El precio de los puntos ciegos

 

Alexander Khan caminaba tranquilo por los gloriosos salones del palacio del Hazat en Aragon, como tantas veces había hecho en el pasado. Su centro de poder, que casi le había dado un Patriarcado y que tan bien le serviría de nuevo en el futuro cuando nuevas oportunidades se presentasen. Los nobles señores discutían de comercio con un representante de los Charioteer, mientras unas damas entrenaban con la espada bajo el radiante sol de aquel verano temprano. Tanta vida como había en aquel palacio no la había en ningún otro sitio de los Mundos Conocidos, caótica y descontrolada, pero viva. El hogar de la más importante de las Casas Reales, su peculiar nido de intrigas bien conocido y explotado para obtener todo el poder que pudiese necesitar para tomar el control de la Iglesia cuando correspondiese. 

Pero algo no cuadraba aquel soleado día. Pensó inseguro que solo eran figuraciones suyas en las miradas de algunos al pasar. Sin embargo, la primera señal de que algo iba mal fue que los caballeros que guardaban la entrada a la sala del trono le hicieron detenerse y esperar, señal de que aquel día el temperamento volátil del Príncipe Juan no se encontraba en su mejor momento, algo que Khan había visto innumerables veces en su servicio a la Casa.

La segunda señal, que tampoco pasó desapercibida, ocurrió al entrar en el amplísimo salón, cuando el Príncipe no se levantó de su trono para darle la bienvenida amigablemente. La tercera, allí mismo, era que la corte se encontraba casi vacía, apenas ocupada únicamente por los consejeros y guardas más leales a los gobernantes. Y ninguna muestra había de que fueran, como siempre, a discutir a alguno de los salones privados donde debatir los asuntos de estado que normalmente les reunían. Khan disimuló su creciente desasosiego bajo una sonrisa y el tradicional saludo de manos descubiertas de los Hazat.

-Me llamasteis, mi señor Príncipe y, como siempre, acudo raudo a vuestro lado.-

Mejor no decir más de lo necesario hasta saber qué demonios era lo que estaba ocurriendo. 

-Llevais unos cuantos fracasos, mi querido sacerdote: primero se os escapa el nombramiento de Patriarca de la Iglesia en Urth, después Leagueheim pasa a estar bajo el control de la Metropolitana Li Halan... no está siendo vuestro año, ¿verdad?-

El tono alegre y bromista del Príncipe no ocultaba, para quienes le conocían, la amenaza subyacente en sus palabras. Pero Khan aún ignoraba cual era la situación y el conflicto, así que respondió con palabras amables sobre cómo no se puede tener todo lo que uno quiere, o cómo así podría pasar más tiempo en su querido Aragon. No funcionaron y el Metropolitano se dio cuenta de ello rápidamente. Una cuarta mala señal el que no funcionasen los trucos habituales con el Príncipe. Significaba que, pasase lo que pasase por su mente, Juan Jacobi ya había tomado una decisión sin consultarle al respecto, y era demasiado cabezota ahora como para apartarse de la misma.

-Mas decidme Majestad, Emperador para quienes saben bien de estas cosas, ¿en qué puedo serviros?-

Que el Príncipe recibiese el título de Emperador con el ceño fruncido era la última señal que Khan necesitaba para saberse fuera de juego. Llegaba tarde a lo que pasaba, y el silencio de la Princesa demostraba que estaba en problemas por ello. El tono casual que empleaba el Príncipe no le traía ninguna tranquilidad a la situación, ni a su mente, que buscaba a toda velocidad explicaciones para lo que estaba pasando.

-Estaba pensando, mi querido Metropolitano, ¿podéis regalarme Iver?-

¿Cómo? ¿Qué tenía que ver el planeta con él? No lograba ver la conexión pues el Príncipe sabía de sobra que no se encontraba bajo su metropolitanazgo. ¿A qué cuento venía ahora?

-Me temo que eso sería imposible, Majestad, como sabéis es un planeta de la Iglesia. Mientras siga teniendo esa gran cantidad de herejes, la misión de proselitización y la extensión de la palabra del Profeta debe tomar precedente sobre todo lo demás... así lo estipuló Alexius Hawkwood antes de perder el trono imperial.-

Ni siquiera mencionar a su antiguo rival sirvió para descolocar al Príncipe, cuya sonrisa solo se amplió ligeramente y su tono se hizo aún más casual. 

-Eso me temía- respondió, acompañando sus palabras con un exagerado y afectado suspiro-, es una lástima porque era la mejor solución. Bombardear y asaltar un planeta eclesiástico me ganaría la excomunión ¿verdad? Aunque claro, con tantas flotas en movimiento y batallas por venir, ¿quien siquiera se daría cuenta de unas cuantas ciudades destruidas en el borde del Imperio?-

Fue entonces que Khan ató las piezas del puzzle en su cabeza. Llevaba tanto tiempo centrado en los problemas y disquisiciones eclesiásticas, desde el Concilio de Grail a intentar conseguir el Patriarcado, que había desatendido los asuntos que mueven a la nobleza. Y en este caso, a los Hazat los impulsaba la reaparición de los herederos de la Casa Chauki, sus antiguos señores.

-Seguro que estáis bromeando, mi Señor, atacar un planeta de la Iglesia volvería vuestro espejo completamente antirreflexivo... por no hablar del problema de vuestros siervos y vasallos, que se alzarían contra cualquiera que acometiese tal atrocidad.-

-¿Eso creéis, mi buen Metropolitano? ¿De qué vasallos habláis en concreto y con tanto conocimiento? Varadim, pese a vuestros esfuerzos durante décadas, continúa siendo un refugio de herejes opuestos a vuestra Iglesia. Sutek tiene iconoclastas y hesichast orando contra vuestras enseñanzas en las calles, y los recientes desarrollos alimenticios allí bien podrían ganarnos la adoración del pueblo con una facilidad que la fe no puede, al fin y al cabo no se pueden comer oraciones. ¿O quizás os referís a Hira? Bajo control de mis aliados Gonçalva, todavía está lleno de herejes y paganos pese a vuestros esfuerzos por convertir a los antiguos miembros del Califato. Aragon es mi feudo personal, y dudo que se vaya a alzar contra mi y menos en solitario. Lo cual nos deja Vera Cruz, cuyos señores sin duda serían muy favorables a la intervención si se les promete dirigir el frente así como tierras en Iver. Así que, os pregunto, ¿de veras creéis que treinta años de paz pesan menos que vuestras amenazas o las palabras desde vuestros púlpitos?-

El tono de voz de Juan Jacobi continuaba siendo casual y casi burlón, propio de una chanza entre amigos, pero era obvio que llevaba tiempo ultimando los detalles de este plan. Y durante un instante, la realización de lo apartado que lo habían dejado de lo que la corte tramaba, lanzó un escalofrío por la espalda de Alexander Khan.

-Y luego está el pequeño detalle, un detallito sin importancia en realidad, de que sin los Hermanos de Batalla necesitaréis tropas para luchar contra vuestros enemigos, que no os habéis granjeado pocos últimamente a base de hogueras y encíclicas. Sin duda la muy pía y honorable Casa Real Li Halan se unirán a las armadas de la Iglesia pero... ¿quien más? ¿O es que creéis que la labor del Profeta se puede hacer sin el apoyo de una flota detrás de los misioneros? No nos engañemos, ambos sabemos que las naves de nuestros píos vecinos no serán suficientes si se enfrentan a las demás Casas Reales y la promesa de repartirse sus suculentos planetas pesa mucho tras medio siglo de seguridad y paz. No sería la primera vez, tampoco, no en vano en tiempos del primer Emperador, Vladimir Alecto, había diez grandes Casas de las cuales solo cinco quedamos en estos tiempos... ¿o acaso me intentaréis convencer de que los soles se apagarán más rápido si solo quedan cuatro?-

-Pero mi Señor, Excelente e Ilustrísimo, no podéis estar hablando en serio. No podéis darle la espalda a la verdadera fe por una venganza, por terminar el trabajo que dejaron vuestros ancestros incompleto, ¡es una locura! Os llevaría a enfrentaros directamente a la Iglesia, pero también a un edicto imperial. ¡La Emperatriz se vería forzada a intervenir y su armada ha estado siendo reforzada durante estos años de paz!-

Por mucho que lo intentó, el Metropolitano no pudo ocultar el ligero tono de desesperación y pánico que acompañaba a sus palabras. No estaba preparado para todo esto, el golpe venía por el lado ciego al estar distraído en los conflictos de la Iglesia, necesitaba tiempo para buscar una solución válida. Horas para equilibrar balanzas, encontrar una salida que beneficiase a todas las partes, acordar nuevos pactos... un tiempo que no tenía. Y menos cuando el Príncipe comenzó su tranquila respuesta.

-La Emperatriz verá sus planetas invadidos en las próximas semanas, ¿crees que se volverá a preocupar de Iver cuando sus edictos y su autoridad imperial sean ignorados en todos los Mundos Conocidos? Y eso por no mencionar que esa armada modernizada está bajo el control de uno de mis vasallos, Leónidas Castillo, y que si le damos la espalda a la Iglesia bien podemos recuperar a su padre, nuestro mejor almirante, que dejaría de tener que obedecer lo que dictaminase un tribunal inquisitorial que se habría visto declarado nulo e irrelevante. No se, Eminencia, no le veo muchos fallos a mi plan y si muchos a vuestra argumentación... recomiendo que os marchéis y llaméis a la sagradísima Urth para conseguir que el nuevo Patriarca nos regale Iver, que seguro que los Reeves están encantados con la noticia y con todo el dinero que se van a ahorrar bien podrán regalarle un palacio en Florencia o donde quiera ir a descansar. Eso, y una Casa Hazat feliz con sus problemas resueltos bien podría ser la vanguardia de una Cruzada de la Iglesia contra los infieles...-

El Metropolitano hizo caso a la recomendación del Príncipe y se dio la vuelta, comenzando a trastabillar en dirección a la puerta, intentando realmente comprender lo que acababa de ocurrir. Pero no había dado más que unos pocos pasos cuando la voz de Juan Jacobi le interrumpió, sonando tranquila desde el trono.

-Ah, me olvidaba, he escogido una nueva Confesora para mi y para mi esposa, bueno en realidad la escogió ella. Así que podéis aprovechar ese tiempo libre que habéis ganado al liberaros de esas responsabilidades para pensar cómo conseguirnos lo que queremos.-

Como un mazazo en el plexo solar, aquello le golpeó de lleno, casi dejándole sin aliento durante unos segundos. Al igual que en una pesadilla, el Metropolitano llegó a la entrada de la sala del trono, que por una vez no se sentía para nada como ese espacio seguro y confortable que siempre había sido para él. La suave voz de la Princesa María Celestra le hizo volverse una vez que las enormes puertas decoradas comenzaban a cerrarse.

-Excelencia, por favor, concededme un minuto de vuestro tiempo. Mi marido se encuentra alterado por el retorno de los Chauki, seguro que podéis comprenderlo, y no cree en serio las terribles cosas que ahí dentro se han dicho. Es un devoto miembro de la congregación y la fe, al fin y al cabo, como ha demostrado innumerables veces. Si solo le consiguieseis el planeta, o al menos permiso para intervenir en el mismo militarmente y acabar con sus rivales, seguro que rápidamente podríamos resolver esta crisis y todo volvería a como siempre ha sido.-

Un flotador al que amarrarse lanzado para el náufrago, gracias al cual poder sobrevivir al mar inclemente. Noble malo y noble buena, Khan les había visto hacer esta interpretación demasiadas veces como para no saber de sobra que no había una división real entre marido y mujer. Lo cual solo convertía aquella conversación en algo más aterrador, pues si incluso la Princesa con su cabeza tranquila estaba de acuerdo con lo que estaban iniciando, entonces no había nada de falso en las palabras dichas y todas las consecuencias esbozadas.

Debía esforzarse sin parar por conseguir esa salida que evitase el abandono de la Iglesia por parte de la Casa Hazat. No solo por el impacto que pudiese tener en las guerras y batallas por venir contra los herejes y cismáticos, sino por el desprestigio que toda la Iglesia sufriría si una de las grandes Casas le daba la espalda abiertamente. Y también porque eso destruiría su centro de poder personal, su feudo controlado, el único lugar desde donde podría alcanzar algún día sus ambiciones de llegar algún día a ser Patriarca en Roma. Su sueño, su vida, su esperanza... todo, estaba en manos de los Príncipes, ¡qué necio había sido creyendo que él estaba en control de aquel extraño palacio y sus violentas gentes!

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