Paraiso Perdido: Una oportunidad para cantar
Se sentía como esos violines al principio de Noche en el Monte Pelado: a la deriva, enfadada, perdida, destructiva. Como en el montaje que había hecho Disney en Fantasía, los demonios se arremolinaban y trepaban uno tras otro, entre fantasmas y horrores, pero empezaba a ver que no habría una redención al final y no acudiría Haendel con su Ave María a poner todo en su lugar. Los cuentos, en la realidad, no siempre tienen un desenlace feliz.
Miró por la ventanilla a su derecha y esta solo le devolvió oscuridad, brevemente interrumpida por alguna luz diminuta en tierra, islas entre toda la tinta. Fusas perdidas en la sinfonía. Como ella. Al menos, pronto estaría de vuelta en casa, con su trabajo en la orquesta, con su gente, con sus discos. A salvo del mundo real y el dolor que traía y salpicaba entre sus acordes, como los picos de los violines.
El niño a su lado se removió inquieto, jugando con su consola portátil, mientras ella cavilaba casi sin notarlo. Había pensado, cuando escuchó que Terpsícore se encontraba en Vegas, que era una señal. Una misión divina, un trozo de su Plan, reunir de nuevo a todo el Coro y juntas traer la belleza que podía sanar las heridas y reunir lo separado. Habían incluso visto un ángel y la habían llevado a escuchar lo que los humanos habían compuesto en aquel local de jazz de Los Ángeles, y para la miembro de la Hueste todo aquello había sido nuevo. Tenía que haber visto que una belleza así tenía que ser parte de los Designios Divinos. Unos toques grandilocuentes de esperanza, teñidos de la oscuridad que siempre se cierne en una escala menor.
Otra había sido la lección de la ciudad de los casinos. Entre conciertos y templos al juego había encontrado primero a la Corte del As de Diamantes y lo que había visto allí ya la había horrorizado. Encontrar después a Terpsícore danzando en un club de strip tease fue, sin embargo, mucho más terrible. No por lo que hacía, sino por qué lo hacía. De la bella danzarina no quedaba nada que Euterpe pudiese reconocer, se había vuelto un ser mezquino, retorcido, cruel. A sus ojos, los humanos eran baterías hechas para ser explotados para su placer, para sus deseos narcisistas, y disfrutaba rompiéndolos y humillándolos. Incluso le había enseñado a ella cómo lo hacía durante sus conversaciones, para "abrirle los ojos", y aquello era digno de las peores pesadillas del Infierno.
La asistente de vuelo pasó con el carrito de las bebidas por el pasillo central del avión, pero la Caída ni lo registró, como esos oboes que suenan de fondo casi desapercibidos bajo el tumulto de los violines. Había sido demasiado inocente, demasiado creída y confiada. Soñaba con que todo iba a salir bien, que todos los demás eran como su gente en Nueva York: no perfectos, pero al menos intentaban hacer las cosas bien. Pero en Las Vegas, entre humanos que devoraban excrementos para deleite de Terpsícore y apostaban sus casas y vidas en juegos de azar para beneficio de otros miembros de esa Corte, había empezado a dudar. Quizás la Gran Manzana era una excepción entre los atormentados demonios, un refugio al que había tenido la suerte de llegar, no la norma. Y por seguir su absurda misión les había fallado, no había estado allí cuando la habían necesitado para lidiar con el Encadenado o para organizar los ministerios. Y pensar que Terpsícore era la Ministra del Polvo...
A su alrededor la cabina del avión empezó a llenarse de ruidos cuando la gente comenzó a charlar y comentar animados sobre algo. A Euterpe aun le llevó un tiempo darse cuenta del cambio, ensimismada como estaba en sus pensamientos sobre el fracaso. Es difícil escuchar la música por encima del caos. Quizás nunca había habido un Plan, o tal vez se hubiese roto y perdido con la Rebelión. Quizás todo había sido para nada. "Solo un sueño dentro de un sueño", como cantaba Alan Parsons tomando consigo las palabras de Poe.
Los gritos y alborotos de la gente a su alrededor hicieron que el niño abandonase su consola y comenzase a llorar y esto fue lo que llevó a la nereida a mirar a su alrededor sorprendida. La gente comentaba y gritaba alborozados mientras miraban vídeos en sus móviles de un ángel encima de una ciudad en ruinas. Le llevó un segundo ver que no era una película, sino un canal de noticias, y el reconocer la figura luminosa que se alzaba por encima de L.A.
Una sonrisa primero y después una risa cantarina salieron de su interior, incontrolables. Como decían los mortales, "Dios aprieta pero no ahoga" y aquí estaba. Euterpe aún recordaba cuando Lucifer había exigido a todos los de la Primera Casa, incluida Terpsícore, que le entregasen sus fragmentos del Plan Divino. ¡Y ahora había regresado! La Hueste volaba sobre los cielos del mundo, y el Primero se mostraba y abandonaba su escondite. Si todo aquello no era una señal, era que las señales no existían. Todo el sufrimiento, el horror, el dolor... todo habría valido la pena. Había hecho mal en dudar, en perder la fe, pero eso estaba en el pasado, como uno de los espectros de Mussogorsky alejados cuando el amanecer llega al monte. Había olvidado que no solo Haendel traía alivio al horror nocturno, sino que la propia llegada del sol desvanecía las tinieblas con el sonido de los suaves violines y las arpas.
Con una sonrisa sincera se volvió al niño que lloraba, asustado por todo los gritos y comentarios de los adultos a su alrededor.
-Tranquilo, todo va a estar bien. Él así lo quiere.-
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