencio durante la mayoría de la conversación. Al final, argumentó la gremial, ante el desconocimiento de las consecuencias de los actos y las decisiones que no tienen una solución positiva clara, solo quedaba obrar con virtud, siguiendo la pureza de intención de la que siempre hablaba la Hermana de Batalla. Como si del destino se tratase, al final justo de esa conversación, cuando llegaba el silencio incómodo de los pensamientos sobre temas oscuros, llegó la respuesta positiva desde Hargard.

Y hacia allí marcharon en una nave de los Charioteer hasta Leminkainen y allí en otra (medio Charioteer medio Vuldrok) hasta el planeta que otrora había pertenecido a las Naciones Estelares. Allí se encontraron con la Duquesa en su poderoso hall y esta las escuchó con atención e interés, antes de permitir que su shieldmaiden Jana les llevase ante el Cetro. Y el 01 original, que llevaba varios meses de descanso y letargo, colaboró con ellas de buena gana, feliz de conocer a Astra y a Rauni, las hijas de Seth, de quien hacía tanto tiempo que estaba separado. Pues la ruta del original se separaba de la del líder gremial poco después de la subasta de Aragon que tanto marcaría el destino de los Mundos Conocidos. Preocupado por el deterioro que su copia había sufrido, estuvo dispuesto a compartir la localización de Primum Fabrica, pero como llave de salto debía ser llevado a una nave para poder organizar el transporte. Pero Astra recordó entonces que los navegantes vuldrok antiguamente no usaban llaves, sino coordenadas en potentes computadoras diseñadas para ello y, pese a que los Charioteer habían obligado a que cambiasen esas máquinas por las habituales en el Imperio, era probable que si buscaban en chatarrerías o similares, alguna quedase disponible en algún desguace. Pero antes de embarcar en esa búsqueda, Cetro de pasada mencionó la cacería de lobos de las montañas que marcaba el paso a la edad adulta de un vuldrok y su reconocimiento como guerrero, y a Rauni se le iluminaron los ojos ante la idea de hacer las pruebas tradicionales del pueblo de su madre.

Así que, tras un banquete lleno de historias y leyendas como cena, con la llegada de la mañana las tres partieron hacia las profundidades de las montañas de Hargard. Ascendieron por las laderas siguiendo los rastros de los lobos que iba encontrando Astra, sus herramientas y armas dejadas atrás con los adultos para cuando regresasen... si lo hacían con vida. Solo la piedra del alma annunaki de Yrina estaba en otro lugar, en las manos protectoras de Freya que, si no sobrevivían, la emplearía en caso de que de nuevo tuviese que combatir a los simbiontes. Pero eso no sería necesario, pues la guía de la inventora les llevó hasta el cubil de unos lobos, saciados por la abundante caza del verano, y derrotarlos fue tarea sencilla y honorable con las hachas y armas que los tres llevaron, cada una consiguiendo derrotar a una de las enormes bestias. Y descendieron con el botín en pieles y carnes en un trineo, completada esa pieza de la tradición cultural en extinción de los vuldrok de Hargard, cada vez más presionados para convertirse a la fe y la cultura imperiales. Hablando de los cuales...

Los humanos suelen echarnos la culpa de todos sus malos, como si nuestras manos empujasen las suyas cada vez que cometen una maldad o tienen un mal pensamiento. Es cosa de imagen y mala prensa, aunque supongo que esas, como tantas otras, son palabras que los habitantes del Imperio largo tiempo hace que han olvidado. Pero nosotros no tuvimos mucho que ver con lo que estaba ocurriendo en Urth. Si en algo son expertos los humanos, al fin y al cabo, es en matar y destruir, no necesitan guía ni consejo para incinerar la galaxia y masacrar inocentes.

Y la antorcha de esos eventos finalmente había sido prendida. Con solemnidad y decisión, el Sínodo de la Cruzada transmitió sus decisiones al Patriarca y este marcó los objetivos de la misma. Algunos mundos de la lista eran obvios, como Stigmata o De Moley. Otros eran sospechosos habituales, como Criticorum o Sutek, Varadim, Hargard o Twilight. Pero también los hubo imprevistos, como Gwynneth y Pandemonium, y algunos ausentes pese a que acaso deberían haber estado, como Iver. Y, con esos nombres, y más, el destino de esos mundos quedó marcado para la guerra, para la muerte, para la inquisición. Pero también para la resistencia, para la lucha, pues la era del fuego daría comienzo inmediatamente y, con ella, los derramamientos de sangre y las masacres en nombre del único Dios correcto que plagarían aquellos mundos en el tiempo por venir.

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