Manifiesto anarquista

Aquí estamos, en el centro del vórtice de cambio que ha sido la historia reciente. Probablemente, desde la sentencia de Shiawase a principios del XXI, el mundo ha tomado una deriva imprevista que nos ha llevado a un ahora muy distante de las esperanzas que teníamos. Se suponía que la tecnología nos haría libres, que la magia nos haría fuertes, que la información nos haría sabios... pero, al final, todo lo que han sido son nuevas cadenas que nos lastran. Dragones de cromo, mana, bits y nuyens que nos anclan a una realidad que se hunde por su propio peso.

Mira por la ventana de tu residencia corporativa, mira fuera de la arcología y verás un mundo que se hunde en la mierda. Las alcantarillas supuran heces, saturadas de violencia, enfermedad, pobreza, miseria, desigualdad y dolor. El cielo llora lágrimas ácidas por cada comabte diario entre quienes debieron ser hermanos, por cada minuto que nos explotamos y por cada gesto de sumisión que hacemos.

Porque eso es lo que somos: sumisos, borregos castrados incapaces de ver más allá de nuestras cadenas. Esclavos de nuestras deudas, de la compra de un nuevo trídeo o la siguiente dosis de droga conseguida a cualquier pandillero de las triadas. Esclavos de los demás, porque somos incapaces de sostenernos por nosotros mismos. Nietzsche se asquearía viéndonos. 

Pero no sólo hemos caído bajo, sino que nos regodeamos en ello. En cada vacación tomada en un resorte corporativo que nos aisla del mundo, en cada videojuego que nos separa de la realidad, en cada 2XS que nos permite vivir una vida que no es la nuestra. Y cuando se acaban esos destellos fugaces, volvemos a nuestras cadenas encantados, ahorrando para poder volver a tener un breve momento de falsa libertad y felicidad embotellada.

Borregos todos. O peor, cerdos encantados de marchar hacia el inevitable matadero.

Pero aún quedan palabras que nos recuerdan otras posibilidades. Libertad, equidad, igualdad, horizontalidad, independencia. Y hubo tiempos en que incluso tuvimos el valor de alzar la mirada del suelo, encarar a los amos y gritarlas a pleno pulmón, reconociendo que no eran meras palabras sino armas de destrucción masiva. Una guerra total y despiadada contra la opresión, contra el sistema, contra el rey que gobierna desde su torre, contra los nuyens que nos encadenan.

¿Y por qué no gritamos ya? ¿Por qué no luchamos como en la Francia revolucionaria? ¿Por qué hemos aceptado el cadalso y la mazmorra?

Por miedo; por comodidad; por ceguera. Miedo a la violencia que el sistema puede desatar contra nosotros. Comodidad ante las seducciones que los pocos lujos que quedan a nuestro alcance nos ofrecen. Ceguera ante la realidad de que el mundo podría ser otro.

Pero yo estoy aquí para decir que no tengo miedo, que no me importan las comodidades y he arrancado las vendas que cegaban mis ojos. Que me da igual qué corporación o dragón nos gobierne porque camino con fuerza y libertad por mucho que les duela. Y que, por mucho que cueste, les declaro la guerra a todos los tiranos que nos atan desde las sombras.

Esta es una llamada para volver las Predator contra la propia Ares, para destruir las máquinas de construcción de la Saeder-Krupp y hackear las bases de datos de Renraku. Esta es una llamada a las armas, hermanos, porque nos acercamos al final de los tiempos y si no luchamos ahora no lo haremos nunca.

¡Libertad, por siempre!

Comentarios

  1. Este "relato" fue escrito originalmente el 7 de Noviembre de 2016 en el metro, pero no tuve tiempo hasta ahora de pasarlo al ordenador.

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