Paraiso Perdido: Una oportunidad para comprender
No lo recordaba con el detalle que tuvo en el pasado, pero aún tenía los retazos en su memoria de aquel tiempo en que los Edictos de Tyriel, el Autarca de los suyos, ordenaban la Cuarta Casa. Como Fuente, su labor era recoger todo lo que ocurría en la Creación y añadirlo al Registro Eterno y llevar así constancia de la labor realizada, siempre cambiante con las modificaciones de la Quinta Casa. Ahora, vedado de acceder al gran diario de la Creación, si es que siquiera seguía existiendo, lo más parecido que tenía eran aquellos libros antiguos y vetustos que cubrían la mesa de su pequeño despacho en casa.
En teoría, códices y pergaminos como aquellos no se podían sacar de la Biblioteca, pero la ventaja de ser uno de sus directores y recordar los antiguos Saberes era que se podían hacer excepciones. Siempre que la gata no se colase en la sala, los libros estarían bien y lentamente revelarían sus secretos. Y Samantha se encargaría de que la peluda Safo no entrase a explorar. Treinta años de matrimonio les unían y aún ahora, con todo lo pasado, la quería como cuando se habían conocido en la universidad, la historiadora y el archivista. Thaumiel se detuvo en sus pensamientos, no llevaba tanto tiempo en las ruinas del Eden, pero en estos meses los sentimientos y recuerdos de Jordan habían comenzado a anclarse con los suyos de un modo que le era cada vez más difícil separar y diferenciar.
Daba igual, centrado de nuevo, volvió su mirada a la página antigua y amarillenta de aquel libro medieval, encontrado entre los cátaros franceses durante la Cruzada Albigense que durante mucho tiempo, había sido propiedad de los obispos y arzobispos de Marsella como botín de guerra: el anónimo Libre de Revelacions. Puede que no tuviese ya acceso al Registro Eterno pero los mortales habían llevado constancia en sus textos de los eventos que habían presenciado y estudiado, una crónica de errores y medias verdades que podía tener pistas de los secretos subyacentes. Y es que, si los recuentos de aquel texto herético eran acertados, la antigua región del sur de Francia había sido el lugar donde uno de los Encadenados había encontrado refugio y los franceses del norte cayeron sobre ellos como resultado de las presiones y maquinaciones de otro de los demonios invocados del Infierno. Él creía que, probablemente, el sureño había sido Belial y el norteño debía haber sido Asmodeo, señales tempranas que confirmaban que las acciones de los Archiduques en el pasado eran antiguas, muy anteriores a la profecía que la niña Casandra les había revelado.
Otro misterio. La profecía en sí parecía en buena medida cierta, lo predicho se había ido cumpliendo, si bien como siempre la ambigüedad permitía encajar casi cualquier interpretación en sus palabras. Pero él creía en ella, necesitaba hacerlo, pues no solo parecía un indicativo claro de lo que estaba por venir, sino que era una demostración de que no todo estaba perdido. Para hacer una predicción como aquella no bastaban los reducidos poderes que quedaban en las mermadas formas que ahora tenían, en sus hogares de carne mortal, aquella advertencia temprana se había hecho mucho antes de los límites del presente que permitían acceder a distancias en el futuro. Ni Dae-suo ni él podrían haberlo hecho, pero tenía que ser otro de los Neberu el que lo había logrado. Ninguno de los pocos que se habían rebelado había estado ausente del Infierno, de modo que los límites de la carne se les aplicaban a todos, salvo a los Encadenados, cuyas limitaciones de momento eran desconocidas. Un misterio, relevante e importante, a resolver y al cual había dedicado las numerosas hojas de anotaciones y comentarios que se apilaban ordenadas a la izquierda de la mesa del despacho.
Esto dejaba dos opciones, la más obvia es que junto a Ignael en su prisión policial, tenía que haber al menos un segundo demonio encerrado en estatuilla en las cercanías de Nueva York y que, por alguna razón, había querido compartir el futuro que veía frente a él; pero los antiguos en ídolos de oro no tenían defensas contra el Tormento y la forma de interferir con la niña había sido demasiado cuidadosa y paciente, casi cariñosa, como para un ser de tal nivel de locura infernal desatada. Quizás había Encadenados de menor nivel de demencia, pero eso estaba aún por confirmar. La segunda opción, la que más le intrigaba, era que quizás alguno de los Caídos había logrado recuperar las herramientas y accedido al Registro Eterno y era usando su compleja red de causalidades había podido ver lo que estaba por llegar. Pero eso debería ser imposible, ni siquiera durante la Rebelión habían podido tomar los palacios lunares más que en un único momento muy concreto y mucho menos iba a poder alguien acceder ahora al depósito de lo ocurrido; la Hueste no lo permitiría. Y ya que les mencionaba, técnicamente había una tercera opción igual de imposible: que la había enunciado un ángel, que por alguna razón quisiese colaborar o advertir a los demonios. Inaudita traición sería esa, sin duda, y al menos de momento Thaumiel no veía razón para que algo así ocurriese, pero era algo que técnicamente podía resolver la paradoja si...
-Cariño, ¡ven un momento!-
La voz de Samantha llegó desde el salón, normalmente sonaba suave y tranquila pero esta vez estaba agitada, de modo que refunfuñando para sí Jordan se puso en pie, interrumpiendo sus cavilaciones. Su esposa sabía de sobra que no debía molestarle mientras trabajaba igual que él no la molestaba a ella cuando era al revés, de modo que algo importante tenía que haber pasado. Con caminar cansino por la edad, abandonó el despacho cerrando con cuidado la puerta para que Safo no se colase, pero la gata se había refugiado en una esquina y, toda encrespada, bufaba por lo bajo mirando hacia el salón. Sam estaba convertida en una estatua viviente frente a la tele, solo su respiración acelerada y los ojos muy abiertos revelaban que estaba bien, y solo cuando le oyó entrar se volvió hacia él y le gesticuló con energía para que se girase a ver lo que mostraba la pantalla.
Había que rodear un poco el salón para ver la vieja televisión desde la puerta del estudio, con cuidado de no tropezar con la estantería llena de fotos de ellos dos, libros y pequeños recuerdos de viajes y amigos. Pero dar los primeros pasos en esa ruta y revelar lo que su esposa estaba viendo le hizo olvidar todos los retazos de esa vida que compartía aunque no había vivido en realidad, pues Lucifer se mostraba en un vídeo, en medio de un terremoto.
Cuando el Lucero del Alba sea encontrado entre inmundicias
los Cuatro Jinetes partirán de sus celosías, libres y determinados
con las nefastas huestes de los Nephilim siguiendo sus huellas de fuego.
Movió los labios inconscientemente, sin vocalizar, simplemente repasando los versos de la profecía. Inmundicias podían ser perfectamente las ruinas dejadas por el terremoto, y aunque al final de la grabación de móvil Lucifer se desvanecía en el cielo antes de que el mundo dejase de temblar, sin duda no podía faltar mucho para que lo encontrasen y la profecía se volviese realidad un poco más. Violet seguro que tenía algunas ideas interesantes respecto a aquello y lo que podía significar, habría que compartir ideas y conceptos para tratar de comprender con rapidez lo que ocurría, resolver los enigmas, conseguir el conocimiento necesario. Pues el tiempo se acababa. Su Casa lo había creado y todo lo que tiene un comienzo tiene un final en el tapiz de la causalidad, tal era la la larga sombra de la Séptima Casa.
La parte de los que cabalgan siempre le había llamado la atención: parecía fuera de lugar. La Biblia y muchos de los registros humanos hablaban de ellos, pero eran unas de las muchas invenciones de las religiones de los mortales, nunca había habido Jinetes del Apocalipsis. Y no sabía qué podían ser esas celosías de las que había hablado la niña de nombre griego. Debía ser una metáfora de la guerra, la peste, el hambre y la muerte en el mundo, pero todos esos eran largo patrimonio de la descendencia de Seth, de modo que no podía ser tan sencillo. Pero si los Nephilim habían sobrevivido a la ira del Primero y a la caída de Babel, o nuevos habían sido creados, eso sin duda sería terrible, el pecado de la imposible unión de elohim y mortal.
Samantha cogió el pequeño crucifijo de plata que le colgaba del cuello y le dio un besito y le dedicó una oración y aquello dejó en un pequeño shock a Jordan. Su esposa tenía muchas virtudes pero la fe nunca había sido una de ellas, llevaba la cruz no por creer en Dios sino porque era un recuerdo de su madre, muerta unos años atrás en un accidente de tráfico. Y sin embargo, ahora lo había hecho. Ver la forma apocalíptica de uno de los suyos debería haberla hecho olvidar, o negar la experiencia aduciendo que seguro que eran efectos especiales, no abrazar la fe de la Revelación, igual que no había razón para que Safo le bufase a una imagen de televisión por mucho que Lucifer estuviese en ella. Y, sin embargo, ambas cosas estaban ocurriendo.
Podría llamarse portento, podría ser una señal o un milagro. Pero si había afectado a su pequeña familia de aquel modo, no podían ser los únicos. Quizás el Primero tuviese respuestas, quizás no pero sin duda el mundo acababa de cambiar para siempre aquella noche. La profecía estaba cercana a estar completada y sus advertencias para Nueva York eran aciagas. Quedaba poco margen, poco tiempo, para descifrarla, si es que eso incluso importaba ya, y para encontrar a su profeta. Quizás aquel que había logrado ver en el futuro distante podría mostrar las respuestas que Thaumiel buscaba, antes de que fuese demasiado tarde. Pero sus intentos de acceder a la biblioteca de los crípticos para investigarlo habían sido infructuosos, rechazado porque lo que buscaba era imposible y todos lo sabían. Así que debería conformarse con sus libros y teorías al menos de momento, porque lo que era imposible era de pronto perfectamente realizable, como mostraba la televisión y la pequeña escena en aquel salón que tan seguro y cotidiano había sentido siempre y ahora lo notaba cargado de portentos y mensajes.
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