Bajo la lluvia, ante la llama
Salir de cacería por los bosques de Byzantium Secundus siempre le había parecido una experiencia triste y miserable. La lluvia acompañaba en exceso unas batidas que estaban protagonizadas por el barro y los traspiés. Nada comparable a las experiencias galantes y espectaculares de las cacerías en Aragon, donde aprendió originalmente, o en Delphi. Pero siempre era una oportunidad bienvenida por la Emperatriz para alejarse de la corte y estar con sus más allegados, pues los festejos de la noche de cacería bajo el aguacero creaban el espacio perfecto para que distintas conversaciones y grupos se encontrasen en los diferentes pabellones.
Así que ella se encontraba tranquilamente sentada, con sus ropas cómodas de caza cubiertas de fango, su fusil siendo limpiado por uno de sus pajes, mientras los extraños y distintos miembros de su consejo privado se repartían en torno a la mesa, algunos comentando entre risas o miradas ceñudas los eventos del día.
-Antes el sol de Sutek brillará tanto que ilumina todos los Mundos Conocidos que un Hawkwood obtendrá más presas que un Hazat, Edward. Sería capaz de conseguir más jabalíes en una noche con los ojos vendados que tú en una semana con la ayuda de una docena de canes.-
La pulla de Lucía al representante de la Casa Hawkwood llenó con algunas risas la sala. Su rivalidad, empezada cuando se conocieron en la corte poco antes de ser nombrados miembros de aquel consejo, era el tema central de muchos de los corrillos de cotorras y chismosos de la corte imperial. Pero para Aurora, que les observaba en privado, solo era la señal de una tensión sexual que nunca, probablemente, llegasen a resolver.
-Os concedo eso sin duda, mi bella Lucía Juana Justinian de Hazat, en cubriros de sangre y barro los Hazat sois mucho más duchos que los Hawkwood. No en vano el vuestro es un origen humilde, no como el nuestro que ya era el más elevado cuando vosotros solo erais sirvientes.-
La reverencia burlesca de Edward sacó risas de algunos de los presentes, y la reprobación de otros. Pero aquellos dos sin duda eran los más vocales del grupo, a menudo enfrascados en sus rifi-rafes continuos para deleite o escándalo de quien se hallase presente, pues no parecían verse coartados por la presencia de enemigos o aliados. Aurora cogió su copa de vino y, tras dar un breve trago, tomó la palabra y cayó el silencio en el pabellón, solo interrumpido por el crepitar de las llamas en el hogar donde se cocinaba uno de los jabalíes cazados ese día.
-Amigos, se que veis las señales tanto como las veo yo, y se que todos sois sinceros en vuestro amor a vuestras Casas. Así que cuando ahora os pregunte no espero que divulguéis secretos o conversaciones privadas, sino vuestro sincero parecer. Para secretos ya tengo al Ojo, pero solo a vosotros para consejo honesto. Mi padre y la Compañía del Fénix se preocupan demasiado, la Iglesia y los Gremios tienen intereses que no son los de la nobleza. Así pues, si el nuevo Patriarca no evita el conflicto, cosa que parece desde luego difícil, ¿qué creéis que harán vuestras Casas?-
El silencio se prolongó unos segundos sobre la sala, acompañado por el sisear de la grasa del jabalí al precipitarse sobre las brasas. Lucía, como solía ocurrir, fue quien rompió el silencio.
-Creo que mi Príncipe deseará mantener a la Casa al margen del conflicto. Somos devotos de la Iglesia como el que más, pero cuando solicitamos una Cruzada contra el Califato de Kurga, Roma se quedó callada. No creo que ahora mi señor quiera arriesgar hombres y naves en una guerra que no es la suya.-
-Vivir para oír, jamás pensé que hubiese una guerra a la que un Hazat no quisiese unirse, o no considerase suya. ¡Y va y resulta que se les daba fenomenal esconder que eran unos pacifistas, después de todo!- bromeó Edward, consiguiendo que la Hazat le lanzase un trozo de pan-. En cuanto a los nuestros, creo que mi Príncipe, intachable en honor y fe, deberá cumplir como dicta la corrección y luchar del lado de la Iglesia. Largo tiempo hemos sido aliados de los Li Halan, al fin y al cabo esa unión puso a vuestro padre en el trono, y será bueno luchar de nuevo a su lado.-
Edward sonrió como un bribón, señalando a Akira con un muslo de pollo a medio comer. La Li Halan, por su parte, solo le miró ceñuda, la única cuyas ropas no se encontraban manchadas por el día de cacería al haberse negado a participar en la misma.
-¡No trivialicéis ni bromeéis con el servicio al Altísimo, sois un descarado Sir Edward Mountbatten Hawkwood! Si se encontrase con nosotros su Excelencia la obispo Isadora Vinneas seguro que os mandaba confesar y lavar la boca con jabón antes de hablar así de la Santa Iglesia. En cuanto a vuestra pregunta, Alteza, mi señor el Príncipe Ieyasu Kung-Zhao Li Halan acudirá como manda el deber a la llamada de la Iglesia, con o sin la Casa Hawkwood. Es lo correcto, es lo que requiere la fe. Pero es un hombre inteligente y es consciente de que esto, sin duda, se trata de una trama Decados, de modo que imagino que tendrá un plan a la hora de enfrentar la situación.-
-Por alusiones... qué manía con pintar a todos los Decados como terribles maníacos asesinos que llenan sus jardines de gritos todas las mañanas con niños pequeños. ¡No todos somos así, joder! Y creo que lo he demostrado más de una vez, no siempre hay planes de mi Casa en todo lo que ocurre. No conozco al Príncipe personalmente, como sabéis todos, pero sinceramente no creo que quiera involucrarse en la guerra hasta que se vea qué bando saldrá ganador. Tengo entendido que es brutal y cruel, pero no estúpido y no tiene nada que ganar entrando en una guerra a perder, y si mucho que arriesgar si sus primeras acciones le desprestigian ante otras ramas de la Casa como la de la dama Salandra Romanov.-
Lucía río desde su lado de la mesa, divertida como siempre con lo fácil que era sacar a Alexei de sus casillas.
-¡Pero es que siempre hay un plan Decados! ¡No es culpa nuestra, es historia Alexei!-
El Decados puso los ojos en blanco de frustración ante sus palabras, pero nunca llegó a responder a la pulla pues la mirada de la Emperatriz se había posado en una de las figuras silenciosas, que tranquilamente comía el pollo sin participar en la conversación. Sus tatuajes azules de patrones raros no eran lo único que diferenciaba a la integrante de la Casa Eldrid del resto de los presentes. Viéndose observada, la vuldrok dejó de masticar, miró brevemente alrededor evaluando la escena, y respondió como si fuese una obviedad.
-Vuestrra madrre estar con tigo, Thane Aurrorra.-
Y ya estaba, todo dicho, volvió a su pollo, mientras el resto la miraban esperando que participase más de la conversación. Pero no la Emperatriz, ella conocía las formas de la gente de Hargard y los muchos esfuerzos que Ase hacía para encajar con el extraño mundo de la corte imperial. Solo quedaba uno por hablar, pues Malaikos permanecía callado tras sus gafas y sus libros. Leía mientras comía, como siempre, pero eso no quitaba que estaba atento al mismo tiempo a lo que se discutía. Sabiendo que le tocaba, se aclaró la garganta suavemente, dejó los cubiertos a un lado, se ajustó los anteojos y habló con su tono suave y su volumen bajo.
-En la Universidad aprendimos filosofía del poder, era parte de los estudios sobre corte. Y como señaló la ilustre pensadora Faradah Assin, el poder se basa en el miedo o en el amor de los súbditos, ambas son sendas adecuadas- pese a los gestos de aburrimiento de Lucía y Edward, Malaikos siguió hablando como si de una lección en las aulas de Criticorum se tratase-. Pero sea miedo o amor, ninguna catedral se sostiene sobre fundaciones de barro. Temo que la Casa Al-Malik es un gigante con pies de barro en este momento, y que en el conflicto caerá partida en dos, entre los defensores de los Hermanos de Batalla y los librepensadores de Criticorum, y los tradicionalistas de Istakhr. Será un complejo juego de movimientos políticos antes de que las armadas marchen, pues la clave estará en los Duques de Aylon y Shaprut, cada uno con sus propios intereses y objetivos en todo esto.-
Terminada su breve disertación, entre el sonido de los ronquidos fingidos de Edward, Malaikos pasó la página del libro que tenía en la mesa y continuó leyendo. Los dedos de la Emperatriz danzaron unos segundos en su copa, tintineando sus uñas contra el metal, mientras las risas y chanzas regresaban a la mesa a medida que los comensales se preparaban para cambiar de conversación. Pero fue Akira la que trajo de nuevo el silencio, con una sencilla pregunta.
-¿Y el Fénix, Majestad, qué hará?-
El golpeteo de las uñas contra el metal de la copa se detuvo, mientras Aurora consideraba su respuesta.
-Si algo aprendí de vuestra Casa fue paciencia, Akira, aprendida en los monasterios de las montañas y en las lecciones de espada. Si algo aprendí de mi padre, es que actuar con virtud es el camino correcto moralmente, pero no siempre el que el Imperio necesita, no en vano su trono se creó con una guerra. Y si algo aprendí del antiguo consejero imperial es que siempre hay que tener un plan. Quizás es hora de que el Imperio arda, pues el fénix renace de las llamas.-
Las palabras pesaron, ominosas, en el pabellón, mientras los sirvientes comenzaban a retirar al jabalí de las llamas. Pronto lo cortarían en trozos y lo repartirían en los platos de los siete jóvenes y la conversación se retomaría. Pero durante esos escasos minutos, las llamas iluminaron en rojo y amarillo los perfiles de los nobles, cada uno consciente del horror que se cernía sobre cada uno de ellos y se desataría solo unos pocos meses más tarde. Y fuera, ajena a la conversación, la sempiterna lluvia de Byzantium Secundus acompañaba, una mortaja de agua para un Imperio que pronto necesitaría muchas de ellas.
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