Pintar una historia

"Let me take you on a trip, around the world and back... let me show you the world in my eyes."

Dame la mano y te llevaré en un recorrido por los valles del pasado, los ríos de la inocencia y el verdor de la felicidad. El mundo de luz de una infancia inmaculada y privilegiada.

Comienza pintando una casa genial y blanca en una loma; una casa que has visto nacer y crecer contigo hasta el punto de que tú mismo la has bautizado como Casarrota porque hasta sus cimientos conociste en su momento. Para decorar rodea el blanco de la casa con el suave verde del cesped, de los frutales que tu madre cuida con cariño y añade una morera junto a la casa del perro y unas rocas al fondo a la derecha, cerca de la casa de los vecinos, donde trepar y jugar.

Ahora demos un paso atrás y rodeemos la casa del verde profundo de un bosque, vivo y saludable. Llena ese bosque de misterios insondables, de refugios en los que esconderse, de armas que disparan "piu piu" y, para darle color, podemos incluso permitirnos añadir unas trochas que acaben en una misteriosa casa abandonada, o en otra a medio construir, pobladas de toda suerte de leyendas. Pero, traces la forma que traces, olvida las sombras del peligro, pues ninguno habita allí, solo hay espacio para un millón de enigmas y de risas.

Gira la cámara del cuadro 180 º y pintemos lo que hay frente a la loma. Una llanura suave con casas, carreteras, pequeñas marismas y un riachuelo, salpicada aquí y allí de árboles verdes y pequeños bosquecillos, que desemboca directamente en el océano. Un océano tan cercano que te puede arrullar en la cama dentro de la casa. De tal modo que, desde el hogar en la loma, todo lo que queda bañado por el sol es tu mundo de juego, un mundo que puedes recorrer de un lado a otro sin miedo en una tarde de bicicleta y risas. 

Ahora llena ese mundo de amor. Un amor tan absoluto e innegable que no exista la idea siquiera de que pudiera ser de otro modo. Un mundo donde la mayor preocupación sea el siguiente examen, cual será el desenlace de la novela o el próximo giro de una partida. Un mundo donde hasta una tormenta pueda ser motivo de risas y disfrute compartido en una noche en la terraza, donde todas las salas están llenas de historias con finales felices porque son los únicos posibles. 

Y ahora, como el cuadro es demasiado luminoso para ser creíble, es hora de añadir el negro a la mezcla de nuestra paleta. Inserta la duda, la inseguridad, la sombra, el destello irracional de que no todos los finales son felices pues los infelices no son solo una posibilidad sino una realidad y te observan desde el otro lado de una caja de madera y muchas flores. 

Pasa el pincel con la nueva mezcla de colores por encima de las olas, los ríos, los valles, llenándolos de sombras inesperadas. Camina por donde quieras del retrato y verás como el sol brilla menos, la tormenta es más amenazante, el camino menos risueño. Retira la inocencia y deja en su lugar el dolor de saber que lo tuviste todo pero se ha ido, introduce el conocimiento de que la casa ahora está verdaderamente rota de formas que ni imaginabas que se pudiese romper y no se puede reparar porque uno de los pilares ha caído. Deja entrar al miedo en el cuadro, pasea al dolor de un lado a otro del lienzo a medida que más pilares rápidamente enfermen y se hundan. Llena el edificio de fantasmas que conviven con aquellos que aún habitan en esas salas, atrapados entre las ausencias. 

Desde los bosques al océano, todos susurran su nombre: Muerte. La muerte de los seres queridos, de la inocencia, de los sentimientos, de la seguridad... La muerte, al final, de la infancia y la entrada dolorosa en el mundo de verdad. Porque esa casa estaba en el ojo del huracán y toda calma es temporal en este mundo en guerra. Toda victoria es efímera, todo camino está cubierto de espinas y todo bosque encierra peligros.

Y, al final, lo verás claro. Que por el pecado de una infancia perfecta te queda una vida entera de sufrimiento para compensar.

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