El Final de la Magia

En mi existencia hay muchas cosas que lamento. Lloro por no haber rescatado a Yniwën de los brazos de nuestros hermanos del Invierno cuando tuve ocasión, atado como estaba por el miedo. Lloro por lo que no vi por ceguera, y lo que no veré por temor. Pero, sobretodo, lloro por la estupidez de mi pueblo, nuestra negativa a ver lo que estaba frente a nuestros ojos. Mientras las hojas se posan por última vez, se que nuestro tiempo se acaba.

Como estaba profetizado, la Tregua del Juramento llegó a su ocaso, y los hermanos volvieron a alzar sus armas unos contra otros. La sangre de los nuestros tiñó campos y montañas, valles y ríos, lagos y bosques. Cada uno de los rincones de este mundo y de los mundos abrazados por las Nieblas fue saqueado y destruido por nuestra propia mano.
Y eso que las voces alarmadas seguían clamando en las llanuras olvidadas, frente a los vientos huracanados. Gritaban que los humanos estaban fuera de control, y que su fé nos erradicaría a todos, uno por uno. Nuestra Corte lo aulló con creciente fuerza, y fue escuchada cada vez menos. La sangre nos cegaba a todos. Incluso mi hoja, forjada de mi propio roble, de mi ser mismo, se tiñó una y otra vez de la savia de los enemigos, siendo yo incapaz de ver más allá del final de su filo, de la próxima batalla, de la siguiente masacre.
No se cuánto tiempo pasamos así. A mi me pareció una eternidad, ¿o acaso fue sólo un parpadeo? Creo que los mortales lo cifran en algún punto entre un siglo y dos, y por los anillos de los miembros de mi arboleda es probable que tengan razón. A eso llegamos, a que ellos tengan razón. Nosotros, que creamos el mundo, equivocados.
Lentamente, fuimos perdiendo el contacto con fortalezas y reinos enteros. Supusimos que habían caído en manos enemigas, saqueadas por las tropas del Verano o devoradas por el Invierno. Que sobre ellas se habían puesto los últimos rayos de Sol. ¿Cómo íbamos a esperar otra cosa? ¿Cómo íbamos a imaginar que era la propia fé mortal la que los alejaba tanto de este mundo que se perdían para siempre? Si sólo hubiésemos escuchado, si no hubiésemos sido tan arrogantes, si hubiésemos prestado atención a los pequeños arbustos en lugar de tratar de llegar a un sol que se preparaba ya para dormir...
Uno por uno, los perdimos a todos. Y ahora, el silencio se llena entre los Pasos, sin perturbar ni por viento ni por hoja alguna. La última noticia fue que incluso los Muertos han entrado en uno de los Reinos y lo han arrasado, pervirtiendo la madera, la sangre y la vida. No el Invierno, no, los que están más allá del Invierno, reproduciéndose como eucaliptos en un mal año. Cada vez más, como los mortales. La última gran Corte que quedaba, devorada, destruida... desaparecida, como la última hoja de las ramas.
Se habló de huir, de construir un nuevo mundo, un lugar a donde retirarnos los pocos que quedamos. Arcadia, lo llamaron, donde el Sol nunca terminaría de ponerse. Y lentamente, todos los primonatos se han retirado a él, dejando de lado sus diferencias. Total, ya no importan, nosotros ya no importamos. ¿Qué más dan las Cortes ya cuando las estaciones seguirán su curso independientemente de sus conflictos? La mayor parte de los inanimae ya les han seguido. Pocos quedamos aquí, acompañando a aquellos changeling que han sido obligados a permanecer por sus lazos con la humanidad. Su sangre, su nacimiento, su único pecado.
Nuestro tiempo se ha acabado, y con nosotros se retirarán las Nieblas. Y, con ellas, el poder de la creación, lo que los mortales llaman magia, abandonará el mundo. Ya sólo quedan vestigios de ella en el mundo de todos modos, supongo que ya todo ha sido Tejido. No importa. Mi tiempo se ha acabado. Hemos fracasado.
El Sol se ha puesto por última vez. Que mis lágrimas permanezcan en este lago, y nutran eternamente estos robles. Es todo lo que puedo hacer ya.

Comentarios

  1. Este relato fue escrito el 1 de Octubre de 2012, aunque llevaba varios días rondándome por la cabeza, y tiene que ver con eventos que pasaron en 2006.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un mundo de tinieblas

El poder de los nombres

Tiempo de Anatemas 27: La senda de la tinta y la sombra