En Alas de Ángeles: Séptima parte (EF = 43+)
Durante cuatro días, los soles duales de Gwynneth se alzan y ponen siguiendo sus antiguos ciclos, anteriores a la humanidad misma. Viajan cada vez más cerca de la inmensa construcción que se eleva desde las profundidades del mundo, partiendo su corteza hasta alcanzar el espacio más allá de la atmósfera. Toda cubierta de pequeñas y extrañas simbologías más antiguas que los Annunaki o los Vau. Y a sus pies, una modesta choza habitada por Wilrem, el Portavoz de los Ángeles. Vive allí, tranquilamente, a los pies de la imposibilidad, como ha hecho desde niño, cuando sucedió al anterior Portavoz en ser el interlocutor entre lo divino y lo humano.
Varios días pasan allí los miembros de la delegación imperial, intentando comprender los misterios del lugar. Como siempre hay un Portavoz que media en el pacto divino entre humanos y ángeles, una vida de solitud y recogimiento a medio camino entre ambos mundos: separado del resto de personas para ser puro, indigno de habitar entre los representantes del Pancreator. Una existencia de luz y sombras tan dividida en dos como pareja son los astros que iluminan el mundo.
Y le preguntan sobre lo que más les importa: si es acaso posible la vida humana sin ambas, luz y oscuridad. La respuesta, extraña y compleja, se resume en que si. En Eden habían alcanzado la vida en plena luz y sin sombras, era posible e incluso deseable. Al menos, a sus ojos. Pues cualquiera podría preguntarse si acaso la vida que aquellos primitivos llevaban en Eden se podría realmente considerar una vida humana en sentido pleno. Pero esa es una cuestión filosófica, no una religiosa, pues la verdad de la etérea naturaleza del alma es que es capaz de existir perfectamente en cualquiera de los dos extremos, aunque la mayor parte del tiempo resida en lugares a medio camino, indigna de luz o de sombra. Como el Portavoz.
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