La Edad del Fuego 12: Las primeras chispas de la llama


Ya que mi hermano ha salido a la palestra, supongo que es momento de volver a presentarnos. Somos aquello que os mantiene despiertos en la noche, abrazados a la manta en busca de protección. Somos los monstruos en el profundo bosque, lo que os reúne en torno a la fogata cuando cae la oscuridad y la luna no se alza. Y, cuando los jóvenes están revoltosos, sacudimos vuestro mundo como un juguete roto porque ¿qué son unas pocas naves de guerra de la Iglesia, al fin y al cabo? Aunque eso, al final, no hace más que consolidar nuestra mala prensa.

Pero basta de hablar de nosotros, y volvamos a nuestros protagonistas, preparándose esa noche para la expedición en busca de nomuertos. Cornelius e Yrina procedieron a hacerse amuletos con las balas destinadas a cada uno de ellos, si alguna vez caían en la Oscuridad. Mientras Astra conversaba con la Princesa María Celestra Justus para preparar la visita de su madre, de ser posible, a Grail. Un primer paso para liberar a su madre del confinamiento impuesto por el Príncipe Pietre Vladislav Decados. 

La llegada de la mañana trajo las últimas preparaciones para el viaje, pero también la confesión de Yrina con Lázaro en una de las iglesias. Más una conversación, una consecución de dudas, que una confesión al uso, la obun plasmó en palabras muchas de las cuestiones que daban vueltas en su mente tras lo vivido en el Monastero de Balantrodoch pero también tras la conversación, esa misma noche, con Theafana. Y con eso listo, a bordo de una aeronave del gremio de transportistas locales, viajaron hacia el este, hacia la costa, a una de las villas cercanas a donde esperaban encontrar a la criatura nomuerta cuando llegase la medianoche.

En la taberna del lugar escucharon repetidas las historias y cuentos de fantasmas de boca de los marineros locales, a los que convencieron de no salir a faenar por si acaso había peligro. Y oyeron hablar de la bruja del pueblo, que algo más sabía de lo que ocurría, aunque como pronto vieron, de bruja tenía poco; en todo caso era una chatarrera, con más en común con los Scravers que con cualquier clase de magia. No sabía mucho más de lo ocurrido, pero tenía diagramas con algunos de los símbolos grabados en los cuerpos de los monstruos, tal y como los recordaban los pescadores. Y Lázaro reconoció la naturaleza religiosa de esos símbolos, Yrina identificó que su origen parecía ser el de tatuajes de su Orden. Alguien estaba desacrando cuerpos de los Hermanos de Batalla, guerreros sagrados como dijo Antonius, lo cual podría alimentar poderosa magia oscura. 

La caída de la noche las llevó a bordo de la aeronave al encuentro de un barco pesquero en el mar. El desembarco pilló a los pocos marineros por sorpresa, y fueron rápidamente reducidos entre amenazas y golpes, muriendo uno de ellos bajo la espada de Gurney. Y en la bodega, Yrina y Rauni encontraron el cadáver del que iban a disponer esa noche, pues no era draugr alguno sino un retorcido resto de una Hermana de Batalla. Envuelta en el manto de Yrina, la sacaron, mientras Astra interrogaba al capitán, que rápidamente confesó haber sido contratado como cada mes por una dama de alta alcurnia en su pueblo natal. Pero, por la descripción, tanto la Talebringer como Macarena se dieron cuenta de que era una noble de bajo rango, capaz de deslumbrar a un pescador pero no de tanta posición como este creía. Lázaro tuvo la idea de llevar con ellos al capitán pues su testimonio sería necesario para hacer justicia con los asesinatos y todo lo que estaba pasando.

Tras cobrarles un extra por el capitán y el cadáver, la piloto de la aeronave les llevó al pueblecito de donde venía el navío. Como habrían llegado a caballo, fueron a despertar a Helman e Hijos, los transportistas del lugar, que de mal humor les atendieron pese a las horas. Y les confirmaron que la dama venía todos los meses desde el oeste. Rastrearla junto a su reducido séquito no fue difícil, no trataban de ocultar sus rastros recientes, pero solo les llevó hasta el lugar de aterrizaje de otra aeronave en la que la dama había llegado. 

Pero Byzantium Secundus controla esas cosas y, como bien sabía Astra pues este era su planeta natal, la torre de control más cercana registraría el vuelo de la nave. Estaba en una ciudad cercana, propiedad de los Barones que controlaban aquellas tierras, pero encontraron la torre a oscuras. Forzar la cerradura, tras el intento de Rauni de tirar la puerta abajo, reveló una torre a oscuras pero donde los espíritus máquina seguían trabajando pese a la avanzada hora de la noche. Y mientras el guardia dormía en su turno de vigilancia, la Talebringer accedió a los espíritus máquina del lugar, logrando identificar que la nave pertenecía a los señores de estas tierras, la Casa muy menor de los MacDullahan, vasallos de los Hawkwood. 

Presentarse en el castillo de la familia y conseguir audiencia no fue difícil. Contarle todo a la Baronesa MacDullahan reveló que claramente ni ella ni su marido sabían nada, pero que la dama que buscaban coincidía con su dama de compañía, Ekaterina Voilad Decados. Pero antes de permitir que hablasen con la dama, exigió un juramento de Macarena de que no permitiría violencia innecesaria en el lugar, pues lo que allí ocurriese bien podría desencadenar una guerra entre Hawkwood, Hazat y Decados. Pues, como rápidamente comprobarían, Ekaterina era sobrina segunda de su Señora, la poderosa Renladi Decados. Pero para sorpresa de nadie, confrontada con el testimonio del capitán y los hechos, Ekaterina contó que en efecto estaba disponiendo de cadáveres de Hermanos de Batalla, corruptos y caídos por la Oscuridad. Siguiendo tres reglas, especialmente importante la de que los cuerpos no fuesen expuestos a la luz de los soles, los habían lanzado al fondo del mar donde habían esperado que no saliesen jamás. Solo la ineficacia y pereza de los marineros había hecho que los últimos hubiesen sido amarrados erróneamente y fuesen encontrados de casualidad por los pescadores que empezaron a contar historias desbocadas de terror al respecto. Y confirmó, antes de que Yrina marcase su cara sutilmente con un tizón de la chimenea, que era su Señora quien le proveía de los cadáveres.

Llegar a la Ciudad Imperial, les llevó el resto de la noche y un poco de la mañana y rápidamente fueron al palacio de la Emperatriz a entrevistarse con el Maestre Gawain von Gwynneth. Este había sido informado por la noche de parte de Astra de lo que habían descubierto, por si algo hubiese salido mal, de modo que los caballeros tenían órdenes de llevarles ante el Maestre tan pronto llegaron. Y el veterano guerrero escuchó con atención lo que era sin duda un problema mayor, pero uno en el que eran los Hermanos de Batalla quienes debían decidir. E Yrina decidió que antes de hacer nada había que comprobar la prueba del sol, que ya habían sopesado poner a prueba de camino, pero Lázaro la había convencido de esperar hasta que Gawain hubiese observado el cuerpo. 

De modo que se despejó una torre y aquellos duchos en la fe se prepararon para la siguiente prueba, mientras los demás esperaban entre los salones del palacio. Lázaro, Yrina, Cornelius, Augustus y Gawain tuvieron una extraña conversación sobre las pruebas de fe en el ascensor, antes de revelar ante la luz divina el cuerpo. Y este, como habían sido advertidos, comenzó a retorcerse y sacudirse, transformándose su materia en una nube de corrupción y veneno que se dispersó sin causar mayores problemas. Si fue gracias a la protección solicitada a Santa Amalthea por parte de Yrina, o los conocimientos de Lázaro, o simplemente porque era lo que siempre debía ocurrir, es algo que supongo que nunca sabremos. Al fin y al cabo, el destino se mueve de forma misteriosa. Igual que nunca sabremos si, en el Retorno Luminoso, el alma de aquella Hermana de Batalla encontró el descanso en el Empíreo o se perdió en la Oscuridad de camino. 

Hecha la prueba, todos acudieron a conversar con la Emperatriz, Aurora I. Que reveló que ella estaba al tanto de muchas de estas cosas, pesada losa heredada de sus padres, y que lentamente había estado luchando para reducir las fuerzas de la Oscuridad en su corte. Su reorganización de su Consejo Privado parcialmente se debía a esto, a parte de cuestiones de política, igual que la presencia de una gárgola annunaki en su despacho para garantizar la seguridad, en la medida de lo posible. Pero actuar demasiado rápido, demasiado abiertamente, corría el riesgo de hacer que el Enemigo se diese cuenta y decidiese responder cuando aún no había preparación ni conocimiento. Quizás ingenua, quizás ilusa, la joven Emperatriz luchaba una guerra contra un rival que le llevaba decenas de eones de ventaja y aún así, no se amilanaba ante ello. Sabía de la corrupción de parte de los Hermanos de Batalla, igual que la del ex Consejero Imperial Seth, algo que tanto Rauni como Astra se negaron a aceptar. Y surgió allí la decisión de arriesgarse a hablar con la jefa del Ojo, el servicio de espionaje imperial, Renladi Decados.

La mujer, inteligente, caprichosa y cruel, mostró una cordialidad inesperada, quizás una fachada, quizás sincera. Y no ocultó su participación en la muerte de media docena de Hermanos de Batalla, del capítulo de Sanitra Urnadir, que habían llegado a Byzantium Secundus. Drogados fuera de combate, pues en él son invencibles, fueron interrogados para comprender la extensión de la corrupción demoniaca de la Orden, antes de ir siendo ejecutados y escondidos en el fondo del mar. Pues el Ojo, al servicio de la Emperatriz, luchaba con sus recursos contra sus mismos enemigos, operando y conspirando en la sombra contra unos rivales atrincherados en altas posiciones de poder e influencia en el Imperio. De otros secretos, como el conflicto entre Al-Malik y Hermanos de Batalla, sin embargo, o no sabía o no estaba dispuesta a hablar. Pero la dama quizás originalmente pensada como un villano, acabó siendo una potencial aliada, llegando a ofrecer la oportunidad de trabajar para el Ojo a aquellos presentes, aunque solo Astra mostró interés. 

Pero con aquel conflicto terminado, aquella gesta que había sido transformada en una sucesión de desgracias y sombras, el grupo se preparó para separarse. Sus destinos reposaban en planetas diferentes, al menos durante un tiempo. Sin embargo, antes recogieron a Kamina que se encontraba discutiendo con el Editor del Byzantium Times en torno a la importancia de los hechos que ocurrían con su gremio en Aragon. 

Los adioses se dijeron en la estación orbital civil en torno a Byzantium Secundus, con la promesa del eventual reencuentro en Grail cuando llegase el momento. Macarena, Gurney y Kamina abordaron una de las naves de los Charioteers, capitaneado por un anciano que vivía en sus viejas glorias, con dirección a Sutek. Su misión, informarse y mantener unida a la Casa Hazat por medio de la diplomacia entre tribunales inquisitoriales y la furia del poderoso Duque Castillo.  Mientras tanto, Yrina y Cornelius, Astra y Rauni, abordaron a la antigua y poderosa Emperador de los Soles Exhaustos, entre sus antiguos abalorios y las imágenes distorsionadas reflejadas en su motor antiguo, como en las leyendas de la edad dorada de los obun. Ellas, con destino a Stigmata, a recuperar o destruir un caliz maldito por la Oscuridad, con el riesgo de romper los antiguos y sagrados votos que son la base de la Hermandad.

Y es que, en cualquier dirección que caminasen, eran las sombras las que llevaban la ventaja en un juego más antiguo que ninguna de las razas de los Mundos Conocidos. Al fin y al cabo, existimos desde mucho antes de que estos soles alumbrasen, cuando luz y oscuridad aún nos acunábamos mutuamente. El resto... mala prensa.

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