Edad del Fuego 21: Guerra entre Hermanos

 

En Grail, el Concilio se aproximaba a su tenso y complicado final. Junto a las demandas de la Iglesia de cambios en los poderes e independencia de los Hermanos de Batalla, un nuevo problema había arribado en forma de unos documentos sólidos sobre los antinómicos que se encontraban en la Hermandad. Y ello dio la responsabilidad y el peso al Gran Inquisidor Gondo Ortiz para exigir el mismo control y revisión a los monjes guerreros que ellos habían exigido a la Orden Eskatónica en Stigmata tras la debacle de Antonia. Pero el último golpe ocurriría esa mañana, cuando Musashi Wan Li Halan se presentó para garantizar la seguridad de la delegación eclesiástica al frente de una armada de su Casa, por órdenes de su Príncipe que no se fiaba de la imparcialidad Hazat.

Mientras ello se desarrollaba en la superficie, en la órbita la Emperador de los Soles Exhaustos apareció transportando a su preciada delegación desde Kordeth. Y lo hizo en las cercanías de la armada Li Halan, desatando una complicada conversación en el puente entre Lázaro, Astra y Macarena, pues Yrina pronto se ausentaría para descender al planeta. Y también se produjo una reunión, pues Orion finalmente les dio alcance y pudieron conversar de lo ocurrido en Stigmata, del papel de los demonios, de su misión por romper el pacto de Antonia. Una empresa futil pero en la que él creía profundamente. 

Y tras ello todos descendieron. Pero mientras ellos habían estado conversando en la nave, Yrina había acudido a entrevistarse con la Gran Cartophylax, Nyana vo Dret, para compartir con ella sabiduría y descubrir lo que había estado ocurriendo en la superficie. Y no solo un entendimiento surgió entre ambas obun, sino que la Hermana fue consciente de la urgencia de lo que estaba ocurriendo y del inmediato conflicto que bien podía estallar ese mismo día y arrastrase los Mundos Conocidos a una guerra terrible.

Así que buscó a Astra para poder usar la radio, encontrando que tanto la joven como Macarena habían ido a las tiendas donde los Hazat se encontraban alojados. Juan Jacobi estaba alterado por la ofensa de los Li Halan, su esposa solo pudiendo tranquilizarle hasta cierto punto. Pero los informes de Macarena y Astra trajeron al foco los problemas inmediatos, resaltando con ello su necesidad de dejar atrás el agravio y buscar soluciones. Que se encontrarían, con suerte, en la comida con Seth y Salandra a la que todos estaban invitados, y a la cual veladamente, Renladi Decados había dirigido a Yrina durante su conversación en la radio, llena de caminos cerrados por mandato imperial.

Finalmente, Lázaro fue a entrevistarse con Gondo Ortiz, el Gran Inquisidor al que no veía desde el viaje a Sevilla, al comienzo de este largo peregrinaje. Fue una conversación de sueños y esperanzas, pero también de duras y horribles realidades, pues por mucho que ambos pudiesen querer un tiempo en que las palabras pudiesen tender puentes y resolver conflictos, ambos sabían la realidad de la amenaza de la Oscuridad, aún si su respuesta a la misma fuese diferente. Al final, con cierto entendimiento, no pudieron más que estar de acuerdo en estar en desacuerdo, ambos demasiado firmemente anclados en sus puntos de vista.

Y es así como llegó el reencuentro de las hijas con la madre, en la comida en el hotel que había alquilado Seth. Y allí Salandra les reveló que era el Príncipe Pietre Vladislav Decados quien había pasado el informe a la Inquisición con toda la intención de iniciar una guerra, filtrándolo primero a los Li Halan. Pero, sobretodo, que aquel monstruo probablemente había pactado con la Oscuridad que su padre había tenido atrapada en las mazmorras durante muchos años. Se trazaron planes para evitar el conflicto, para desactivar el choque entre Hazat y Li Halan, pensando en duelos y acuerdos, preceptos legales y autoridad, honor y deber. 

El comienzo de ese plan tendría lugar inmediatamente después, cuando los Príncipes Hazat acudieron a la invitación que había servido como pretexto para que Salandra pudiese abandonar su encierro. Con buenos argumentos racionales y emotivos fueron suavizando las preocupaciones de Juan Jacobi, discutieron el gran esquema de las cosas y las ramificaciones que ese conflicto tendría. Y tuvieron éxito en aplacar y manejar al Príncipe, allanando el camino a una paz. Fue cuando todos se hubieron marchado a sus deberes, que Macarena tuvo ocasión de hablar con la Princesa María Celestra y, rodilla en tierra, le confesó sus dones psíquicos y las amenazas que suponían otros como ella, pero que careciesen de su lealtad. Fue una confesión emotiva, que bien podría haber ido fatal y no habría sido de extrañar, pero que la Princesa acogió con tranquilidad e incluso recompensó con un título para que Macarena actuase como su protectora y la de su marido, ante aquellos que pudieran querer controlarlos a base de manejar sus emociones.

Mientras tanto, Astra fue a conversar con Musashi para buscar un punto intermedio, y encontró que el viejo duelista no tenía órdenes de causar problemas, y seguía pensando que con duelos se solucionan los problemas mejor que con guerras. Al fin y al cabo, suya era la senda de la espada. Y el Conde de los Mil Lotos demostró una vez más ser alguien con quien se podía hablar y alcanzar un acuerdo que permitiese que tanto él como a los Hazat cumplir con sus deberes y al mismo tiempo no iniciar un conflicto que ninguno deseaba, pues solo servía a los intereses Decados.

Lázaro por su parte fue en busca de la Obispo de Atenas, Nadiria Vistrensis, encontrándola totalmente extenuada con todo lo que había estado ocurriendo. Conversaron de las demandas de la Iglesia, de la necesidad de paz, e incluso hubo tiempo de comentar y debatir pasajes de los textos sagrados, momento en que ambos mostraban su mejor cara y su pasión. Y suya sería una voz calmada que apoyase a la resolución pacífica de la situación. 

Finalmente, Yrina fue en busca de Theafana y los miembros de la Hermandad. Cornelius ya había puesto a la Capitana al día de lo ocurrido, pero la obun buscaba una solución más duradera al conflicto. Pero las demandas de la Iglesia eran desmesuradas, como encontró cuando se reunieron con los Maestres y el Gran Maestre Claudius. Unas exigencias que poco menos requerían el desmantelamiento de la orden sagrada o convertirlos en perritos que la Inquisición azuzase cuando gustase. Algo que los Maestres no estaban dispuestos a aceptar, aunque sin duda había que lidiar con la situación antinómica del Maestre Urnadir. Y al final, en un momento más cercano, el Maestre demostró que era consciente de que, por salvar el mundo, él y los suyos debían desaparecer. Ese era el precio de pactar con la Oscuridad.

 

Y así llegamos al final de este primer libro. En el Concilio no hubo conflicto y la paz fue mantenida brevemente, pero tampoco hubo acuerdo en aquel recinto. Y mientras los sirvientes de unos y otros recogían las posesiones de quienes habían habitado aquellas tierras de Grail durante meses, la sensación que sobrecogía los corazones de algunos era la de la oportunidad perdida. La última ocasión para evitar una guerra más grave y terrible que barrería los Mundos Conocidos con la fuerza de la ira y la violencia de la causa justa. 

Hermano se volvería contra hermano, padres contra hijos, vecinos entre si. Pues las líneas de la fe no las determinan Señores o tierras sino los corazones de los fieles. Y al final, cuando alguien es marcado como un enemigo de la fe verdadera, no hay compasión ni hay piedad, lo único que queda es la destrucción en nombre de un bien superior. 

Y así, con la excomunión de los Hermanos de Batalla y los preparativos que vendrían, daría comienzo la Guerra del Fuego. Mucho más breve, pero acaso más terrible, que la Guerra Imperial. Un conflicto que pondría a prueba el endeble Trono del Fénix de la Emperatriz Aurora I, anegado en la sangre de inocentes y culpables por igual. Y que situaría en tensión aquellas alianzas forjadas a lo largo de conversaciones y viajes entre aquellos amigos que, con el estallido de todo, encontrarían sus posiciones enfrentadas en el conflicto. Un tiempo que haría que el débil sueño de una tercera vía de resolución se vería asediado inmisericordemente por las oleadas de violencia desatada. Pues si algo son buenos los humanos en sus milenios de existencia es en la tarea de destruirse unos a otros, matarse y justificarlo de mil maneras.

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