Paraiso Perdido: Una oportunidad para restaurar
Podía comprender cosas complejas, como el proceso de liberación del alma mortal de sus envolturas de carne y hueso, o como proporcionarles descanso y esperanza a los que emprendían el viaje al Más Allá. Y sin embargo, la realidad del mundo de los vivos se le escapaba. ¿Cómo era posible que algo y su opuesto fueran ciertos simultáneamente? Esta situación era un perfecto ejemplo.
Sentado en el salón de la casa, frente a él se presentaba una vasija de producto mamario vacuno entremezclada con polvo de plantas procesadas, llena de anillos de cereales con pigmentos químicos y sobresaturados de azúcares innecesarios. Asqueroso. Y al mismo tiempo le encantaba.
O Papá y Mamá. Le observaban felices, y habían estado encantados desde que los médicos habían constatado que el cáncer había desaparecido de su cuerpo. Es algo lógico y comprensible, lo que no entendía era por qué había este torrente emocional en su interior que le hacía sonreír todo el rato al verles así de contentos. Solo eran dos mortales, en tiempo prestado hasta que alguien viniese a recoger sus almas, ¡y ni siquiera tendrían descanso después desde la destrucción de Kâsdejâ y el Mundo de los Muertos! Y sin embargo, era innegable que le hacía feliz. Le agobiaban con sus continuas vigilancias y controles, con las pruebas estúpidas como tener que ir al colegio... ¡por el amor venenoso del Altísimo, para qué perder tiempo el tiempo con geografía cuando la de este mundo no era más que temporal! El río Hudson mismo moriría algún día, ¿que eran unos pocos siglos como para pararse a estudiar sus afluentes o la velocidad de sus aguas?
Y a la vez le encantaba todo eso. El cariño y afecto de sus padres, la atención, ¡incluso el maldito río! Y no podía comprenderlo. Era una paradoja irresoluble, alimentada por un torrente hormonal y emocional desatado de su cuerpo infantil, con sus recuerdos y emociones. Había muchas cosas que no recordaba de los tiempos en el Eden, especialmente antes de la Era de las Atrocidades, pero sabía que su esencia como elohim estaba por encima de la cantidad de dopamina que estuviese circulando en sus venas. Y de algún modo, hacer manualidades con Mama, o el primer día en la escuela, eran todos recuerdos más vivos que sus labores en la construcción del Más Allá.
Hoy mismo se había escapado durante el recreo al Mundo de los Muertos, a continuar cartografiando las ruinas que quedaban de lo que una vez había sido la gran obra de su gente, en busca de Caronte. Pero, como Miss Toner le había dicho en lengua que lo estaba haciendo muy bien, pues estaba contento de poder decírselo luego a Papa y Mama. Por el legado de las Almas Perdidas, ¿qué demonios importaba lo que esa mortal dijese, si el lugar de reposo de las esencias de los mortales estaba reducido a lo mínimo debido a las olas descontroladas del Olvido? Y sin embargo, mientras observaba la destrucción de las tierras de reposo y lloraba su asolación completa, no podía dejar de sonreír. ¡Absurdo! Y peor, tuvo que abandonar su busca porque el recreo llegaba a su final y si no volvía la profesora y Papa y Mama se preocuparían. Por la imparable guadaña de Azrael, ¿qué relevancia podía tener eso frente a la importancia de la labor a realizar?
Había infinito trabajo por hacer allí para restaurar todo a como tenía que ser y que las almas pudiesen descansar y ser felices. Pero nadie parecía interesado en hacerlo. Ni siquiera Angela, la otra Segadora de la ciudad, que estaba anclada a una idea irrelevante de hacer justicia. ¿Qué importaba la justicia temporal del mundo de la carne, frente al bienestar eterno del descanso en el hogar de la muerte? Al menos había colaborado señalando dónde había almas que llevar al Otro Lado, como los niños que habían sido víctimas del asesino o los pasajeros del metro fantasma. Pero eso era todo. Y si no podía contar con ella, menos podía contar con los demás. Incluso Dae-suo o Violet, los primeros demonios a los que había encontrado, estaban ocupados con otros asuntos: cuestiones de profecías, encadenados, etc. Era comprensible, ellos ni siquiera podían acceder a Estigia ni conocían la insuperable gloria de Caronte; y en toda la Corte de la Gran Manzana, tal como lo habían diseñado los Diablos, no había ningún Ministerio para las Almas Perdidas, ni parecía que el Tirano local le diese la más remota importancia; pese a su buena disposición, Clarke no era un aliado para estas cuestiones. A los Caídos, en general, nada de eso les resultaba relevante, y no había rastro de otros Segadores interesados tampoco.
Pero las paradojas se pueden mostrar de muchas maneras, y de camino venía la siguiente y más inesperada. Mientras cenaba bajo la atenta mirada y comentarios felices de Papa y Mama, comiendo con ansia y asco esos anillos de cereal, la pantalla de la televisión interrumpió lo que estaban mostrando para poner un breaking news ("¡noticias urgentes!" pensó encantado de si mismo por la estupidez de conocer palabras "de mayores") donde la presentadora hablaba del terremoto que estaba teniendo lugar en Los Angeles. Mama y Papa estaban horrorizados ante ello, con gestos de dolor y horror ante lo que estaba ocurriendo, pero para él todo aquello significaba que muchas almas acabarían aquí atrapadas de nuevo, muertos sin camino al reposo. Esperaba que los demonios de aquella ciudad supieran darles descanso, o incluso que quisiesen molestarse en hacerlo. Pero mientras cavilaba sobre eso, sorprendido el periodista señaló hacia arriba y la cámara se alzó para mostrar al Lucero del Alba suspendido brevemente sobre la ciudad.
Una parte suya se enfureció al instante, la otra parte se inundó de esperanza. Y por una vez no era por un conflicto entre el Darrell mortal y el elohim inmortal, sino que era debido a lo complicada que era la existencia del Primero y lo que evocaba. Por un lado, había sido él quien ordenase la destrucción de Kâsdejâ por orgullo herido, por ilimitada prepotencia y ciego deseo de venganza. Sin entender el daño que estaba haciendo ni que le importase. Como Azrael había alineado a la Legión de Alabastro con las Legiones Traidoras, su ciudad y todas las almas de los mortales que resguardaban de desaparecer debía ser destruida. Cimiento a cimiento, persona a persona, refugio a refugio, los leales a Lucifer habían allanado la ciudad, aplastado a los defensores y a sus ciudadanos espectrales, destruida la parte más importante de la construcción de todos los elohim durante la Era de las Atrocidades. Aparentemente, el amor del líder escarlata sólo se extendía a los mortales si estos todavía respiraban, lo cual era una parte ínfima de la duración de la existencia de los humanos desde que Dios decretase que ellos también morirían, al comienzo de la Rebelión. Y sin duda su orgullo y prepotencia, su ira y su ceguera, eran mayores que el amor que supuestamente profesaba a los Caídos y a la humanidad. Babel, que vendría después, no era más que una demostración más de esa soberbia sin sentido de creer que podía asaltar los Cielos sin que le importase el daño que sufrían los mortales y el hecho de que había destruido una de las dos formas de darles refugio y descanso... y el hogar original del Segador que estaba ahora paralizado mirando a la televisión.
Pero junto a esa ira, la esperanza anidaba en su corazón, fortalecida por primera vez desde que abandonase el Infierno. De Lucifer nada se había sabido desde el encierro, pero ahora había regresado. Si él, que claramente no lo merecía, había sobrevivido, la posibilidad de que Caronte lo hubiese hecho era sin duda más real que nunca. Había que encontrarle, buscar al misericordioso, sabio y gran líder de la Séptima Casa en el mundo de los muertos. Él sabría qué hacer, él conocería el camino adelante, quizás incluso tuviese planes en marcha y pudiese unir de nuevo a la Legión de Alabastro. Él sabría cómo coordinarles de nuevo a todos para restaurar lo que Lucifer o la Hueste habían destruido. Él conocería el camino para poder dar descanso a los mortales, para dar esperanza de que una vida de dolor y sufrimiento sería seguida por una eternidad con sus seres queridos, protegidos y cuidados de todo mal. La humanidad siempre había estado destinada a la inmortalidad que habían tenido al principio, y desde el mandato divino, esa potencialidad solo se podía cumplir una vez que dejaban atrás sus carcasas de hueso y sangre.
Solo algunos de los miembros de la Séptima Casa entendían eso, que todo lo que les rodeaba en este mundo en ruinas no era más que una prueba transitoria, una parada en el viaje hacia lo que venía después. El resto de Casas estaban preocupadas por el cambio, o el tiempo, o la materia, pero nada de eso era eterno, solo lo que venía después lo era. Era la gran visión de Azrael, el trabajo vital que Caronte en su infinita sabiduría y belleza había realizado a contrarreloj, para preservar tantas almas como fuese posible. Y ahora, todo eso debía ser reconstruido, reparado y alzado, y si Lucifer podía desatar terremotos en Los Angeles demostrando así lo poco que amaba a la humanidad, Caronte podría restaurar todo lo perdido y hacer que las locuras del Primero no fueran permanentes y todos los Papas y Mamas del mundo pudiesen encontrar a sus Darrells de nuevo y estar juntos para siempre.
Sin cáncer, sin enfermedades, sin guerras, sin problemas. Unidos, felices, hasta el fin.
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