Edad del Fuego 20: Los iracundos dioses de los Ukar


Violadores, asesinos, monstruos, indomables, primitivos, salvajes, bárbaros... muchos son los insultos que los humanos tienen para los Ukar, olvidando que ellos nunca causaron un Holocausto, no se exterminaron a si mismos por millones, no sellaron cada uno de los cambios de sus políticas y sociedades con masivos baños de sangre. Pero la historia la escriben los vencedores, y si hay una virtud y un pecado propios de la humanidad era la ambición de dominio, de poder sobre todos y todo. Ese no era el pecado de los Ukar, sino la búsqueda de una libertad contra dioses mentirosos a través del conflicto, la prueba, la fortaleza y la independencia. Todo ello, reducido a odio e idolatría por unos humanos soberbios, ignorantes de las antiguas costumbres de un pueblo cuya edad de oro precedía a la de la humanidad.

Fue en los túneles bajo Kordeth, en Natar Worglin (las Cavernas Sin Fin en el idioma del Imperio) donde nuestros exploradores se preparaban para adentrarse en el territorio de rebeldes, traidores y exiliados. En la Caverna de las Cuatro Aguas, entre los inmensos hongos y peligrosas plantas asesinas, donde bestias innombrables hacían sus extrañas vidas, donde encontraron a los primeros miembros del Clan Tontha. Fue una conversación tensa, pues aquellos ukar desconfiaban de todo lo humano y todo lo obun, enemigos y opresores de su pueblo desde tanto tiempo atrás. Pero Astra dejó bien claro que venían trayendo un regalo para su líder, a El Tronido, aquel enemigo que tanto daño había hecho a aquellas gentes, para que su señor de la guerra decidiese qué hacer. Y su jefa, la se'tara Mirna va Tontha, era un nombre conocido incluso fuera de Kordeth, una señora de la guerra que había ido reuniendo cada vez más seguidores bajo su bandera de oposición contra los Clanes Aliados y el Imperio, en defensa de la libertad ukar y su tradicional forma de vida. Una decisión tan relevante no podían tomar aquellos cazadores ni su guerrero líder, de modo que accedieron a llevarles a ver a su jefa pero si los imperiales se ponían a su merced, sus ojos vendados para no saber regresar a las cavernas secretas de aquellos terroristas.

Durante dos días descendieron aún más en las profundidades de Kordeth hasta llegar a la villa donde, temporalmente, se encontraba la se'tara y su Clan, con sus preparativos. La conversación con la Gran Guerrera fue tensa, pero el regalo de El Tronido fue bienvenido, pues se haría justicia. Pero no fue ejecutado sin más, sino que en tradición ukar, se le ofreció una oportunidad de luchar por su vida contra Mirna va Tontha y su ili'hikai, la lanza que sus dioses le habían regalado en una visión cuando apenas era adolescente. Y, pese a las mejoras cibernéticas de su cuerpo y su entrenamiento militar, El Tronido no fue rival para la líder ukar, su sangre cayendo sobre el suelo cuando su guarda fue perforada por la lanza alienígena.

Eso les valió una conversación en la comida, donde Astra intentó convencer a Mirna de las virtudes de comerciar, pero no tenía nada que la ukar quisiese. Pues no eran los firebirds los que movían a aquellos ukar, sino la fuerza demostrada ante los dioses, la lucha contra los esclavistas y opresores. Pero sí que accedió a que se adentrasen aún más en las profundidades a enfrentarse a las terribles y mortíferas pruebas de los dioses, siempre y cuando solo tomasen aquello que los dioses les regalasen. Ninguna humana, ni ninguna obun, había descendido jamás tan hondo en el planeta, pero aquella podía ser la oportunidad de conseguir al menos una gárgola de aquella expedición. No lo harían, pero encontrarían otra cosa más maravillosa y más terrible a la vez, pero me estoy adelantando a los hechos y mejor ir paso a paso. Hay que crear un poco de buildup y tensión al fin y al cabo.

Así que abandonaron los peligrosos recovecos y senderos de Natar Worglin para adentrarse en la oscuridad absoluta y terrible de los Laberintos sin Sol, Akta Natlin, donde solo los más valientes se adentran en busca de probar su valía a los dioses... o morir en el intento. Ya solo el descenso, entre estrechos pasos y profundos abismos, casi le cuesta la vida a Lázaro y Astra cuando perdieron asidero y fue la psíquica de Yrina la que evitó que se perdiesen en aquellas simas insondables. Pero no fue ese el único peligro, sino que extrañas criaturas ciegas y voladoras les atacaron, siendo rechazadas por la espada de Macarena y las Hermanas de Batalla, las palabras y luces de Astra y Lázaro, las hachas de Rauni y el filo de Gurney quien, lamentablemente, tuvo un percance con su cítara. 

Solo tras superar esos peligros llegaron al umbral del comienzo de la tierra de prueba de los sangrientos dioses de los ukar, sus extrañas señas siendo débilmente visibles bajo la everlight de Astra. Eso reveló no solo un poco de su historia, sino las extrañas piedras y monolitos tallados que marcaban la entrada al territorio de pruebas de la Inteligencia de Kordeth, o quizás solo de los recuerdos del paso de uno de los Hijos de Rillos, Solos dios del coraje. Aquel no era un lugar para los débiles de voluntad o certeza, sus mentes asaltadas por el profundo latir de un corazón, las esporas extrañas que flotaban en el aire, y los susurros de fuentes desconocidas: para Lázaro un ukar extraño, para Astra un bastón que emitía sonidos, de una clase incomprensible. Fue la gremial quien destruyó el bastón, cuya negruzca sangre goteó sobre el suelo, rompiendo parcialmente el embrujo. Y dando pie a una larga conversación entre ella y Lázaro en torno a la tecnología, el pecado y el precio del Privilegio de los Mártires.

Tras ella continuaron adentrándose entre las retorcidas construcciones subterráneas, hasta llegar a un patio amplio donde caminaban hacia ellos Seth, Lisandro, simbiontes y monstruos. Era obvio que cualquiera sabría que no podían ser los reales, pero debemos recordar que las mentes de los exploradores estaban en el territorio del trance y el delirio, entre las drogas y los sonidos, de modo que lo vivieron todo como extrañas confrontaciones con las hirientes palabras de quienes les hablaban. Dolorosas aunque fuesen falsas, angustiosas aunque no fuesen las formas en que esas personas hablasen. Y al final, siempre una elección entre lo más importante para cada uno, entre Rauni y su misión para Astra, entre la fe y la familia para Lázaro, entre los juramentos y sus hermanos para Yrina. Y dolorosas decisiones debieron tomarse en el momento para poder avanzar, con la excepción de Lázaro que se encontró incapaz de escoger entre ambas pues para él iban juntas, y necesitando la guía de la obun para superar la prueba.

Esto supuso un retraso para ellos y, cuando llegaron a las profundidades de la siguiente sala, llena de extraña escritura flotante, solo encontraron rotos en el suelo los medallones que Yrina había regalado a Astra y Rauni durante el Lux Splendor que habían celebrado unas semanas atrás. El dolor cayó en el corazón de Lázaro ante la pérdida de las dos hermanas, pero la guerrera le hizo ver que había posibles mentiras e ilusiones en todo aquello, como había sido el caso en la prueba anterior. Como Astra antes que ellos, desentrañaron la naturaleza de la prueba, las cuatro palabras con las que buscar agradar al valiente Solos. Pero cuando el cura introdujo las suyas, su fe tampoco fue suficientemente fuerte pues el dios no se mostró agradado por su elección de paz, y su vida se habría perdido de no haber portado consigo el medallón del Pancreator que Yrina le había regalado. Tampoco la guerrera fue capaz de satisfacer al iracundo dios ukar pero ella carecía de regalo, sin embargo fueron sus dones psíquicos, ese legado compartido con los ukar, lo que le permitió sobrevivir contra todo pronóstico contra la prueba.

Y así, se reunieron con Astra y Rauni en un espacio de profunda potencial, pues tampoco las respuestas de ellas habían agradado al Hijo de Rillos. Con una pregunta en su cabeza, ¿qué quieres como recompensa? cada una formuló una respuesta distinta. Pero sería el deseo de fuerza psíquica en forma de piedra del alma, formulado por Yrina, el que convencería al recuerdo del dios, que no estaba interesado ni por la agricultura que quería Astra ni por la mejora de Kordeth que solicitaba Lázaro. Aquella era una tierra de fuerza y de pruebas, y ese era el don que aquel lugar podía conceder. Y tanto la gremial como el eclesiástico lo entendieron, aún si pensaban que quizás podían superar en astucia a aquellos dioses tanto tiempo ha extintos.

Pero aquello no sería verdad, y cuando la piedra terminó de formarse, se encontraron fuera de las ruinas, sabiendo que jamás podrían regresar a su interior. Trepar de nuevo a la superficie les valió el respeto de las tribus salvajes de ukari rebeldes, Mirna va Tontha entre ellos, y ese respeto permitió fraguar un comienzo de alianza secreta. Armas y recursos para su guerra contra los opresores, transportados por túneles de contrabando de donde subirían setas y animales que llevar a otros mundos. Y más tarde, ya de vuelta en Vis, la capital planetaria, el acuerdo con Torquil oj Borduk para que los Clanes Aliados proporcionasen expertos y más alimentos a cambio de dinero y oportunidades. Pues Astra, en una genialidad de la palabra, había conseguido unir, sin que ellos lo supiesen del todo, a los antiguos enemigos. 

Aquí se queda por ahora nuestra narración, con una conversación con Seth que había enviado el Emperador de los Soles Exhaustos a Kordeth a recoger a su hija para que pudiese llegar a tiempo a Grail, a la cena con su madre Salandra. Y con ello, los pasos lentos pero decididos hacia el final de este primer códice de la edad del fuego y sus últimos conflictos y pruebas en aquel planeta donde anidaba la esperanza, pero también el terror, de un futuro complejo y difícil.

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