Los ángeles de lo inútil

Hubo un tiempo en que pensé que podíamos ser un faro en la oscuridad. Un haz capaz de cortar la noche, pues a más oscura es esta más fuerte ilumina cualquier luz. Siempre pensé que la parte de mi que se negaba a entender y aceptar eso era Ángela, incapaz y atada por sus limitaciones mortales que no se me aplicaban a mi. Que era un cinismo inevitable después de su vida dura de pocos éxitos y menos avances.

Sin embargo, supongo que el poderoso tiempo ha cambiado algo importante en mi. Supongo que es inevitable ya que, al fin y al cabo, estaba equivocada.

Vivimos en un tiempo de oscuridad perpetua y eterna, y el único faro de esperanza, la ciudad de Minsk, ha sido destruido. A nadie le importó la muerte de ese sueño y los cientos de almas que se perdieron con su final. Ni amigos, ni aliados, ni favores que nos debían... Minsk fue arrasado sin que nadie más acudiese a su auxilio y todo siguió igual en el mundo. No apareció en las noticias que una ciudad fuese bombardeada, ni los Estados cambiaron sus agendas políticas, ni le dieron importancia los seres sobrenaturales que se mueven en las sombras. Todo siguió como siempre, un día más de trabajo, todo en orden. Y cientos de miles de muertos fueron ignorados.

Uno a uno, todos aquellos a los que pedimos ayuda, nos dieron la espalda. Dio igual que nos debiesen favores y que nosotros les hubiésemos ayudado antes, dio igual que nos lo debiesen porque la ciudad la habíamos obtenido justamente... ninguno de ellos movió un dedo. Y demostraron con ello que cualquier honor ha muerto y que solo piensan en ti cuando te necesitan, pero rápido olvidan cuando son ellos los que deben responder. Al final, la luz está sola.

La parte cínica de mi dice que ese es el mundo, que eso es lo que hay y que, por ello, no sirve de nada luchar contra las mareas de la oscuridad. Que un faro en mitad de la noche solo ilumina unos pocos kilómetros de una costa infinita. Y que por mucho que luchemos, por mucho poder que obtengamos, por mucho que sacrifiquemos, cada victoria no es más que una piedra lanzada al océano; como esa diosa de lo inútil que existe en la mitología china, Jin Wei, que debe rellenar el mar llevando una piedra de cada vez.

Nosotros hicimos lo mismo, hacemos lo mismo, haremos lo mismo. Cada victoria no cambia nada, cada enemigo destruido o conspiración desenmarañada solo demuestran que hay un millón más por resolver. Da igual que un día destruyas a un encadenado de terrible poder, o evites que los Eternos cierren la existencia. Al final da igual. Si evitas que unos destruyan el mundo hoy, mañana descubres que otros han diseñado un nuevo Apocalipsis de bolsillo, que otra facción ávida de poder está amenazando otra parcela de la existencia, que otro mal primigenio se ha liberado.

Es inabarcable, somos demasiado escasos los que luchamos contra la oscuridad y no podemos estar en todos los sitios al mismo tiempo. No podemos luchar por desenmarañar las conspiraciones de Los Ángeles y a la vez luchar contra la brutalidad desatada en las sociedades africanas, presas de señores de la guerra. O intentar mediar en los conflictos entre la Camarilla y el Sabbat y a la vez luchar contra la trata de blancas. Tantos y tantos problemas tiene la Creación, que resultan inabarcables. Ni siquiera en Minsk pudimos hacer que desapareciese del todo la criminalidad, aún conmigo viviendo allí permanentemente durante casi un año.

Por mucho poder que tengamos nosotras tres, simplemente no es suficiente. Y los planes a largo plazo que podemos trazar para solucionar la situación han demostrado ser todos imposibles porque el mundo mismo va a hacer lo imposible porque no ocurran. La realidad se confabula en contra de mejorar, sea en una pequeña ciudad capaz de juntar a las distintas especies en paz, o tratando de crear un nuevo Dios que ocupe el trono vacío con mayor benevolencia. Demasiados intereses convergen para destruirlo.

La Creación está podrida hasta el núcleo, y la maldad supura de las alcantarillas igual que lo hace desde la cima de los rascacielos. La guerra está perdida, no se puede ganar. La parte cínica que hay en mi solo repite continuamente un "te lo dije" amargo pero demoledor. Y yo no puedo más que aceptarlo con horror, porque tiene razón.

Pero no plegaré las alas. Avanzaré hasta el próximo enemigo, sacrificaré lo que haya que sacrificar, usaré el poder que tengo, mataré... todo por traer un poquito más de paz, un poco más de justicia, un poco más de equilibrio al mundo. Es una guerra que no lleva a nada, vivimos en un mundo de tinieblas y estas van a ganar. Pero lo único que puedo hacer ante ello es luchar y asegurarme de haber vendido cara mi existencia en el momento en que finalmente caiga contra el inevitable Apocalipsis.

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