Edad del Fuego 50: In Nomine Tuo
Escucha a la Chorali cantar, su lamento por los millones de muertes que ha desatado la Cruzada sobre los Mundos Conocidos. No volverá a haber una masacre de tal escala en tan poco tiempo en lo que le resta de tiempo a la humanidad. Pero si bien los cañones han hablado mucho en estos numerosos meses, no han callado aún y las armadas se preparan para continuar sus confrontaciones. Pero su requiem no es solo por los planetas del Imperio, como vemos al girar la cámara, la catedral de San Emmanuel se encuentra de luto pues un Príncipe ha muerto. No murió espada en mano en el campo de batalla como él deseaba, sino que murió a solas, en la cama, pues el tiempo es el segador que a ningún mortal perdona.
Pero abandonemos el duelo de los poderosos y nobles de Aragon y veremos una radio encenderse en la embajada Hazat en Byzantium Secundus. La noticia vuela hasta que un muchacho, un joven escudero, despierta al joven Principito y a su amada Macarena con la noticia de la muerte de su abuelo. Y la separación se hace inevitable: ella debe permanecer en la capital para terminar lo que habían venido a hacer y salvar el Imperio y la humanidad misma de la amenaza que supone Pietre Vladislav Decados, pero él debe abadonarla y regresar a Aragon al funeral de su abuelo, a negociar y hacer diplomacia para apoyar la sucesión de su madre, y a hacer concesiones sobre Leagueheim que contenten a las distintas facciones de la Gran Casa si no quieren que su matrimonio desate una guerra civil como la que acababa de terminar entre los Al-Malik.
Lázaro, por su parte, madruga para acudir a la radio temprano y en conversaciones consigue buenas noticias sobre el devenir de diversas cosas, incluida la entrevista ayer de Yrina con el Patriarca. Conmovido por las nuevas, y cachondo porque es joven y feliz, encuentra a Astra que estaba empezando sus trabajos del día en el taller, y la pasión se desata. Tras este momento de ardor, juntos se reunen con Macarena pues la Emperatriz tenía acordado con ellos un desayuno conjunto.
Este, celebrado en un tranquilo salón del Palacio Imperial, es usado por Aurora I para exponerles su plan para derrotar a Pietre Vladislav Decados. Es un plan loco, que requiere una gárgola recuperada de las profundidades del océano de Byzantium por sus padres, décadas atrás, que se había ido restaurando por si misma con el paso de los años, una vez su durmiente asesino se había marchado. Nuestros protagonistas deberían servir de cebo para el Príncipe Decados y ganar tiempo, dejando una baliza dispuesta para que la Emperador de los Soles Exhaustos pudiese saltar hasta ellos y, con la gárgola en su interior, dar honesta batalla contra el Príncipe Excomulgado. Era una gran carga, una misión potencialmente suicida donde cada palabra y gesto podía llevar a un Deseo Final, pero todos la aceptaron igualmente. También Lázaro aprovechó el momento para hablar con la Emperatriz de que Yrina había logrado hablar y convencer al Patriarca de la necesidad de poner fin a la Cruzada y que si el Trono podía apoyarla, quizás ese gran mal podía finalmente cerrarse para todos los Mundos Conocidos, pues la obun aún debía acometer la complicada tarea de convencer al Sínodo de la Cruzada.
Así que se separaron unas horas, Macarena acudiendo a una radio a entretener y distraer a su Principito mientras este rumiaba en bucle sobre lo ocurrido en su largo viaje a la puerta de salto. Como tenían intención de acometer la empresa a bordo de la Padre Augustus, Macarena también empezó a preparar la nave para el tránsito, acompañada de Adriana que tomaba notas. La corbeta precisaría de tripulación y personal, pero Lázaro ofreció los recursos de la Inquisición para ocupar esos puestos y hacer que la nave estuviese preparada. Y aunque había sido renovada, la nave seguía poseyendo un aura lúgubre y siniestra, que la llenaban de leyendas e historias macabras, como resto de su legado como una nave fantasma de los Chauki.
Hablando del cual, el párroco estaba de reuniones. Con los miembros de importancia de la Inquisición para conseguir que financien los costes y envíen el personal necesario. Con el Abad Francisco Valdern de la Orden Eskatónica para conseguir que le diese la información que encontrasen en la Biblioteca de San Horace respecto a deseos y la lucha contra demonios. Con los representantes Amaltheanos, pero estos no quisieron cooperar en una misión de asesinato, por justificada que estuviese, pues contradecía los principios pacifistas por los que ellos abogaban. Para aquellos que le llevamos siguiendo un tiempo, el clérigo estaba demostrando una firmeza y liderazgo que sorprenderían a cualquiera que solo le hubiera visto en sus tímidos primeros pasos en esta historia.
Mientras tanto, Astra regresaba a la sede de los Talebringer, para crear una baliza posicional. A priori podría parecer sencillo, pero la gremial sabía perfectamente que no lo era, pues el Imperio nunca había aprendido dónde se encontraban las cosas espacialmente y por tanto, no se podía señalar un lugar de forma universalmente comprensible. Y, cosa infrecuente en ella, acudió a mi para hablar sobre ello e idear un modo de comunicar nuestra posición a la Emperador de los Soles Exhaustos. La conversación fue larga e interesante, pero os ahorraré los detalles pues lo que importa es que, como todos sabíamos que ocurriría, ella finalmente encontró su forma de crear la baliza, sin necesidad de pedir un Deseo ni una ayuda directa de mi parte. También habló con los vuldrok a bordo de la nave que otrora fue de su padre, para conseguir un talismán que pudiese proteger una nave de deseos negativos. Y siguiendo las enseñanzas de estos extraños ingenieros de espíritus, buscó un magnífico águila libre y, con una ofrenda de sangre, consiguió que esta le diese su aprobación y una pluma, requisito para poder construir el atrapa-deseos que les diese seguridad y guarda contra el enemigo.
Amanece en Urth y, con ello, el Portento se aproxima. Pero aun faltan algunas cosas antes, como la visita de un Hermano Ivan, de los Humildes Seguidores de San Horace. Poco sabe la Hermana de Batalla que se trata de un agente del Ojo enviado por la Emperatriz a ayudarla, a petición de sus amigos en el desayuno que horas antes tuvo lugar en el Palacio Imperial. Pero el Hermano Ivan le cuenta información que compromete a los que serán los principales opositores al final de la Cruzada, la Obispo Navada y el Diácono Terrance. Y es armada con esta información y su fe que la obun se encamina al Sínodo de la Cruzada, que se encuentra reunido comentando las nuevas de una victoria preliminar de la armada imperial y Hawkwood en Twilight. En oposición y descrédito, prelados y obispos escuchan a la guerrera sagrada sin poder interrumpirla pues el Patriarca ordenó que le prestasen atención a lo que ella tuviese que decir; pero una hereje excomulgada no tiene fácil convencer a los dignatarios allí presentes, y las amargas acusaciones y palabras intercambiadas con la Obispo Navada llenan la sala. Es, sin embargo, la inesperada intervención de la Abadesa Flearen del Templo de Avesti la que cambia todo, al ofrecer una idea que para todos es demente, un resto obsoleto de antiguas doctrinas olvidadas: una ordalía de fuego como demostración de la verdad divina. Y, para sorpresa de todos los presentes, Yrina acepta lo que a todas luces es una sentencia de muerte.
En Byzantium Secundus los demás se reunen de camino a la entrevista final con la Emperatriz, y cuando entran en la Corte la escuchan anunciar que algunos gremios y órdenes religiosas menores ya se han acogido a su plan de protección imperial, igual que las Casas Li Halan y Al-Malik así como algunas de las menores. Y con eso la Emperatriz desarrolla más su plan para el futuro, donde un Senado Imperial dará voz a los tres estamentos, en base a facciones y el número de Cetros que estas poseyesen originalmente, pues los Cetros en si dejarán de estar en servicio. Y con ello, la sucesión imperial será cosa de sangre, como en las Casas, ya no una cuestión electoral. En su camino a consolidar el Trono, acaso la Emperatriz le esté dando razón al Abad Valdern y su temor de que todo esto desencadenase en una Tercera República en unos siglos, ¿pues acaso hay algo más republicano que un Senado, aunque sea uno no electo democráticamente?
Tras los anuncios, con el salón prácticamente vacío, se repasa el plan para la confrontación. El señuelo de que la armada imperial marcha a Kish en rescate de los Li Halan, los fingimientos para conseguir una conversación con Pietre que les permita ganar tiempo. Lo demencial de todo ello. Y el sello final, con el compromiso de todos los presentes en participar en esa demente misión: el ordenamiento como caballeros de la Compañía del Fénix; con dos excepciones, eso si: Wulfgar lo rechaza pues no servirá a una Thane que no le haya demostrado valer más que aquellos a los que ya sigue, y Kamina que no jurará servir a nada que no sea la Verdad misma. Todo eso tendrá que servir, sin embargo, y el grupo se pone de camino a su destino, a su batalla final, en la Padre Augustus.
Yrina ha sido purificada y de blanco y humilde vestimenta, da sus pasos a su propia batalla, a su ordalía de llamas. La Plaza de San Paulus (en otro tiempo, de San Pedro) se encontraba abarrotada de prelados y diáconos, gremiales y nobles, y desde uno de los balcones el propio Patriarca Sigmund Drual observaba el decidido caminar de la obun hacia la senda de madera por prender que la esperaba. Tres niños, siguiendo antiguos ritos, se aproximaron a leer fragmentos de los Evangelios Omega, a ofrecerle la oportunidad de echarse atrás, y a ofrecer plegarias por claridad en lo que estaba por venir. El Obispo Sinerth, oficiante del rito, le dio los últimas duras palabras, y sacerdotes avestitas lanzaron las teas sobre la madera que ardió con una fuerza incomparable. Y, con decisión, la joven se adentró en las llamas, un paso tras otro. Sus ropajes se inflamaron, la piel se asó como la carne en el horno, la agonía cubrió su cuerpo y todo su ser le pedía echarse a un lado y abandonar. Sus fuerzas la abandonaban con cada paso que daba, con cada hueso que se recalentaba, con cada centímetro de piel abrasada que surgía en horribles cicatrices y dolores. Caminaba en la negrura del humo de la pira, solo iluminada por el brillo de la llama, señal del Pancreator. Oró. Buscó la protección del Pancreator. Caminó. Y su vida la fue abandonando con cada paso, con cada metro recorrido en el infinito sendero de dolor. Y murió. Aceptó su destino de que el dios en el que creía dispusiese así de su tiempo y la llamase a su lado. Había fracasado, la ordalía de fuego demostraba que la Cruzada debía seguir, y ella caía en vano sin obtener nada.
Con ese último momento de aceptación y rendición ante lo que fuese que el divino ser pudiese querer de ella, una luz surgió entre el humo. Y un ángel descendió del Empíreo portando el rostro de Theafana, y la abrazó y guió entre las llamas de tal modo que el fuego no le hiciese daño alguno.
Para las multitudes presentes, el Portento fue innegable. Vieron entrar a Yrina en el humo del sendero y la vieron salir del mismo por el otro extremo, completamente invulnerable a las llamas, como Santa Maya había sido mientras había querido. Y las multitudes fueron conmovidas ante el Milagro, sus corazones movidos al confrontar sus propios pecados y faltas ante la luz de quien era directamente elegida del Pancreator. El Patriarca, llorando de rodillas en su balcón, los miembros de los Sínodos, eclesiastas y campesinos, nobles y gremiales, fueron testigos innegables del deseo del Dios al que todos adoraban: en las firmes palabras de Yrina, el final de la Cruzada debía llegar. Y luego la obun se volvió hacia Jackson, pues nadie sintió la oscuridad interior con tanta fuerza como ella, y lloraron y hablaron y se consolaron juntas, pero la Fundadora sabía que su tiempo finalmente se terminaba. Su vigilia y servicio debían llegar pronto a su final, ahora que ni siquiera era ya miembro de la Orden que había ayudado a crear. Juntas, entre multitudes de seguidores y adoradores que proclamaban la llegada y virtud de Santa Yrina, prepararon su regreso a Byzantium Secundus.
Es así que, una semana después, en la puerta de salto del sistema capital, la Suddenhammas y la Padre Augustus se reeencuentran. No han estado separados sus tripulantes durante mucho tiempo, sin duda uno menor que en otras ocasiones, pero el mundo había cambiado para todos. Juntos marcharon a Criticorum, al encuentro con Cornelius que se reunió allí con ellos como había decidido el Gran Maestre cuando habló con Yrina unos días antes para comenzar las conversaciones de paz con el Patriarca. El guerrero, que otrora había sido maestro de la guerrera sagrada, estaba aún profundamente herido por la ordalía a la que había sobrevivido, pero se recuperaba bien... aunque, aún con ello, Yrina insisitó en que se bebiese el extraño líquido que, tantos meses atrás, ella había encontrado en las ruinas de sus ancestros obun a sus dioses, en Velisamil.
Con la despedida, ya no como hermanos de batalla pues la expulsión de la Orden ya era oficial, pero como algo más que eso, hermanos de sangre, la Padre Augustus puso rumbo a Kish, completamente vacío y desolado, y a los saltos que, más allá, les llevarían a Cadiz, al encuentro de los dos Príncipes Decados y al enfrentamiento suicida por venir.
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