La forja del enano

No está bajo tierra, ni es una cueva ni nada por el estilo. Es una nave industrial localizada al norte de Rodas, que tras un amplio parking deja ver el edificio principal bajo el rótulo Dvärg Smide: la Forja de Enanos, en sueco. Sin duda, sus ocupantes no son particularmente discretos. Y es que mucho se puede decir de los habitantes de Svartalfheim pero no que sean seres discretos.

El interior de la nave es caluroso, hasta el extremo que poca gente aguanta con la ropa puesta. Esto se debe a los enormes hornos que ocupan buena parte del espacio de la misma, llenos a rebosar por bronce fundido; brillante y caliente, de un modo distinto a cómo se podría alcanzar en cualquier fundición humana, pues los tres calderos están rodeados de un anillo de runas que garantizan la colaboración de los elementos. Fuego y tierra, aire y agua, esas y muchas más señales marcan el bronce que hierve antes de ser vertido en el enorme molde de lo que parece un titánico muslo desnudo, elegante y musculoso.

De pronto, Ifnir comienza a silbar y seis voces más se le unen desde otros lugares de la forja. Al ritmo con el que sus compañeros golpean el bronce ya enfriado que forma un titánico pie, dando forma a las uñas y los dedos con unos detalles que sus enormes martillos no parecen poder crear. Y, sin embargo,  con la contundencia de una bola de demolición y la precisión de un bisturí, los martillos golpean el bronce dándole matices y formas perfectas mientras las voces de los enanos se unen al silbido.

-Cold: the air and water flowing
Hard: the land we call our own...-

Están lejos de casa. Lejos de las ramas de Yggrasil que dan acceso a Svartalfheim, perdidos en el medio de Midgard. Y aún así trabajan con determinación, sobriedad y perfección. Porque son enanos, eso es lo que hacen para pagar sus deudas. Al menos aquí están lejos de los Aesir y sus intentos de engañarles y robarles sus tesoros. Y están construyendo algo magífico, a una escala que nunca antes habian hecho. Un tesoro que haría envidiar al propio Fafnir.

-This: the song of sons and daughters...-

Una tierra extraña, de dioses distintos y gentes exóticas. Lejana del hielo de las montañas pero también del fuego de la fragua. Un reino desconectado de Yggdrasil y conectado a una montaña, el Olimpo, regida por deidades incomprensibles para la mente de un enano. Pero eso no importa. A través de las dificultades y los problemas, los golpes rítmicos de los martillos en el bronce se seguirán produciendo como llevan haciéndolo incontables siglos. Puede que estas deidades griegas sean mucho más antiguas que ellos y los Aesir, incluso que los Jotun y los Vanir, pero eso es irrelevante cuando se trabaja el oro y el bronce, cuando se templan los metales y se enfrían. Cuando se crea magia y belleza, la cual nadie puede equiparar.

Algún día del futuro, su obra se alzará en el puerto de la ciudad. Un Coloso que sustituya a otro perdido ante el embate del tiempo. Pero ese día está lejano, y en realidad es irrelevante. Lo que importa es el trabajo. El martillo en el bronce, la forma de la uña que va surgiendo bajo cada golpe, los detalles suaves de las sandalias que cobran vida con cada impacto. El siseo del metal enfriándose en contacto con el agua, o hirviendo en los potentes hornos. El mundo de la forja, atemporal y eterno, independientemente de dónde se encuentre. El mundo de los enanos, desde siempre y hasta que llegue Ragnarok para acabar con este y todos los mundos y dar lugar a uno nuevo.

-And we all lift, and we're all adrift together, together
Through the cold mist, 'till we're lifeless together, together.-

Como siempre había sido, como siempre sería. En la mina y en la forja. En Svartalfheim o en los confines de Midgard. Un enano, es un enano. Y con sus hermanos, suya es la tierra, el viento y el sostén de los cielos. Suyos son la creación y la magia. Hasta que mueran, juntos, siempre unidos bajo el lazo eterno del fuego y el oro, del bronce y el martillo. Perdidos o no, mientras los martillos golpeasen simultáneos, todo daría igual.

Estaban juntos. Estaban creando. Tenían su forja. Eran y siempre serían enanos. Y eso, ni Fenrir ni Zeus se lo podían arrebatar... y era lo único que importaba.

Comentarios

  1. Este relato es resultado de que ayer y hoy llevo con la canción clavada en la cabeza, y la única forma de exorcizarla era escribiendo. Y de pronto, en mi mente se conectó con los enanos de Scion y surgió este texto. :)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra