Colección Completa

¿Alguna vez has visto a una pareja follar, mirándoles desde el espacio astral? Es otra historia, no es como ver un sucio y aburrido trid porno, o un simsense. No, es diferente, puedes verlo de verdad. Cómo los rojos de la pasión se entremezclan y retuercen en torno a los violetas del placer. Cómo todo el tejido de la realidad astral se deforma a su alrededor al transmitir las sensaciones, y todo parece brillar con energía cautiva que se libera, resonando mucho más allá de lo que podría parecer normal.

Es algo que te marca, especialmente cuando lo presencias como yo, con 17 años, la época en que las hormonas están desatadas. Me pasé una semana empalmado sólo con recordarlo, y bendecía cada minuto por el hecho de tener mis poderes Despertados, por escasos que fueran. Es cierto, ningún totem me había visitado, ni era capaz de canalizar el mana hacia fuera o dentro, pero podía trabajar con el telesma y percibir. Eso me bastaba.
Los años fueron pasando. Después de ese primer polvo vi otro, y un tercero. Con mi pequeño negocio como vendedor de componentes mágicos, gasté mis primeros sueldos en contratar sexo extraño, que revelase nuevas emociones y sensaciones. Ver BDSM fue una experiencia, la mezcla del rojo con el violeta, pero también con el negro del dolor, o el verde de la transferencia de poder. Una sinfonía que se entrechocaba como olas de distintos ríos que confluyen, y que sólo unos pocos podíamos disfrutar.
Pero no me bastaba. Las parejas no fueron suficiente: tríos, orgías, mezclas de razas, cosas que la mayor parte de la gente encontraría repugnantes. Cada una de ellas dejaba una impronta astral distinta, como cuadros diferentes del mejor de los pintores. Pero ninguna se comparó a cuando vi, por primera vez, a una pareja haciendo el amor de verdad. Los tonos de rosa del cariño, los malvas del respeto, las auras fusionándose lentamente, haciendo resonar todo el espacio astral a su alrededor y poniéndolo en sintonía. Una danza de colores y sensaciones al ritmo in crescendo de En el Palacio del Rey de la Montaña. Como si todo encajase por una vez y yo fuera el privilegiado espectador del pequeño big bang que crea cada día un trozo del espacio astral.
Pero con el tiempo, ni siquiera aquello bastó para saciar mi apetito, para rellenar mi colección incipiente de experiencias, sensaciones y vivencias. De cuadros eternamente inmortalizados por mis ojos Despertados. Así que pasé a siguientes fases, había que probar algo nuevo. Observé las auras de las personas mientras descubrían que sus parejas les eran infieles: la duda en verde brillante, la desesperación en un tono de violeta sutil, la traición pintando picos masivos de naranja mientras el aura entera se hundía en el verde oscuro de la desesperación. Una sinfonía oscura, como la V de Beethoven, acerca de la destrucción del alma.
O los tonos naranjas de la rebelión, mezclados con el violeta sutil y el verde brillante que tenía la gente puesta contra la pared con una extorsión. Cómo se reventaban los colores al aceptar la fatalidad de la derrota, la obligatoriedad de su condena y humillación. Cómo sus auras dañaban con sus poderosas emisiones el espacio astral, dejando improntas fuertes reconocibles incluso horas después.
Por supuesto, llegar al rojo fue el paso natural. Una pelea de bar no era suficiente: amuermados por el alcohol o las drogas, las auras no eran puras, sino que se distorsionaban como si el pintor no hubiese sabido mantener los trazos. Pero conseguir una pelea entre gente sobria era otra historia. Empecé con un combate de boxeo, donde el rojo del dolor físico se mezclaba con un azul intenso de la concentración y la disciplina. Todo desplegado contra el naranja brillante e intermitente de la euforia del público que veía a su luchador ganar, los tonos desesperados de quienes habían apostado en contra, el naranja de la excitación casi sexual que el despliegue de violencia tiene en el ser humano. Un David de Miguel Ángel, perfecto en todas sus formas en su alegoría de la destrucción.
Pero aquello era demasiado cuidado, como un jardín francés con todo ordenado y en su sitio. Quería ver la violencia de verdad. Llegar al circuito de peleas ilegales no fue suficiente, pero un día tuve de casualidad la oportunidad de ver a dos bandas peleándose en las cercanías de los Yermos. La ira y el odio por la entrada de los enemigos odiados dentro del territorio propio en brillante y pulsante rojo y carmesí, los tonos naranjas del dolor de las cuchillas clavándose en la carne, los gritos fosforescentes de ánimo de los compañeros que veían a sus campeones luchar. Y, tras ello, el orgasmo: el momento en que, lentamente, el aura se torna violeta primero al darse cuenta de lo que ocurre, y progresivamente se oscurece, deshaciéndose en el mana que la rodea a medida que la muerte se asienta, recortando vida y sentimientos con la delicadeza de un artista cuidando su obra maestra. Un Ave María que un Haendel loco hubiera desquiciado en violencia, fatalidad y, finalmente, el delicioso toque de impotencia.
Tenía que volver a verlo. Me pasé un mes y medio entre erecciones descontroladas entre el recuerdo y la excitación de un adolescente antes de su primera cita. Pero, lentamente, los planes fueron cuadrando en su sitio. Para ser un coleccionista como yo, un connoiseur, hace falta dinero en una cantidad nada escasa, pero el negocio iba bien y yo necesitaba poco para vivir.
Así que me volví hacia las sombras. Busqué un fixer que me pusiese en contacto con un mercenario lo suficientemente sádico y conseguí llegar a un acuerdo con él. Al fin de semana siguiente, entramos en una casa donde vivía una familia, y yo observé fascinado cómo los rojos de placer y violencia de Skullcrusher se mezclaban con la locura y desesperación de los padres al ver como los hijos eran torturados frente a ellos. Un Oh Fortuna! de pura orgía final desatada. Las auras en plena desintegración tras encontrar el abrazo de la muerte, que se esforzaba por hacer un buen trabajo y recortar aquí y allí. Y en el medio, los picos locos de demencia del propio asesino, encantado de ejecutar a la madre frente al padre mientras este era asolado por el verde de la desesperación y su propia aura se fragmentaba al perder lentamente la cordura ante la carnicería. Y como, finalmente, el padre mismo era segado en maravillosos tonos de olvido y alivio ante la posibilidad de olvidar lo recién ocurrido y morir finalmente. Ni siquiera Dante podría haber captadola sutileza deliciosa del Infierno que estaban haciendo pasar a aquella familia.
Durante semanas no pude concentrarme en el trabajo ante el simple recuerdo de lo ocurrido, de lo visto, de lo sentido. Estaba en trance, en shock, ante la revelación que supone la maravillosa belleza de la destrucción desatada, de la desintegración del campo de mana, de la locura. Skullcrusher y yo tuvimos una buena relación laboral a partir de entonces, con él ofreciéndome cada vez platos más elaborados y cuidados de pura delicia culinaria. La muerte danzaba en sus dedos implantados, y su aura negra y muerta pulsaba en perfecto contraste con las auras brillantes y desesperadas de las víctimas. Le gustaba dejar el padre para el final, hasta que un día ofreció el plato perfecto al dejar al padre vivo, su aura completamente descontrolada en brillantes fogonazos de pura demencia de quien ha cruzado una línea de la cual no puede volver. La Delgada Línea Roja, como la llaman en la antigua película, era de tonos azules, malvas, verdes, amarillos... todo el espectro danzando al sonido de la magia de la demencia.
Pero dejar un testigo probó ser fatal, o quizás lo atraparon en un trabajo para otra gente. Sea como fuere, mi cocinero desapareció al poco de hacer su obra maestra. No lo eché de menos, pues estaba claro que había alcanzado su cúlmen y yo necesitaba llegar más allá, observar cosas inobservadas hasta entonces, disfrutar de nuevos placeres estéticos.
Me costó encontrar a un vampiro, y más que confiase en mi lo suficiente para trabajar conmigo, pero los nuyen abren demasiadas puertas en nuestro mundo corrupto, y las suyas no fueron excepción. Tras un mes cortejándolo, conseguí que me dejase observar cómo devoraba la esencia de otra persona al alimentarse de su sangre. El chorro de dolor y placer mezclado era similar al que había observado en las prácticas de BDSM más extremas, pero había un nuevo toque: la pura entropía de observar cómo un aura se debilita, es absorbida, pierde su Esencia. Como la absorbe el vampiro, devorándola con una voracidad lenta, voluptuosa, placentera mientras el otro lentamente va quedando como una carcasa vacía. Cómo el parásito se alimenta de su huesped que se entrega con una facilidad propia de la Maja Desnuda.
Aquella primera vez no se alimentó mucho, pero poco después conseguí convencerle de que devorase a alguien hasta el final. Y lo que vi no tenía comparación. Las dos auras fusionándose de manera definitiva mientras la muerte y la entropía danzaban a su alrededor, como violentos y apasionados amantes cortejándose en la pista de un teatro al ritmo del latir de los corazones, del pulsar de las cuerdas del Cascanueces. Lento, suave, delicioso y mortal. Un abanico de colores vivos y apagados, mezclados para siempre hasta que al final, donde había dos sólo quedaba uno.
Pero incluso el placer que puede ofrecer un vampiro es limitado, y la colección debe proseguir. Y sólo había una forma mejor de conseguir observar la destrucción de un aura: la gran devoradora. Con cuidado, con buena letra, busqué una mantis. Con ellas se podía hablar, se podía negociar, se podía llegar a un acuerdo. Ellas también necesitaban nuyen para sus guerras, y yo cada vez tenía más porque el negocio iba en auge. Decían que mis componentes tenían un elemento especialmente mágico en cuanto a carga emocional. Yo sólo sonreía.
Finalmente quedamos. Un runner contratado por mi secuestró una chica joven y atractiva, sedada y entregada a mi como un lienzo maravilloso donde aplicar los óleos de la mantis. La tabula rasa que esperase a su artista. Y esta llegó, vaya si llegó. Brillando por su esencia mágica en el espacio astral donde el espíritu insecto se interrelacionaba con el aura del huesped, cargada de energía ante lo que venía delante de ella. Aproximándose, lenta y depredadoramente a la presa inconsciente, reclinándose sobre ella para apreciarla, disfrutarla, ver el plácido azul pálido del sueño inducido por somníferos y saber que en breve habrá sido transformado para siempre en algo inhumano. Analizándola con sus ojos facetados con delicia, o curiosidad, o algo indescriptible, porque el brillo de su aura era completamente alienígena e ilegible para mi. Un banquete de colores, de anticipación, a medida que entropía, muerte y vida se daban cita para el baile del cambio.Y entonces levantó la mirada y me miró profundamente.
-Te voy a dar la última pieza para tu colección, mortal...-
Y saltó sobre mi. Ni siquiera podía defenderme contra su fuerza sobrehumana, mientras sentía como todo mi yo se transformaba en el rojo del dolor y el violeta del pánico.
-¡No! ¡No! ¡Así no! ¡Yo soy sólo un espectador! ¡No tendrás mis nuyen!-
Supliqué, no lo negaré, mientras el violeta del pánico se transformaba suavemente en el color propio de la desesperación, y mi aura entera comenzaba a parpadear mientras me inmovilizaba contra el suelo con sus brazos inhumanamente poderosos.
-No necesito tu dinero, mortal. Hay cosas que estamos más allá de tus pobres juegos, de tus estúpidos placeres e intereses. Si quieres el cuadro definitivo... tendrás que convertirte en él...-
Lentamente, las hebras de la mantis me rodearon, capturando mi aura entre mis gritos de auxilio y de dolor. Como el tono grave y oscuro de Noche en el Monte Pelado, mi aura lentamente comenzó a resquebrajarse, lanzando picos de demencia por todos lados. De la mantis se comenzó a desgajar una parte que danzaba a mi alrededor, cortejándome entre punzadas de dolor y locura a medida que la nueva presencia se abría paso entre los planos en dirección a mi. Cronos finalmente se preparaba para devorar a su hijo pródigo.
Y, lentamente, ella entró en mi, ocupando los huecos que dejaba mi alma despedazada, ocupando los resquicios de mi mente destripada. Era la danza final de fusión de dos auras, de la cual yo me había convertido en la pieza principal. Ahora la colección estaba completa, aunque a mi me daba igual.
Yo era una mantis, era hora de unirme a mis hermanas y comenzar la caza.

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