En Alas de Angeles: Novena parte (EF=43+)
El azulado sol vio dividirse a la expedición, ante como gestionar la situación del reencuentro entre ambas tripulaciones bajo la alta espira que emergía del subterráneo subsuelo. Fueron los nobles los que coordinaron y enderezaron la situación, y evitaron que su grupo quedase al margen de lo que ocurría, iniciando las conversaciones diplomáticas para intentar mediar entre los lugareños y los venidos de la Primera República. El líder de la expedición, el señor Juandaastas, junto con el XO Hawkwood y el jefe de ingeniería encabezaron el esfuerzo de resolución de las diferencias.
No fue fácil: una palabra adecuada, escuchar donde correspondía, sugerir esto o aquello. Lo que estaba de su lado era que, en realidad, ninguno de los grupos quería combatir o causar daño al otro. Los lugareños llevaban siglos viviendo en paz, y los viajeros de estrellas lejanas eran colonos que buscaban un nuevo hogar, no soldados o caballeros. Pese al abismo en la interpretación religiosa entre los seguidores de la ascensión y los partidarios de las enseñanzas del Profeta, era uno de los pocos encuentros en la historia imperial donde las armas no eran la respuesta natural a las diferencias.
Pero eso no era suficiente. Desgraciadamente, la división era irreparable, la existencia de las antiguas estructuras prehistóricas, alzándose sobre el planeta desde distintos puntos, no permitía un acuerdo real. Un bando u otro debía desaparecer, pues eran incompatibles. Para unos, la tecnología era vida, para los otros y sus ángeles, era pecado y debía ser destruida. Y bajo el sol azulado no había espacio para ambas formas de vida, solo una de las dos podía subsistir, y quizás cual dependiese de la tercera facción en el conflicto, que podía ajustarse en una u otra dirección y acomodarse, o tratar de tomar el control.
A medida que las horas de conversaciones pasaban, los ascensionistas se iban poniendo más y más nerviosos, al notar los crecientes problemas en su tecnología e implantes, teniendo en ocasiones que pararse a reparar en el lugar los desperfectos que las vibraciones de la estructura creaban en ellos. Y finalmente, se llegó a un impasse, a un punto de no retorno, al momento de tomar una decisión cuando los navegantes del vacío recibieron confirmación de su gente de que la lanzadera imperial había sufrido una explosión por motivos desconocidos y un proceso acelerado de oxidación que harían imposible que volviese a llevar a su tripulación al espacio. La vía natural de regreso de los imperiales a sus hogares en Gwynneth se había cerrado por su curiosidad, que les había dejado sin tiempo, y los ascensionistas temían que eso mismo les ocurriese a sus vehículos pese a sus esfuerzos continuos de reparaciones.
Así que había que resolver la situación. De un lado, los imperiales podían ponerse del lado de los nativos, aceptar sus vidas en el planeta como primitivos que no volverían a ver a sus familias y permanecer así en la Gracia divina. Del otro, podían ponerse del lado de los terrícolas, destruir la alta torre angelical y que, sin sus interferencias, los exploradores pudiesen quedarse a vivir en el planeta y devolverles a ellos a las naves que permanecían a salvo en órbita. De un modo u otro, uno de los estilos de vida debería desaparecer de Eden...
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