La rutina del aprendizaje del bushido


Todos los días son iguales. A veces solo puedo soñar que haya algo imprevisto, algo diferente, algo nuevo. Suplico porque ocurra cualquier cosa inesperada, como que un kami haya hecho algo, o quizás alguien haga una broma que rompa la monotonía. Pero no. Y aún faltan dos meses para el festival del cerezo, que será el primer descanso que tendremos. Ojalá no hubiese nacido en el Clan León, estoy segura de que el resto de Clanes deben tratar mejor a sus jóvenes, o al menos de modo más divertido. 

Pero hoy no es ese día especial ni diferente, no. Como todos los días, llegamos al dojo al poco de amanecer y el viejo Akodo Giruma-sensei ya está allí. Juraría que ese hombre no sabe lo que es dormir, o tener una vida. Cada una de las arrugas de su cara, y son muy numerosas, se corresponden con la vida de alguien que ha sido traumatizado por sus enseñanzas. ¡El viejo gruñón! Pero nada, primero la ronda de saludos según se siguen los parámetros, según la cortesía y la etiqueta mandan. Y al final de los mismos, nos volvemos hacia la pared norte, donde está dibujado el kanji de Rei, el primero de los preceptos del bushido que tenemos que analizar todos los días.

El Rei es el camino de la cortesía, porque un samurai no es solo un guerrero y un sirviente, también debe ser civilizado y respetuoso. Tratar a los demás con deferencia, seguir el protocolo, mantener la etiqueta. Ocultar todos nuestros sentimientos porque son una ofensa que solo los artistas y los niños pueden mostrar. Menuda pérdida de tiempo, como todos los días, solo recordarlo hace que me hierva la sangre de ira y enfado. 

Tras ello, mirando al este, hacia el sol naciente, nos toca hacer la kata del despertar. Agradecerle a Amaterasu-no-kami que nos ilumine y nos guíe todos los días, que haga crecer la vida y alimente con su energía los campos. ¡Ni que fuésemos flores! No creo que a la diosa le importe lo más mínimo que un grupo de críos hagamos todos los días la misma kata, sin cometer errores ni despistes, o sino la vara de bambú del sensei rápidamente cae sobre tus muñecas. Y tras la kata, mirando en esa misma dirección, nos toca meditar sobre el segundo de los preceptos del bushido, inscrito en la pared: Jin.

Jin es la compasión por los demás, especialmente aquellos débiles y desvalidos. Es aprovechar los dones que nos han legado nuestros ancestros para unirnos en respeto y cariño con los demás, y cuidar y proteger a aquellos que lo necesitan. ¡Menuda estupidez! A nadie le importa el Jin. He visto a samurai abusar de campesinos sin problemas, y cobrarles enormes impuestos en las tierras que trabajan. ¡Y eran samurai muy respetados y queridos por los demás! Por no hablar de la falta de compasión que nuestro odiado sensei nos muestra todos los días. Y es que somos guerreros, ese es el bushido, no malditos monjes mendicantes de la Orden de Shinsei, la compasión para ellos no para nosotros. 

Tras ello, todos nos sentamos ordenadamente en el suelo del dojo y esperamos la nueva lección del sensei. Normalmente son historias sobre las gestas de Akodo "Un Ojo", nuestro glorioso ancestro, pero a veces son historias de otros personajes del pasado distante. Las mejores son las historias de Ikoma, él si que sabía pasárselo bien, seguro que nunca tuvo que aguantar a un gruñón diciéndole lo que debe o no hacer. Al menos no nos aburren con historias del tao, creo que en algún lado del dojo hay una copia pero nunca se ha abierto, o eso dicen los rumores. Y tras la historia, nos tenemos que volver hacia el sur, de nuevo para meditar y aprender disciplina, o eso dice Akodo Giruma-sensei.

Allí es donde está inscrito el kanji que significa Makoto, la sinceridad absoluta. Todo el mundo sabe que no se debe mentir, que la palabra de un samurai es más fuerte que el acero de su katana y que todo su valor se reduce a su capacidad para mantener la palabra dada y hablar siempre con la verdad. Bueno, menos si se trata de fanfarronear sobre gestas, que ahí no pasa nada por añadir un poquito para decorar la historia, como hacía Ikoma. La parte más difícil de esta meditación es no quedarse dormido de aburrimiento, porque no hay mucho que reflexionar para entender que hay que decir la verdad, me lo llevan repitiendo a diario desde que tenía seis años, pero cualquiera que siquiera cabecee un poco pronto es mordido por la vara de bambú.

Y con ello finalmente podemos hacer la pausa para comer. Al fin ha terminado la mañana, y al menos la tarde es más entretenida, especialmente si tenemos suerte y podemos coger los boken y practicar combate. La comida es sencilla, arroz con pocos condimentos, yo creo que porque el anciano maestro quiere que suframos incluso en el poco tiempo de descanso que tenemos. ¡El maldito torturador! 

El fin del descanso de comer es señalado por el gong de la entrada del dojo y, de nuevo, vuelta al entrenamiento y el estudio. El maestro nos cuenta una historia, como siempre, sobre la que hay que decidir qué habría que hacer en cada situación. Nunca he visto a ningún alumno que acierte con la respuesta óptima, siempre parece que desagradamos al maestro, así que nadie quiere ser aquel al que el sensei pregunte. Sabes que te toca la vara sin lugar a dudas si eso pasa. 

Y todo ello para volvernos hacia el norte otra vez, y contemplar y meditar sobre el segundo de los kanji allí dibujados: Gi. Es el precepto de la honradez y la justicia. A mi siempre me ha dado problemas, me suena demasiado parecido al Jin y el Makoto, pero tiene su propio precepto. Obrar bien, cumplir las leyes del Emperador, obedecer a nuestros superiores. Al fin y al cabo, cuando seamos samurai seremos sirvientes de nuestros daimyo, nuestras vidas les pertenecerán. Pero siempre es engañoso manejarse con la justicia que se espera de nosotros, por eso el sensei siempre encuentra un modo de castigarnos cuando damos nuestra respuesta a sus acertijos.

Por suerte, hoy nos deja entrenar con los boken, y somos divididos en parejas para practicar combate. ¡Es lo mejor! Nos enfrentamos como si no hubiese un mañana, porque es mucho mejor recibir el golpe del boken del oponente que la vara del maestro. Golpes altos y bajos, todo vale porque el día de mañana, en la batalla, no habrá piedad ni normas, solo vida o muerte. He visto algunos compañeros que recibieron un mal golpe y acabaron con algún hueso roto, solo para ser castigados por el sensei por haber sido tan débiles. Se supone que no hay sitio para la debilidad en el ejército León, pero a mi me parece innecesariamente cruel, y que nuestro maestro no comprende las virtudes del bushido que nos quiere enseñar.

Hablando de las cuales, terminado el entrenamiento con boken, toca volverse hacia el este y contemplar el icono dibujado: Yu. El valor heroico es el único de los preceptos que entiendo bien y el segundo en orden de importancia para mi. No tener miedo ante el enemigo, nunca dejarse llevar por los temores que todos tenemos dentro, sea durante una tormenta fuerte o sea ante la carga de las lanzas de nuestros rivales. ¡Ni siquiera aunque un enorme oni como un castillo de grande nos atacase, nos rendiríamos! 

Tras eso es momento de coger los arcos y practicar contra las dianas. He de reconocer que se me da bien, pero me aburre. Es simple, levantar, tensar, soltar. No tiene gracia ni interés alguno, y es un arma que debería quedar en manos de los ashigaru, no de los samurai. Pero el sensei no atiende a razones ni protestas, así que mejor completarlo cuanto antes y así poder quedar bien y no ser castigada. Porque aquel que menos veces impacte en el objetivo se queda sin cenar, y nadie quiere eso. 

Por suerte, hoy me ha ido bien, y puedo volverme hacia el sur donde está el kanji de Meyo. El honor. El centro de nuestra vida, la importancia central de actuar bien, pero sobre todo, de hacerlo por las razones correctas. La importancia de las formas, es central en todo lo demás. Aceptar la culpa por un crimen es deshonorable, pero aceptar como propia la culpa de un crimen de nuestro daimyo es extremadamente honorable, porque estás protegiendo su posición. El mismo hecho, con las motivaciones correctas, puede ser honorable, si el Meyo dice que lo es. Para mi es extremadamente ambiguo, seguro que es una treta Escorpión para poder justificar todas sus traiciones, buscando siempre la escusa de que sirve a un fin honorable.

Para cuando terminan las meditaciones sobre el Meyo, el atardecer ya está avanzado en el exterior del dojo. Al fin y al cabo aún estamos a finales del invierno, de modo que anochece pronto, pero no deja de ser un alivio el ver caer la oscuridad y saber que otro día de tortura está acabando. A ver, si todo va bien, en verano haré mi gempukku y me convertiré en una samurai-ko de pleno derecho, que no tiene que pasar tiempo en este dojo, con esta maldita rutina aburrida. Pero antes hay que hacer la kata de la despedida, señalando así que nuestro tiempo aquí se va terminando. Y, tras ella, finalmente volvernos hacia el oeste, donde Amaterasu-no-kami se está terminando de poner, y contemplar el último de los preceptos del bushido: Chugo.

Es el que nos define como sirvientes, pues el Chugo es el deber y la lealtad que debemos a nuestros señores y a nuestro Clan. Todos somos piezas en el Orden Celestial, y debemos comportarnos según los designios de aquellos que nos superan. Si debemos luchar, luchamos; si debemos estudiar, estudiamos; y si debemos morir, morimos. Nuestra vida le pertenece al daimyo, y a través de él, al Emperador. Sin Chugo no hay disciplina, los ejércitos se desorganizarían, la gente no obedecería las órdenes. Pero somos León, y obedecer es nuestro camino, especialmente cuando se hace por medio de la katana.

Y tras esa meditación, las despedidas formales y, finalmente, podemos huir del dojo. Los que lo hemos hecho bien en arco podemos ir a cenar y descansar con nuestra familia, al menos un rato, antes de echarnos a dormir. Porque mañana habrá que estar en pie antes del amanecer para asearnos y prepararnos, y estar a primera hora de nuevo en el dojo, para la siguiente ronda de tortura. Solo pido a Amaterasu-no-kami que finalmente llegue el día de mi gempukku y lo supere, no podré aguantar esto mucho más tiempo.

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